martes, 22 de diciembre de 2020

Los coletazos finales de Trump

 



El hombre fuerte de Marruecos es su rey, Mohammed VI, y no solo porque ostenta lo corona. La Constitución del país le reconoce “su misión divina y personalidad inviolable y sagrada” y le otorga tanto la suprema autoridad religiosa como extensas prerrogativas políticas, muy superiores a las de los monarcas parlamentarios europeos, y aunque una reforma efectuada a la Carta Magna durante la Primavera Árabe significó una reducción en los poderes de la Casa Real en beneficio del primer ministro, en los últimos años Su Majestad ha sabido recuperar e incluso incrementar su tradicional autoridad.

Con Mohamed VI (rey desde 1999) inició un proceso de modernización. En dos décadas el país registró un considerable crecimiento económico, las infraestructuras se modernizaron, la deuda externa se redujo y se verificó una exitosa liberalización de las telecomunicaciones. Pero el progreso se ha ralentizado desde 2011y sectores importantes de la población siguen rezagados. El Índice de Desarrollo Humano es bajo, muchas regiones del país siguen desamparadas, un tercio de los marroquíes es analfabeto y poco se ha hecho para reformar las administraciones pública y de justicia.

En lo concerniente a los derechos humanos la situación es precaria. Cierto, se ha liberado a algunos presos políticos, hay menos desapariciones forzadas, Marruecos firmó la convención internacional contra la tortura y se adoptó un nuevo código familiar con nuevos derechos para las mujeres, restringiendo la poligamia y facilitando el divorcio. Pero en la práctica las violaciones siguen siendo constantes y se aún ve remota una genuina equidad de género.

El tema de la violación a los derechos humanos es particularmente grave en el Sahara Occidental, ocupado militarmente por Marruecos desde 1975. La ONU ha declarado ilegal esa ocupación y  considera a esta región un "territorio no autónomo", en proceso de descolonización y en espera de un referéndum de autonomía, el cual nunca llega. La situación saharaui es desesperada, sobre todo la de los más de 170 mil refugiados asentados en la zona de Tindouf, en territorio de Argelia. Estados Unidos había apoyado desde el inicio del conflicto la postura de la ONU. Ya no. A Donald Trump su inmenso (y herido) ego le exige acrecentar en la mayor medida posible su “legado” presidencial. Por eso a pocas semanas de abandonar la Casa Blanca ha decidido dar un “coletazo” internacional. La semana anunció su apoyo a las ilegales ambiciones territoriales de Marruecos a cambio de su reanudación relaciones diplomáticas con Israel.

La actitud representa un severo golpe para las aspiraciones del pueblo saharaui y al derecho internacional. Tocará a Biden decidir si mantiene esta actitud, la revierte a riesgo de descarrilar la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel, o mantener el compromiso pero imponiendo condiciones a los países implicados.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en Hombres Fuertes 16/XII/20

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