domingo, 18 de agosto de 2019

El Club de los “Boca Floja”




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Rasgo común en los gobernantes populistas de la actualidad es utilizar un lenguaje llano, directo y ramplón para mantenerse cerca del pueblo y contrastar con las élites políticas tradicionales. En muchas ocasiones esta pretendida “sencillez en el discurso” se traduce en lenguaje de odio. Las consecuencias pueden ser fatales.


Los nuevos políticos renuncian a la “corrección política”, a los tecnicismos y las palabras complejas. Recurren a los chistes, los denuestos, la trivialidad y los apodos. 


Hasta no hace demasiado tiempo muchas de estas salidas de tono y gafes hubiesen significado la ruina de un político. Ya no es así.


Utilizar conceptos rebuscados es característica de las élites. Por eso los populistas usan un lenguaje común. Eso los hace aparecer como más “auténticos” y como buenos “comunicadores”.


"Yo soy así", nos dicen. Sostienen posturas polémicas y declaraciones inflamatorias porque hacen caso a los “dictados del corazón”. Son honestos, aunque su “sencillez” implique abiertas agresiones a minorías, opositores y críticos.  


Al hablar no ponderan ni el impacto de sus palabras ni la verdad de sus afirmaciones. Trump es el gran maestro de esto. Su oratoria soez, gritos destemplados, eslóganes elementales, chistes vulgares y comentarios misóginos le permiten presentarse como un  “antipolítico” enemigo del tedio de la democracia tradicional. Apela a los instintos más bajos del electorado, explota sin escrúpulos prejuicios y odios.


Expresiones irresponsables capaz de incentivar tragedias. Muchos consideran al lenguaje de odio de Trump como responsable indirecto de la matanza perpetrada en El Paso.


Putin es famoso por sus actitudes pedestres, Duterte no detiene sus vituperios ni tratándose del Papa, Boris Johnson es famoso por sus dislates, Salvini está a punto de convertirse en primer ministro en buena medida gracias a su chabacanería, Maduro lanza cotidianamente peroratas con un lenguaje tabernario contra las élites y nada reprime la desenfrenada y ofensiva verborragia de Bolsonaro. Y no son los únicos casos de gobernantes parlanchines y erráticos.


Es el club de los “Boca Floja”, demagogos quienes buscan reforzar cercanía con el pueblo base de propalar un día sí y otro también mentiras, insultos, amenazas y toda una gran gama de sandeces para azuzar odios y reforzar prejuicios. Algunos, incluso, pontifican.


Este discurso sencillo y rudo conecta con mucha gente, especialmente con el electorado menos formado, pero también implica riesgos, sobre todo para países con la necesidad de generar confianza para la inversión e incentivar la economía. 


Uno de los problemas de los populistas reside en su convicción de representar solo a un segmento de la sociedad incluso cuando llegan al poder, olvidando su obligación de gobernar para todos. 


En vez de crear consensos prefieren incitar, ofender y generar enfrentamientos. Ese comportamiento los mantiene en el centro de la atención, pero puede terminar por  acarrearles innecesarias complicaciones.


Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna 
Hombres Fuertes, 14 de agosto de 2019

lunes, 12 de agosto de 2019

Hombres Fuertes vs Medio Ambiente




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Casi todos los “hombres fuertes” de la actualidad son enemigos del medio amiente, y lo son porque es un tema que no reditúa en las urnas. Encabezan gobiernos dedicados a obtener el aplauso fácil, las relecciones ilimitadas, la popularidad a ultranza. Por eso son eminentemente cortoplacistas y rehúyen de las verdades incómodas.


Jair Bolsonaro se ha convertido en el villano antiambientalista más notable del planeta.  Proteger la selva amazónica era prioridad para los gobiernos democráticos de Brasil, pero Bolsonaro califica esto como un “obstáculo al progreso”. 


Desde el inicio del actual régimen la parte brasileña de la Amazonía ha perdido más de 3,000 km cuadrados de área boscosa, un aumento del 39% respecto del mismo período del año pasado. Ah, pero Bolsonaro tiene “otras cifras” y descalifica éstas, las cuales proceden de su propio gobierno.

El presidente brasileño ha reducido en un 24% los presupuestos destinados a la protección ambiental. “Políticas de austeridad”, les llaman.

También ha erradicado multas ambientales por considerarlas una "industria" la cual “fomenta la corrupción”, y desautoriza las críticas internacionales a tales posturas calificándolas como “complot”. "Vamos a profundizar nuestra investigación para ver si se divulgaron de mala fe esos informes, para perjudicar al gobierno actual y desgastar la imagen de Brasil", declaró vehemente. 


Desde luego, Bolsonaro no es el único. Donald Trump es conocido por su analfabetismo en materia medioambiental. Ha negado en múltiples ocasiones la vinculación entre el calentamiento global y la acción humana. Ha considerado al concepto “calentamiento global” como un invento de los chinos para afectar a la industria manufacturera de los Estados Unidos y criticado en numerosas ocasiones el supuesto costo económico del ecologismo. El gobierno de Trump también se han encargado de debilitar a la Agencia de Protección Ambiental haciendo recortes de hasta el 30% a su presupuesto.


Para él, el ruido de los molinos generados por la energía eólica causa cáncer. 


Bolivia tiene en su constitución estrictas medidas de protección ambiental y aprobó la Ley de los Derechos de la Madre Tierra, pero la exhaustiva exploración de hidrocarburos, la construcción de represas, la ejecución de carreteras y la expansión agrícola están en contra de estas disposiciones. De continuar la tendencia de pérdida de bosques para el 2050 Bolivia habrá perdido la mitad de su cobertura forestal


En Ecuador sucedió algo similar con Rafael Correa: en la Constitución se incluyeron muy pomposamente los “Derechos de la Naturaleza”, pero la políticas extractivistas del gobierno arruinaron muchas zonas presuntamente protegidas, esto bajo la mirada preocupada de ecologistas y comunidades indígenas y campesinas. Incluso el propio Correa llegó a criticar las disposiciones constitucionales por representar, según él, un “exceso de garantismo”.


Los demagogos siempre aplazan sistemática y continuamente las decisiones difíciles. No les interesa el futuro.

Pedro Arturo Aguirre

Publicado en la columna Hombres Fuertes, 7 de agosto 2019

viernes, 2 de agosto de 2019

El evo de Evo





“El evo tiene principio, pero no fin”.

Hace unos días el incombustible presidente de Bolivia, Evo Morales, dio inició a su campaña electoral rumbo a una nueva reelección como presidente de Bolivia.
Una candidatura a todas luces ilegal por incumplir el límite constitucional e ignorar el resultado del referéndum celebrado en 2016, el cual rechazó la reelección.

Para eludir la legalidad, Evo denunció un supuesto “engaño” del cual había sido víctima “La voluntad popular” y apeló a los “movimientos sociales”, los cuales “reclamaban” su permanencia en el cargo.

Se puso en juego una especie de “realidad paralela” para avasallar a los andamiajes legales e institucionales, argucia cada vez más común en Latinoamérica.
De esta forma, el Tribunal Constitucional boliviano avaló la reelección indefinida bajo el argumento de defender el “derecho humano” del presidente a presentarse a un cargo de elección popular.

Será la cuarta elección presidencial para Evo, quien, cabe recordar, también se impuso en un referéndum revocatorio en 2008. En aquella ocasión, Morales declaró “No tengo miedo al pueblo, que el pueblo diga su verdad, que el pueblo nos juzgue”. Y remató:  “Seguimos haciendo historia”

No es casual la larga permanencia de Evo en el poder, durante su largo gobierno se ha dado lugar a un crecimiento económico sin precedentes y a la reducción de los índices de pobreza. El PIB per cápita se triplicó, las reservas crecieron sostenidamente y la inflación quedó bajo control.
Sin embargo, la economía boliviana depende, en un porcentaje demasiado elevado,  en la exportación de gas a Brasil y Argentina. La economía no se ha diversificado, no se logró la industrialización y no hay otras fuentes de generación de ingreso más allá de las tradicionales actividades extractivas.

No se verificó ninguna transformación económica, pero por un  largo período Bolivia se vio beneficiada por el incremento en los precios de sus materias primas.
A Evo también lo ha favorecido la mala calidad de sus opositores: desunidos y desprovistos de programas de gobierno realmente alternativos.

Pero la esencia, el verdadero secreto de la perdurabilidad de Evo y otros hombres fuertes de corte populista en el poder es la capacidad de generar clientelas fuertes. Y para ello se necesitan cuantiosos recursos económicos.

Morales, Correa, Chávez, Putin, Erdogan, Ortega, todos en algún momento han declarado ser “renuentes” a la reelección, pero acaban cediendo por considerar a la alternancia como algo "peligroso" para sus “muchos logros y transformaciones sociales”.

Se sienten “indispensables”, de hecho, “providenciales”. Nadie mejor para completar la tarea de “hacer historia”, nadie más competente en la noble tarea de “emancipar a los pobres”.

Ya no se pertenecen, por eso, al final, ceden a la exigencia reeleccionista  del Pueblo y se sacrifican por una eternidad si es necesario.

Y el Pueblo manda, ¿O no?


Pedro Arturo Aguirre


Publicado en la columna Hombres Fuertes del diario ContraRéplica, 31/07/19