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domingo, 13 de mayo de 2018

Los Nuevos Cultos a la Personalidad

Los Nuevos Cultos a la Personalidad


El secreto del demagogo exitoso es parecer tan estúpido
como lo sean sus partidarios para hacerles 
creer a éstos que son tan inteligentes como él.
Karl Kraus

El culto al líder vuelve a la escena de la política internacional en pleno siglo XXI de la mano de una grotesca generación de “hombres fuertes” que ofrece liderar un “renacimiento nacional” en sus respectivos países a través de la fuerza de su personalidad y de su voluntad de ignorar las pretendidas “argucias” y “sofismas” de la democracia liberal. Estos personajes llegaron en una primera oleada desde finales de los años noventa con el auge del neopopulismo en América Latina. El populismo siempre ha precisado de “hombres fuertes” en su lógica de sempiterna confrontación política y aplicación de estilos autoritarios, por eso el culto a la personalidad es uno de sus elementos consustanciales. Líderes como Chávez, Morales y Correa han legitimado sus gobiernos por la vía de las urnas en reiteradas ocasiones, pero siempre con todos los recursos estatales a su favor y en detrimento de la equidad en las condiciones de una competencia genuinamente justa. Aceitadas e invencibles maquinarias electorales sustentadas en poderosas redes clientelares han estado detrás de sus constantes reelecciones, mientras que someten a múltiples ataques a las instituciones democráticas tradicionales, ejercen arbitrariamente el poder, abusan de un discurso autoritario contrario al pluralismo y personalizan la política. El líder está por encima de las reglas, por lo que no necesita preocuparse por el Estado de derecho ni por las instituciones. 

Penetrante en el caso de los neopopulismos ha sido el culto a Hugo Chávez, el cual desde el principio de su régimen fue vigoroso, pero que se convirtió en adoración cuasi religiosa durante la enfermedad terminal del comandante y se intensificó tras su muerte. “Chávez nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros los delegados, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu legado para llevarlos a los pueblos, danos hoy tu luz para que nos guíe todos los días y no nos dejes caer en la tentación del capitalismo más líbranos de la maldad, oligarquía y el delito del contrabando, por los siglos de los siglos.", así ruega el irrisorio padrenuestro que rezan los miembros del partido oficial venezolano (el PSUV) antes de cada uno de sus congresos. El natalicio y su muerte del adalid bolivariano ya están incluidos en las efemérides escolares. El famoso “Libro Azul”, compendio de los más profundos pensamientos del líder, es oficialmente descrito como ““un legado hecho Patria”, y  difundido entre la población para que los venezolanos aprendan de este “crisol de un pensamiento propio, surgido de una disyuntiva existencial auténtica en su venezolanidad, donde irrumpieron las ideas que llevaron adelante el Proyecto Bolivariano, ahora plasmadas en el eterno presente sobre las páginas de un texto vital para el futuro del proceso revolucionario”. Ya del famoso pajarito de Nicolás Maduro, ni hablamos.

El resto de los neopupulistas latinoamericanos han sido más recatados, pero no dejan de tener bien puesto su corazoncito megalómano. Evo Morales inauguró a principios de 2017 en su remota aldea natal de Orinoca un museo dedicado a glorificar la historia de su vida que le costó al erario público 7.1 millones de dólares. Se trata de un edificio de estilo muy avant garde que se llama Museo de la Revolución Democrática y Cultural y entre otras bellezas exhibe una estatua de tamaño natural de Morales, retratos del presidente con líderes mundiales, doctorados honoris causa con los que el caudillo ha sido distinguido por varias universidades, y bonitos recuerdos de su niñez como camisetitas de futbol, trompos y trompetas. No solo eso, el Ministerio de Comunicaciones de Bolivia publicó un libro de poemas dedicados al presidente escrito por estudiantes y sus maestros de las escuelas públicas que lleva por título “El Proceso de Cambio en Verso”. Otra publicación gubernamental es un libro ilustrado para niños titulado “Las Aventuras de Evito” que incluye bellos cuentos como “Evito va a la Escuela” y “Evito Juega al Fútbol”. En Argentina, Cristina Kirchner rebautizó con el nombre de su difunto esposo, Néstor, numerosas calles, escuelas, hospitales, clubes, gasoductos, represas, un aeródromo y hasta un campeonato de fútbol. También inauguró en Buenos Aires, poco antes de terminar su catastrófica presidencia, el monumental, costoso y polémico Centro Cultural Kirchner. Presupuestado originalmente en 900 millones de pesos argentinos, costó a fin de cuentas la friolerita de 2,300 millones, más otros 1,500 millones en partidas presupuestarias adicionales. Todo un arquetipo de corrupción y culto a la personalidad.

Hoy el populismo en América del Sur parece declinar, pero nuevos cultos a la personalidad van al alza en múltiples naciones alrededor del orbe, incluidos países con una supuestamente enraizada tradición democrática como lo es, quien lo dijera, Estados Unidos. Las nuevas tecnologías y conceptos mercadotécnicos propios del siglo XXI sirven a los propósitos de los gobernantes megalómanos en sus afanes de autoelogio permanente. El auge de Donald Trump debe mucho al internet. Otros métodos de la cultura trendy del siglo XXI, combinados desde luego, con las farsas habituales, están presentes en el ascenso de hombres fuertes en lugares como Rusia, Turquía, Polonia, China, Egipto, Filipinas, Hungría y los que vayan, tristemente, acumulándose en el futuro cercano. Políticos con instintos y propuestas claramente autoritarias, discriminatorias, xenófobas y ultranacionalistas llegan al poder por la vía electoral en cada vez más países. Los medios de comunicación mucho ayudan a construir un culto a la personalidad basado en la difusión de la supuesta fortaleza, patriotismo y determinación de los nuevos liderazgos. Como siempre, se urde la necesidad de tener un “hombre fuerte” en el gobierno alrededor de las inseguridades, miedos y frustraciones de los ciudadanos.

Con la promesa de frenar el declive nacional y adoptar una mano dura contra los delincuentes e inmigrantes se han consolidado en el poder personajes como Vladimir Putin, en Rusia; Recep Tayyip Erdogan, en Turquía, Rodrigo Duterte en Filipinas y Viktor Orban, en Hungría. Algunos de estas tesis coadyuvan también en el ascenso electoral de Donald Trump en Estados Unidos, de Geert Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia y el italiano Movimiento Cinco Estrellas en Italia. Tienen en común denominador ser sumamente astutos y abiertamente descarados en métodos que desafían todos los principios del pluralismo y la tolerancia. Los nuevos “hombres fuertes” dejaron de ser tiranos implacables. No precisan de hacer fraude en las urnas, no necesariamente se deshacen de todos los críticos molestos, no inauguran Gulags o campos de concentración. Los autócratas actuales son mucho más pulcros y, salvo los populistas latinoamericanos, careen de una genuina agenda ideológica. Además, suelen mantener altos sus niveles de popularidad por mucho tiempo, por difícil que parezca aceptarlo.

A lo que si recurren es al culto a la personalidad, pero con nuevas fórmulas combinadas a las tradicionales. Ya no se erigen estatuas del líder por doquier, ni se endiosa al jefe a la manera de Mao, Stalin o Kim il Sung. Tampoco ala reverencia constante a un pretendido “adalid providencial” dueño de cualidades sobrehumanas (salvo en el caso del culto a Chávez o Kim Jong Un). En Rusia, por ejemplo, Putin proyecta la imagen viril de alguien que a diario se ejercita intensamente levantando pesas, corriendo a campo traviesa y montado a caballo con el torso desnudo. Igual acaricia tigres siberianos que viaja en una Harley Davidson, nada en las frías aguas del río Obi que bucea en el Mar Negro. Ostenta cinturón negro en judo e incluso circula por toda Rusia un DVD en el que el dinámico presidente explica los movimientos y trucos más importantes de este deporte.  También ama el hockey hielo. Todos los años participa en algún partido benéfico en los que siempre gana su equipo y él, invariablemente, termina como máximo anotador.

Abunda el merchandising con la imagen del jefazo del Kremlin. Las camisetas son, quizá, el producto estrella. Hay algunas verdaderamente adorables: Putin piloteando un avión supersónico, Putin otro cabalgando un oso en Siberia a pecho descubierto, Putin judoka pateando al ex presidente Obama, Putin cazando tigres. Además, hay tazas, fundas para celular, tazas, fragancias para hombre, llaveros, etc. También hay un libro con la recopilación de frases célebres del nuevo Zar. “Putin es un profeta. Todo lo que ha dicho se ha cumplido. Si todos los países le hubieran hecho caso, nos habríamos evitado muchas tragedias, como varias guerras y la llegada de cientos de miles de refugiados a Europa”, asegura su autor, Antón Volodin. “Palabras que cambian el mundo” se llama la magna obra, la cual fue entregada como regalo a todos los altos cargos de la administración y la política junto con una carta que explica la importancia de conocer tan profundo pensamiento “indispensable para entender los principios que rigen la defensa de los intereses nacionales.
El sitio web Sputnik, uno de los más cercanos al gobierno ruso, dice que el presidente de Rusia “es conocido por emplear un lenguaje elocuente, cargado de giros idiomáticos y comparaciones agudas, así como con un toque humorístico cuando resulta oportuno”, pero la verdad es que el ex agente de la KGB más bien es famoso por ocurrencias soeces, bromas burdas, y frases malsonantes. Cosas como "Se lo sacaron todo de la nariz y lo untaron en sus periódicos" [tras ser interrogado por la prensa británica sobre su supuesta corrupción], "Transmitan mis saludos a su presidente. ¡Vaya macho! Violar a una decena de mujeres.” [sobre el presidente de Israel, Moshe Katsav, que fue acusado de violación y acoso]. "Perseguiremos a los terroristas por todas partes. Si los encontramos en el baño, los aniquilaremos en el escusado" [declarado 1999 durante las cruentas operaciones militares en Chechenia]. Cosas de este tenor son las comunes en boca de Putin. La última, famosa, fue el halago que hizo a las prostitutas rusas cuando se rumoró de que los servicios secretos rusos tenían grabado a Trump durante alguna orgia. Pero esto del lenguaje soez es toda una novedad, sirve a los “hombres fuertes” para humanizarlos y hacerlos más cercanos a sus electores. Los tiranos de antaño se endiosaban, los autoritarios de hoy-respetuosos, aún, de los rituales electorales- se fusionan con “Juan Pueblo”.

Culto a la personalidad y vuelta al autoritarismo también en un país estratégicamente clave, puente entre Europa y Asia: Turquía, que hace apenas poco más de un lustro parecía enfilarse resuelta al camino de la apertura política para convertirse, pronto, en la primera nación de mayoría musulmana plenamente democrática. Ya no es así. El Recep Tayyip Erdogan ha abandonado la democracia y erige un culto a la personalidad, práctica de la que en existe en Turquía una firme tradición desde el Imperio Otomano hasta Ataturk. La imagen del presidente abunda cada vez más en retratos, carteles, cintas sobre la cabeza y camisetas. El presidente se presenta como un nuevo padre de la patria, un nuevo Ataturk, pero no laico como éste, sino cercano a las tradiciones musulmanas. El culto a Erdogan se basa no solo en la exaltación de su persona, sino en la glorificación del Imperio Otomano, del cual había abjurado Ataturk. Su pasión por el otomanismo de quien ya es apodado como “El Sultán” va de la mano de su afán autocrático. Así se percibió, por ejemplo, con los magalomaniacos fastos que conmemoraron en mayo de 2016 el 563º aniversario de la conquista otomana de Constantinopla. La propaganda anunciando el acto fue intensamente difundida e ilustrada con una fotografía de Erdogan. Fue una conmemoración con evocaciones norcoreanas: un millón de asistentes, multitudinario espectáculo de luz y sonido sobre el escenario, aviones de caza pintando el cielo de los colores nacionales, canto de himnos y cientos de actores representando a jenizaros.

Se ha puesto de moda entre los simpatizantes de Erdogan dejarse el bigotito a medio rasurar y contar en el armario con alguna chamarra gris a cuadros, al estilo de la que el presidente luce en sus momentos triunfales. Otro ejemplo de una forma de culto al líder que en el fondo “es como uno”. En la calle le gritan “Adam Izindeyiz” (seguimos al hombre), en contraposición de la consigna “Atam Izindeyiz” (seguimos a nuestro padre) que se utilizaba para adular a Ataturk. Este dirigente nació en un barrio humilde y de niño fue vendedor callejero, por eso explota de forma tan eficaz la imagen de “hombre del pueblo” hecho a sí mismo que tanto fascina a la gente sencilla.

Y elementos de este nuevo estilo de culto a la personalidad que explota la imagen de “hombre del pueblo” los tenemos, por supuesto, presentes en México con Andrés Manuel López Obrador, líder de un muy personalizado partido político (Morena), quien siempre ha apelado a un discurso abiertamente voluntarista y mesiánico.
Andrés Manuel tiene la característica de proyectar la imagen de ser un hombre de pueblo, pero también el de un predicador tenaz.  Esto de poseer cualidades de predicador mucho ha estado presente en el culto a la personalidad de caudillos que protagonizaron la independencia de naciones del llamado Tercer Mundo durante el proceso de descolonización: Nkrumah, Touré, Sukarno, Nasser. Todos estos dirigentes estaban obsesionados con su paso a la “Historia” (todo buen político megalómano padece esta manía), pero también con la educación del pueblo y con guiar a la gente en los terrenos no solo políticos, sino también en los morales y personales. En México, AMLO se autodenomina “líder del movimiento más grande del mundo” y en varios textos hace iluminadas aseveraciones como que su papel es el de “construir una fraternidad universal, más humana y espiritual con todos los pueblos del mundo”, y que de lo que se trata es de edificar “aquí en la tierra, el reino de la justicia y de la fraternidad universal”, para poder vivir sin “pobreza, miedos, temores, discriminación y racismo en todo el mundo.” En su prédica no duda pontificar cosas como “nada ni nadie podrán impedir que triunfe la causa de la justicia y de la fraternidad universal.”

Culto al Peje a base de un intransigente voluntarismo: "Venceré a la corrupción sólo con mi ejemplo", "Resolveré los problemas trabajando 18 horas diarias", Haré de 6 años 12", todo a fuerza de voluntad, de buena de fe, de echarle ganas. Desde luego, para que el culto al líder cuaje, son necesarios los fervorosos creyentes, millones de ellos, que creen a pie juntillas un proyecto de gobierno de “República Amorosa”. AMLO, político de gran instinto, sabe que un buen jefe conoce las necesidades de sus seguidores, y entiende que en buena parte de la sociedad mexicana hay una tremenda necesidad de creer en “alguien”, más que en “algo”. Y esta necesidad de creer en un mesías hace que la gente perdone la falta de solidez en las ideas y propuestas. Haga lo que haga, diga lo que diga, el Peje está envuelto de infalibilidad donde sus seguidores nada se le cuestionan. Toda aberración se justifica, toda ocurrencia es racionalizada, porque lo importante es la prédica amorosa de salvación del mundo, no las “políticas públicas”. ¿A quién le importa cómo reformar la economía, transformar las instituciones o enfrentar con realismo los retos del mundo actual? Lo importante es personificar la esperanza y señalar al mal con una narrativa de fraudes, mafias del poder, fifís y pirruris. Así, la predica se convierte en una fábrica de ocurrencias. El líder promete y promete, pontifica, denuncia al mal con dedo flamígero. No importa que sus alegatos mesiánicos nos conduzcan a ninguna parte, él hará de México a fuerza de voluntad y buen ejemplo en una Arcadia feliz donde no exista más violencia, pobreza y carestías.

La idolatría al líder es quientaescencial para que la fórmula populista “funcione.” Como el pueblo y su líder son la misma cosa para el populismo y sus derivaciones, el líder hace lo que el pueblo quiere y el pueblo se lo cree a pies juntillas. No hay más ley que la del pueblo y, por lo tanto, puede cambiarla o violarla cuantas veces se le ocurra, porque lo hace por deseo o pedido del pueblo. Únicamente el pueblo es dueño de la verdad, por eso el líder es estridente, monopoliza la palabra y anula toda posibilidad de disidencia. De esta manera el líder se transforma en el pueblo, de ahí que deba sacralizársele, ya que nada es más sagrado que El Pueblo.

En esto consiste el liderazgo de quien muy probablemente sea presidente a partir de diciembre de 2018: un líder de culto al que le obstaculiza los mecanismos de democracia representativa, vilifica a los medios críticos, insulta a sus oponentes, carece de una plataforma realista y sustentable pero, eso sí devolverá el poder al pueblo, entelequia que el quiere personificar, como el buen populista que es, gracias a la inmarcesible integridad moral que le atribuyen sus fieles y a pesar de su indigencia intelectual.




miércoles, 27 de septiembre de 2017

Kim Jong Un, el tirano sonriente



Inmenso es el dilema de los príncipes herederos de reyes o emperadores magníficos enfrentados al desafío de no ser menos que sus padres. Algunos hijos y nietos de estupendos monarcas han estado a la altura del reto o incluso lo han superado (Alejandro Magno, hijo de Filipo el Grande, es el caso más emblemático), pero muchos otros se han quedado cortos. Felipe III en España, sucesor de dos grandes personajes (Carlos V y Felipe II), prefirió dejar el poder en sus ministros y condenó a los Austrias a la decadencia; al filósofo Marco Aurelio lo relevó el payaso Cómodo; a Enrique II le siguió el inepto Ricardo Corazón de León y después el infame hermano de éste, Juan sin Tierra; al guerrero Enrique V, vencedor en Agincourt, el débil Enrique VI; y con Luis X, apodado como “el obstinado” por obtuso y tonto, comenzó la ruina de Francia a pesar de sus ilustres antecesores.

Si olvidamos a los grandes gobernantes y pisamos terrenos más sórdidos, vemos que algo irónicamente análogo ha pasado con los tiranos. Muy pocos hijos de dictadores han podido alcanzar en crueldad y vesania, pero también en habilidad política, a sus siniestros progenitores. “Baby Doc” Duvalier no pudo con la tarea de perpetuar el imperio de locura y vudú de “Papá”, Ramfis Trujillo se acobardó, Tachito Somoza huyó beodo y gimoteante de Nicaragua y muchos mozalbetes que parecían destinados a suceder a sus padres en el execrable solio del despotismo de plano nunca dieron señas de servir para algo más que las francachelas y el despilfarro: Nicu Ceaucescu, Uday Hussein, Teodorín Obiang, etc.

Kim Jong Un soporta sobre sus hombros esta responsabilidad de ser un “digno” heredero de sus antecesores. El abuelito Kim Il Sung, fundador de la dinastía, fue convertido en un “Dios entre los Hombres” y calificado como “Estadista Extraordinario”, “Guía Genial” e “Incomparable Ideólogo y Teórico” por un descomunal culto a la personalidad. El padre, el “Querido Líder” Kim Jong Il, fue objeto también de una descabellada deificación, aunque con características más artísticas y mundanas. Además de “Genio Portentoso”, “Estratega Invencible” y cosas como esas, Kim II fue escritor de las mejores óperas de la historia, autor de unos mil quinientos libros, insigne director de cine y un fenomenal golfista.  Eso sí, ambos combinaron el culto a sus amables personitas con una férrea opresión hacia el interior de Corea y una actitud aparentemente absurda e impredecible hacia el exterior que los convirtió en auténticos “perros locos” de quienes cualquier vesania podía esperarse. Una estrategia que, lejos de irracional, mucho les sirvió para consolidarse en el poder. 

En 2010 la salud de papá Kim decae de forma acelerada. El tema de la sucesión se adelanta inesperadamente. Ya había decidido el Querido Líder que uno de sus vástagos debía relevarlo, pero ¿cuál de todos? Kim Jong Il tuvo en el transcurso de su disparatada vida tres esposas y, por lo menos, seis hijos. Su primera esposa dio a luz a un niño, Kim Jong Nam. La segunda tuvo dos partos, ningún varón. La tercera tuvo dos muchachos y una hija. El concebido en el primer matrimonio era considerado el heredero, pero en 2001 fue descubierto en un lance insensato. Quien estaba destinado a reinar sobre uno de los últimos sistemas comunistas del orbe perdió el poder al tratar de visitar con su familia el parque temático de Disney en Tokio. Quizá no pudo con la carga psicológico que, para muchos, implica la primogenitura. Síndrome de Esaú, podría ser. Fue desterrado a Macao para supervisar algunos negocios familiares en esa Meca del juego y el narcotráfico. A veces, este desheredado se aventuraba a hacer alguna crítica al régimen de su medio hermano. Hacerlo fue un error letal. Por su parte, mucho se ha dicho que el segundo hijo varón, Kim Jong Chol, amante de la música pop y de las modas hípster, fue excluido de la sucesión por su aparente “afeminamiento”.
Ah, pero Kim Jong Un, el más pequeño de los tres (como la canción de los cochinitos), desde pequeño demostró tener aptitudes de mando, al grado que el papá se decidió por él. Le gustaba al dictador que desde niño este nuevo Kim fuese obstinado, berrinchudo y arrogante. Cuando cumplió ocho años, papi le regaló un uniforme de general, que el muchachito adoraba. Enfundado en él no se cansaba de gritonearle a todo el mundo órdenes e invectivas, generales del ejército y ministros del gabinete incluidos. Decidió entonces el Querido Líder que su retoño aprendiera idiomas y conociera las realidades del atroz capitalismo. Dispuso, por tanto, su inscripción en un colegio en Suiza. No destacó demasiado en la escuela, cierto, pero tampoco llamó la atención por gamberro, como sucedía con otros hijos de dictadores. Regresó en 2006 a Pyongyang para estudiar el inmortal pensamiento suche, fruto del genio ideológico de su abuelo, en la Universidad Kim Il Sung, y tras recibirse fue nombrado de manera expedita jefe de las fuerzas armadas.

Las complicaciones llegaron cuando el Querido Líder falleció en 2011 y Kim III debió improvisarse como nuevo líder y máxima deidad cuando ni siquiera había cumplido los treinta años. Muchos creyeron entonces que su permanencia en el poder era inestable y destinada a ser efímera. En occidente lo veían como un junior regordete y mimado sin voluntad de liderazgo. También era menospreciado en los círculos oficiales chinos. Pero aquí es cuando sacan la casta de tirano. Así como varios zares de Rusia (Iván el Terrible, Pedro El Grande, Catalina) y tantos otros monarcas que llegaron al trono quizá demasiado jóvenes y rodeados de intrigas, Kim sacó la conclusión de que la única manera de sobrevivir en el poder en los sistemas totalitarios es a base de implacables purgas y de ejercer un terror sin piedad. Se encontraba rodeado de líderes militares experimentados y funcionarios del partido, siendo el más peligroso e influyente su propio tío, Jang Song-thaek. Tras dos años de gobierno, Kim embistió sin miramientos contra su tío y lo humilló públicamente al ordenar su arresto durante una reunión pública y televisada. Jang fue ejecutado bajo cargos que incluían conspiración para asesinar al líder, pero también cosas como aplaudirle “con muy poco entusiasmo” cuando entraba en los eventos oficiales. La depuración consiguiente tocó a todos quienes eran considerados leales a Jang. Como algunos otros sátrapas, quiso Kim III ser algo extravagante en el terror, como para asustar más. Ordenó utilizar baterías antiaéreas en la ejecución de muchos de sus enemigos. Así sucedió, por ejemplo, con su ministro de Defensa, Hyong Yong Chol. Y es cierto que desde hace mucho en Corea del Norte se ejecuta por las razonas más nimias, crímenes tales como hablar por teléfono al extranjero, adquirir productos “capitalistas”, poseer pornografía y largo etc., pero Kim añadió a la lista cosas aún más insólitas. Por ejemplo. algún funcionario desvelado cabeceó un par de veces durante uno de los discursos del joven tirano. El dormilón pago su inoportuna somnolencia con la vida.

Fundamental para los déspotas es saber inspirar pánico, dar la impresión de ser capaces de las más extremas crueldades si es necesario. Por eso el nuevo Kim ha ordenado que a las ejecuciones asistan los miembros de la élite gobernante como testigos. Se calcula que en total se ha ejecutado a más de 140 oficiales de alto rango desde que este jovencito asumió el poder. La cereza en este pastel del terror ha sido el espectacular -casi cinematográfico- asesinato de su medio hermano, el criticoncito Kim Jong Nam, envenenado con el agente neurotóxico VX por gentes norcoreanos en el aeropuerto internacional de Kuala Lumpur a plena luz del día. Joven, sí, pero a estas alturas nadie puede negar que Kim Jong Un ha actuado con rapidez, astucia y extrema crueldad. Pocos esperaban que alguien tan inexperto y aparentemente frívolo fuera tan hábil para administrar una dictadura.

Ya con el camino allanado, se procedió a edificar el imprescindible culto a la persona del nuevo Kim, todo un reto en vista de lo colosales que lo han sido los erigidos en loor de abuelo y papá. Cierto es que se empezó de forma discreta. Al principio se le calificaba como “Brillante Camarada” y se hablaba de sus grandes dotes de tirador, de su genio incomparable para las matemáticas y de que era un ideólogo excelente y precoz capaz, ni más ni menos, de escribir a los 16 años un artículo analítico sobre el liderazgo de su abuelo durante la guerra de Corea. Bonito todo ello, sí, pero todavía muy lejos de la prosopopeya acostumbrada en este infortunado país en lo que concierne a la adulación de sus líderes. Pero a partir de las purgas y su consiguiente consolidación en el poder el culto a Kim III se ha incrementado de manera prodigiosa y va en curso de igualar al de los antecesores. Ya se dice de él que es un dirigente todopoderoso, genial e invencible. Se ha publicado y se distribuye masivamente un manual titulado “Actividades revolucionarias de Kim Jong Un”, donde se asegura que aprendió a conducir cuando tenía tres años, ganó una carrera de yates a los nueve y a los diez demostraba increíbles conocimientos científicos y humanistas. Se incluye en el texto una recopilación de las principales citas geniales del mandamás y las órdenes y directivas transmitidas al ejército y a los ministros. Obviamente, el estudio a fondo del manual es a partir de 2017 parte del curso obligatorio que deben seguir todos los funcionarios del Estado para poder ejercer sus funciones. Será un total de 81 horas lectivas sobre el pensamiento de Kim Jong Un, adicionales a las más de 300 que desde hace ya tiempo están dedicadas al estudio de la vida y obra del abuelo y el padre.

Asimismo, el Partido ordenó durante su reciente Congreso efectuar una “campaña de lealtad al respetado líder Kim Jung Un” con una duración de 70 días. Se trataba, sobre todo, de poner a los jóvenes del país a crear obras artísticas (poemas, obras de teatro, pinturas, etc.) dedicadas a glorificar la historia revolucionaria y los logros del nuevo dirigente. Se presentaron más de tres mil obas realizadas por jóvenes y estudiantes de todo el país. Mucho destacaron la obra teatral titulada "Somos los Héroes Jóvenes de un País Poderoso", que describe al líder como poseedor de "un gran honor y la confianza profunda del pueblo". También mucho gustó "Recipiente de Sangre", en la cual se exhibe mostraba el deseo sublime del líder para construir un país invencible y próspero. También abundaron las poesías épicas que ensalzaban tanto a Kim III como a su padre y abuelo.

Es cierto que, todavía, el líder se ha mantenido uno o dos pasos por detrás de sus predecesores en lo relativo a la intensidad del culto a la personalidad. Hay estatuas y retratos del abuelo de Kim Il Sung" y de Kim Jong Il en casi cada espacio público o vivienda. Hombres y mujeres adultos llevan broches con sus efigies encima del corazón. Todo esto aún no sucede con la imagen de Kim Jong Un, pero será cosa de tiempo. Durante el pasado Congreso del partido se rumoreó que en ocasión de tan magno evento se lanzaría un nuevo prendedor con la imagen de Kim Jong Un. No fue así, pero la idea, por alguna extraña razón, fue muy aceptada y elogiada. También está pendiente elevar el estatus del cumpleaños del sátrapa. Los calendarios todavía no destacan el 8 de enero como una fecha festiva, tal y como sucede con los onomásticos de abuelo y papá, pero hay buenos presagios que invitan a pensar que pronto se corregirá esta anormalidad. Por ejemplo, se acaba de apobar, y de manera unánime, en la Asamblea del Pueblo erigir cuanto antes un monumento que rinda tributo a los tres líderes de la dinastía Kim sobre el Monte Paektu, lugar considerado sagrado para la liturgia del régimen de Pyongyang.

Eso sí, el nuevo Kim conserva dentro de su culto su estilo personal. Prefiere cultivar una imagen algo relajada, de hombre de pueblo capaz de abrazar a sus soldados, visitar trabajadores en sus casas y arrullar bebés en las guarderías. Al contario de sus antecesores, a veces se deja ver acompañado de su esposa, Ri Sol-ju, una ex cantante que ama vestirse a la moda. También está ese maravilloso corte de pelo “al hongo” que, se dice, busca imitar un tanto el estilo del abuelito Kim Il Sung. Pero, sobre todo, Kim Jong Un es un tirano sonriente. Siempre anda por aquí y por allá paseando muy orondo su regordeta figura con una sonrisa de oreja a oreja, algo bastante inusual en los dictadores de todos los tiempos, sobre todo en los que tienen aspiraciones de ser dioses, quienes tratan en todo momento de proyectar el hieratismo y la sobriedad que, según ellos, debe caracterizar al hombre de Estado.

En cuestiones más mundanas, a Kim Jong Un muchos analistas de dan el crédito de flexibilizar los controles del Estado sobre la economía e impulsar un crecimiento modesto, así como por recuperar la confianza pública de la que disfrutaba el régimen dinástico en el periodo de su abuelo y que se perdió en buena medida bajo el mando de su padre, cuya gestión se recuerda -sobre todo- por la hambruna que devastó a Corea del Norte en los años noventa. Pese a las sanciones y el aislamiento internacional, Kim III ha mejorado en algo el acceso a la comida e incluso de algunos bienes de consumo, por lo menos en la privilegiada capital, al permitir más actividades comerciales. También ha iniciado un auge urbanístico en Pyongyang, donde se solo viven los ciudadanos más leales. Pero es la política internacional y, debe decirse, la suerte, lo que ha ubicado a Kim como uno de los protagonistas más importantes en el escenario internacional y reforzado su imagen al interior del país al consagrarse como “perro rabioso mundial”, figura que tanto ayudo a papa y abuelito. El desarrollo misilístico y del poderío nuclear iniciado por Kim Jong Il se ha sido impulsado espectacularmente en estos últimos cinco años. Ya se han realizado tres nuevas pruebas nucleares y hay evidencia de que se prepara otra. También bajo el gobierno del Kim Jong Un se han realizado cerca de 80 ensayos con misiles, más del doble de los que se hicieron durante los mandatos de papá y abuelito. ¡Qué orgullo deben de sentir ambos allá en el cielo suche, sobre el sacrosanto Paektu!

Hoy, contra de todos los pronósticos, Kim III se encuentra a punto de convertir a su aislada y empobrecida nación en una de las pocas en el mundo que pueden atacar a Estados Unidos con un misil nuclear, lo cual sería un desafío no solo al gobierno estadounidense, sino también a toda la comunidad internacional y a sus tradicionales aliados de Pekín. También vemos como este gordito sonriente, chabacano y brutal se ha vuelto uno de los referentes internacionales más destacados del orbe, incluso más de lo que fueron sus ancestros, pero eso se lo debe más bien al azar, a la inmensa suerte de haberle tocado la presidencia en Estados Unidos de un personaje aún más insolente, fatuo e insensato que él mismo Y digo más porque los Kim, los tres, fanfarroneaban como una estrategia razonada de supervivencia, mientras que Donald Trump lo hace por obedecer sus instintos de eterno adolescente. Nada pudo beneficiar tanto a Kim Jong Un en la consolidación de su poder que esa declaración torpe con la que Trump amenazó a Norcorea de ahogarla en un torrente de “furia y fuego”, hecha apenas un día después de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara, con la anuencia siempre difícil de Rusia y China, severas sanciones económicas sobre el régimen de Kim III. Thank you, Donnie!

*Artículo publicado en la revista Campaings & Elections, septiembre 2017


jueves, 13 de septiembre de 2012

El líder se transforma en el pueblo, de ahí que deba sacralizársele, ya que nada es más sagrado que El Pueblo



¡Pero nada más vean con que bella estampa me tope en Facebook, concretamente en las páginas de MORENA Chiapas! Una chulada para mi Historia Mundial de la Megalomanía  El sueño del populismo: el Caudillo transmuta en el pueblo y el pueblo en su Caudillo. Esto, por si alguna duda quedaba del carácter netamente populista del movimiento que encabeza el Peje y que ahora será el partido Morena (Lumpenpartei, en alemán). ¡Basta de simulaciones! Yo saludo que el Peje se deslinde del PRD y que exista claramente una opción nacional-populista en México. Faltará ver si el PRD es capaz de convertirse en una alternativa más o menos socialdemócratas. Ojalá.

La idolatría al líder es quientaescencial para que la fórmula populista “funcione.” Como el pueblo y su líder son la misma cosa para el populismo y sus derivaciones, el líder hace lo que el pueblo quiere y el pueblo se lo cree a pies juntillas. No hay más ley que la del pueblo y, por lo tanto, puede cambiarla o violarla cuantas veces se le ocurra, porque lo hace por deseo o pedido del pueblo. Al diablo las instituciones. Únicamente el pueblo es dueño de la verdad, por eso el líder es estridente, monopoliza la palabra y anula toda posibilidad de disidencia. De esta manera el líder se transforma en el pueblo, de ahí que deba sacralizársele, ya que nada es más sagrado que El Pueblo.