martes, 22 de diciembre de 2020

Polonia y Hungría: nacionalismo y dictadura

 

 


Hungría y Polonia son desde hace años un dolor de cabeza para la Unión Europea debido al surgimiento de dirigentes populistas dedicados a socavar la democracia en pleno corazón del viejo continente. Ambos países tenían paralizadas  las negociaciones para aprobar tanto los presupuestos europeos para los próximos siete años como el Fondo de Recuperación de 750 mil millones de euros destinado a paliar los efectos de la pandemia del Covid en todos los países miembros. Esta actitud se debía a una disputa en torno al llamado  Mecanismo de Protección del Estado de Derecho, un instrumento el cual permite a la UE, en casos excepcionales, congelar los fondos comunitarios a los países cuyos gobiernos violen el Estado de derecho o los valores comunitarios democráticos. Este instrumento es considerado como una amenaza directa por los gobiernos populistas húngaro y polaco. La negociaciones, finalmente se destrabaron, pero quedó una nueva constancia de las enormes dificultades de Europa con esta pareja de socios díscolos.

¿Cómo estos dos países ex comunistas cayeron en su actual deriva autoritaria cuando, inclusive, sus líderes actuales, Jaroslaw Kaczynski en Polonia y Viktor Orbán en Hungría, combatieron tenazmente contra los regímenes totalitarios impuestos en sus respectivos países por la URSS tras la Segunda Guerra Mundial? Muchos analistas apuntan a la necesidad de Hungría y Polonia de reivindicar sus identidades nacionales y fortalecer su soberanía, minusvaloradas por mucho tiempo por los imperios austrohúngaro, ruso y soviético. Justifican los líderes nacionalistas el nuevo autoritarismo con la presunta necesidad de “proteger” a sus ciudadanos de posibles “nuevas colonizaciones” y señalan a Europa occidental como la posible nueva potencia hegemónica. Por ello se han dedicado a endurecer las legislaciones nacionales con medidas cada vez más restrictivas contra la libertad de prensa, opinión y educación y se han dedicado a debilitar la división de poderes, Actualmente Hungría y Polonia viven una democracia Iliberal donde si bien es cierto se celebran elecciones periódicas y la Constitución formalmente consagra un régimen democrático, los gobiernos recortan libertades a sus ciudadanos, acosan a la oposición y establecen una vigilancia cada vez más rígida en los renglones social, cultural y educativo con el pretexto de las amenazas a la integridad territorial e identitaria nacionales.

Sin embargo, desde hace un par de años hay visos de cambio. algunos sectores de la sociedad en el mundo de la cultura y la educación han comenzado a organizarse y han adoptado estrategias de resistencia parecidas a las asumidas por los disidentes en los tiempos de la lucha anticomunista, las cuales aun se conservan en el imaginario colectivo, tales como la desobediencia civil y resistencia pacífica. Estas movilizaciones de protesta son fundamentalmente de carácter urbano, en contraposición a los ámbitos rurales, más conservadores y fieles a los gobiernos popular-nacionalistas.


Pedro Arturo Aguirre

Hombres Fuertes  23/XII/20

 

Los coletazos finales de Trump

 



El hombre fuerte de Marruecos es su rey, Mohammed VI, y no solo porque ostenta lo corona. La Constitución del país le reconoce “su misión divina y personalidad inviolable y sagrada” y le otorga tanto la suprema autoridad religiosa como extensas prerrogativas políticas, muy superiores a las de los monarcas parlamentarios europeos, y aunque una reforma efectuada a la Carta Magna durante la Primavera Árabe significó una reducción en los poderes de la Casa Real en beneficio del primer ministro, en los últimos años Su Majestad ha sabido recuperar e incluso incrementar su tradicional autoridad.

Con Mohamed VI (rey desde 1999) inició un proceso de modernización. En dos décadas el país registró un considerable crecimiento económico, las infraestructuras se modernizaron, la deuda externa se redujo y se verificó una exitosa liberalización de las telecomunicaciones. Pero el progreso se ha ralentizado desde 2011y sectores importantes de la población siguen rezagados. El Índice de Desarrollo Humano es bajo, muchas regiones del país siguen desamparadas, un tercio de los marroquíes es analfabeto y poco se ha hecho para reformar las administraciones pública y de justicia.

En lo concerniente a los derechos humanos la situación es precaria. Cierto, se ha liberado a algunos presos políticos, hay menos desapariciones forzadas, Marruecos firmó la convención internacional contra la tortura y se adoptó un nuevo código familiar con nuevos derechos para las mujeres, restringiendo la poligamia y facilitando el divorcio. Pero en la práctica las violaciones siguen siendo constantes y se aún ve remota una genuina equidad de género.

El tema de la violación a los derechos humanos es particularmente grave en el Sahara Occidental, ocupado militarmente por Marruecos desde 1975. La ONU ha declarado ilegal esa ocupación y  considera a esta región un "territorio no autónomo", en proceso de descolonización y en espera de un referéndum de autonomía, el cual nunca llega. La situación saharaui es desesperada, sobre todo la de los más de 170 mil refugiados asentados en la zona de Tindouf, en territorio de Argelia. Estados Unidos había apoyado desde el inicio del conflicto la postura de la ONU. Ya no. A Donald Trump su inmenso (y herido) ego le exige acrecentar en la mayor medida posible su “legado” presidencial. Por eso a pocas semanas de abandonar la Casa Blanca ha decidido dar un “coletazo” internacional. La semana anunció su apoyo a las ilegales ambiciones territoriales de Marruecos a cambio de su reanudación relaciones diplomáticas con Israel.

La actitud representa un severo golpe para las aspiraciones del pueblo saharaui y al derecho internacional. Tocará a Biden decidir si mantiene esta actitud, la revierte a riesgo de descarrilar la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel, o mantener el compromiso pero imponiendo condiciones a los países implicados.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en Hombres Fuertes 16/XII/20

¿Rumbo a la guerra civil?

 



 Donald Trump, arquetipo del narcisista maligno, dejará la Casa Blanca desplegando una actitud asaz egoísta y destructiva. Intenta dejar a su sucesor un campo minado y deteriorar a ultranza las instituciones del país. La idea es hacer Estados Unidos ingobernable. Es una transición de tipo “neroniana”, con el psicópata emperador tocando la lira mientras arde Roma. Sin embargo, para algunos optimistas los rumores sobre la muerte de la democracia estadounidense son prematuros. A final de cuentas, Trump perdió, nos dicen. Pero los eventos post elección son síntomas inequívocos de una grave enfermedad. Hay ingentes tensiones entre lo urbano y lo rural, blancos y negros, elitistas y “pueblo”, cosmopolitas y nacionalistas. Y, sí, hay un riesgo significativo de violencia.

En Estados Unidos la gente está armada hasta los dientes y las ventas de armas se han disparado en los últimos meses. Aunque nadie augura una guerra civil abierta, sí puede intensificarse una especie de “conflicto civil de baja intensidad” el cual ya está presente y podría prolongarse durante años con  ciberataques, campañas de difamación, divulgación de teorías conspirativas aun más absurdas, desobediencia civil, agresiones racistas y de toda índole de violencias, incluso asesinatos selectivos.

Millones de republicanos “de base” creen a pie juntillas en la teoría del fraude electoral de Trump, aunque su cruzada judicial contra los comicios es todo un esperpento. El torpe equipo legal del presidente ha perdido en todas y cada una de las demandas presentadas en los estados donde el resultado electoral fue reñido. Pese a ello, el presidente saliente ha recaudado más de 200 millones de dólares a favor de un comité destinado a  favorecer sus actividades pospresidenciales. Trump aparece como el claro favorito para ser el candidato presidencial republicano en el 2014. Claro está, sus infinitos problemas legales podría acabar con sus aspiraciones futuras: las deudas de su grupo empresarial, temas de obstrucción a la justicia, fraude fiscal, financiación ilegal de campaña. Sin duda va a procurar perdonarse a él mismo y a su familia, pero no será posible hacerlo tratándose de delitos como fraude fiscal y bancario. De ahí parte de su obsesión (aparte de su narcisismo) por desplegar esta violenta y atrabiliaria cruzada contra el “fraude”. Claro, sería delicioso verlo procesado y condenado por todas sus tropelías, aunque no se descarta un exilio vergonzante, como ha sucedido con tantos dictadores y presidentes corruptos de por aquí y por allá.

Los retos para Biden son hercúleos. Mucho le ayuda su pragmatismo. Carecer de una visión política fija le servirá para tratar de cuadrar el muy difícil círculo de encontrar suficientes republicanos dispuestos a cooperar en su programa de gobierno y en iniciar una reforma estructural de las lastimadas instituciones. Quizá sea demasiado peso para sus envejecidos hombros.

Pedro Arturo Aguirre

Publicado en Hombres Fuertes 9/XII/20

El Calígula de Bangkok

 




Desde que ascendió al trono de Tailandia en 2016, el excéntrico rey de Maha Vajiralongkorn (Rama X) pretende reimplantar la monarquía absoluta. Ha asumido el mando efectivo de las fuerzas armadas, tomado el control personal de las propiedades de la corona y sus intervenciones en política son cada vez más frecuentes y arbitrarias. Como consecuencia, desde el verano de este año -y a pesar de la pandemia- han estallado multitudinarias protestas exigiendo el fin de los abusos de Su Majestad.

La monarquía absoluta terminó en 1932 para dar paso a un sistema formalmente democrático, aunque sumamente inestable. Desde entonces Tailandia ha sufrido doce golpes de Estado, redactado veinte constituciones y el ejército se ha erigido en el árbitro final de la política. El rey Bhumibol (Rama IX, padre del actual rey) gozó del cariño del pueblo porque siempre supo manutenerse respetuoso de su papel constitucional, pero Maha Vajiralongkorn tiene todos los rasgos de un decadente emperador romano. Obliga a sus colaboradores a arrastrase en su presencia, manda afeitar las cabezas de los cortesanos desobedientes y nombró a su perrito caniche Foo Foo “mariscal del aire”. Para enfrentar al Covid decidió encerrarse en un lujoso castillo en Baviera con una veintena de concubinas.

Este nuevo Calígula ha tenido cuatro esposas. Los divorcios con las tres primeras fueron asaz escandalosos. Pocos meses después de su cuarto matrimonio elevó a una concubina a la condición de "noble consorte real". Es la primera mujer en tener este título desde la implantación en Tailandia de la monarquía constitucional. Dicha mujer cayó de la gracia poco después de su elevación y desapareció de la vista pública por varios meses, pero en septiembre fue reinstalada y declarada "no contaminada".

La deriva autoritaria en Tailandia no empezó con el rey “bala perdida” actual. En 2014 un golpe de Estado (uno más) reimpuso la ley marcial y disolvió al movimiento Futuro Adelante, el cual enarbolaba un discurso antimilitarista. Pero desde la llegada de al trono la tendencia es a una concentración de poder en manos del monarca. Este año la gota derramó en el vaso. Estallaron las protestas. El 14 de octubre miles de manifestantes marcharon frente a la Casa de Gobierno. Esa noche el gobierno decretó el Estado de emergencia, prohibió las reuniones de más de cuatro personas y censuro la información sobre temas "dañinos a la seguridad nacional". Advirtió a los manifestantes sobre la vigencia de una ley de delitos “lesa majestad” por la cual quienes insulten a la monarquía pueden ser procesados y condenados a penas de hasta quince años de prisión. Pero lejos de menguar, el movimiento crece y ahora incluye la remanda de una Constitución democrática, el fin  del régimen militar y una reforma a la monarquía.

Pedro Arturo Aguirre 

publicado en Hombres Fuertes 2/XII/20

Evo: La Sombra del Caudillo

 




Hace unos días tomó posesión de la presidencia de Bolivia Luis Arce, artífice de las reformas que llevaron al despegue económico del país andino durante los años del gobierno de Evo Morales. Durante sus años de gestión como ministro de Economía se incrementaron las reservas internacionales, se amplió la clase media y se registraron tasas de crecimiento sin precedentes, pero no se cumplió con la promesa de diversificar la economía nacional. Hoy, Bolivia sigue dependiendo en extremo de la explotación, muchas veces abusiva, de las materias primas.

Arce logró una apabullante victoria en las urnas en buena medida gracias a la notable incompetencia del Gobierno de transición encabezado por Jeanine Áñez, quien aplicó torpes medidas enfocadas tratar de revertir las políticas de Evo Morales, reprimió de forma salvaje manifestaciones en su contra y gestionó de forma catastrófica la pandemia del coronavirus.

La postulación de Arce como candidato del Movimiento al Socialismo (MAS)  tuvo sus dificultades. El nuevo presidente es un académico de clase media, no un militante de las organizaciones sindicales y campesinas las cuales conforman gran parte de las bases del MAS. Logró ser candidato exclusivamente gracias a la insistencia de su mentor, Evo Morales. Es decir, sus bases reales de sustentación y autonomía política son cuestionables. Esto es grave porque los retos de Arce como presidente son ingentes. Recibirá una economía muy castigada por la crisis del coronavirus y una sociedad gravemente polarizada. Bolivia se enfrenta a su peor recesión desde los años ochenta y la situación actual es muy diferente a la experimentada por el país en los buenos tiempos, cuando los precios de las materias primas estaban por las nubes. La pandemia ha reducido el comercio de las materias primas a nivel global, perjudicando mucho a los países productores. Asimismo, la oposición boliviana se ha fortalecido, sobre todo un sector de extrema derecha encabezado por el empresario Luis Fernando Camacho. El nuevo presidente deberá procurar un gobierno menos confrontacionista para ampliar su base social y calmar los ánimos en el país.

Pero ello se ve difícil. El principal reto de Arce será lidiar con la sombra del caudillo. La megalomanía de Evo Morales es grande, se siente un “líder indispensable elegido por la historia”. Según el nuevo presidente, Evo se mantendrá al margen del gobierno, pero tal cosa es imposible de creer. Véase si no: Morales adelantó su regreso a Bolivia y organizó para ello una marcha triunfal de tres días con una caravana formada por más de 800 vehículos la cual recorrió más de mil kilómetros desde la frontera con Argentina (donde lo despidió el presidente Alberto Fernández) hasta Chimoré, enclave cocalero en Cochabamba donde los recibieron unas 100 mil personas ¡Ni Napoleón tras su regreso de Elba!

Pedro Arturo Aguirre

Columna Hombres Fuertes publicada 18/XI/20


miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Comienza el Ocaso de los Hombres Fuertes?

 



La victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales constituye una buena noticia para quienes consideramos a la democracia como el mejor sistema de gobierno, pero Trump deja a su país y al mundo un pernicioso legado. El encono y la discordia política amenazan paralizar la vida institucional de Estados Unidos por años. Biden promete reconciliación y los más optimistas apuestan por considerar a Trump como una mera "aberración histórica" la cual se podrá superar con algo de esfuerzo y buena voluntad. Pero la aún principal potencia del mundo está contaminada por el odio y de ello Trump no es el único responsable, sino sólo es síntoma de una crisis mucho más profunda.

Más de setenta millones de estadounidenses votaron y aún hoy defienden con locura a quien muy probablemente sea considerado por los historiadores del futuro el peor presidente en la historia del país. Nada impidió a los trumpistas idolatrar a su chocante adalid: ni su mitomanía, ni su corrupción, ni su notable incompetencia, ni su abierto cinismo y crasa vulgaridad, ni la catastrófica mala gestión de la pandemia, parcialmente responsable de las más de 220 mil muertes. Creyeron y todavía creen en el universo paralelo de verdades alternativas creado por este personaje y divulgado con fruición por múltiples medios radicales activos en internet. Nunca antes en la historia un presidente había dañado tanto al tejido de la democracia estadounidense en tan poco tiempo. Tomará años reparar el daño. Además, se cierne sobre la todavía potencia más importante del mundo la sombra de la violencia política.

Narcisista y mal perdedor, Trump clama fraude y  ha iniciado una serie de erráticas iniciativas legales con el fin de torcer el resultado, pero ninguna argucia prosperará sin el apoyo decidido y unificado del Partido Republicano y éste no “come lumbre”, mucho perdería si se decidiera a “quemar la casa” por defender a ultranza al vesánico presidente. Pero en la oposición los republicanos difícilmente retomaran el camino de la institucionalidad democrática. Lo más deseable sería ver a republicanos y demócratas reaprender a trabajar juntos y alcanzar acuerdos tal y como lo hicieron durante décadas. Pero tal esperanza es quimérica. Difundir el odio reditúa en las urnas. Los republicanos seguirán en la senda de la demagogia y la verdad alterna.

La derrota de Trump tendrá repercusiones mundiales. Al desaparecer del escenario el principal populista global cabe la esperanza de un rebrote de la democracia y de contemplar el principio del ocaso de esta época de hombres fuertes y nuevos autoritarismos. Pero las cosas no son tan sencillas. Tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo falta recorrer un muy largo y difícil trecho en la tarea de la reconstrucción democrática.


Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombre Fuertes

11 noviembre 2020


 

La Sombra de Pinochet

 




El régimen de “hombre fuerte” terminó en Chile en 1990 cuando el general Augusto Pinochet fue relevado en la presidencia por el democristiano Patricio Aylwin y desde entonces ha regido en Chile una democracia funcional, dicha sea la verdad, sobre todo si la comparamos con los fallidos experimentos ocurridos en muchas naciones del entorno latinoamericano. Sin embargo, a pesar de los años de estabilidad política y económica logrados por Chile en las últimas décadas, su democracia ha sido incompleta, y no tanto debido a los “enclaves autoritarios” heredados de la dictadura y plasmados en la Constitución hoy rechazada, sino por las omisiones concernientes a las obligaciones sociales del Estado y la persistente presencia de una cierta cultura autoritaria

La Constitución chilena careció de legitimidad de origen por ser herencia de la dictadura. Contenía disposiciones autoritarias erradicadas en su mayoría en 2006 durante la presidencia de Ricardo Lagos. Se hicieron 58 enmiendas tales como suprimir a los senadores designados y vitalicios, restituir la facultad presidencial para remover a los jefes de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, modificar al Tribunal Constitucional, acortar el periodo presidencial y derogar al injusto sistema electoral llamado “binominal”. Pero no se hizo nada en lo concerniente a los derechos sociales. El texto constitucional conservó la idea de un “Estado subsidiario” el cual no provee directamente prestaciones de salud, educación o seguridad social.

El domingo los chilenos votaron abrumadoramente por redactar una nueva constitución, ello como resultado del estallido social iniciado en el país desde el año pasado. Las protestas surgieron en demanda de los derechos públicos no garantizados por la Constitución. El simple hecho de elevar a rango constitucional dichos derechos no soluciona todos los problemas cual si de una panacea se tratase, pero, quizá, represente un primer paso en el camino correcto.

La "convención constitucional” será integrada por 155 miembros, mitad hombres y mujeres, a través de elección directa. Será el primer órgano paritario en redactar una Constitución en la historia. Un sector de los representantes estará reservado para las minorías étnicas.

La transición a la democracia en Chile ha sido un episodio complejo debido, primero, a la presencia y protagonismo del ex dictador en la vida política del país, y su muerte no implicó la desaparición de su oscuro legado. Los años subsiguientes los gobiernos de la Concertación avanzaron con paso firme en la consolidación de la democracia, pero siempre debieron bregar contra el recuerdo de un turbulento pasado. Pinochet proyecta una larga y persistente sombra no solo en las instituciones, sino también en la conciencia moral del país. La dictadura dejó un pesado legado de rencor y actitudes autoritarias e insolidarias. El gran reto chileno es, a la par de construir un Estado bienestar, borrar esta ominosa sombra.

Pedro Arturo Aguirre 


Publicado en la columna Hombres Fuertes

28 de octubre 2020

lunes, 19 de octubre de 2020

Regreso a la Normalidad

 






La principal tesis de campaña de Joe Biden es el presunto deseo de una mayoría de estadounidenses de un “regreso a la normalidad”. Esto parecería contradictorio. Recuérdese como Donald Trump llegó a la Casa Blanca apenas hace cuatro años precisamente enarbolando las banderas del cambio radical y con el ofrecimiento de enterrar definitivamente a la clase política tradicional. ¿De verdad se ha apoderado de Estados Unidos una nostalgia por los “Business as Usual”? Pues al parecer hay mucho de eso. Estos últimos cuatro años han sido turbulentos. Trump estresa a sus gobernados porque su régimen ha sido catastrófico y su personalidad es insolente y confrontacionista. Tanta estridencia cansa, por eso en uno de los anuncios de la campaña demócrata se pregunta a los ciudadanos: “¿Se acuerdan cuando no teníamos que preocuparnos por el presidente todos los días?”

La administración Trump ha sido incompetente y disfuncional. Se multiplican las malas decisiones en políticas públicas Otro de sus rasgos es la inestabilidad, manifiesta en los constantes cambios de colaboradores. Su nativismo ha minado el liderazgo estadounidense en el mundo. Sus obsesivos intentos por suprimir el Obamacare le han resultado contraproducentes en virtud a la inusitada popularidad adquirida por este programa. Su desprecio por la ley es palmario. La mentira es esencial en el estilo de gobierno. Trump abusa de los recursos estatales para beneficio personal. Padece de una megalomanía galopante. Es grosero, racista y sexista. Tiene una base ultranacionalista blanca a la cual adula y protege. Por carecer de empatía es absolutamente incapaz de desempeñar el papel simbólico del presidente como gran unificador del país. Ello le impide ser una inspiración nacional, sobre todo en momentos difíciles.

Hace precisamente 100 años, en los comicios presidenciales de 1920, el regreso a la normalidad (Back to Normalcy) fue el lema  con el cual ganó el entonces candidato republicano Warren Harding. El público estaba cansado de los años de la Primera Guerra Mundial, de la gripe española y del excesivo activismo internacionalista del presidente Woodrow Wilson. Harding, candidato poco carismático y aburrido como Biden, ofreció “No heroicidad, sino normalidad; no agitación, sino ajuste; no exaltación, sino serenidad; no lo dramático, sino lo desapasionado”. Más o menos esto propone Biden un siglo después.

Fue la de 1920 la primera elección donde las mujeres pudieron emitir su voto. Hoy las mujeres serán decisivas. Aquí Trump también lleva todas las de perder. Las encuestas le dan a Biden hasta treinta puntos porcentuales de ventaja sobre el presidente en el voto femenino. Y no solo con las profesionales progresistas, las universitarias o las liberales de las grandes ciudades, sino también con las mujeres blancas habitantes de los suburbios, conservadoras, clave en la victoria republicana hace cuatro años, ahora desilusionadas ante tanta indecencia.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

21 de octubre de 2020

 

Armenia y los dictadores

 



A los dictadores les encanta la guerra porque con ella atizan el nacionalismo y entretienen a la gente de sus malas decisiones en la gestión gubernamental. Este es el caso del eterno presidente de Azerbaiyán Ilham Aliyev (tirano azerí desde la muerte de su no menos déspota padre, Heydar Aliyev, en 2003) y de su amigo cercano, el presidente turco -convertido en “guerrero permanente”- Recep Tayyip Erdogan.  Azerbaiyán inició un ataque militar a gran escala contra el enclave armenio de Nagorno Karabaj. Aliyev aprovecha así la crisis del Covid-19 (la cual tiene ocupado al mundo), un panorama internacional poco propicio al diálogo civilizado y el aliento recibido por parte del belicoso Erdogan, quien ha enviado a su aliado drones, aviones e incluso grupos de mercenarios sirios.

Armenia padeció bajo un régimen autoritario y oligárquico de larga duración hasta su “Revolución de Terciopelo” de 2018 encabezada por el actual Primer Ministro Nikol Pashinyán, quien ese año inició solitario una marcha de protesta contra la dictadura a través de todo el país, a la cual se fue sumando gente de pueblo en pueblo hasta involucrar a centenares de miles. La marcha le valió el apodo al actual premier de el “Forest Gump armenio”.  Desde entonces en el país se ha instaurado un gobierno democrático y ello molesta sobremanera a los tiranuelos vecinos.

Hasta cierto punto, el fin de la dictadura en Armenia redujo las tendencias militaristas de este país, alentadas en su momento por el derrocado dictador Serzh Sargsyan. Pero en Azerbaiyán el jingoísmo sigue siendo promovido por Aliyev como receta de supervivencia. Por su parte, a Erdogan no le han bastado con sus insensatas aventuras militares en el Mediterráneo Oriental, Libia y Siria. Su delirante neo-otomanismo le exige extender su presencia al Cáucaso, una región militar y económicamente estratégica. Por eso convenció a Aliyev de iniciar una guerra de incierto desenlace. ¿Y Putin? Pues es el tercer dictador en la discordia. Aunque aliada tradicional de Armenia, Rusia ha mantenido una actitud muy ambigua ante el actual conflicto. Por un lado, Putin detesta la idea de una mayor influencia turca en la zona, pero como sus homólogos azerí y turco también recela del posible florecimiento de una democracia en Armenia. Además, Pashinyán se ha acercado a la Unión Europea. Recuérdese como Rusia invadió la península de Crimea cuando Ucrania se hizo “demasiado amigable” con Bruselas.

Guerras brutales como la de Nagorno-Karabaj son consecuencia de la crisis del multilateralismo, el auge del nacionalismo y la crisis global de las democracias. La incipiente pero muy motivada Armenia democrática puede desempeñar un papel constructivo en la cooperación internacional y la paz, modificando la conflictiva situación regional, y eso a los déspotas eso no les gusta pero para nada.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

14 de octubre de 2020

Mujer Fuerte en Argentina

 



Siempre sí: Cristina Kirchner ha vuelto a ser la mujer fuerte de Argentina. La influencia política e ideológica de la vicepresidenta sobre el presidente Alberto Fernández es apabullante y está arruinando a su gobierno. Cristina es una de las más deplorables representantes del neopopulismo latinoamericano. Su gobierno concluyó en el más absoluto desastre económico y social, y es considerado como uno de los más corruptos en la historia argentina, récord asaz difícil de obtener. Ahora, en un fenómeno bautizado por los argentinos como el “hipervicepresidencialismo”, la señora controla a la mayor parte de los diputados y senadores peronistas, varios gobernadores responden solo a sus directrices, aliados suyos tienen mayoría en el Consejo de la Magistratura Judicial e incluso su autoridad dentro del Poder Ejecutivo crece constantemente con Santiago Cafiero -el jefe de Gabinete- como su incondicional servidor.

Cristina ha sido capaz de imponer una agenda gubernamental casi exclusivamente dedicada a garantizar su impunidad respecto a los graves casos de corrupción donde se le imputa, a ejecutar sus deseos de venganza en contra del expresidente Macri y de sus allegados y a perfilar a su hijo Máximo Kirchner, jefe del peronista bloque de diputados del Frente de Todos, como próximo candidato a la presidencia. Todo esto en plena pandemia y con una situación económica y social extremadamente grave. La acometida de Cristina se hizo aún más evidente con un reciente intento de desplazamiento de tres magistrados judiciales involucrados en la investigación de causas judiciales sobre corrupción de la era kirchnerista. También consiguió la liberación de la gran mayoría de exfuncionarios y empresarios ligados a ella condenados por corrupción. Sin embargo, hace unos días el Tribunal Supremo de Argentina, por decisión unánime, decidió paralizar el traslado de los tres jueces. Señaló la máxima institución judicial al respecto “la  inmensa e inusitada gravedad institucional" implícita en este movimiento.

Alberto Fernández consiguió una imagen positiva con la decisión de decretar una cuarentena temprana ante la pandemia, pero también porque parecía responder a las expectativas creadas en torno a él y a  su capacidad de actuar con independencia frente a su voraz vicepresidenta. Pero ello duró poco. El presidente empezó a enfrentarse con las autoridades sanitarias y con todos quienes habían sido buenos aliados en la batalla contra el Covid. Ahora Argentina es uno de los países con peores resultados frente a la pandemia. En las encuestas el presidente ronda apenas el 41 por ciento de aprobación ciudadana.

La nueva crisis institucional argentina, con un presidente desdibujado y la vicepresidenta como chivo en cristalería, es nueva prueba de la importancia de mantener vigente y sana la separación de poderes. Está en tela de juicio la forma como limitamos al poder y garantizamos nuestras libertades frente al quienes mandan.

 Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

7 de octubre 2020

 

sábado, 17 de octubre de 2020

Corte Suprema a la Deriva

 





Los “Padres Fundadores” de Estados Unidos concibieron a la Suprema Corte de Justicia como un asamblea imparcial de sabios alejados de pugnas políticas y atentos solo a la majestad de la Constitución y las leyes, pero esta noble intención se ha extraviado. La Corte se ha vuelto una institución intensamente partidista. Durante las últimas dos décadas prácticamente en todos sus veredictos más transcendentales los jueces se han decantado de acuerdo a su orientación política. Los cinco magistrados designados por un presidente republicano han votado en sentido contrario a como lo han hecho los cuatro nombrados por un mandatario demócrata. Por ello, cada nombramiento de un nuevo magistrado se convierte en una batalla campal.

El partidismo es mucho más notable en el caso de los jueces republicanos. Como lo señaló el New York Times, son de los más conservadores desde la Segunda Guerra Mundial. Muestras de su fervor sectario lo han dado en temas como los derechos al voto, financiamiento de las campañas electorales y anulación de legislaciones en materia laboral, antimonopolio y justicia penal. Actualmente, penden de un hilo el Obamacare, el derecho al aborto y, sorprendente para la supuesta democracia más importante del mundo, la posibilidad de perpetrarse un fraude electoral.

Trump quiere apurar el nombramiento en el Senado de la conservadora Amy Coney Barrett para antes de las elecciones porque quiere ganar los comicios a como dé lugar y contar, para ello, con una mayoría sólida de jueces republicanos. Su plan para  rechazar la legitimidad de la elección, si pierde, es afirmar la ilegitimidad de millones de votos emitidos por correo. Podría iniciar una controversia ante la Corte al estilo de la verificada entre George Bush y Al Gore, pidiendo detener el escrutinio de votos antes de finalizarse el conteo de las boletas emitidas por correo.

Pero esta ofensiva para dominar a la Suprema Corte de forma tan perentoria podría resultarle contraproducente a los republicanos. En una encuesta de Washington Post-ABC News, el 58 por ciento de los encuestados se manifestaron porque el nombramiento de quien ocupe la vacante efectuado por el presidente entrante. Si los republicanos desafían a la opinión pública e insisten en impulsar, a ultranza, una designación para antes de las elecciones podrían ser castigados en las urnas, y no solo en lo concerniente a la elección presidencial, sino también en varias competencias senatoriales reñidas y comprometer su dominio de la Cámara Alta.

Otro dato interesante: el 64 por ciento de los votantes demócratas consideran la perspectiva de una mayoría conservadora reforzada en la Corte Suprema como un aliciente adicional para votar a Biden, y solo el 37 por ciento de los republicanos afirman algo similar respecto a Trump. La precipitación del presidente podría movilizar al voto demócrata.


Pedro Arturo Aguirre Ramírez

publicado en la columna Hombres Fuertes

30 de septiembre de 2020

Nuevos Autoritarismos y Libertad de Expresión

 


 

Los nuevos autoritarismos no suelen tener su origen en revoluciones, golpes  de Estado o guerras civiles. Son producto de un proceso paulatino de degradación de la democracia y sus instituciones. No llegan dictadores actuales a apoderarse de un país mediante la súbita aplicación de la ley marcial, el Estado de sitio y supresión inmediata de instituciones de representación política. Caudillos como Hugo Chávez, Daniel Ortega, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orban y varios más han sido electos democráticamente en las urnas, pero con el paso del tiempo concentran en sus manos una cantidad desmesurada de poder. Se suprimen gradualmente la independencia del Poder Judicial, la relevancia del Legislativo, la autonomía de las instituciones electorales y se pierde todo el resto de los contrapesos sociales e institucionales. La deriva autoritaria incluye el progresivo exterminio de la libertad de expresión.

Buen ejemplo del proceso de cómo se aniquila una democracia de acuerdo a estos los cánones lo ofrece Turquía. Con la democratización del país en los años noventa comenzó una buena época para la libertad de expresión y los derechos humanos en este país de arraigada tradición autoritaria. Pero con la llegada de Erdogan al poder las cosas empezaron a cambiar, aunque no de inmediato. Al principio se verificaron avances democráticos con el aliciente de un posible ingreso a la Unión Europea. Pero tal cosa nunca se concretó y Erdogan optó por el nacionalismo exacerbado y tratar de convertir a su país en una potencia regional.

Comenzó en Turquía un paulatino proceso de supresión de la libertad de expresión. No se clausuraron periódicos de un día para el otro, ni se encarcelaron periodistas, ni se decretó una censura generalizada. Inició un proceso de estigmatización y acoso a veces sutil, a veces declarado, contra los medios independientes y los opinadores críticos. Se les acusó de ser cómplices de la vieja clase política y de la corrupción. Asimismo, el Estado chantajeaba a los propietarios de los principales medios de comunicación, empresarios con presencia en otros rubros económicos. También para doblegar a algún medio incómodo se le iniciaban arbitrarias inspecciones fiscales e imponían multas desproporcionadas.  

Según Freedom House el deterioro de la libertad de expresión en Turquía inició a partir del 2007 y fue in crescendo los años siguientes. Para 2012 Turquía era ya el país con más periodistas en prisión del mundo, y con el golpe de Estado de 2016 la libre palabra fue definitivamente aniquilada.

Estrategias muy similares han sido aplicadas en otras naciones gobernadas por hombres fuertes como Hungría, Rusia, Nicaragua, Venezuela, etc. Por esto la ONU y la CIDH han denunciado la estigmatización, las restricciones legales ilegítimas y los medios indirectos de censura  como violaciones claras contra la libertad de expresión.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

23 de septiembre de 2020

El Arlequín de Westminster

 




Boris Johnson es un apayasado personaje incapaz de gobernar de forma constructiva, por ello evita a toda costa el escrutinio y promueve el caos. La pésima gestión del coronavirus por parte de su gobierno ha provocado una debacle. El Reino Unido se ha convertido en el país europeo con más víctimas del Covid. La contracción económica será una de las más altas del mundo: más del 14 por ciento. También hubo precipitación al ordenar reactivar la economía y retirar medidas de confinamiento. Los contagios de la segunda ola se han disparado y el primer ministro debió revertir la desescalada. Otro desastre han sido las negociaciones para concretar un acuerdo comercial con la Unión Europea, las cuales están al borde del colapso. El llamado “Brexit duro” está a la vuelta de la esquina, con todas sus muy perjudiciales consecuencias.

Además, el gobierno británico impulsa una nueva ley aduanera la cual es violatoria del acuerdo de salida firmado por el Reino Unido con la UE el año pasado porque afecta el tema de Irlanda, cuestión asaz delicada. Una frontera “dura” amenazaría el proceso de paz de la región. El acuerdo del Brexit deja a Irlanda del Norte oficialmente en el territorio aduanero del Reino Unido, pero para evitar frontera dura con la República de Irlanda, también queda alineada a los códigos comunitarios de comercio. Ahora, Boris sale con la novedad de desconocer este acuerdo de forma unilateral. Esto amenaza con convertirse en un escándalo internacional mayúsculo porque pone en entredicho la honorabilidad de la “pérfida Albión”. En el debate parlamentario del pasado lunes la oposición destrozó los argumentos de Johnson con rotundidad. “El primer ministro firmó el acuerdo de salida y lo presumió como jun rotundo éxito. Hoy se arrepiente. Si es un fracaso, es su fracaso. Por primera vez en su vida, el primer ministro debe asumir la responsabilidad por sus actos”, le exigió en el exlíder del partido laborista Ed Miliband. También los cinco ex primeros ministros vivos han expresado su crítica a la actitud de Johnson por el irreparable daño a la credibilidad británica y lo mismo hicieron una veintena de rebeldes parlamentarios conservadores.

Muchos analistas ven en este temerario paso de Boris una vulgar fullería: aprovechar la crisis del coronavirus para tener un Brexit duro sin acuerdos comerciales y poder culpar a la pandemia del caos económico consecuente. Pero es jugar con fuego. Boris ya tiene al frente del opositor del Partido Laborista a un contrincante muy solvente, Keir Starmer. También crece el fantasma del secesionismo escoces e incluso irlandés. Dentro del Partido Conservador se escuchan los cuchillos largos. Cierto, el demagogo goza de una aplastante mayoría parlamentaria, pero nada le garantiza un gobierno longevo si insiste en mantener un talante frenético.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

16 de septiembre de 2020



 

 

 

 

 

 

El “Coco” de Putin

 



 

El más temible opositor de Vladimir Putin es Alexei Navalny, por eso no extraña el intento de envenenarle, máxime considerando el carácter gansteril del actual régimen ruso. Y es el más temible porque, a diferencia de muchos opositores del pasado reciente, no es un “plutócrata” añorante de los irredimibles tempos de Boris Yeltsin, ni un liberal amigo de Occidente, ni un ex comunista, ni un demagogo alcohólico e irrelevante como Vladimir Zhirinovski. Navalny es un populista, como Putin, y quizá nada le produce más pavor a un populista que enfrentar a otro populista.

Navalny (44 años) comenzó su carrera política en el partido liberal Yabloko, pero fue apartado de éste por sus posturas xenófobas. De ahí se involucró en el movimiento "Marcha Rusa", de orientación derechista y antiinmigracionista, pero no tardó en abandonarlo para iniciarse como bloguero. Con sus audaces denuncias contra la corrupción, su carisma de “antipolítico” y su discurso llano y directo ganó en YouTube casi dos millones de seguidores. Las autoridades empezaron a preocuparse y en 2011 acusaron a Navalny de una supuesta malversación de fondos. El juicio tuvo un inconfundible tufo político. Fue  hallado culpable, pero la sentencia suspendida después de verificarse numerosas y multitudinarias protestas en apoyo de Navalny y del rechazo al procedimiento por parte de la Corte Europea de Derechos Humanos. En 2013 se lanzó para las elecciones a la alcaldía de Moscú. Alcanzó un sorprendente segundo lugar, con alrededor del 27 por ciento de los votos. La campaña consolidó su carisma como “enemigo acérrimo de la corrupción” y lo convirtió en la única persona capaz de disputar el poder a Putin.

Perfiló para las presidenciales de 2018 una plataforma bastante difusa con énfasis, eso sí, en la lucha contra la corrupción “el principal problema de Rusia”, y con las facilonas propuestas de siempre: aumento de los salarios, construcción de carreteras y hospitales, elevar las pensiones, impulsar la educación gratuita, mejorar el servicio de salud, desgravar a trabajadores y pequeños emprendedores, etc. También insistía en el antiinmigracionismo al prometer limitar el número de trabajadores procedentes de Asia Central y Transcaucasia. En política exterior, proponía terminar las intervenciones rusas en Siria y Ucrania, pero fue más cauto en cuanto a la muy popular anexión de la península de Crimea. El tema de la democracia brillaba por su ausencia.

Navalny fue impedido de participar en las elección presidencial de 2018. Con todo el andamiaje estatal en sus manos, Putin es capaz de emplear a placer recursos formales para impedir la consolidación legal de cualquier alternativa opositora. Pero con un populista como Navalny, capaz de ganar la calle, eso no basta. De ahí lo de apelar a ciertos recursos “informales”, como el veneno, uno de los favoritos del dictador ruso.


Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

2 de septiembre de 2020


 

martes, 8 de septiembre de 2020

La estrategia del miedo…y sus riesgos

 

Hands on Wisconsin: Donald Trump isn't the president of law and order |  Opinion | Cartoon | madison.com 

La estrategia del miedo volverá a ser central en la campaña de Trump, presidente fracasado, pero hábil a la hora de propalar temores, mentiras y odios. La idea es recuperar a los votantes suburbanos blancos en los estados cruciales del Medio Oeste. En 2016, Trump ganó la elección gracias a los sufragios de este sector, pero desde entonces su apoyo ha mermado, particularmente el de las mujeres. Por eso, de nuevo el miedo. "Si la izquierda gana el poder, demolerán los suburbios, confiscarán sus armas y nombrarán a jueces que borrarán la Segunda Enmienda (derecho a poseer y portar armas) y otras libertades constitucionales", dijo Trump en su espeluznante discurso de aceptación.

Pero es una estrategia con grandes riesgos la cual, de hecho, ya ha cobrado sus primeras víctimas mortales. En Kenosha, escenario de disturbios raciales recientes, un joven “vigilante” disparó y mató a dos manifestantes, y pocos días después una persona fue asesinada en Portland cuando partidarios del presidente realizaron una caravana en la ciudad. En lugar de tratar de desescalar las tensiones, Trump pasó el domingo twitteando mensajes de odio, describió a sus violentos partidarios como “GRANDES PATRIOTAS” y se abstuvo de condenar la violencia. El lunes defendió al asesino de Kenosha: “Seguramente actuó en defensa propia”, afirmó el supuesto jefe del mundo libre.

Está por verse si el aumento del caos beneficiará a Trump. La violencia como estrategia para la reelección puede muy fácilmente salirse de carril. Los tweets, junto con las actitudes y declaraciones imprudentes, reflejan una extraordinaria abdicación de responsabilidad de quien, a fin de cuentas, es actualmente el presidente en funciones, es decir, la máxima autoridad  a cargo de mantener la paz en el país. En una encuesta de Yahoo!/YouGov, el 48 por ciento de los entrevistados ven a Trump como "la fuente del caos", y sólo el 21 por ciento cree en su imagen de “protector”. Fue tomada antes los últimos acontecimientos. En un sondeo más reciente de ABC News/Ipsos, el 59 por ciento desaprueba el mensaje incendiario del Partido Republicano y el 62 por ciento considera deben verse los incidentes de Kenosha con una óptica más amplia en torno a la cuestión racial en Estados Unidos.

Con la economía en recesión, el coronavirus desatado, una desventaja aun apreciable en los sondeos (unos 8,8 puntos porcentuales por detrás de Biden) y a menos de 70 días para las elecciones, Trump se aferra a la violencia como as bajo la manga para su victoria. Sin duda, el mensaje le gusta a tan atrabiliario personaje pero, ¿funcionará? Una cosa también es cierta, en mucho dependerá de la reacción de Biden, quien deberá robustecer su táctica electoral. No le bastará al demócrata ser “Mr Nice Guy”.

Pedro Arturo Aguirre

Hombres Fuertes

2 de septiembre de 2020

 

 

El Sheik y la Felicidad

 

MbZ and Netanyahu incite Trump to fight Iran - Emirates Leaks

El reconocimiento diplomático por parte de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) a Israel ha puesto el foco de la atención internacional en este país y en su  hombre fuerte, el sheik Mohamed bin Zayed (MbZ). Todo el mundo sabe de los rascacielos, islas artificiales  y hoteles de Abu Dhabi y Dubai, pero es mucho menos conocido este sheik, tercer hijo del jeque Zayed bin Sultan Al Nahayan, fundador de los Emiratos Árabes Unidos quien  murió en 2004 a los 86 años después de ser testigo de la forma como su país (antaño conocido como la Costa de los Piratas) transitó de la extrema pobreza a la más extravagante opulencia gracias a sus hidrocarburos.

Detrás del reconocimiento a Israel está la intención del sheik de asegurar la conservación de su régimen y ampliar sus influencia. Perciben MbZ amenazas en el ascenso de Irán y en la posibilidad de revueltas pro democracia del tipo “Primavera Árabe”.

Los Emiratos tienen un régimen dictatorial controlado por un grupo de familias poderosas, el cual se distingue por ser violador sistemático de los derechos humanos. No hay lugar para la disidencia, ni elecciones libres, ni libertad de expresión. Socialmente parece vivir en el medioevo. En los EAU, besarse en público está prohibido, la homosexualidad es ilegal  y los latigazos siguen aplicándose como castigo, por ejemplo, para el “delito” de adulterio.

Aquí viven unos diez millones de habitantes, el 85% de ellos inmigrantes, la mayoría del sudeste asiático, trabajadores sometidos a un régimen explotación laboral. Impera el sistema kafala, el cual establece una “protección” a los trabajadores extranjeros por parte de un patrón (kafil). Los trabajadores no pueden cambiar de ocupación o abandonar el país sin la autorización de su “protector”. La kafala ha sido descrito como un sistema arcaico próximo a la esclavitud.

Las mujeres migrantes son especialmente vulnerables. Si resultan embarazadas, aunque sea como resultado de una violación, son encarceladas o deportadas.

Pero el sheik asegura su intención de hacer de los Emiratos la nación más feliz del mundo, y para ello ha creado un Ministerio de Estado para la Felicidad, cuya responsabilidad es mantener al país y a la población contentos. Mejor sería, según muchos críticos, concentrarse en mejorar el marco jurídico del país y en la defensa de los derechos humanos.

El de los Emiratos no es el único ministerio de la Felicidad. Experimentos parecidos ha habido en naciones con regímenes populistas, como Venezuela y Ecuador. La intención al usar la “Felicidad” (un término confuso e indefinible) como meta de Estado e indicador del éxito de gestión es rehuir al fracaso real en lo concerniente a indicadores más objetivos como el crecimiento económico, el índice de desarrollo humano o los niveles de desempleo.

Pedro Arturo Aguirre

Hombres Fuertes 

26 de agosto de 2020

Las Mujeres de Belarús

 

Belarus crackdown: Women form human chains in 'solidarity' protests |  Euronews


Mujeres valientes vestidas de blanco y sosteniendo flores en lo alto se manifestaron en Minsk durante toda la semana pasada en portentosa protesta silenciosa. Iban solidarias con las miles de personas golpeadas y abusadas horas antes por haber demostrado su inconformidad contra el fraudulento resultado oficial de las elecciones presidenciales en las cuales salió reelecto, por sexta ocasión, el déspota Alexandre Lukashenko.

El de Bielorrusia es un levantamiento inspirado y dirigido por las mujeres. Los candidatos presidenciales masculinos de la oposición fueron arrestados o huyeron del país antes de la votación. Svetlana Tikhanovskaya, esposa de uno de ellos, decidió tomar la estafeta de su marido y, aliada con otras dos mujeres líderes opositoras, se propuso derrotar a Lukashenko. El dictador, como era de esperarse, dedicó pedestres burlas a su adversaria, sugiriéndole dedicarse mejor “a cocinar la cena para sus hijos”. Pero esta estulticia sólo hizo crecer la popularidad y determinación de Tikhanovskaya: ella y sus dos compañeras de lucha se han convertido en un símbolo de libertad.

Lukashenko es el "último dictador de Europa", continente donde (monarcas aparte) es con mucho el gobernante más veterano. Se perpetúa en el poder gracias a una urdimbre de represión, populismo y apoyo ruso. Triunfó en la elecciones de 1994 como un candidato ajeno a las élites poscomunistas. Presumía ser un paladín contra la corrupción. Era, en el fondo, un nostálgico del régimen comunista, enemigo jurado del curso tímidamente prooccidental y promercado iniciado por Bielorrusia desde su separación de la URSS en 1991. Ya en el poder revirtió las cosas, restableció los controles estatales de la economía e instauró esquemas asistencialista para la población.

También alteró leyes e instituciones para perpetuarse en el poder. Hoy nada reta su caudillaje. Ni siquiera se ha valido de un partido propio porque prefiere ser el “protector sin intermediarios” del pueblo. Rehúye cualquier signo de sofisticación y patentiza constantemente su adhesión a los “valores, creencias y tradiciones del pueblo bielorruso”. El Parlamento del país se ha convertido en un adorno, las libertades fundamentales son sistemáticamente conculcadas, la oposición es débil y fragmentada, y los procesos electorales distan muchos de satisfacer los mínimos estándares democráticos.

Pero el tiempo del oprobio se agota. La bancarrota económica es absoluta, la gente está harta de la dictadura y el colmo llegó con el pésimo tratamiento dado al coronavirus. Convocada por Tikhanovskaya, el domingo se celebró la llamada "Marcha de Libertad", la mayor protesta en la historia del país. Por eso Lukashenko ha decidido recurrir a su “hermano mayor”: el peligroso Vladimir Putin, en una jugada no exenta de riesgos. Desde hace tiempo el mandamás ruso pretende engullirse a la Belarús. A ver si al tirano no le sale más caro el caldo que las albóndigas.

Pedro Arturo Aguirre

Hombres Fuertes

19 de agosto de 2020