martes, 22 de diciembre de 2020

¿Rumbo a la guerra civil?

 



 Donald Trump, arquetipo del narcisista maligno, dejará la Casa Blanca desplegando una actitud asaz egoísta y destructiva. Intenta dejar a su sucesor un campo minado y deteriorar a ultranza las instituciones del país. La idea es hacer Estados Unidos ingobernable. Es una transición de tipo “neroniana”, con el psicópata emperador tocando la lira mientras arde Roma. Sin embargo, para algunos optimistas los rumores sobre la muerte de la democracia estadounidense son prematuros. A final de cuentas, Trump perdió, nos dicen. Pero los eventos post elección son síntomas inequívocos de una grave enfermedad. Hay ingentes tensiones entre lo urbano y lo rural, blancos y negros, elitistas y “pueblo”, cosmopolitas y nacionalistas. Y, sí, hay un riesgo significativo de violencia.

En Estados Unidos la gente está armada hasta los dientes y las ventas de armas se han disparado en los últimos meses. Aunque nadie augura una guerra civil abierta, sí puede intensificarse una especie de “conflicto civil de baja intensidad” el cual ya está presente y podría prolongarse durante años con  ciberataques, campañas de difamación, divulgación de teorías conspirativas aun más absurdas, desobediencia civil, agresiones racistas y de toda índole de violencias, incluso asesinatos selectivos.

Millones de republicanos “de base” creen a pie juntillas en la teoría del fraude electoral de Trump, aunque su cruzada judicial contra los comicios es todo un esperpento. El torpe equipo legal del presidente ha perdido en todas y cada una de las demandas presentadas en los estados donde el resultado electoral fue reñido. Pese a ello, el presidente saliente ha recaudado más de 200 millones de dólares a favor de un comité destinado a  favorecer sus actividades pospresidenciales. Trump aparece como el claro favorito para ser el candidato presidencial republicano en el 2014. Claro está, sus infinitos problemas legales podría acabar con sus aspiraciones futuras: las deudas de su grupo empresarial, temas de obstrucción a la justicia, fraude fiscal, financiación ilegal de campaña. Sin duda va a procurar perdonarse a él mismo y a su familia, pero no será posible hacerlo tratándose de delitos como fraude fiscal y bancario. De ahí parte de su obsesión (aparte de su narcisismo) por desplegar esta violenta y atrabiliaria cruzada contra el “fraude”. Claro, sería delicioso verlo procesado y condenado por todas sus tropelías, aunque no se descarta un exilio vergonzante, como ha sucedido con tantos dictadores y presidentes corruptos de por aquí y por allá.

Los retos para Biden son hercúleos. Mucho le ayuda su pragmatismo. Carecer de una visión política fija le servirá para tratar de cuadrar el muy difícil círculo de encontrar suficientes republicanos dispuestos a cooperar en su programa de gobierno y en iniciar una reforma estructural de las lastimadas instituciones. Quizá sea demasiado peso para sus envejecidos hombros.

Pedro Arturo Aguirre

Publicado en Hombres Fuertes 9/XII/20

El Calígula de Bangkok

 




Desde que ascendió al trono de Tailandia en 2016, el excéntrico rey de Maha Vajiralongkorn (Rama X) pretende reimplantar la monarquía absoluta. Ha asumido el mando efectivo de las fuerzas armadas, tomado el control personal de las propiedades de la corona y sus intervenciones en política son cada vez más frecuentes y arbitrarias. Como consecuencia, desde el verano de este año -y a pesar de la pandemia- han estallado multitudinarias protestas exigiendo el fin de los abusos de Su Majestad.

La monarquía absoluta terminó en 1932 para dar paso a un sistema formalmente democrático, aunque sumamente inestable. Desde entonces Tailandia ha sufrido doce golpes de Estado, redactado veinte constituciones y el ejército se ha erigido en el árbitro final de la política. El rey Bhumibol (Rama IX, padre del actual rey) gozó del cariño del pueblo porque siempre supo manutenerse respetuoso de su papel constitucional, pero Maha Vajiralongkorn tiene todos los rasgos de un decadente emperador romano. Obliga a sus colaboradores a arrastrase en su presencia, manda afeitar las cabezas de los cortesanos desobedientes y nombró a su perrito caniche Foo Foo “mariscal del aire”. Para enfrentar al Covid decidió encerrarse en un lujoso castillo en Baviera con una veintena de concubinas.

Este nuevo Calígula ha tenido cuatro esposas. Los divorcios con las tres primeras fueron asaz escandalosos. Pocos meses después de su cuarto matrimonio elevó a una concubina a la condición de "noble consorte real". Es la primera mujer en tener este título desde la implantación en Tailandia de la monarquía constitucional. Dicha mujer cayó de la gracia poco después de su elevación y desapareció de la vista pública por varios meses, pero en septiembre fue reinstalada y declarada "no contaminada".

La deriva autoritaria en Tailandia no empezó con el rey “bala perdida” actual. En 2014 un golpe de Estado (uno más) reimpuso la ley marcial y disolvió al movimiento Futuro Adelante, el cual enarbolaba un discurso antimilitarista. Pero desde la llegada de al trono la tendencia es a una concentración de poder en manos del monarca. Este año la gota derramó en el vaso. Estallaron las protestas. El 14 de octubre miles de manifestantes marcharon frente a la Casa de Gobierno. Esa noche el gobierno decretó el Estado de emergencia, prohibió las reuniones de más de cuatro personas y censuro la información sobre temas "dañinos a la seguridad nacional". Advirtió a los manifestantes sobre la vigencia de una ley de delitos “lesa majestad” por la cual quienes insulten a la monarquía pueden ser procesados y condenados a penas de hasta quince años de prisión. Pero lejos de menguar, el movimiento crece y ahora incluye la remanda de una Constitución democrática, el fin  del régimen militar y una reforma a la monarquía.

Pedro Arturo Aguirre 

publicado en Hombres Fuertes 2/XII/20

Evo: La Sombra del Caudillo

 




Hace unos días tomó posesión de la presidencia de Bolivia Luis Arce, artífice de las reformas que llevaron al despegue económico del país andino durante los años del gobierno de Evo Morales. Durante sus años de gestión como ministro de Economía se incrementaron las reservas internacionales, se amplió la clase media y se registraron tasas de crecimiento sin precedentes, pero no se cumplió con la promesa de diversificar la economía nacional. Hoy, Bolivia sigue dependiendo en extremo de la explotación, muchas veces abusiva, de las materias primas.

Arce logró una apabullante victoria en las urnas en buena medida gracias a la notable incompetencia del Gobierno de transición encabezado por Jeanine Áñez, quien aplicó torpes medidas enfocadas tratar de revertir las políticas de Evo Morales, reprimió de forma salvaje manifestaciones en su contra y gestionó de forma catastrófica la pandemia del coronavirus.

La postulación de Arce como candidato del Movimiento al Socialismo (MAS)  tuvo sus dificultades. El nuevo presidente es un académico de clase media, no un militante de las organizaciones sindicales y campesinas las cuales conforman gran parte de las bases del MAS. Logró ser candidato exclusivamente gracias a la insistencia de su mentor, Evo Morales. Es decir, sus bases reales de sustentación y autonomía política son cuestionables. Esto es grave porque los retos de Arce como presidente son ingentes. Recibirá una economía muy castigada por la crisis del coronavirus y una sociedad gravemente polarizada. Bolivia se enfrenta a su peor recesión desde los años ochenta y la situación actual es muy diferente a la experimentada por el país en los buenos tiempos, cuando los precios de las materias primas estaban por las nubes. La pandemia ha reducido el comercio de las materias primas a nivel global, perjudicando mucho a los países productores. Asimismo, la oposición boliviana se ha fortalecido, sobre todo un sector de extrema derecha encabezado por el empresario Luis Fernando Camacho. El nuevo presidente deberá procurar un gobierno menos confrontacionista para ampliar su base social y calmar los ánimos en el país.

Pero ello se ve difícil. El principal reto de Arce será lidiar con la sombra del caudillo. La megalomanía de Evo Morales es grande, se siente un “líder indispensable elegido por la historia”. Según el nuevo presidente, Evo se mantendrá al margen del gobierno, pero tal cosa es imposible de creer. Véase si no: Morales adelantó su regreso a Bolivia y organizó para ello una marcha triunfal de tres días con una caravana formada por más de 800 vehículos la cual recorrió más de mil kilómetros desde la frontera con Argentina (donde lo despidió el presidente Alberto Fernández) hasta Chimoré, enclave cocalero en Cochabamba donde los recibieron unas 100 mil personas ¡Ni Napoleón tras su regreso de Elba!

Pedro Arturo Aguirre

Columna Hombres Fuertes publicada 18/XI/20


miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Comienza el Ocaso de los Hombres Fuertes?

 



La victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales constituye una buena noticia para quienes consideramos a la democracia como el mejor sistema de gobierno, pero Trump deja a su país y al mundo un pernicioso legado. El encono y la discordia política amenazan paralizar la vida institucional de Estados Unidos por años. Biden promete reconciliación y los más optimistas apuestan por considerar a Trump como una mera "aberración histórica" la cual se podrá superar con algo de esfuerzo y buena voluntad. Pero la aún principal potencia del mundo está contaminada por el odio y de ello Trump no es el único responsable, sino sólo es síntoma de una crisis mucho más profunda.

Más de setenta millones de estadounidenses votaron y aún hoy defienden con locura a quien muy probablemente sea considerado por los historiadores del futuro el peor presidente en la historia del país. Nada impidió a los trumpistas idolatrar a su chocante adalid: ni su mitomanía, ni su corrupción, ni su notable incompetencia, ni su abierto cinismo y crasa vulgaridad, ni la catastrófica mala gestión de la pandemia, parcialmente responsable de las más de 220 mil muertes. Creyeron y todavía creen en el universo paralelo de verdades alternativas creado por este personaje y divulgado con fruición por múltiples medios radicales activos en internet. Nunca antes en la historia un presidente había dañado tanto al tejido de la democracia estadounidense en tan poco tiempo. Tomará años reparar el daño. Además, se cierne sobre la todavía potencia más importante del mundo la sombra de la violencia política.

Narcisista y mal perdedor, Trump clama fraude y  ha iniciado una serie de erráticas iniciativas legales con el fin de torcer el resultado, pero ninguna argucia prosperará sin el apoyo decidido y unificado del Partido Republicano y éste no “come lumbre”, mucho perdería si se decidiera a “quemar la casa” por defender a ultranza al vesánico presidente. Pero en la oposición los republicanos difícilmente retomaran el camino de la institucionalidad democrática. Lo más deseable sería ver a republicanos y demócratas reaprender a trabajar juntos y alcanzar acuerdos tal y como lo hicieron durante décadas. Pero tal esperanza es quimérica. Difundir el odio reditúa en las urnas. Los republicanos seguirán en la senda de la demagogia y la verdad alterna.

La derrota de Trump tendrá repercusiones mundiales. Al desaparecer del escenario el principal populista global cabe la esperanza de un rebrote de la democracia y de contemplar el principio del ocaso de esta época de hombres fuertes y nuevos autoritarismos. Pero las cosas no son tan sencillas. Tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo falta recorrer un muy largo y difícil trecho en la tarea de la reconstrucción democrática.


Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombre Fuertes

11 noviembre 2020


 

La Sombra de Pinochet

 




El régimen de “hombre fuerte” terminó en Chile en 1990 cuando el general Augusto Pinochet fue relevado en la presidencia por el democristiano Patricio Aylwin y desde entonces ha regido en Chile una democracia funcional, dicha sea la verdad, sobre todo si la comparamos con los fallidos experimentos ocurridos en muchas naciones del entorno latinoamericano. Sin embargo, a pesar de los años de estabilidad política y económica logrados por Chile en las últimas décadas, su democracia ha sido incompleta, y no tanto debido a los “enclaves autoritarios” heredados de la dictadura y plasmados en la Constitución hoy rechazada, sino por las omisiones concernientes a las obligaciones sociales del Estado y la persistente presencia de una cierta cultura autoritaria

La Constitución chilena careció de legitimidad de origen por ser herencia de la dictadura. Contenía disposiciones autoritarias erradicadas en su mayoría en 2006 durante la presidencia de Ricardo Lagos. Se hicieron 58 enmiendas tales como suprimir a los senadores designados y vitalicios, restituir la facultad presidencial para remover a los jefes de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, modificar al Tribunal Constitucional, acortar el periodo presidencial y derogar al injusto sistema electoral llamado “binominal”. Pero no se hizo nada en lo concerniente a los derechos sociales. El texto constitucional conservó la idea de un “Estado subsidiario” el cual no provee directamente prestaciones de salud, educación o seguridad social.

El domingo los chilenos votaron abrumadoramente por redactar una nueva constitución, ello como resultado del estallido social iniciado en el país desde el año pasado. Las protestas surgieron en demanda de los derechos públicos no garantizados por la Constitución. El simple hecho de elevar a rango constitucional dichos derechos no soluciona todos los problemas cual si de una panacea se tratase, pero, quizá, represente un primer paso en el camino correcto.

La "convención constitucional” será integrada por 155 miembros, mitad hombres y mujeres, a través de elección directa. Será el primer órgano paritario en redactar una Constitución en la historia. Un sector de los representantes estará reservado para las minorías étnicas.

La transición a la democracia en Chile ha sido un episodio complejo debido, primero, a la presencia y protagonismo del ex dictador en la vida política del país, y su muerte no implicó la desaparición de su oscuro legado. Los años subsiguientes los gobiernos de la Concertación avanzaron con paso firme en la consolidación de la democracia, pero siempre debieron bregar contra el recuerdo de un turbulento pasado. Pinochet proyecta una larga y persistente sombra no solo en las instituciones, sino también en la conciencia moral del país. La dictadura dejó un pesado legado de rencor y actitudes autoritarias e insolidarias. El gran reto chileno es, a la par de construir un Estado bienestar, borrar esta ominosa sombra.

Pedro Arturo Aguirre 


Publicado en la columna Hombres Fuertes

28 de octubre 2020

lunes, 19 de octubre de 2020

Regreso a la Normalidad

 






La principal tesis de campaña de Joe Biden es el presunto deseo de una mayoría de estadounidenses de un “regreso a la normalidad”. Esto parecería contradictorio. Recuérdese como Donald Trump llegó a la Casa Blanca apenas hace cuatro años precisamente enarbolando las banderas del cambio radical y con el ofrecimiento de enterrar definitivamente a la clase política tradicional. ¿De verdad se ha apoderado de Estados Unidos una nostalgia por los “Business as Usual”? Pues al parecer hay mucho de eso. Estos últimos cuatro años han sido turbulentos. Trump estresa a sus gobernados porque su régimen ha sido catastrófico y su personalidad es insolente y confrontacionista. Tanta estridencia cansa, por eso en uno de los anuncios de la campaña demócrata se pregunta a los ciudadanos: “¿Se acuerdan cuando no teníamos que preocuparnos por el presidente todos los días?”

La administración Trump ha sido incompetente y disfuncional. Se multiplican las malas decisiones en políticas públicas Otro de sus rasgos es la inestabilidad, manifiesta en los constantes cambios de colaboradores. Su nativismo ha minado el liderazgo estadounidense en el mundo. Sus obsesivos intentos por suprimir el Obamacare le han resultado contraproducentes en virtud a la inusitada popularidad adquirida por este programa. Su desprecio por la ley es palmario. La mentira es esencial en el estilo de gobierno. Trump abusa de los recursos estatales para beneficio personal. Padece de una megalomanía galopante. Es grosero, racista y sexista. Tiene una base ultranacionalista blanca a la cual adula y protege. Por carecer de empatía es absolutamente incapaz de desempeñar el papel simbólico del presidente como gran unificador del país. Ello le impide ser una inspiración nacional, sobre todo en momentos difíciles.

Hace precisamente 100 años, en los comicios presidenciales de 1920, el regreso a la normalidad (Back to Normalcy) fue el lema  con el cual ganó el entonces candidato republicano Warren Harding. El público estaba cansado de los años de la Primera Guerra Mundial, de la gripe española y del excesivo activismo internacionalista del presidente Woodrow Wilson. Harding, candidato poco carismático y aburrido como Biden, ofreció “No heroicidad, sino normalidad; no agitación, sino ajuste; no exaltación, sino serenidad; no lo dramático, sino lo desapasionado”. Más o menos esto propone Biden un siglo después.

Fue la de 1920 la primera elección donde las mujeres pudieron emitir su voto. Hoy las mujeres serán decisivas. Aquí Trump también lleva todas las de perder. Las encuestas le dan a Biden hasta treinta puntos porcentuales de ventaja sobre el presidente en el voto femenino. Y no solo con las profesionales progresistas, las universitarias o las liberales de las grandes ciudades, sino también con las mujeres blancas habitantes de los suburbios, conservadoras, clave en la victoria republicana hace cuatro años, ahora desilusionadas ante tanta indecencia.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

21 de octubre de 2020

 

Armenia y los dictadores

 



A los dictadores les encanta la guerra porque con ella atizan el nacionalismo y entretienen a la gente de sus malas decisiones en la gestión gubernamental. Este es el caso del eterno presidente de Azerbaiyán Ilham Aliyev (tirano azerí desde la muerte de su no menos déspota padre, Heydar Aliyev, en 2003) y de su amigo cercano, el presidente turco -convertido en “guerrero permanente”- Recep Tayyip Erdogan.  Azerbaiyán inició un ataque militar a gran escala contra el enclave armenio de Nagorno Karabaj. Aliyev aprovecha así la crisis del Covid-19 (la cual tiene ocupado al mundo), un panorama internacional poco propicio al diálogo civilizado y el aliento recibido por parte del belicoso Erdogan, quien ha enviado a su aliado drones, aviones e incluso grupos de mercenarios sirios.

Armenia padeció bajo un régimen autoritario y oligárquico de larga duración hasta su “Revolución de Terciopelo” de 2018 encabezada por el actual Primer Ministro Nikol Pashinyán, quien ese año inició solitario una marcha de protesta contra la dictadura a través de todo el país, a la cual se fue sumando gente de pueblo en pueblo hasta involucrar a centenares de miles. La marcha le valió el apodo al actual premier de el “Forest Gump armenio”.  Desde entonces en el país se ha instaurado un gobierno democrático y ello molesta sobremanera a los tiranuelos vecinos.

Hasta cierto punto, el fin de la dictadura en Armenia redujo las tendencias militaristas de este país, alentadas en su momento por el derrocado dictador Serzh Sargsyan. Pero en Azerbaiyán el jingoísmo sigue siendo promovido por Aliyev como receta de supervivencia. Por su parte, a Erdogan no le han bastado con sus insensatas aventuras militares en el Mediterráneo Oriental, Libia y Siria. Su delirante neo-otomanismo le exige extender su presencia al Cáucaso, una región militar y económicamente estratégica. Por eso convenció a Aliyev de iniciar una guerra de incierto desenlace. ¿Y Putin? Pues es el tercer dictador en la discordia. Aunque aliada tradicional de Armenia, Rusia ha mantenido una actitud muy ambigua ante el actual conflicto. Por un lado, Putin detesta la idea de una mayor influencia turca en la zona, pero como sus homólogos azerí y turco también recela del posible florecimiento de una democracia en Armenia. Además, Pashinyán se ha acercado a la Unión Europea. Recuérdese como Rusia invadió la península de Crimea cuando Ucrania se hizo “demasiado amigable” con Bruselas.

Guerras brutales como la de Nagorno-Karabaj son consecuencia de la crisis del multilateralismo, el auge del nacionalismo y la crisis global de las democracias. La incipiente pero muy motivada Armenia democrática puede desempeñar un papel constructivo en la cooperación internacional y la paz, modificando la conflictiva situación regional, y eso a los déspotas eso no les gusta pero para nada.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

14 de octubre de 2020

Mujer Fuerte en Argentina

 



Siempre sí: Cristina Kirchner ha vuelto a ser la mujer fuerte de Argentina. La influencia política e ideológica de la vicepresidenta sobre el presidente Alberto Fernández es apabullante y está arruinando a su gobierno. Cristina es una de las más deplorables representantes del neopopulismo latinoamericano. Su gobierno concluyó en el más absoluto desastre económico y social, y es considerado como uno de los más corruptos en la historia argentina, récord asaz difícil de obtener. Ahora, en un fenómeno bautizado por los argentinos como el “hipervicepresidencialismo”, la señora controla a la mayor parte de los diputados y senadores peronistas, varios gobernadores responden solo a sus directrices, aliados suyos tienen mayoría en el Consejo de la Magistratura Judicial e incluso su autoridad dentro del Poder Ejecutivo crece constantemente con Santiago Cafiero -el jefe de Gabinete- como su incondicional servidor.

Cristina ha sido capaz de imponer una agenda gubernamental casi exclusivamente dedicada a garantizar su impunidad respecto a los graves casos de corrupción donde se le imputa, a ejecutar sus deseos de venganza en contra del expresidente Macri y de sus allegados y a perfilar a su hijo Máximo Kirchner, jefe del peronista bloque de diputados del Frente de Todos, como próximo candidato a la presidencia. Todo esto en plena pandemia y con una situación económica y social extremadamente grave. La acometida de Cristina se hizo aún más evidente con un reciente intento de desplazamiento de tres magistrados judiciales involucrados en la investigación de causas judiciales sobre corrupción de la era kirchnerista. También consiguió la liberación de la gran mayoría de exfuncionarios y empresarios ligados a ella condenados por corrupción. Sin embargo, hace unos días el Tribunal Supremo de Argentina, por decisión unánime, decidió paralizar el traslado de los tres jueces. Señaló la máxima institución judicial al respecto “la  inmensa e inusitada gravedad institucional" implícita en este movimiento.

Alberto Fernández consiguió una imagen positiva con la decisión de decretar una cuarentena temprana ante la pandemia, pero también porque parecía responder a las expectativas creadas en torno a él y a  su capacidad de actuar con independencia frente a su voraz vicepresidenta. Pero ello duró poco. El presidente empezó a enfrentarse con las autoridades sanitarias y con todos quienes habían sido buenos aliados en la batalla contra el Covid. Ahora Argentina es uno de los países con peores resultados frente a la pandemia. En las encuestas el presidente ronda apenas el 41 por ciento de aprobación ciudadana.

La nueva crisis institucional argentina, con un presidente desdibujado y la vicepresidenta como chivo en cristalería, es nueva prueba de la importancia de mantener vigente y sana la separación de poderes. Está en tela de juicio la forma como limitamos al poder y garantizamos nuestras libertades frente al quienes mandan.

 Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

7 de octubre 2020

 

sábado, 17 de octubre de 2020

Corte Suprema a la Deriva

 





Los “Padres Fundadores” de Estados Unidos concibieron a la Suprema Corte de Justicia como un asamblea imparcial de sabios alejados de pugnas políticas y atentos solo a la majestad de la Constitución y las leyes, pero esta noble intención se ha extraviado. La Corte se ha vuelto una institución intensamente partidista. Durante las últimas dos décadas prácticamente en todos sus veredictos más transcendentales los jueces se han decantado de acuerdo a su orientación política. Los cinco magistrados designados por un presidente republicano han votado en sentido contrario a como lo han hecho los cuatro nombrados por un mandatario demócrata. Por ello, cada nombramiento de un nuevo magistrado se convierte en una batalla campal.

El partidismo es mucho más notable en el caso de los jueces republicanos. Como lo señaló el New York Times, son de los más conservadores desde la Segunda Guerra Mundial. Muestras de su fervor sectario lo han dado en temas como los derechos al voto, financiamiento de las campañas electorales y anulación de legislaciones en materia laboral, antimonopolio y justicia penal. Actualmente, penden de un hilo el Obamacare, el derecho al aborto y, sorprendente para la supuesta democracia más importante del mundo, la posibilidad de perpetrarse un fraude electoral.

Trump quiere apurar el nombramiento en el Senado de la conservadora Amy Coney Barrett para antes de las elecciones porque quiere ganar los comicios a como dé lugar y contar, para ello, con una mayoría sólida de jueces republicanos. Su plan para  rechazar la legitimidad de la elección, si pierde, es afirmar la ilegitimidad de millones de votos emitidos por correo. Podría iniciar una controversia ante la Corte al estilo de la verificada entre George Bush y Al Gore, pidiendo detener el escrutinio de votos antes de finalizarse el conteo de las boletas emitidas por correo.

Pero esta ofensiva para dominar a la Suprema Corte de forma tan perentoria podría resultarle contraproducente a los republicanos. En una encuesta de Washington Post-ABC News, el 58 por ciento de los encuestados se manifestaron porque el nombramiento de quien ocupe la vacante efectuado por el presidente entrante. Si los republicanos desafían a la opinión pública e insisten en impulsar, a ultranza, una designación para antes de las elecciones podrían ser castigados en las urnas, y no solo en lo concerniente a la elección presidencial, sino también en varias competencias senatoriales reñidas y comprometer su dominio de la Cámara Alta.

Otro dato interesante: el 64 por ciento de los votantes demócratas consideran la perspectiva de una mayoría conservadora reforzada en la Corte Suprema como un aliciente adicional para votar a Biden, y solo el 37 por ciento de los republicanos afirman algo similar respecto a Trump. La precipitación del presidente podría movilizar al voto demócrata.


Pedro Arturo Aguirre Ramírez

publicado en la columna Hombres Fuertes

30 de septiembre de 2020

Nuevos Autoritarismos y Libertad de Expresión

 


 

Los nuevos autoritarismos no suelen tener su origen en revoluciones, golpes  de Estado o guerras civiles. Son producto de un proceso paulatino de degradación de la democracia y sus instituciones. No llegan dictadores actuales a apoderarse de un país mediante la súbita aplicación de la ley marcial, el Estado de sitio y supresión inmediata de instituciones de representación política. Caudillos como Hugo Chávez, Daniel Ortega, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orban y varios más han sido electos democráticamente en las urnas, pero con el paso del tiempo concentran en sus manos una cantidad desmesurada de poder. Se suprimen gradualmente la independencia del Poder Judicial, la relevancia del Legislativo, la autonomía de las instituciones electorales y se pierde todo el resto de los contrapesos sociales e institucionales. La deriva autoritaria incluye el progresivo exterminio de la libertad de expresión.

Buen ejemplo del proceso de cómo se aniquila una democracia de acuerdo a estos los cánones lo ofrece Turquía. Con la democratización del país en los años noventa comenzó una buena época para la libertad de expresión y los derechos humanos en este país de arraigada tradición autoritaria. Pero con la llegada de Erdogan al poder las cosas empezaron a cambiar, aunque no de inmediato. Al principio se verificaron avances democráticos con el aliciente de un posible ingreso a la Unión Europea. Pero tal cosa nunca se concretó y Erdogan optó por el nacionalismo exacerbado y tratar de convertir a su país en una potencia regional.

Comenzó en Turquía un paulatino proceso de supresión de la libertad de expresión. No se clausuraron periódicos de un día para el otro, ni se encarcelaron periodistas, ni se decretó una censura generalizada. Inició un proceso de estigmatización y acoso a veces sutil, a veces declarado, contra los medios independientes y los opinadores críticos. Se les acusó de ser cómplices de la vieja clase política y de la corrupción. Asimismo, el Estado chantajeaba a los propietarios de los principales medios de comunicación, empresarios con presencia en otros rubros económicos. También para doblegar a algún medio incómodo se le iniciaban arbitrarias inspecciones fiscales e imponían multas desproporcionadas.  

Según Freedom House el deterioro de la libertad de expresión en Turquía inició a partir del 2007 y fue in crescendo los años siguientes. Para 2012 Turquía era ya el país con más periodistas en prisión del mundo, y con el golpe de Estado de 2016 la libre palabra fue definitivamente aniquilada.

Estrategias muy similares han sido aplicadas en otras naciones gobernadas por hombres fuertes como Hungría, Rusia, Nicaragua, Venezuela, etc. Por esto la ONU y la CIDH han denunciado la estigmatización, las restricciones legales ilegítimas y los medios indirectos de censura  como violaciones claras contra la libertad de expresión.

Pedro Arturo Aguirre

publicado en la columna Hombres Fuertes

23 de septiembre de 2020