lunes, 29 de julio de 2013

La Pena de Bélgica


 
Bélgica tiene nuevo rey. Se trata de Felipe, hijo de Alberto II, quien abdicó hace poco tiempo a la corona. Se trata del segundo monarca europeo que abdica este año en favor de su primogénito, Ya lo había hecho Beatriz de Holanda en su hijo Guillermo-Alejandro. Esto de abdicar puede convertirse en moda. Mucho se habla de que la siguiente podría ser Isabel II, sobre todo ahora que ya tiene herederos hasta para tres generaciones, y muchos señalan con el dedo a Juan Carlos, el de España, Ya se verá. Lo que sí es seguro es que el nuevo rey Felipe llega en el momento más delicado en la historia de su pequeño, aunque prospero, país afectado por un serio conflicto separatista. La pena de Bélgica, como el título de aquella extraordinaria novela de Hugo Claus que trata sobre el colaboracionismo flamenco con los nazis. Aunque, que no cunda el pánico, amantes de la cerveza de alta fermentación. Yo no creo que Bélgica desaparezca. Este país nació gracias a necesidades geopolíticas concretas y se mantendrá en virtud a conveniencias económicas todavía más concretas.

Me explico. Las potencias necesitaban un “Estado colchón” entre ellas, y los flamencos y valones precisaban unirse para subsistir en una Europa conflictiva e inestable. Lo que hoy son Bélgica y Holanda eran una sola nación, hasta su separación en los siglos XVI y XVII consecuencia la disputa religiosa entre el norte (protestante) y Flandes (católico). Más tarde sobrevino la proclamación de los “Estados Belgas Unidos”, en 1790, que sólo sirvió para disimular el dominio austríaco sobre esos territorios durante los siete años siguientes, hasta que Napoleón se apoderó de Bélgica. En 1815, el famoso Congreso de Viena conformó los llamados Países Bajos, uniendo de nuevo a Bélgica y Holanda de una manera muy artificial. En 1830 los belgas obtuvieron la soberanía como un Estado neutral. Este matrimonio de conveniencia entre flamencos y valones funcionó a las mil maravillas pese a las diferencias lingüísticas y étnicas. A fin de cuentas, la alianza ayudo al país a sobrevivir a las contantes guerras y tensiones internacionales, a pesar de haber sido invadidos y ocupados dos veces por sus amables vecinos alemanes. Los belgas no sólo sobrevivieron, sino que hicieron dinero, y mucho. La expansión económica belga comenzó hacia 1885 explotando de forma criminal el territorio del Congo. Con ello, los belgas se pasaron de tales y perpetraron uno de los genocidios más espantosos de la historia. Fue un holocausto que costó la vida, según los historiadores, a 10 millones de personas, aproximadamente, además de que otros tantos millones fueron mutilados y torturados sin piedad por sus crueles opresores, sin distinción a que fueran flamencos o valones. El principal responsable de este latrocinio sin castigo, Leopoldo I, de quien todavía pueden verse lindas estatuas en varias ciudades del país, tanto flamencas como Valonas. La falta de escrúpulos no conoce diferencias de ningún tipo lingüístico o étnico, de eso ni hablar.

Esta Bélgica tan “próspera y humanista” fue clave en la creación de la Comunidad Económica Europea (Hoy Unión Europea) y un socio muy activo de la OTAN. Pero al final de la guerra fría, los flamencos empezaron a ver a los relativamente más pobres valones como una lacra, cómo unos “mantenidos” buenos para nada. A final de cuentas, el gran y honestísimo, negocio de la explotación de los diamantes africanos está en Amberes, ciudad flamenca. Es así que los ocultos conflictos étnicos que habían sido soterrados por los años de progreso y de peligros externos salió, repentinamente, a la superficie y han debilitado la estructura nacional. Desde los noventas, los gobiernos del país han sobrevivido a base de acuerdos de convivencia siempre provisionales y que en esencia han concedido a los flamencos cada vez mayores poderes de autonomía. Es cierto que hoy los valones están más hartos que nunca de consentir y de conceder cada vez más prerrogativas a sus encantadores “paisanos” quienes, impulsados por demagogos de extrema derecha, han asumido posiciones cada vez más soberbias y egoístas.

Hace algunos años, The Economist publicó un artículo a favor de la separación definitiva de este país el cual, según el semanario, ya había cumplido con su misión histórica. Pero muchos analistas más cínicos que los de The Economist (y el The Economist suele ser bastante cínico) piensan que tal cosa no sucederá por una sencilla razón: el complejo estatus de Bruselas, la capital del país y, más importante a estas alturas del partido, sede de la burocracia europea. Bruselas es la única región auténticamente bilingüe del país, cuyo estatus, en caso de separación, sería muy difícil de definir. Ahora bien, ser sede de las euro instituciones ha sido un negocio redondo para los belgas, uno que no se querrán perder almas tan caritativas como las que han demostrado tener los flamencos a lo largo de su tierna historia, y ni siquiera los valones, tildados de “ingenuos” no sólo por los mamones flamencos, sino por buena parte de Europa (¿El idiota de la familia?).

Así que, por conveniencia económica de ambas partes, tendremos Bélgica para rato. ¡Qué bueno! Una división complicaría aún más las de por sí maratónicas eliminatorias Europeas para el mundial y la Eurocopa.¡ Hasta Kazajstán, sí, el país centro asiático de Borat, se siente con derechos futbolero-europeístas!

lunes, 22 de julio de 2013

Detropía


 
La semana pasada la ciudad de Detroit se declaró formalmente en quiebra. Se esperaba. Como le pasa a mucha gente, yo también tengo fascinación por las imágenes de decadencia. Hoy la otrora relumbrante Detroit expone en sus calles imágenes que bien podrían haber sido sacadas de alguna de esas películas post apocalípticas. La que fue la cuarta ciudad más grande e importante de los Estados Unidos padece una debacle que, a su modo, no deja de ser bella. Desde sus días de gloria como la capital automovilística de Estados Unidos, Detroit ha perdido casi dos terceras partes de su población. Hay en la vieja Motown  800,000 estructuras vacías, la mayoría en estado ruinoso. Algunas de estas construcciones son verdaderamente magníficas. El deterioro de los antes antes los formidables edificios tiene un potencial artístico fenomenal e incluso ya está atrayendo cierto tipo de turismo sigamos “voyerista”. Mucho se ha fotografiado últimamente la decadencia de Detroit, y ciertamente hay algo de voyerismo en la fascinación por la decadencia de tan magníficas construcciones. Las ruinas aparecen ya hasta en las guías: la Estación Central de Michigan, la Planta Automotriz Packard, el Edificio Metropolitan, los más lujosos hoteles de principios de siglo, teatros, cines y residencias que van desde el estilo neogótico al Art Decó. Y lástima que algunos de los mejores ejemplos ya no existen, como fue el caso de los almacenes Hudson (demolidos en 1998) y del grandioso hotel Detroit Statler (derruido en 2005). Y es que La época dorada de Detroit fue verdaderamente excepcional. Después de Nueva York y Chicago los grandes arquitectos iban a Detroit. Se construía de acuerdo a los dictados de las modas de la época, con materiales de calidad de la mejor calidad y excelentes diseños. Por eso es que las ruinas de hoy son tan hermosas.

Hay cada vez más especialistas en fotografiar el ocaso de Detroit. Entrar en ellos, para fotografiar su letárgico derrumbe, debe ser es una experiencia abrumadora, como visitar la Acrópolis o las runas de Persépolis. El chileno Juan Carlos Vergara ha exhibido miles de fotografías. Incluso hace poco presentó una exposición sobre el tema en el Museo Nacional de Arquitectura de Washington bajo la rúbrica Detroit is no dry bones (Detroit no es hueso desnudo). También hace poco salió publicado el libro The Ruins of Detroit, que recoge fotografías de los franceses Yves Marchand y Romain Meffre, quienes muestran a través de sus instantáneas la cruda realidad de una ciudad cada vez más abatida y solitaria. Heidi Ewing y Rachel Gradyy filmaron un interesante un documental titulado Detropia, la revista Time dedicó hace un par de años un número completo a las imágenes de tan impresionante la decadencia urbana e incluso el cine ha incursionado en el tema, recuérdese la estupenda película Gran Torino, con Clint Eastwood.

En la historia del urbanismo, mucho se ha escrito sobre los temas de cómo ampliar eficazmente los grandes centros urbanos, pero poco hay sobre el fenómeno de la contracción de ciudades, y esta se está convirtiendo en una historia común tanto en el Medio Oeste norteamericano como en otros países (la ex RDA en Alemania, Rusia, el noreste de Inglaterra), ciudades ubicadas en zonas de clima poco acogedor pero que en su día atrajeron gente gracias a el auge de la industrialización. Así se expandieron Cincinnati, Búfalo, Detroit, Cleveland y Pittsburgh. Pero tras terminada la Segunda Guerra Mundial comenzaron un lento declive. Menos fábricas y menos oportunidades de trabajo significaron menos población. Las clases altas y medias optaron por emigrar a los suburbios. Así, el descenso de la población en una ciudad presenta muchos desafíos: se recaudan menos impuestos, el aparato gubernamental deja de estar equipado y no puede prestar servicios, la ciudad se convierte en un lugar menos apetecible para vivir. Detroit se ha convertido en la segunda ciudad más violenta de Estados Unidos. La más violenta no se halla muy lejos, ya que se trata de Flint, Michigan. El desempleo es galopante (con un índice real del 50%) y con un 36% de los residentes viven por debajo del nivel de la pobreza. Así, los que se quedan en Detroit lo hacen porque no tienen más remedio que permanecer ah, es gente con pocos recursos o emigrantes llegados de las guerras gringas como las de Oriente Medio o Indochina, tal y como se ve, precisamente, en Gran Torino. Y las locuras no se hacen esperar. La destrucción por festejar un triunfo deportivo de los Tigres en Beisbol o de los Red Wings en Hockey es de escándalo, lo mismo que las celebraciones de Halloween, donde algunos pobladores se divierten provocando pavorosos incendios en las casa deshabitadas.

Detroit, la Motown, la urbe invencible y esplendorosa de la General Motors, Ford y Crysler, cuna de los seductores Cadillac y de la música (entre otros) de John Lee Hooker es la perfecta metáfora distópica del siglo XXI. Su florecimiento duró unos 70 años. Hoy, avanzar por sus ruinas, casas incendiadas, rascacielos vacíos, sus espacios ignotos y su downtown pleno de soberbios edificios moribundos hoy sólo habitados por indigentes, alimañas y hasta coyotes debe ser una de las emociones más fuertes con las que puede enfrentarse un viajero aventurado.

viernes, 19 de julio de 2013

¡Italia no Merece a esa Ministra!


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Hace algunos días comentábamos en El Oso Bruno (y en el Diario Digital www.30dias.net) editorial de 30 Días sobre innumerables e ignominiosos insultos machistas que debió tolerar la ex primera ministra australiana Julia Gillard durante su gestión como jefa de gobierno. Pues bien, esos denuestos tan abominables se quedan cortos comparados con lo que la ministra de Integración italiana, Cecile Kyenge, debe enfrentar en Italia, un país otrora grande por sus aportaciones a la cultura universal pero que hoy es (des) gobernada por una caterva de bandoleros y patanes de la peor ralea personificados en la repugnante personita del “Cavalier” Silvio Berlusconi.

Desde que Cecile Kyenge fue nombrada la primera ministra de raza negra el pasado abril, esta política de origen congoleño ha tenido que soportar denigrantes apodos xenófobos y sexistas como “orangután congoleño” o “integrante de la república de bonga bonga”. Ambos comentarios provienen de miembros de la Liga del Norte, una organización populista de lo más pedestre surgida a finales de los años ochenta en las regiones norteñas italianas que desde su fundación se ha caracterizado por su racismo y por incitar el odio a todo lo que no “piensa” como sus impresentables militantes y líderes. Más grave fue la declaración del senador Roberto Calderoli, también de la infame Liga Norte y (por añadidura) vicepresidente del Senado, quien afirmó que afirmaba que Kyenge “estaría mejor trabajando como ministra en el Congo, ya que pretende imponer en Italia sus tradiciones tribales”. Para redondear la diatriba, este remedo de legislador hizo una comparación entre los rasgos de Kyenge y los de un orangután: “Cuando veo fotografías de la susodicha ministra no puedo evitar pensar en los rasgos de un orangután”. Sobre el particular, no resisto decir que después de ver la cara anodina y algo idiotizada de Calderoli no pude pensar sino que el senador no está para criticar las apariencias de nadie. Y aquí no acaba la cosa una ¡mujer! dirigente regional de la Liga Norte, una tal Dolores Valandro, escribió un mensaje en Facebook expresamente se preguntaba: “¿Por qué no viola alguien a Kyenge para que pueda entender cómo se sienten las víctimas de estos horribles crímenes?”. Con ello, Valandro hacía alusión a que la mayoría de los asaltos a mujeres en Italia provienen de inmigrantes. Y el linchamiento verbal no acaba en los políticos, las redes sociales italianas  han sido una plataforma de duros ataques contra la ministra italiana de Integración escritos por una buena cantidad de ciudadanos italianos “de a pie”.

 

Kyenge, ha reaccionado con inteligencia y clase. No pidió la renuncia de Calderoli, sino que pidió a todos los políticos que “reflexionen sobre el uso de la comunicación”, puesto que sus palabras “pesan”, especialmente aquellas dichas por los políticos de más alto rango. “deberían darse cuenta de que hablan representando a los ciudadanos y a Italia y que dan al país mala fama con este tipo de incidentes”. A la pregunta que le hizo en una entrevista la Deutsche Welle de si consideraba a Italia un país racista, la ministra, cautelosa, respondió: “Es una pregunta difícil, pero yo siempre he dicho que, pese a todo, Italia no es un país racista sino una sociedad que necesita saber más sobre inmigración y el valor de la diversidad. Quizás lo que más nos falta es una cultura de la inmigración. Solo después de que el país haya progresado en estos ámbitos podremos juzgar si es racista o no. Además, en todo caso hay que comprender que el fenómeno de la inmigración en Italia es relativamente nuevo, en comparación con otros países europeos. Recuérdese que en 1990, el porcentaje de extranjeros en la población italiana era de aproximadamente un 2 por ciento. A día de hoy ha aumentado a un 7.5 por ciento.”

La estatura moral y política exhibida por Kyenge demuestra que por lo menos uno de los estúpidos comentarios hechos con el propósito de denigrarla tiene algo de razón: ella debería ser ministra en el Congo y no en Italia, pero porque Italia sobradamente en los útimos años  ha demostrado ser una democracia en franca decadencia que no merece tener en su gobierno a una persona de tan alta categoría. Italia lo que merece es a Silvio Berlusconi, ese su espejo, un individuo chabacano que  no tiene miedo ni vergüenza en exhibirse como un vulgar machista e ignorante, un cínico que disfruta sin pudores de la corrupción y que es un fanfarrón de antología.

Berlusconi encarna una especie de versión caricaturizada del ideal de vida italiano. Y, justamente porque es una caricatura se le permiten ciertas exageraciones. Los italianos lo escuchan, lo observan en la plenitud de su vulgaridad y quedan encantados. Se ven en él. No merecen más.

domingo, 7 de julio de 2013

Julia Gillard y el Machismo en Australia


Es cierto que cada vez vemos a más mujeres como jefas de Estado y de gobierno alrededor de todo el mundo, pero no por ser gobernantes algunas dejan de ser objeto de deplorables ataques y prejuicios machistas. El caso más grave de esto lo ha dado Australia. Hace unos días los parlamentarios del partido laborista de aquel país destituyeron como líder de su partido Julia Gillard, quien hasta ese momento fungía como la primera mujer jefa de gobierno australiana, por considerar que su impopularidad ante el electorado era insuperable y que su derrota en las elecciones generales a celebrarse el próximo septiembre era inevitable. Como su remplazo al frente del partido y (consecuentemente) del gobierno pusieron al ex primer ministro Kevin Rudd, quien había antecedido a Gillard en la jefatura del gobierno. De inmediato las encuestas de opinión empezaron a ofrecer a los alicaídos laboristas la oportunidad de vencer a sus adversarios en las urnas.¿Por qué era tan impopular Gillard? Cierto es que la forma en que llegó al poder fue algo ruda. Gillard acusó al entonces primer ministro Rudd de haber perdido el rumbo del gobierno y empezó a maniobrar para destituirlo. La estratagema tuvo éxito y Gillard fue designada nueva primera ministra. Muchos analistas, confieso que incluido yo mismo, pensamos que la maniobra de Gillard había sido asaz traicionera, pero en política estas cosas se dan todos los días. ¿O no? Quizá de haber sido hombre no hubiese faltado quien incluso halagara a Gilliard por su “maquiavelismo” y astucia política. Muchas, pero muchas más tropelías se le han perdonado, por ejemplo, al impresentable Berlusconi, quien sigue ganando millones de votos a pesar de haber gobernado a Italia con las patas y de ser centro de sus innumerables escándalos de corrupción y sexuales.  En cambio Gillard pasó a ser, de inmediato, la gran villana, The Bitch que todo el mundo ama odiar.
La verdad es que desde el principio de su carrera política Gillard fue víctima de groseros prejuicios machistas. Cuando era viceprimera ministra un diputado conservador expresó sus dudas de que una mujer soltera y sin hijos pudiera hacerse cargo de los asuntos de un país. El estilo descarnado, franco y directo de Gillard era considerado como demasiado “agresivo” por parte de los electores y no solo por los hombres, hay que decirlo, sino las mismas mujeres que le criticaban su presunta “desfachatez” de  llamar al pan “pan” y al vino “vino”. A la prensa sensacionalista le encantaba comparar a la ascendente política laborista con la cínica y calculadora Miranda, famoso personaje de la serie televisiva Sex in the City. Ya como jefa de gobierno, Gillard fue objeto de una interminable y visceral retahíla de insultos sexistas y agravios misóginos. Se debatía sobre el estilo de su vestimenta, el tamaño de su trasero, la gradación de su escote, el corte de su pelo, el tono de su voz y se especulaba si su marido –peluquero de profesión-, era o no gay. Cuando, el año pasado, su padre murió, un personaje de la radio tuvo el pésimo gusto de preguntarse al aire si el señor se habría muerto de vergüenza por haber tenido la hija que tuvo. 
Rumbo a la campaña el tono sexista subió a niveles grotescos. En una cena para recaudar fondos ofrecida por el partido Liberal de Australia (oposición), el menú indicaba como su plato estrella “codorniz a la Julia Gilliard: pequeños pechos, grandes muslos y un gran agujero de color rojo”. El líder de la oposición, Tony Abbott, ha tenido el descomedimiento  de  arengar a sus seguidores ante sendas pancartas que tildaban abiertamente Gillard de “perra” (bitch) y “bruja” (witch). Los ataques sexistas han dado lugar a enconados debates parlamentarios en los que Gillard, mujer de carácter no se arredró e incluso llegó a recuperar algunos puntos ante la opinión pública.  “Este hombre no me va a dar lecciones sobre sexismo y misoginia. Ni ahora ni nunca. (…) Si quiere saber qué aspecto tienen el sexismo y la misoginia en la Australia moderna no necesita una moción parlamentaria. Necesita un espejo”, le recamó Gillard alguna vez a su rival Abbott. 
Evidentemente, indignarse por los agravios sexistas a Gillard no quiere decir que por el simple hecho de ser mujer una persona dedicada a la política deba ser inmune a críticas o insultos o se le disculpen torpezas, ineficiencias o actos de corrupción.  A fin de cuentas, es gobernante de una nación democrática. Solo remítase la memoria a. por ejemplo, Cristina Kirchner para saber lo mala que puede ser una gobernante, o a nuestra Elba Esther si se quiere hablar de corruptas. Pero lo que destaca aquí el carácter abiertamente misógino de estos insultos, siempre destinados a destacar la condición femenina de Gillard. Algo parecido ha pasado con otras gobernantes en el mundo, no cabe duda, pero nunca en la intensidad de lo que ha sucedido con la ex primera ministra australiana, quien, por otro lado, fue una buena gobernante en términos generales: presidió un sólido crecimiento económico, logró reducir las emisiones de carbono en su país y promovió trascendentales reformas en los ámbitos de la educación y la protección de los discapacitados. Cometió errores también, como abandonar  la promesa de no introducir un impuesto sobre el carbono, adem´pas que muchos “expertos en comunicación” destacan su incapacidad de proyectar  simpatía, sentido del humor y sinceridad en sus intervenciones públicas. Pero sus defectos ni de lejos pueden compararse a... bueno, otra vez el mejor ejemplo que se me ocurre es la incompetencia, corrupción y grosería de Silvio Berlusconi, a quienes todavía hoy millones de italianos le votan con singular alegría. ¿No es espantoso el contraste entre lo que sucedió con Julia y la forma en que se le perdona todo al bufón machista Berlusconi?
Rumbo a los comicios de septiembre, Rudd ha revivido las posibilidades de su partido y los comentaristas han pasado de discutir la misoginia a tratar los temas electorales clásicos: los impuestos, los inmigrantes, la economía. Hay una desconcertante sensación de alivio en la prensa del país ahora que “esa mujer” se ha ido. Pero no debería olvidarse tan fácil ni rápidamente la bochornosa experiencia de lo sucedido con Julia, mucho menos en Australia, un país supuestamente desarrollado pero que padece un severo problema de violencia machista. La tasa de violencia de género en Australia es una de las más altas de los países occidentales. Alrededor de 77 mujeres mueren cada año a manos de sus parejas, dato extremadamente alto si tenemos en cuenta que Australia tiene una población de tan solo 22 millones de habitantes.

jueves, 4 de julio de 2013

¿Llegó el Invierno para la Primavera Árabe?


 
Quienes amamos la libertad saludamos entusiastas hace dos años el advenimiento de las revueltas civiles que estallaron en varias naciones del Medio Oriente, fenómeno que se ha dado a conocer como la Primavera Árabe. Llegaban a su fin o iniciaban un irreversible ocaso regímenes dictatoriales nacidos con la descolonización, los cuales habían arribado al poder con una generación de líderes cuyo principal objetivo era consolidar el nacionalismo, separar la religión del Estado y modernizar sus naciones utilizando una suerte de “socialismo árabe”. Los más destacados de estos dirigentes serían Gamal Abdul Nasser, el iraquí Karim Kassem, el sirio Hasem El-Atassi, el yemenita Abdala Al-Salal, el tunecino Habib Bourguiba, el argelino Ahmed Ben Bella y el mauritano Mouktar Ould Daddah. Se sumarían poco después a este espíritu socialista y nacionalista Hafez el Assad en Siria, un tal Saddam Hussein en Iraq y otro “tal”: el libio Muammar Khadafi.

Nacionalismo laico, socialismo a la árabe y odio a Israel fueron los códigos que identificaron a estos dirigentes, pero también un desbocado autoritarismo, una corrupción galopante, un catastrófico desgobierno económico y, en ocasiones, demenciales cultos a la personalidad. Las rebeliones surgidas en 2011 y qué aún continúan en su faceta más cruenta en la guerra civil en Siria, despertaron la esperanza de que algún tipo de democracia reconciliada con el Islam surgiera en las naciones que valientemente se habían deshecho de sus tiranos, e incluso muchos propusieron el ejemplo de Turquía, un país aceptablemente democrático gobernado por un partido islamista moderado respetuoso del sistema democrático y de los derechos humanos. Sin embargo, desde el principio muchos pesimistas advirtieron que la destitución de los dictadores laicos solo daría lugar a la asunción al poder de fundamentalistas musulmanes que lejos de liberalizar a las sociedades árabes impondrían la sharia y la intolerancia religiosa. Hoy, en vista de lo que sucede actualmente en Egipto tras el golpe de estado que derrocó al presidente Mursi, los cruentos enfrentamientos entre sunitas y chiítas en Iraq y las preocupantes tendencias salifistas que exhiben algunas de las facciones anti Assad en Siria, e incluso la violenta represión ordenada por Erdogan en Turquía cabría pensar que los pesimistas tenían razón y que la llamada primavera árabe era un experimento de origen destinado al fracaso y que la democracia es un tipo de gobierno completamente incompatible con el islam.

Pero la realidad, como siempre, es más compleja. Nadie dijo que la democratización de los países árabes fuera una tarea fácil.   El mundo islámico no logra absorber la naturaleza de la democracia como está concebida en los países del mundo occidental, puesto que las naciones árabes tienen como fuente principal de sus instituciones políticas al Corán, que además de ser la guía de la religión islámica, dicta orientaciones sobre la organización y funcionamiento de las instituciones de los poderes públicos, y valores morales. Los líderes de las naciones que vivieron la primavera árabe deben aprender a congeniar con esta realidad y abocarse antes que nada a alcanzar paz interna, estabilidad política y un grado aceptable de desarrollo económico, tareas de suyo difícil que llevará años completar.

La polarización ideológica que tiene su origen en factores religiosos en estas naciones, tómese en cuenta que en el mundo árabe el poder religioso sigue intrínsecamente vinculado al poder político. Estos elementos harán que las transiciones árabes sean muy sui generis, muy distintas unas de otras y el resultado no será necesariamente un sistema político idéntico al de las democracias liberales occidentales, pero quizá sí sea capaz de, por lo menos, garantizar un mínimo de libertades públicas para sus habitantes y eviten la entronización tanto de fanáticos religiosos como de sátrapas megalómanos. Al tiempo.

Mandela y Mugabe: Vidas Paralelas


 
Ahora que Nelson Mandela convalece en estado crítico el mundo entero halaga, con toda justicia, las grandes cualidades humanas y políticas de este paladín. Particularmente interesante me resultó el elogio que le dedicó Mario Vargas Llosa, quien destaca el estoicismo, el pundonor y  la tenacidad que demostró tener este líder incansable en su lucha por la libertad antes y durante los largos 27 años que estuvo prisionero en Robben Island y subraya la forma en que Mandela gobernó a su país alejado de rencores, apegado de forma irrestricta al régimen democrático, siempre con la idea de reconciliar a las razas y de evitar la asunción de una dictadura. Mandela asumió la presidencia sudafricana dueño de una abrumadora popularidad interna y de un gran prestigio internacional,  Ese tipo de devoción popular mitológica suele marear a sus beneficiarios y volverlos —Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro— demagogos y tiranos.” Como bien nos recuerda Vargas, pero Mandela rehuyó a la tentación de convertirse en un sátrapa entregado a la corrupción, al despotismo y al culto a la personalidad. Gobernó para todos y desistió de relegirse una vez terminado su mandato.

Los contrastes no pueden ser más abismales respecto a otro quien fue gran luchador por la independencia y en contra del racismo colonial: Robert Mugabe, héroe de la liberación de Zimbabwe (Antes Rhodesia) quien, como Mandela, pasó un largo período preso, pero a diferencia del gran sudafricano Mugabe jamás perdonó a los blancos. Al llegar al poder, en el muy lejano año de 1980, se dedicó a perseguirlos, a arrebatarles tierras y empresas y a expulsarlos del país en la mayor medida posible. Hace algunos meses Mugabe reprochó públicamente a Mandela haber sido “demasiado blando” con los blancos durante su gobierno. Pero no solo los blancos padecieron de las arbitrariedades de este dictador despiadado, frío y calculador que poco después de lograda la independencia  ordenó la masacre de 20,000 civiles en la ciudad de Matabeleland que apoyaban a su principal rival político, Joshua Nkomo. Durante todas las décadas en las que ha durado Mugabe en el poder han muerto bajo extrañas circunstancias decenas de opositores al régimen. En el año 2000 comenzó a fraguarse un movimiento opositor de gran calado dirigido por Morgan Tsvangirai que no tardó en amenazar la hegemonía de Mugabe. Como respuesta, el gobierno desató una oprobiosa “operación limpieza” que supuso la destrucción de los hogares y el sustento de aproximadamente 700,000 habitantes. Tanta represión, aunada a una corrupción generalizada, un vergonzoso desgobierno y un culto a la personalidad al “Padre de la Patria” provocó que la economía se derrumbara y la popularidad del presidente cayese en picada. Actualmente Mugabe sobrevive en el poder solamente gracias al aumento de la violencia, la represión y los fraudes electorales. Eso sí, como todo buen demagogo populista Mugabe culpa de las desgracias del país a Gran Bretaña, los Estados Unidos, los agricultores blancos y las sanciones occidentales.

Mugabe subió desde los inicios humildes para llevar a su país a la independencia. Fue aclamado, por un tiempo, como uno de los líderes más progresistas de África poscolonial. Es cierto que al principio de su gobierno  promovió educación, salud y agricultura. Muchos opinan que si hubiera dimitido después de una década en el poder podría haber ganado un puesto de honor en la historia, incluso a pesar de las masacres Matabeleland. Pero lejos de eso se aferró al poder y se cree dueño del país entero (Zimbabwe es mío, ha declarado en diversas ocasiones). Hoy tiene cada vez menos amigos y aliados está cada vez más paranoico y ha perdido el contacto con la realidad.

Mandela trabajo por la reconstrucción de la economía nacional y la reconciliación del país. Despreció como pocos personajes en la historia lo han hecho (rara avis) los seductores, fatales y arteros artificios del poder. Mugabe  pasará a engrosar la larga lista de la familia de los tiranos que cayeron en la tentación de endiosarse. El legado de Mandela será inmortal, el de Mugabe se hundirá en el fango.