La escena no es nueva, se
ha repetido incontables veces a lo largo de la azarosa historia mundial: un demagogo
feroz incitando con un inmundo discurso de odio y ominosa
ostentación de mendacidad y cinismo a una turba de fanáticos a entregarse al
caos. Otra despreciable ocasión en los anales de la infamia. Las simas de la sordidez
política son insondables, como también lo son los enigmas de la insensatez
humana. ¡Tanta necesidad de creer en el errático liderazgo de individuos
deleznables sin anteponer un mínimo de raciocinio, un poco capacidad crítica o algo
de empatía por quien piensa diferente!
Pero pese a toda la violencia exhibida por sus adeptos e incluso pese a
los famosos 74 millones de votos a su favor, Trump careció de la autoridad y el
apoyo masivo necesario para robar la elección en la cual salió derrotado de
forma abrumadora. Megalómano desaforado, a final de cuentas torpe aprendiz de
brujo carente de la inteligencia estratégica de un político maquiavélico, el
sátrapa hace tiempo extravió el sentido de realidad. Confió en la supuesta
incondicionalidad de los funcionarios electorales estatales de orientación republicana
y en los jueces nombrados por él mismo (en particular los de la Corte Suprema),
a quienes consideraba simples empleados. Jamás entendió, y muchísimo menos
respetó, la lógica institucional del sistema político del país al cual mal gobernó
por cuatro muy largos años. Ahora es imprescindible para la salud democrática
de la todavía potencia más importante del mundo enjuiciar y castigar al fallido
dictadorzuelo, quien durante su mandato violó repetidamente las normas jurídicas,
promovió descaradamente sus propios intereses económicos, interfirió en el buen
funcionamiento del Departamento de Justicia, rechazó la supervisión del
Congreso, insultó a jueces, acosó a los medios de comunicación, chantajeó a
gobiernos extranjeros para tratar de obligarlos a apoyarlo electoralmente y,
finalmente, incitó a una rebelión al no aceptar su derrota.
Hoy se vota un sin precedentes segundo juicio de impeachment, tardío y
sin visos realistas de prosperar en el Senado. Será el gran desafío de Biden y
de su fiscal general, Merrick Garland, continuar con las investigaciones ya abiertas
e iniciar todas las pertinentes sobre las
fechorías perpetradas por Trump en el cargo, e incluso sobre las cometidas
antes de convertirse en presidente. Pero el tema es espinoso. El trumpismo se mantendrá vivo y actuante por mucho tiempo.
Trump procurará victimizarse con los
juicios en su contra y mantener a sus hordas movilizadas. Sería un garrafal
error caer en este chantaje. No hacer nada representa una amenaza mayor para la
democracia al tolerar la impunidad de líderes deshonestos y sus secuaces.
Imposible admitir esta preponderancia ante la ley. Biden tendrá la prioridad de
defender al estado de derecho, base de la democracia estadounidense.
Pedro Arturo Aguirre
Hombres Fuertes
13/Ene/21