sábado, 19 de noviembre de 2016

La Trampa de los Referéndums: El Turno de Italia

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Se empeñan los referéndums en demostrar en todo el mundo lo peligrosos que son. Primero fue el Brexit, después la paz en Colombia, ahora toca el turno de Italia. Una vez más, el futuro de la Unión Europea está en vilo por culpa de un referéndum. El socialdemócrata Mateo Renzi, el primer ministro italiano que gobierna su país desde 2014, hasta hace poco era de los pocos líderes mundiales de este alocado siglo XXI que sin apelar a los recursos de la demagogia y el populismo despertaba esperanzas de trasformación y superación de la crisis. Es el hombre más joven en convertirse en jefe de gobierno (39 años) de su país. Tiene un cúmulo de ideas para cambiar el intrincado y, muchas veces, absurdo sistema político italiano, y para superar la aguda atonía económica que afecta Italia desde ya hace décadas. Al principio de su administración le fue bien. Convenció a los sindicatos y al sector más a la izquierda de su propio partido de aceptar severas medidas de ajuste económico, al mismo tiempo que ponía en marcha una nueva norma educativa y la primera ley que regula las uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Con ello, y con una política exterior más asertiva, Italia empezó a recuperar su extraviada presencia en el ámbito europeo.

El verdadero corazón de sus aspiraciones transformadoras reside en una propuesta de reforma constitucional profunda con la que quiere acabar con la aguda inestabilidad política que caracteriza a la República Italiana desde su fundación. Esta iniciativa pondría punto final al “bicameralismo perfecto” que equipara, como sucede en México, las facultades Cámara de la Cámara de Diputados y del Senado, con el agravante de que en el sistema parlamentario italiano los gobiernos para poder formarse requieren de un voto de confianza en ambas cámaras legislativas. Italia mantendría un sistema parlamentario basado en dos Cámaras, pero con poderes diversos. La de los Diputados sería la única que daría confianza al Gobierno y votaría las principales leyes, y el Senado reduciría sus dimensiones: de 315 miembros se pasaría al centenar y se ocuparía exclusivamente a materias relacionadas con la legislación regional. Asimismo, el Estado Italiano volvería a hacerse cargo de algunas competencias que habían sido transferidas a las regiones, como es el caso de energía, infraestructuras estratégicas, turismo y sistema nacional de protección civil. Esta ambiciosa propuesta será sometida a referéndum el próximo 5 de diciembre.
Pero desde principios de 2016 la crisis económica volvió a asomar su espeluznante cabeza. En el segundo trimestre de este año el país registró un crecimiento cero. Italia va a la cola de Europa en este rubro, y eso que aún es la tercera economía de la Eurozona. El panorama lo empeora una deuda pública fuera de control y unos bancos al borde del cataclismo. Este panorama estropeó muy pronto la incipiente popularidad de Renzi. Los comicios locales de junio de 2016 propinaron el primer gran revés al premier, al sufrir su partido graves derrotas en Roma e, inesperadamente, en Turín ante el Movimiento 5 Estrellas, formación “antipolítica” del cómico Beppe Grillo que parecía apenas hace unos meses haberse evaporado y ahora ha resurgido con fuerza. Y este es el centro del problema: los italianos irán a un referéndum diseñado para atender problemas de largo plazo que afectarán a las generaciones futuras con la mente ocupada en la popularidad personal del primer ministro actual.
Todos los observadores concuerdan en que un triunfo del “no” sería catastrófico para Italia.  Si Matteo Renzi pierde el referéndum le pasaría lo que al imprudente David Cameron, ya que el primer ministro cometió el error de personalizar el referéndum. Prácticamente lo planteó como un plebiscito sobre su persona y reiteró que, si lo perdía, se marchaba a casa. El riesgo es que muchos electores sufren los efectos de la crisis económica y muy probablemente se inclinarán por un voto negativo contra un Gobierno cada vez más impopular. Acto seguido se celebraría unas elecciones generales, con el riesgo de que 5 Estrellas pueda hacerse del poder, escenario que hace temblar a Europa porque, entre otras razones, Grillo y sus seguidores plantean realizar un referéndum sobre la salida de Italia del euro.


Otra vez la gran quimera del referéndum que se presenta como un mecanismo democrático “en su forma más pura”, pero que en realidad distorsiona la democracia en vez de reforzarla por depender de factores demasiado volátiles y coyunturales, y por ser ejercicios donde los votantes deben tomar sus decisiones complejas con poca información. Lejos de ser “democráticos” o “ciudadanos”, los referéndums son susceptibles a ser manipulados por políticos expertos en operar mensajes directos y simplistas. En Gran Bretaña el debate económico y social sobre las consecuencias objetivas del Brexit se vio sustituido por un exaltado duelo de valores y prejuicios. En Colombia el pasado se impuso al futuro y el voto por la paz fue eclipsado por el temor de dejar impunes a las FARC. Por eso es un sofisma eso de que cualquier decisión mayoritaria tomada al calor de una determinada coyuntura necesariamente es “democrática”. Más bien es una perversión de la democracia y, lamentablemente, en una época en la que la credibilidad de los partidos y otros mecanismos de representación va a la deriva esta lección es muy difícil de entender.

domingo, 2 de octubre de 2016

El Debate de la Sinrazón




De cara a la tan inusual elección presidencial estadounidense de 2016 es pertinente recordarlo: las decisiones humanas son, en gran medida, irracionales y la política no es la excepción. Rara vez votamos a un candidato como resultado de un proceso razonado, minucioso, en el que sopesamos factores de fondo como ideas, propuestas, experiencia y carácter. Las más de las veces nos dejamos llevar por las filias y las fobias, las pasiones y los prejuicios. Siempre ha sido, pero esta campaña podría pasar a la historia electoral del mundo como la apoteosis de la sinrazón.

En el pasado debate presidencial vimos la versión más fiel de Donald Trump: incoherente, impreparado, inmaduro y mentiroso. Ni siquiera le ayudo su supuesto gran manejo mediático. De plano falló en la prueba de comportarse con un mínimo de talante “presidenciable”, que en realidad era lo único que sus estrategas pedían de él.  Hillary demostró experiencia, sensatez y profesionalismo, pero robótica como siempre ha sido careció de pasión. Le falto dar un golpe irónico a las peroratas de su absurdo rival. “Presumir reiteradamente de tener carácter, como tú lo haces Donald, es precisamente el principal síntoma de la gente que no tiene carácter”, pudo haberle dicho al republicano, por ejemplo, ya por no hablar de lo que se pudo hacer para devastar esa tontería de la “estamina”. Ganadora Hillary, pero sin noquear, lo que no basta para garantizar el triunfo de la demócrata en noviembre.

Actualmente no basta con mostrar mayor competencia y sensatez. Quizá contemplamos en el mundo la llegada de una nueva era de la sinrazón. Por doquier aparece con ahínco la irracionalidad de demagogos y populistas. Tomar una decisión es un proceso complicado, y que si bien para ello la razón es lo más efectivo, el corazón tiene razones que la razón no conoce, como dijo Pascal. Dice la neurociencia que lo irracional es algo tan necesario al ser humano para centrarse y orientarse en el mundo como pueda serlo la misma conciencia racional Las emociones más elementales detentan una potestad sobre la razón muchas más veces de lo que nos imaginamos. Y en política, como lo escribió Manuel García Pelayo, se necesita en este tiempo crítico “recoger y analizar las manifestaciones irracionales como una parte válida del quehacer político y no descartarlas como una simple desviación del paradigma racional-legal”. Por eso hay que analizar y tratar de entender las razones de los que votan a Trumpo, el Brexit o el Peje en lugar de descartarlos alegremente desde la torre de la soberbia intelectual.

Tanta irracionalidad provoca perplejidad. ¿A qué se debe el triunfo del odio en política? La política de lo irracional ha encontrado en Donald Trump a su avatar más emblemático: un gran payaso que en medio de estridencias y con un discurso llano y elemental promete acabar con todos los problemas. Nunca entra en los molestos detalles de explicar los “cómo”, porque hablar de cifras, análisis y hechos es parte del juego de los tramposos políticos. A más razonamiento, más desconfianza. Así soplan los tiempos.

Comenta la mayor parte de los expertos en esto de las campañas electorales que los debates muy rara vez son decisivos en el resultado de una elección. Habrá que ver si en esta ocasión tan particular se produce una excepción a esta regla, pero en este ambiente político tan corrosivo que padece Estados Unidos la iracundia tiene más atractivo que la experiencia. Quizá a Trump no le baste con una mayoría de electores blancos poco educados, pero Hillary necesita ganar terreno no solo entre las minorías, las mujeres y los blancos educados, sino entre los jóvenes que votan por primera o segunda vez, los llamados “millenials”, que se ven tentados a no votar o hacerlo por terceras opciones. La candidata demócrata tiene poco tiempo para hacerlo. De fracasar, prepárese el planeta a ingresar de lleno en una oscura etapa de sinrazón e incertidumbre



*Publicado en la Tribuna de Milenio  28 de septiembre 2016

lunes, 12 de septiembre de 2016

Entrevista en Hora XXI De Winston Churchill a Donald Trump

Este es el link para ver la entrevista que me hizo Julio Patán sobre mi último libro

http://noticieros.televisa.com/foro-tv-hora-21/2016-09-09/de-winston-churchill-a-donald-trump/

“Mandar un Mensaje Positivo para los Mercados…”


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Alguna vez Bruno Kreisky* escribió “lo que caracteriza a la tecnocracia es su tendencia a suplantar el poder político en vez de limitarse a asesorarle… Al eliminar la división entre la política como reino de los fines y la técnica como el terreno de los medios un gobierno cae en el error de abandonarse a un mecanismo de toma de decisiones fundado exclusivamente en términos meramente cuantitativos. El mundo de lo irracional y de todo aquello que no sea técnicamente cuantificable queda desterrado del juicio del gobernante tecnocrático que no ha sabido complementar su formación con criterios humanistas... por eso opino que no hay peor ignorancia que la del tecnócrata mediocre, ya que es la ignorancia del que no entiende que no entiende.”**. Y, por cierto, esto del “no entiende que no entiende” lo retomó hace poco la revista The Economist en un artículo titulado “El Pantano Mexicano” precisamente para describir la forma como toma decisiones el dueto Peña Nieto-Videgaray.

Es justo en este tipo de “ignorancia tecnocrática” que podemos ubicar el origen del colosal error histórico que cometió el gobierno mexicano al invitar a los Pinos a Donald Trump. Ya no es un secreto que la idea vino del gabinete económico, preocupado por “la volatilidad que implicaría un eventual triunfo del republicano para los mercados”. Tranquilizar a los mercados y mostrar una relación llevadera con el señor Trump, esa era la insigne intención del gobierno mexicano. El fracaso fue estrepitoso y evidenció que no basta con la súper especialización tecnocrática para merecer el nombre de “estadista”. Alrededor del mundo no han sido pocos los altos funcionarios que han mostrado expedientes académicos brillantes, sobre todo en el manejo de las finanzas públicas, pero carentes casi por completo de cultura humanista, conocimiento de la historia, sensibilidad social y pericia política. Claro, no quiero decir con esto que quienes gobiernen deban despreciar alegremente a la opinión de los expertos, pero confiar demasiado en la técnica sin sopesar otros factores más allá de los técnicos lleva al desastre.

Un análisis, aunque fuese superficial, de esta insólita campaña electoral norteamericana lleva al observador más desentendido a sacar la conclusión de que el candidato republicano día a día demuestra su falta de consistencia intelectual e incluso emocional. A leguas puede verse en Trump a un demagogo incoherente cuyas principales armas son la mentira y el vituperio. De manera notable se caracteriza también por su carácter irascible, su intolerancia y su volubilidad, pero también es un histrión muy hábil en el manejo de medios. ¿No era entonces previsible que pasaría lo que pasó? Gran payaso mediático, se comió el escenario para hacer del encuentro un acto de campaña. ¿De verdad pensaron Videgaray y compañía que un ególatra monumental como lo es este iba a pedir disculpas aquí y decir a su regreso a Estados Unidos que los mexicanos somos buenos y maravillosos?  

La mayoría de nuestros tecnócratas estudian en Estados Unidos, pero no por eso tienen la curiosidad o interés intelectual de tratar de entender cómo es que funciona política en ese país. Ya lo habían demostrado cuando se negoció el TLC y los funcionarios del gobierno de Salinas apostaban por una reelección de Bush padre sin entender que el tratado tenía que ser aprobado por un Congreso con mayoría demócrata. Hoy lanzaron esta “audaz iniciativa” y el resultado es que en lugar de mandar un mensaje positivo para los mercados humillaron al país, ofendieron a sus gobernados, aniquilaron lo poco que les quedaba de popularidad, agraviaron a la candidata demócrata y, para colmo, acabaron enfrentados con el locazo de Trump al ensartarse en una guerra de twitts.
Ah, y lo peor: todavía no entienden que no entienden

miércoles, 22 de junio de 2016

La Ruleta Rusa de David Cameron




“Bueno, primero iba a votar por salir, como castigo a David Cameron, pero después vino Boris Johnson* a hacer campaña por el Brexit y, bueno, entiéndeme, no soporto su corte de pelo. Es por eso que voy a votar por que el Reino Unido se quede en la UE”.
La anécdota la cuenta Richard Dawkins en el último número de la revista Prospect e ilustra perfectamente bien la frivolidad con la que mucha gente toma el tema de la permanencia o abandono del Reino Unido en la Unión Europea, el cual tiene repercusiones para la humanidad entera. La salida del Reino Unido sería desastrosa para la economía mundial y no solo para los británicos. Según informa el desesperado gobierno de Cameron, entre otras calamidades el Brexit costaría unos 130,000 millones en los próximos cuatro años, se registrarían recortes del gasto público social hasta por 3,000 millones de euros y el otrora gran imperio se vería aislado en la escena internacional. Ahora bien, si tal hecatombe supone para el Reino Unido abandonar la UE, ¿Para qué diablos el referéndum? Se trata de una de las decisiones electoreras más irresponsables de la historia. David Cameron decidió incluirlo en la plataforma electoral del Partido Conservador en la última campaña electoral supuestamente para frenar el auge del partido antieuropeo UKIP, una camarilla de malandrines xenófobos que aparecía demasiado alto en las encuestas, y Cameron no quiso arriesgar. A final de cuentas el actual primer ministro ganó en las urnas, pero la ligera promesita del referéndum hace hoy de ese triunfo una victoria pírrica.
Los referéndums son muy peligrosos. Las campañas rumbo a ellos se prestan mucho más para la demagogia y la manipulación que en el caso de las elecciones normales (y ya es mucho decir). También que dan lugar a una "tiranía de la mayoría", la cual margina de toda posibilidad de representación política a los grupos minoritarios (el famoso “juego de suma cero”).  Los referéndums fuerzan una elección binaria y excluyente entre dos opciones, lo que simplifica el debate de forma considerable. Por eso De Gaulle tenía razón cuando dio que en un referéndum los electores rara vez contestan lo que se les preguntan. En el caso del Brexit, es obvio que mucha gente votará por salir de la UE como protesta contra Cameron, rechazo a la globalización y sus injusticias o bufa nostalgia de la Inglaterra imperial. ¡Queremos que nos devuelvan nuestro país! Claman los demagogos del Brexit, quienes han esgrimido como principal arma el odio a los inmigrantes.  Porque en referéndum hay un ingente componente de frustración y furia, tal como sucede en Estados Unidos con Trump, en Francia con Le Pen, en España con Podemos y un muy largo etcétera. Millones de electores desesperados que siguen cualquier cosa que les ofrezca esperanza, la promesa de que las cosas “van a volver ser como antes”. La eterna convocatoria a los instintos, la futilidad del voluntarismo mágico que pretende lograr lo imposible: un país de nuevo poderoso, sin crisis, con beneficios sociales amplios para todos los nacionales, plenamente soberano y limpio de inmigrantes. Eso sí, la campaña del Brexit omite datos como que, por ejemplo, la fuerza laboral de los trabajadores inmigrantes contribuyó con más de 25,000 millones de euros (más del 6% del total) a la economía del Reino Unido en la última década, según un estudio del University College London.
Y no solo es la ultraderecha. El líder laborista Jeremy Corbyn, oficialmente favorable de la permanencia del Reino Unido en la UE, ha realizado una campaña timorata y ambivalente. Se trata de un izquierdista de la vieja escuela (las viejas ideas de la “nueva” izquierda) que en su oportunidad votó en contra de la integración de su país a la entonces Comunidad Económica Europea. De corazón, Corbyn sigue pensando que la Unión Europea es una “gran conjura del capitalismo”. Además de que apuesta a una dimisión inminente de Cameron si triunfa el Brexit, lo que obligaría a elecciones generales anticipadas. Otro gran irresponsable este Corbyn, como Cameron. ¡Vaya con la frivolidad y pequeñez de miras de los actuales líderes en la nación de Disraelí, Palmerston, Churchill y Gladstone!
La campaña se ha visto sacudida de último momento por el cobarde asesinato de la diputada europeísta Jo Cox a manos de un extremista de ultraderecha que al comparecer ante el juez exclamó: “Muerte a los traidores, Gran Bretaña primero”. Quizá este aberrante acto cambie la tendencia en favor de la permanencia, aunque previamente parecía el Brexit contar con una apreciable ventaja. Como sea, habrá ganado, como en tantas otras partes, el discurso pueril del odio, del nacionalismo ramplón y del echarle la culpa a los demás. La racionalidad en política va a la deriva en pleno siglo XXI.


*Boris Johnson, el oportunista ex alcalde de Londres, uno de los jefes de la campaña del Brexit.

sábado, 18 de junio de 2016

El Error de Keiko



En la pasada elección presidencial peruana se impuso por un suspiro Pedro Pablo Kuckzynski, un tecnócrata muy poco carismático que logró el triunfo principalmente a que supo aglutinar el voto antifujimorista. Como pasa cada vez con más frecuencia en todo el mundo, las elecciones son un ejercicio de votar por quien uno siente que es el menos malo. En caso peruano es el de un sistema de partidos políticos sumamente débil, a pesar de lo cual ha conocido una inusitada estabilidad política y un destacado crecimiento económico en la última década.  Los partidos peruanos no tienen vida más allá de las elecciones y su apoyo electoral no es regular. Esta debilidad se traduce en su completo fracaso en ser adecuados canales de expresión de la sociedad. Con partidos políticos débiles, el lugar de organizaciones políticas que sirvan de intermediación ha sido ocupado por la importancia de personalidades individuales. Desde luego, este fenómeno para nada es privativo del Perú. Una buena cantidad de países latinoamericanos carecen de partidos que, por lo menos, sirvan como un mínimo de referencia ideológica o programática. Incluso en las naciones donde existen partidos presuntamente más arraigados y con mayor peso estructural (como México) la situación partidista es cada vez más precaria. Sin embargo, en Perú la insignificancia de los partidos es aún más extrema

En los últimos diez años Perú creció a un promedio anual del 5%, incluso por encima de Brasil y de Chile. No obstante, un 35% de la población aún vive en la pobreza. La inclusión social es un permanente gran desafío. También es un país que padece de corrupción política generalizada. Los tres últimos presidentes (los que han ejercido después de la caída de Fujimori) Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala, terminaron siendo repudiados por los ciudadanos ya que pese a haber logrado un relativo despegue económico sus administraciones fueron percibidas como corruptas. Por eso es que el fujimorismo ha resurgido con fuerza pese a las históricas tropelías perpetradas por Alberto Fujimori en los noventas. El desgaste de los sucesores jugó a favor del fujimorismo con Keiko aportándole un perfil más democrático y un sesgo populista de rechazo a las “reformas neoliberales” que mucho gustó en los sectores populares.

Pero a pesar de esto, sectores amplios de la sociedad peruana siguen desconfiando del fujimorismo y de su tendencia a aliarse con el crimen organizado. A Keiko se le cayó de las manos un triunfo que, de acuerdo a las encuestas, parecía seguro sobre todo a causa de la investigación periodística que reveló que Joaquín Ramírez, secretario general del partido fujimorista, estaba involucrado en una investigación de la DEA. Acto seguido apareció en televisión de un audio que, como no tardó en descubrirse, estaba manipulado para desacreditar al informante de la DEA. En esta torpeza estuvo involucrado el candidato a la vicepresidencia de Keiko, José Chlimper. Este audio y el intento de tergiversación trajo a la memoria de los peruanos las malas prácticas de Vladimiro Montesinos, la “eminencia gris” de Alberto Fujimori. Keiko pierde la elección por no establecer de forma convincente distancia con la ingente amenaza que representa parea Perú el narcotráfico. No supo desterrar de su entorno a todo aquel sospechoso por lavado de dinero y otras prácticas ilegales. Si aprende la lección, tiene futuro. Además, debe reconocérsele su impecable conducta democrática al reconocer una derrota que en otras latitudes (¡ejem!) habría generado protestas y acusaciones de fraude.


Pedro Pablo Kuckzynski será presidente a los 77 años sin contar, su partido, con mayoría en el Congreso, situación nada extraña en la mayoría de las democracias actuales. Veremos si es capaz de establecer canales de diálogo para relanzar un acuerdo nacional. Deberá, por necesidad, ser receptivo con la izquierda, que le dio un apoyo fundamental hacia la segunda ronda, e incluyente con el fujimorismo, mayoritario en el Congreso. Lo desgastante de estas elecciones hace necesario un estadista que imprima esperanza, espíritu de unidad y talante incluyente. No será fácil.

jueves, 26 de mayo de 2016

El Impeachment a Dilma y el “Presidencialismo de Coalición”




La escandalosa caída de Dilma Rousseff ha abierto nuevamente la polémica en torno a la viabilidad del sistema presidencial. Se critica al presidencialismo porque, presuntamente, propicia la personalización del poder, da lugar a una legitimidad democrática dual parlamento/presidente, establece mandatos rígidos y prevalece en él un “juego de suma cero” donde el jefe del Ejecutivo puede integrar a su gobierno exclusivamente con miembros de su partido sin importar el margen con el que haya obtenido la victoria en las urnas. Pero un análisis de la experiencia histórica reciente de América Latina nos demuestra la insuficiencia de datos empíricos para sustentar la afirmación de que el sistema presidencial irremediablemente lleva al caos.
No todos los presidencialismos son idénticos. En cada país el sistema presidencial se adapta a las circunstancias nacionales específicas, creándose así diferentes variantes. En algunos casos se han adoptado algunos rasgos propios de los sistemas parlamentarios que coadyuvan a la implantación de una relación más fluida entre el Ejecutivo y el Legislativo, tales como el nombramiento de un primer ministro políticamente responsable -en mayor o menor grado- ante el parlamento; la aprobación de los miembros del gabinete por parte del Poder Legislativo; la censura parlamentaria a los miembros del gabinete; y la solicitud gubernamental de la cuestión de confianza al Legislativo. Pero el mecanismo que ha resultado clave en la renovación del presidencialismo latinoamericano es la capacidad demostrada por los partidos de formar coaliciones estables de gobierno, lo que algunos analistas han llamado “presidencialismo de coalición”.

El estudio de las coaliciones se ha circunscrito casi siempre a los sistemas parlamentarios, donde su conformación es casi siempre un imperativo institucional, y se relega su importancia en los regímenes presidenciales. La formación de coaliciones es hoy clave en la consolidación de los presidencialismos latinoamericanos. Desde principios de los años sesenta a la fecha se han formado casi 90 coaliciones en América Latina, destacando los casos de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Uruguay. El éxito del presidencialismo de coalición llevó a México a aprobar una reforma constitucional en virtud de la cual el presidente tiene la facultad de optar “en cualquier momento” por formar un gobierno de coalición.
Particularmente exitosa había sido la experiencia de Brasil en el presidencialismo de coalición, país que vivió una estabilización palmaria durante los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso, Luis Ignacio “Lula” da Silva y el primer mandato de la propia Dilma. Las coaliciones contribuyeron al funcionamiento del régimen democrático al garantizar a los gobiernos un apoyo parlamentario efectivo y estable para sus políticas, factor que redujo considerablemente los riegos de inestabilidad producto de un eventual enfrentamiento entre los Poderes del Estado. Sin embargo, esta estabilización tuvo un precio: las alianzas se lograban en buena medida gracias que se “aceitaban” mediante pactos clientelares y tolerancia a la corrupción, defecto que, por cierto, mucho se ha visto en regímenes parlamentarios (Italia y Japón son buenos ejemplos de ello). Hoy que ante la crisis económica se ha desvergüenzas añicos la coalición de gobierno en Brasil, los críticos del presidencialismo han vuelto al ataque, pero a pesar de lo desenfrenos a veces grotescos del impeachment a Dilma, lo cierto es que no se ha verificado todavía una debacle institucional. En todo caso, los electores sabrán cobrarle en las urnas a aquellos políticos y partidos que hayan cometido desvergüenzas y atropellos.


El presidencialismo de coalición ha demostrado su efectividad y no debe ser abandonado como opción de estabilización política, mucho menos ahora que los partidos tradicionales encaran una profunda crisis de credibilidad y que la ciudadanía es cada vez más plural y exigente. 

viernes, 1 de abril de 2016

Malos Vientos

Malos, muy malos vientos corren por el mundo y lo seguirán haciendo por algún tiempo, no cabe duda. Los atentados terroristas en Bruselas servirán para fortalecer electoralmente, todavía más, a los partidos xenófobos y anti-inmigracionistas en Europa. Asecha la pesadilla de ver a Marine Le Pen presidenta de la otrora gloriosa Quinta República francesa, como también es ahora más factible que se robustezcan regímenes “iliberales” de corte autoritario-nacionalista como el de Vladimir Putin en Rusia, Victor Orban en Hungría, Jaroslaw Kaczynski en Polonia y Recep Tayyip Erdogan en Turquía. También se agrava el deterioro de la Unión Europea y hace más probable el triunfo del No en el próximo referéndum británico. Sin embargo, no me queda claro que la incidencia terrorista en Europa favorezca a Donald Trump en la campaña electoral de Estados Unidos.
Desde tiempos inmemoriales el miedo ha sido utilizado como uno de los principales instrumentos de los partidos políticos en sus intentos por ganar elecciones. Atentados terroristas dan la oportunidad a los gobiernos de mostrarse “fuertes y decididos” frente al peligro y de aparecer como la opción más segura en momentos de incertidumbre. Así sucedió, por citar sólo algunos de los casos más connotados y recientes, en Estados Unidos con el 11 de septiembre, en Rusia con los atentados chechenos y en Turquía -apenas el año pasado- con los bombazos perpetrados por fundamentalistas. El miedo es el recurso favorito de los partidos de derecha y extrema derecha. Les da la oportunidad de justificar su hábito de culpar de los males del país a los inmigrantes, a las influencias externas, a los enemigos identificados, etc. Para las opciones más conservadoras, el miedo ha tenido siempre un efecto movilizador sobre los propios votantes y una secuela desmovilizadora sobre los votantes más moderados y liberales. Cuando la seguridad rebasa a otros temas dentro de la lista de preocupaciones del electorado (economía, bienestar social, empleo, libertades ciudadanas), los beneficiarios son los postulantes de la mano dura. Por otro lado, un mal manejo en torno a un acto terrorista puede ser extremadamente contraproducente para el partido que lo intenta, y ahí está el gobierno de Aznar y su torpe actitud ante los atentados del 11 M para probarlo.
Todo esto nos invitaría a pensar que los atentados de Bruselas favorecerían a un candidato radical de supuesta “mano dura” como Donald Trump, que propone erigir muros en las fronteras reducir a cenizas al Estado Islámico y de fortalecer “como nunca” la defensa nacional. El millonario ha llegado a declarar que no excluye el uso de armas nucleares para terminar con ISIS. Sin embargo, me parece que a largo plazo el tema de la lucha contra el terrorismo se le puede revertir a Trump y convertírsele en una desventaja. Cierto es que los republicanos han dedicado sus críticas más feroces contra la administración Obama por su presunta “debilidad en política exterior”, y que Hillary Clinton fue por cuatro años jefa de esta diplomacia norteamericana que ha sido tan cuestionada. Pero la inexperiencia de Donald Trump en estos terrenos es absolutamente palmaria, al grado que constituye una de sus principales debilidades. Los fanfarroneos a la Trump pueden impresionar de entrada, pero no pueden sostenerse por mucho tiempo si no van acompañadas de estrategias más sustantivas. Por eso el impresentable Ted Cruz y el gobernador Kasich señalan insistentemente a la novatez de su adversario y advierten que no es posible confiarle el mando de las fuerzas armadas del país más poderoso del mundo a un hombre tan ignorante y sin experiencia, aún menos en momentos críticos como los que se viven ahora.
Trump ha dicho, con la grandilocuencia que le caracteriza, que contratará “a los mejores expertos que hay en Estados Unidos, pero no ha dado nombres. Cuando alguien le preguntó por su equipo de asesores en política exterior, dijo textual: “Sí, hay un equipo, bueno, no, no hay un equipo. Pero voy a montar uno cuando llegue el momento. Yo hablo conmigo mismo, en primer lugar, porque tengo un buen cerebro y he dicho un montón de cosas. Mi principal asesor soy yo mismo y tengo, como sabes, un buen instinto para estos asuntos”. Por otra parte, quien ha dado la cara últimamente por el trumpismo en temas de política exterior es Newt Gingrich, quien posee un profundo conocimiento de historia universal y política internacional. Pero eso no basta. El carácter vesánico de Trump va a acabar por asustar a más electores de los que pueda convencer. Seguramente le alcanzará para ganar la nominación republicana, pero le va a desfavorecer hacia noviembre. O al menos, eso espero.

martes, 22 de marzo de 2016

De Winston Churchill a Donald Trump, auge y decadencia de las elecciones



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