jueves, 27 de marzo de 2014

España: Regresión Autoritaria

 
Hoy, muerto Adolfo Suárez y a casi cuatro décadas de la transición, da asco ver a España sumergida en una pavorosa regresión autoritaria.
 

El G8 menos Rusia


 
La participación de Rusia como miembro del G8 ha sido suspendida como consecuencia de la invasión a Crimea. En realidad la membresía rusa al que alguna vez fue conocido como el “club del poder” fue una anomalía desde el principio y a nadie debe sorprender ahora este divorcio, pero debe preocuparnos que Rusia quede aislada de esta manera. ¡Pobre Yeltsin! se pasó años negociando con las potencias capitalistas su entrada a tan prestigiado y exclusivo círculo de potencias sólo para que se lo escatimaran groseramente año tras año. Durante los noventas se hizo famoso el término del “G7+1”, que denotaba claramente una cierta discriminación hacía el gigante ruso y su etílico presidente, al que dejaban participar en las cumbres como un añadido y únicamente después de que se trataban los temas financieros y comerciales. Fue hasta 1998 que se concretó la ampliación del G7 a Rusia, impulsada por Tony Blair y Bill Clinton, quienes pretendían impulsar a Yeltsin a continuar con sus reformas para impulsar en su país una economía de mercado capitalista y la implantación de una democracia liberal plenamente efectiva. Por otra parte, la inclusión de Rusia significó un premio a Yeltsin por no haber obstaculizado el ingreso de los países bálticos (Lituania, Estonia, Letonia) a la OTAN.


Una de dos: o Rusia jamás debió haber entrado al G7, o el G7 debió primero modificar sus bases y objetivos para entender que integraba a un país que salía de un largo régimen totalitario y que carecía de una economía funcional y de tradiciones democráticas, pero que no había dejado de ser una potencia mundial con intereses imperiales. Le ha faltado a occidente buenas dosis de realpolitik en su tratamiento a Rusia. Fue el G7 un instrumento concebido en la lógica de la Guerra Fría, y sus miembros eran aliados que compartían valores económicos y políticos similares de apoyo de la democracia multipartidista y respaldo de la economía de mercado, ah, y que tenían un enemigo común: la Unión Soviética. Terminada la Guerra Fría  el club terminó por hacer la apuesta estratégica suponiendo que Rusia se moría por adoptar estos mismos valores. Pensaban que esta era la mejor forma de contribuir a fortalecer la trayectoria de Rusia hacia el buen gobierno, la libertad política y el comportamiento internacional responsable. Hoy venmos como esta estrategia fracasó estrepitosamente, y buena parte de la culpa la tiene occidente por haber asumido una actitud demasiado soberbia y condescendiente con la que, a fin de cuentas, es una potencia mundial, al menos en lo militar.  Evidentemente, también tiene gran responsabilidad en este fracaso la oligarquía que se ha hecho del poder en Rusia, absolutamente ajena a cosas como la democracia o el libre mercado. No existe por tanto la comunidad de intereses que caracterizó al G7.
 
Bajo la presidencia de Putin han sido acalladas y reprimidad de diversas formas las voces de la oposición, incluidos los disidentes políticos y religiosos, homosexuales y lesbianas, los periodistas y los líderes de negocios de mentalidad independiente. Incluso la economía rusa, con su abrumadora dependencia de los hidrocarburos, apenas califica como "industrializada” o “moderna”, ya por no hablar de competividad. Y en cuanto a su política exterior Rusia ha dejado claro que no es un miembro responsable de la sociedad internacional.

El ataque de Moscú en Crimea no sólo viola un principio cardinal de la orden europea de posguerra contra el uso de la fuerza para reorganizar las fronteras nacionales, sino que también demuestra el desprecio de Putin por las normas internacionales que el G-8 siempre pretendió encarnar.

Pero, a fin de cuentas, Rusia sigue ahí como una superpotencia militar capaz de destruir varias veces al mundo con el enorme arsenal nuclear que posee. ¿Qué debe hacer occidente? Por lo pronto, no puede darse el lujo de dejar de dialogar. Quizá el formato del G8, para muchos obsoleto, no sirva a este propósito, pero debe buscarse un formato más eficaz que ayude a occidente a dialogar directamente con Rusia.

domingo, 2 de marzo de 2014

Crimea: El Regalo Envenenado de Nikita Kruschev


 

Las cosas en Ucrania se están poniendo al rojo vivo y debe admitirse que parte de la responsabilidad es de Occidente. Desde luego que las añoranzas imperiales del gobierno de Putin mucho tienen que ver con la descomposición de la situación tanto en Ucrania como en otras regiones de la ex URSS y de la propia Rusia, pero el menosprecio y las omisiones del gobierno de Obama y de la UE, en  flagrante olvido de que Rusia cuenta – y mucho- en el tablero internacional han contribuido de forma decidida a la formación de la actual crisis. Ni Estados Unidos ni Europa deberían ser tan simplistas al tratar el problema de Rusia. Bastantes errores se han cometido por ningunear a una Rusia humillada y acomplejada

Lo que se juega hoy en Ucrania trasciende sus límites geográficos para expresar un gran desafío estratégico. Se trata de la puerta al Cáucaso, región que posee la segunda reserva mundial de hidrocarburos. Y en el destino de toda esta importante zona la península de Crimea es vital. La situación de Crimea es sumamente explosiva. Pertenece a Ucrania, pero la mayoría de sus habitantes son rusos. Tras ser conquistada en la década de 1770 por el imperio zarista, fue colonizada fundamentalmente por rusos, que se sumaron a los tártaros, judíos y otras minorías que ya vivían allí. En el XIX fue escenario de la espectacular derrota de las tropas británicas en la batalla de Balaclava, cuando la famosa carga de caballería de la Brigada Ligera contra los batallones de artillería e infantería rusos, acabó en un desastre sin paliativos debido a la prepotencia, estupidez y escasa preparación del mando inglés. Aquella batalla alimenta el imaginario de una Rusia fuerte, del mismo modo que lo hace el sitio de Sebastopol, en aquella misma guerra de Crimea, cuando la ciudad desplegó una resistencia épica al asedio que la sometieron franceses y británicos durante un año. Vale la pena recordar que aquella guerra, que se libró entre 1853 y 1856, tenía su origen en la sospecha británica de que Rusia ambicionaba los Balcanes y en particular Turquía aprovechando la decadencia ya patente e imparable del imperio otomano.

Stalin, que quiso que el reparto de las zonas de influencia después de la Segunda Guerra mundial entre el primer ministro británico, Winston Churchill: el presidente estadounidense Franklin Roosvelt, y él mismo se firmara en Crimea, en Yalta, hizo pagar un precio muy alto a parte de la población de la península cuando expulsó a los tártaros a Asia central por considerarlos colaboracionistas de los nazis. En 1954, el dirigente soviético Nikita Jruschov (como decíamos, ucraniano) dio un giro a la historia de aquella península que hasta entonces había pertenecido a Rusia, al regalarla a Ucrania. Actualmente, la mayoría de los casi dos millones de habitantes son de origen ruso, el 25% son ucranianos, mientras que los tártaros que han empezado a regresar en los últimos años constituyen el 13%. Como se ve los ucranios no alcanzaron un número destacado hasta que en los años cincuenta –después del “regalo”- muchos de los habitantes de Ucrania occidental fueron trasladados de manera forzosa a la península. Cuando Ucrania logró su independencia en 1991, Moscú y Kiev se dividieron la flota y Ucrania alquiló tres de las bases a Rusia. Dicha flota está compuesta por unos 80 buques y 15,000 hombres. Hoy, Crimea es escenario axial  en una preocupante escalada del conflicto ucraniano, y Occidente sería muy irresponsable si soslaya los importantes antecedentes históricos y trata el asunto únicamente desde un punto de vista maniqueo o simplista de “Potencia abusadora contra país chico vulnerable”. Esa ha sido la óptica del Departamento de Estado y de la UE. Es de esperar que la actitud cambie.