Es muy larga la lista de dictadorzuelos y caudillos en la sufrida historia de América Latina, y a ella se ha sumado, en mala hora, Evo Morales, y a la manera tradicional: mediante un burdo fraude electoral.
Nadie puede negar los logros de Bolivia en materia económica y social. El país goza de un vigoroso crecimiento económico, su índice de desempleo es el más bajo de la región y la pobreza se redujo a la mitad.
Esi sí, el “milagro” boliviano debe mucho a las aperturas propiciadas por Evo para atraer inversión extranjera y presencia de transnacionales petroleras y agroindustriales.
La estrategia económica también mucho descansa en el extractivismo excesivo y en la sobreexplotación agroindustrial.
Muchas empresas petroleras multinacionales han recibido favores y condiciones muy favorables gracias al gobierno de Evo, ello pese al discurso nacionalista.
Y darle vía libre a los agroindustriales fue una de las causas de los pavorosos incendios forestales en el Amazonas.
Todas estas políticas son consideradas como “neoliberales”.
Como sea, Evo ha logrado ser un eficaz e inteligente promotor del cambio en un país pobre y atrasado.
Pero el poder se la ha subido a la cabeza. Cada vez su presidencia es más personalista y autocrática. Abusa constantemente de la amplia mayoría de su partido en la Asamblea Legislativa para minar la independencia del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional y del Tribunal Electoral.
Asimismo, se ha entregado, alegremente, a un cada vez más grotesco culto a su persona, además de recortar cotidianamente las libertades de sus compatriotas,
La gran diferencia en estos comicios fue la estrategia del principal rival de Evo, Carlos Mesa, candidato de centroizquierda quien supo hacer una campaña constructiva. Evitó cuestionar los logros sociales y económicos del gobierno, pero ofreció terminar con el personalismo, extirpar la corrupción y recuperar la institucionalidad.
Nada de dar giros radicales o adoptar medidas draconianas de ajuste sin arribar, primero, a un consenso social, como sucedió con Moreno en Ecuador o Macri en Argentina.
El éxito de Mesa ofrece un importante lección para quienes combaten al populismo en América Latina: no es posible desconocer condiciones de injusticia económica y fractura social si se quiere presentar una alternativa eficaz contra la demagogia populista
El Tribunal Electoral, en manos de seguidores del gobierno desde el año pasado, le ha entregado a Evo una reelección espuria. El presidente denuncia ahora un supuesto “golpe de Estado” en su contra y al grito de “Evo de Nuevo” moviliza a sus seguidores y a empleados del gobierno en una escalada violenta de imprevisibles consecuencias, convirtiéndose él, de esta forma, en el verdadero golpista.
Hoy nadie sabe cómo va a terminar esta triste confrontación, pero sea cual fuere el resultado, la imagen de Evo Morales nunca volverá a ser la misma.
Pedro
Arturo Aguirre
Publicado en la columna Hombres Fuertes
30 de octubre de 2019