Fue el célebre constitucionalista francés Georges Burdeau quien definió como “personalización del poder” a la concentración excesiva de la autoridad en manos de un gobernante sin alterar, aparentemente, el marco institucional de una nación pretendidamente democrática.
Los gobiernos dictatoriales son tan añejos como las sociedades humanas, pero con el advenimiento de la democracia nació la idea de una forma de gobierno menos dependiente de la autoridad carismática (como la bautizó Max Weber) y más de un entramado de instituciones estables. Pero, paulatinamente, dentro de la democracia surgió un fenómeno de “personalización de la política”, provocado en muy buena medida por el incremento de la influencia de los medios masivos de comunicación, la comercialización de las campañas electorales y el consiguiente excesivo incremento de las expectativas creadas por los candidatos a base de ofrecer promesas falaces, tan seductoras como inasequibles cuando no, de plano, quiméricas.
Las campañas electorales comenzaron a centrar sus afanes en “vender” las cualidades de las personas como si se tratase de un producto comercial. Importan los individuos y no las ideas ni los programas de gobierno. En la personalización un líder, por sus supuestas cualidades intrínsecas y casi como por arte de magia, es en sí mismo la solución para todos los problemas nacionales.
De la “personalización de la política” se transitó a la “personalización del poder”. Paradójicamente, la comercialización electoral y el no cumplimiento de promesas electorales ayudó a deslegitimar a las instituciones democráticas, pero reforzó la imagen del “líder providencial” capaz de comunicarse directamente con el pueblo sin la necesidad de recurrir a partidos o parlamentos.
Hoy tenemos un apogeo de los liderazgos personalistas autoritarios, pero, ¡cuidado! No llenar las expectativas de la gente de ninguna manera es privativo de los sistemas democráticos. Los ciudadanos saben hartarse también de los líderes personalistas cuando estos fallan en cumplir con las ilusiones creadas. Varios regímenes autoritarios ya enfrentan una oposición creciente. Venezuela y Nicaragua tiene años de amarga lucha por retornar a la democracia. Más recientes son los indicios del surgimiento de movimientos democratizadores en Egipto e incluso Rusia y Turquía, y todo apunta a una ampliación de esta lista en los próximos meses y años.
Aunque, eso sí, deshacerse de los déspotas no es tan fácil, aunque no imposible. La instauración de una autocracia parecería un camino sin retorno, sobre todo cuando es capaz de controlar instituciones y contrapesos clave como el Poder Judicial o la autoridad electoral. Sin embargo, a fin de cuentas la legitimidad de los dictadores depende también de su eficiencia en el gobierno y, llegados al extremo, las dictaduras han sido, históricamente, notablemente vulnerables a los desafíos democráticos. Su último recurso es la represión, por eso los caminos para restaurar la democracia son muy largos y sinuosos.
Pedro Arturo Aguirre
publicaado en la columna Hombres Fuertes
25 de septiembre de 2019