lunes, 25 de mayo de 2020

¿Nuevos paradigmas o viejos nacionalismos?




Sand castle stimulus reclaimed by the tides - CSMonitor.com


Está de moda imaginarse “nuevos paradigmas” para la humanidad una vez superada la pandemia, pero muchos indicios apuntan, más bien, a una aceleración de fenómenos precedentes como el ocaso del multilateralismo, el endurecimiento de los nacionalismos, la crisis de gobernabilidad global, el malestar con la democracia y la desglobalización.


Resulta irónico: si una lección deberíamos aprender de toda esta experiencia debería ser la necesidad de contar con instituciones internacionales fuertes capaces de organizar la cooperación de todos los países para enfrentar un drama común.


Al tratarse de una crisis global, las respuestas también deberían serlo. En un mundo interdependiente, las acciones unilaterales tienden a ser ineficaces y hasta contraproducentes. Como nunca nos debió haber quedado claro cuan vinculado está el destino de los más de siete mil millones de habitantes del planeta.


Pero, al parecer, no es así. Siguen rampantes las pulsiones nacionalistas, los reflejos autoritarios, el discurso de odio.  El mundo se encaminaba en una dirección equívoca y el virus lo aceleró. En Europa se acentúan  xenofobia y racismo. Grupos de extrema derecha se manifiestan cada vez con mayor virulencia contra el multilateralismo, la democracia liberal y “en denuncia” de absurdas teorías de conspiración. Y exactamente lo mismo sucede en Estados Unidos, donde los intransigentes son azuzados por Trump.


La incapacidad para convenir una solución consensada ante la amenaza del Covid 19 confirmó el eclipse del orden internacional tradicional y, desde luego, lo más lamentable es la desaparición del liderazgo de Estados Unidos. En ocasiones anteriores Washington no dudo en movilizar recursos y unir a las naciones para coordinar esfuerzos. Así ocurrió tras el tsunami en el sureste asiático de 2004, en la crisis de 2008 y con el brote del ébola en 2014.


Ahora es China la protagónica. Enfoca la potencia asiática sus afanes diplomáticos en ofrecer amplia solidaridad al mundo y se muestra lista para ayudar a todo país necesitado de combatir al virus. Pretende así, no olvidarlo, borrar el estigma de ser el país origen del problema y de haber ocultado información vital sobre el tema durante semanas.


Nuevas rivalidades y pugnas globales acechan el futuro. La desconfianza y hostilidad entre Estados Unidos y China se intensifica. Ambas potencias despliegan una guerra de narrativas culpándose sobre quién ha sido el mayor responsable de la pandemia, nutriendo teorías conspirativas y versiones insidiosas. Y los ardores nacionalistas no se limitan a esta pugna.


Los hombres fuertes exhibieron incompetencia, negación de la realidad y desidia en el tratamiento de la pandemia, pero sus recursos demagógicos y su capacidad de explotar el espectro nacionalista son poderosos, más en situaciones como la actual donde impera el miedo y la palabra del líder, el pensamiento mágico y el voluntarismo irracional se vuelven artículos de fe.


Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres fuertes
20 de mayo 2020

La Esperanza de Francis Fukuyama




Los líderes mundiales más negligentes en la batalla contra el ...



Francis Fukuyama, maestro en Ciencia Política de la Universidad de Stanford quien se hizo famoso al pronosticar el fin de la historia tras la caída del Muro de Berlín, ha hecho un nuevo augurio:  “La pandemia castigará a los gobernantes populistas por su ineptitud, hay una correlación muy fuerte entre el liderazgo de este tipo y mala gestión del coronavirus”.

Quizá, como ya le sucedió una vez, Fukuyama sea excesivamente optimista. De hecho, la pandemia le ha dado oportunidad a varios autócratas de incrementar su poder. 


Pero podría ser. Por ejemplo, las elecciones de noviembre serán un referéndum sobre Donald Trump y los demócratas pueden ganar. Joe Biden ha conseguido el apoyo unitario de su partido y el virus ha arrebatado a Trump su principal argumento para la reelección: la buena marcha de la economía. También la catastrófica respuesta trumpiana ante la emergencia sanitaria podría ser definitiva en una eventual derrota del magnate.

Y no es el único cuya popularidad se ha visto afectada por su torpeza ante la crisis.  Erdogan, en Turquía, la politizó al obstaculizar los esfuerzos de los ayuntamientos controlados por la oposición en Estambul, Esmirna y Ankara.


En Filipinas, Rodrigo Duterte pasó de minimizar al Covid-19 a decretar una reacción extrema al ordenar a la policía y al ejército matar a los que no cumplan la cuarentena. "Dispárenles muertos de ser necesario”, declaró jugando, como siempre, al macho.


Bolsonaro comparó al coronavirus con una gripe leve, incitó a sus partidarios a oponerse a las medidas de cuarentena adoptadas por los gobiernos locales y promovió drogas no seguras como “curas milagrosas". Ya se considera, seriamente, su remoción mediante impeachment.


La respuesta del primer ministro nacionalista de la India, Narendra Modi, ha sido caótica. Ordenó la cuarentena con sólo cuatro horas de anticipación, dejando a millones de las personas sin tiempo para acumular alimentos y agua. Además, las medidas de confinamiento son usadas para intensificar la discriminación de la minoría musulmana.


Putin está en entredicho tras su lenta reacción inicial y por dedicarse a la propaganda y no al combate efectivo de la crisis. Asimismo, los gobernantes de Tailandia, Egipto, Hungría, Nicaragua y Camboya son señalados como ineptos ante la pandemia. 


Es así como algunos hombres fuertes han perdido popularidad en estos tiempos difíciles, pero no debe subestimarse jamás su gran “capacidad de comunicación” a base de mentir, señalar culpables, manipular, polarizar y salirse por la tangente. 


Para los demócratas de todo el mundo no basta con la ineptitud demostrada por los autoritarios. Deberán edificar en sus países oposiciones capaces de ganar elecciones, de emocionar a los ciudadanos, de encabezar una nueva calidad de gobierno diestra  en solucionar los problemas concretos de la gente y garantizar el futuro de nuestras libertades.

Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes
13 de mayo de 2020

La “Dulce” Yo Jong




Kim Yo-Jong: La política norcoreana convertida en anime - BitMe



Tras veinte días de estar desaparecido, Kim Jong Un ha vuelto. Fueron tres semanas de especulaciones sobre cuál era el paradero del Gran Líder en plena pandemia del coronavirus, pero el viernes pasado se le vio sonriente y orondo cortando un bonito lazo rojo para inaugurar una fábrica de fertilizantes con la distinguida y muy significativa presencia de su hermana, la camarada Kim Yo Jong.


Corea del Norte es un país hermético, en cuanto uno de sus líderes se pierde de vista se disparan todo tipo de rumores. Teniendo en cuenta la obesidad y el tabaquismo de Kim Jong Un, no era descabellado pensar en su muerte prematura. Y no es la primera vez, Kim se esfumó en 2014 por semanas para, posteriormente, reaparecer usando un bastón. 


La ausencia del déspota sugirió la inaudita posibilidad de su relevo en el poder absoluto por Kim Yo Song, a quien el Líder adora y ha convertido en la figura más influyente del país después de él, pese a ser mujer dentro de un régimen poderosamente patriarcal. Después de todo, tiene la sagrada sangre Kim en las venas. Y ya no hay hombres. El hermano mayor, Kim Jong Nam, murió envenenado en Kuala Lumpur y el de en medio, Kim Jong Chul, solo toca la guitarra. También hay un tío, Kim Pyong Il, de 65 años, pero por mucho tiempo alejado del país y no bien visto por su sobrino.

Kim Jong Il siempre exaltaba a su hija incluso ante visitantes extranjeros, mientras calificaba de “tarugos holgazanes” al resto de sus hijos. “Mi dulce Yo Jong”, la llamaba. 


Obviamente, en un régimen tan acostumbrado a endiosar a sus líderes, si Yo Jong llegará algún día al poder sería objeto de un intenso culto a la personalidad. Ello no es muy común en figuras femeninas. Los casos más conspicuos son los de ambiciosas esposas de dictadores, quienes quisieron tener también parte del endiosamiento del marido: Elena Ceaucescu, Imelda Marcos, Madame Chiang. El caso más relevante es el de Eva Perón, cuya adoración supera al del marido, pero como una figura maternal y de “Santa”. 


Corea del Norte, un país en eterna guerra, ha fomentado en sus dirigentes una imagen castrense de “brillantes estrategas ganadores de mil batallas” y en ello no armonizaría con esta joven mujer (31 años) inteligente, poliglota y ex bailarina. Pero incluso el culto a la personalidad aquí está cambiando, en parte gracias a la propia Yo Jong, encargada del Departamento de Propaganda. Kim Jong Un se ha esforzado por tener una alegre imagen de mayor cercanía con la gente, lejos del “aura divina” proyectada por sus antecesores. Quizá sea reforzando esta estrategia como podría construirse un culto más terrenal y humano para la dulce camarada.



Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes
6 de mayo de 2020

Las Mujeres: Antídoto y Esperanza




Liderazgo y coronavirus: ¿Están respondiendo mejor a la crisis del ...

Los medios internacionales destacan el buen desempeño de varias mujeres gobernantes en el combate contra el coronavirus. Se trata de políticas competentes capaces de tomar decisiones con rapidez, sensibilidad, inteligencia y respetando escrupulosamente a sus democracias. 


Han logrado comunicar con aplomo a los gobernados la gravedad de la situación y lidereado de manera ejemplar en estos tiempos difíciles con gran empatía y alejadas de mezquinos cálculos políticos y de la demagogia.


En Alemania, Angela Merkel, sin pensar en su “popularidad”, advirtió de la gran amenaza y de la posibilidad de ver hasta el 70 por ciento de la población contagiada. “Es el mayor desafío del país desde 1945, debemos tomarlo en serio”, dijo, pero también mostró compasión al lamentar cada muerte como la de "un padre o abuelo, una madre o abuela, una pareja..."


Jacinda Ardern, de Nueva Zelanda, se ha distinguido por la empatía de su comunicación a base de cálidos mensajes de video para invitar a la población a "quedarse en casa y salvar vidas". También recurre a las conferencias de prensa diarias, pero no para señalar culpables o buscar votos, sino para procurar la unidad del país e instar a sus compatriotas a cuidar a sus vecinos, a los vulnerables y hacer sacrificios por el bien común.


En Taiwán, Tsai Ing-wen respondió con rapidez al activar el centro de mando de epidemias del país a principios de enero e introducir oportunamente restricciones de viaje, medidas de cuarentena y de higiene pública.


Erna Solberg, de Noruega, dejó a los científicos tomar las  decisiones médicas mientras ella se encargaba de una estrategia de comunicación compasiva la cual incluyó dirigirse directamente a los niños del país.

Otros buenos ejemplos los dan Mette Frederiksen (Dinamarca), Sophie Wilmès (Bélgica), Katrín Jakobsdóttir (Islandia) y Sanna Marin (Finlandia).


Todos estas naciones destacan también, cabe decir, por ser algunas de las democracias más solventes de las que aún quedan en el planeta.

Por su parte, los “hombres fuertes”, los populistas, los nacionalistas fanfarrones y egocéntricos de la actualidad mienten, chantajean, acusan, dividen y no dejan de lado ni por un segundo sus estrechos intereses para proteger, a ultranza, la popularidad de sus ínclitas personitas.


Los líderes autoritarios han manejado muy mal la respuesta a la pandemia y han procurado, en vez de enfrentarla, exacerbarla y explotarla para beneficio propio y lo hacen, además, con una patente pobreza de imaginación al recurrir a parafernalias fuera de lugar, anacrónicas metáforas marciales y clichés demagógicos. Su ausencia de empatía es pavorosa, incluso entre los populistas autodenominados "los mejores amigos del Pueblo".


La cada vez más importante participación femenina en la política es un fenómeno alentador. Ellas pueden ser un buen antídoto contra los “hombres fuertes” y una esperanza de revigorización para la democracia.

Pedro Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes, 
29 de abril de 2020

martes, 28 de abril de 2020

El clavo ardiente de Donald Trump

Lexington - Relations between China and America are infected with ...

Las futuras repercusiones globales del coronavirus son muy difíciles de presagiar, aunque el consenso va en el sentido de considerarlo uno de los parteaguas más importantes de la historia contemporánea. “Termina la época del 11 de septiembre y comienza la del Covid 19”, nos anuncia la muy liberal revista The Atlantic. Hay quienes ven en la pandemia un “golpe mortal al capitalismo” (Zizek), y otros pronostican el reforzamiento no solo del capitalismo, sino de los autoritarismos y los nacionalismos exacerbados (Byun Chul Han).

Quizá es demasiado prematuro para hacer vaticinios de largo plazo pero, indudablemente, el coronavirus será el factor determinante en las elecciones presidenciales norteamericanas del próximo noviembre. La desastrosa gestión de Trump ha convertido a Estados Unidos en el nuevo epicentro mundial de la pandemia y la economía, otrora carta fuerte del magnate rumbo a su reelección, encara un desplome sin precedentes.

Los demócratas señalan no solo la deficiente respuesta del presidente a la pandemia, sino la obvia pérdida de liderazgo mundial de Estados Unidos. Lejos de ser parte de la solución, el aún país más poderoso del mundo se ha convertido en el principal problema, estableciendo un récord negativo tras otro: más infecciones más muertes, más desempleados, etc.

Una de las razones de este desastre radica en los caprichos de Trump. Despidió a expertos independientes del gobierno capaces de advertirle contra decisiones precipitadas y destruyó instituciones como la del grupo de trabajo de pandemia del Consejo de Seguridad Nacional.

¡Ah! pero los republicanos creen haber encontrado, en medio de todo este pandemónium, la fórmula ganadora, el “as bajo la manga”: culpar a China. Los demagogos siempre ha tenido éxito cuando tienen a quien responsabilizar de los males del mundo, y en este momento China aparece para Trump como “mandada a hacer” para cumplir esta tarea. Se trata de la potencia competidora de Estados Unidos a nivel mundial por el dominio del paneta, y es la nación donde surgió el virus.

Trump acusa al gobierno de Beijing de “negligencia criminal” no solo por no haber actuado a tiempo contra la enfemedad sino, haciéndose eco de teorías conspirativas, sugiere el origen del virus en un supuesto “experimento de laboratorio fallido”. Asimismo, fiel a su vocación antimultilateralista, Trump anunció el congelamiento de fondos estadounidenses a la OMS por, supuestamente, “gestionar mal” el combate contra el Covid 19 y por “encubrir” los yerros de China.

Pero esta estrategia tiene sus riesgos. No es tan fácil tomar a los chinos como el villano sin considerar la trascendental relación económica entre ambas potencias. Un axial acuerdo comercial firmado en enero pende de un hilo. Cualquier exceso podría ser contraproducente.

Para Trump la estrategia antichina, en lugar de carta ganadora, podría equivaler a aferrarse a un clavo ardiente.

Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
22 de abril 2020

La pobreza como coartada

La pobreza en América Latina - Mapas de El Orden Mundial - EOM

Nadie puede negar que la pobreza y la desigualdad son dramas mayúsculos en las sociedades latinoamericanas, ni nadie puede ocultar la responsabilidad en ello de nuestras élites económicas y políticas. Por décadas todo tipo de regímenes políticos han combatido (o asegurado combatir) este flagelo sin tener éxitos genuinamente profundos y duraderos. Por eso la lucha contra la pobreza es bandera esencial de los movimientos populistas.

“¿Cómo es posible reprochar la intención de buscar una masiva transferencia de recursos a favor de los pobres?”, nos dicen los defensores del populismo. De no atenderse la disparidad extrema, aseguran, se corre el riesgo de ver estallar “de mala manera a la desesperación, el resentimiento y la violencia”, y un hombre fuerte consagrado a los pobres es, entonces, la solución.
“El fondo es la obsesión por mejorar la condición de los de abajo, y para ello son necesarios millones de subsidios para ancianos, jóvenes sin recursos y personas en condiciones precarias”, y de ahí puede justificarse todo: autoritarismo, supresión de instituciones e incluso el culto a la personalidad del líder.

Todo esto podrá sonar muy bien, pero las respuestas populistas han arrojado, históricamente, magros y hasta contraproducentes resultados en el tema del combate a la pobreza, y es así porque, como en todo, pretenden ofrecer soluciones sencillas para problemas complejos. Lejos de atenuar la pobreza y las condiciones de vulnerabilidad terminan por incrementar el número de pobres y por agudizar las inequidades sociales.

El populista utiliza la política social como un instrumento de manipulación, no como una herramienta eficaz para resolver los problemas reales de la gente.
El genuino combate contra la pobreza exige la articulación de políticas intersectoriales y se enfoca en materias estructurales como la educación de calidad, la política fiscal, la transparencia y el acceso a cobertura sanitaria.

Si solo se procura la creación de redes clientelares y a la cooptación política de los más desfavorecidos se amenaza la estabilidad económica y, a la larga, se perjudica a los sectores más vulnerables.

A principios de este siglo, el boom en los precios de las materias primas latinoamericanas permitieron reducir los índices de pobreza, cosa bien aprovechada por gobiernos populistas como los de Venezuela, Argentina, Ecuador o Bolivia. Pero desde hace algunos años esa ilusión se rompió. Al principiar 2020 la economía latinoamericana presentaba su peor desempeño en cuatro décadas, situación ahora exacerbada por el coronavirus.

Según la CEPAL, se experimentó en América Latina un rebrote de la pobreza. Desde 2014 a la fecha hay 27 millones más de pobres. Se esfumaron los logros alcanzados antes de 2012 y, desgraciadamente, viene lo peor.

El agravamiento de los índices de pobreza latinoamericanos ha desnudado, una vez más, la ineficacia intrínseca del populismo. Quizá algún día entendamos la lección.

Profetas del Apocalipsis

Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Ap 6, 1‒8)

Muchos autócratas poseen una "lógica" mesiánico-apocalíptica fruto de una cosmovisión totalizadora y maniquea de los acontecimientos del mundo. Este tipo de gobernante no se conforma con ejecutar programas de gobierno quizá ambiciosos (pero siempre racionales) si los tiempos son buenos, o con desempeñarse como eficaces gestores de crisis, si la suerte es adversa, porque tiene la convicción de haber nacido para hacer “Historia”. Sus proyectos no son solo de buen gobierno y solvente administración, sino pretenden “la Transformación”, “la Regeneración” e incluso “La Purificación” de sus sociedades.


Sueñan con edificar una "nueva Jerusalén” sin corrupción, sin injusticias y con los “malos” para siempre desterrados. Y en ello hemos visto ha dictadores en tiempos recientes por todo el mundo tanto a populistas de derecha (Bolsonaro, Erdogan, Orban) como a los de izquierda (Chávez, Correa, Evo y etcétera).

El líder mesiánico sueña con una revolución no solo material sino también espiritual, por eso saludan incluso con entusiasmo cualquier convulsión o trastorno capaz de ayudarlos en la aceleración de sus “procesos”, ya sea agudas crisis económicas, cruentos enfrentamientos sociales o, sí, graves pandemias.

Para ellos lo mejor es una hecatombe capaz de fulminar de una vez y para siempre a las instituciones económicas y políticas tradicionales y, así, erigir desde los cimientos la "Arcadia Feliz".
Legitiman esta concepción radical del mundo en una supuesta “superioridad moral”. Alientan con ello una intransigencia política proporcional a la certeza de sus convicciones. Su narrativa esta siempre ligada a un pasado “mítico” como forma de legitimación del presente y de un futuro promisorio y virtuoso.

Para quienes se consideran portadores de más altas y más firmes convicciones morales los rejuegos característicos de la democracia (negociaciones, transacciones, consensos, pactos) son indignos porque ellos son los indiscutibles portadores de la verdad y los genuinos intérpretes del Pueblo.
Si se cuenta con superioridad moral las decisiones políticas no se discuten. Si se tienen certezas incontrastables lo importante es la voluntad. Tener dudas, estar dispuesto a transigir o ser proclives a acuerdos y consensos es traicionar al Pueblo

Y el Pueblo sabe más.

Pero la actual pandemia terminará por evidenciar a los liderazgos voluntaristas basados en una supuesta superioridad moral, porque como nunca se pone a prueba la pericia del gobernante para enfrentar situaciones excepcionales, y en este renglón los “profetas del apocalipsis” suelen fracasar.
El Coronavirus debe darnos lugar para capitalizar lecciones y aprendizajes. Muchos tendrán la tentación de pensar una presunta superioridad de los regímenes autoritarios, pero una visión más perspicaz será capaz de entender la oportunidad de revalorar la importancia del saber técnico-científico, de la planificación racional, de la construcción y consolidación de instituciones robustas y de asimilar la existencia de sociedades heterogéneas donde el “Estado de excepción” no puede instalarse a perpetuidad.

Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
8 de abril 2020