Rasgo común en los gobernantes populistas de la actualidad es utilizar un lenguaje llano, directo y ramplón para mantenerse cerca del pueblo y contrastar con las élites políticas tradicionales. En muchas ocasiones esta pretendida “sencillez en el discurso” se traduce en lenguaje de odio. Las consecuencias pueden ser fatales.
Los nuevos políticos renuncian a la “corrección política”, a los tecnicismos y las palabras complejas. Recurren a los chistes, los denuestos, la trivialidad y los apodos.
Hasta no hace demasiado tiempo muchas de estas salidas de tono y gafes hubiesen significado la ruina de un político. Ya no es así.
Utilizar conceptos rebuscados es característica de las élites. Por eso los populistas usan un lenguaje común. Eso los hace aparecer como más “auténticos” y como buenos “comunicadores”.
"Yo soy así", nos dicen. Sostienen posturas polémicas y declaraciones inflamatorias porque hacen caso a los “dictados del corazón”. Son honestos, aunque su “sencillez” implique abiertas agresiones a minorías, opositores y críticos.
Al hablar no ponderan ni el impacto de sus palabras ni la verdad de sus afirmaciones. Trump es el gran maestro de esto. Su oratoria soez, gritos destemplados, eslóganes elementales, chistes vulgares y comentarios misóginos le permiten presentarse como un “antipolítico” enemigo del tedio de la democracia tradicional. Apela a los instintos más bajos del electorado, explota sin escrúpulos prejuicios y odios.
Expresiones irresponsables capaz de incentivar tragedias. Muchos consideran al lenguaje de odio de Trump como responsable indirecto de la matanza perpetrada en El Paso.
Putin es famoso por sus actitudes pedestres, Duterte no detiene sus vituperios ni tratándose del Papa, Boris Johnson es famoso por sus dislates, Salvini está a punto de convertirse en primer ministro en buena medida gracias a su chabacanería, Maduro lanza cotidianamente peroratas con un lenguaje tabernario contra las élites y nada reprime la desenfrenada y ofensiva verborragia de Bolsonaro. Y no son los únicos casos de gobernantes parlanchines y erráticos.
Es el club de los “Boca Floja”, demagogos quienes buscan reforzar cercanía con el pueblo base de propalar un día sí y otro también mentiras, insultos, amenazas y toda una gran gama de sandeces para azuzar odios y reforzar prejuicios. Algunos, incluso, pontifican.
Este discurso sencillo y rudo conecta con mucha gente, especialmente con el electorado menos formado, pero también implica riesgos, sobre todo para países con la necesidad de generar confianza para la inversión e incentivar la economía.
Uno de los problemas de los populistas reside en su convicción de representar solo a un segmento de la sociedad incluso cuando llegan al poder, olvidando su obligación de gobernar para todos.
En vez de crear consensos prefieren incitar, ofender y generar enfrentamientos. Ese comportamiento los mantiene en el centro de la atención, pero puede terminar por acarrearles innecesarias complicaciones.
Pedro
Arturo Aguirre
Publicado en la columna
Hombres Fuertes, 14 de agosto de 2019