El drama que
padece el pueblo palestino en Gaza tiene, en mi opinión, un principal
responsable y ese es el fundamentalismo religioso, tanto el judío como el
musulmán. Todo este terror, sufrimiento y muerte son consecuencia de dos
sociedades teocráticamente enfrentadas por culpa de sus intransigentes gobernantes. Una
guerra, como tantas, de cadáveres sin nombre, de cifras que sirven para
reprochar al adversario en los medios, de niños usados como escudos en el colmo
de la vesania y la estupidez. Hamas utiliza las muertes perpetradas por el ejército
israelí como propaganda y el gobierno de Israel se escuda en las acciones de
agresión de Hamas para pretender justificar crímenes infames. Ninguno de los
dos bandos quiere un acuerdo, ambos se retro alimentan de forma criminal y se
necesitan para acreditar la insensatez de su violencia y locura.
En el fondo
de todo este odio está el fundamentalismo religioso, el cual ha cobrado una
importancia política inusitada y notoria en ambas partes durante los últimos
años. Ha sido cuando las facciones más moderadas y laicas de uno y otro lado
han iniciado acercamientos para solucionar sus conflictos que han verificado los
pocos avances y las exiguas ocasiones en las que se acariciado la posibilidad
de la paz. Pero los duros siempre se han terminado por imponer. Hoy Israel y
Hamas protagonizan, una vez más, una situación inicua que avergüenza al mundo
entero.
El fundamentalismo
es incapaz de aportar un acuerdo de paz porque su visión descansa en el dogmatismo
y sus fallidas interpretaciones del mundo fundadas en prejuicios y suposiciones
que jamás se cuestionan o razonan. Esta ausencia de crítica nunca acepta la
discusión, prefiere postular un maniqueísmo incapaz de contemplar la
posibilidad de matices y que considera la realidad en términos absolutos, por
eso odia a la diferencia y desprecia a todo lo que escapa a las rígidas
etiquetas preconcebidas. El fundamentalismo religioso es, en pleno siglo XXI,
uno de los principales enemigos de la humanidad. Guerras, genocidios, totalitarismos,
terrorismo, supresión de la libertad y
de la vida, todos estos han sido los frutos podridos de idearios irracionales, religiosos
y políticos que no saben respetar otros criterios más allá de propios y
consideran como enemigos a eliminar a quienes no los siguen. El fanatismo
religioso se modula alrededor de la incapacidad para admitir el mundo en su
diversidad y de anular el sentido del conocimiento y la búsqueda de la verdad. Solo
es capaz de ofrecer la pretensión de una verdad única, inmutable, alejándose del
proceso natural de la vida, la cual es variable y diversa.
Es
paradójico que en pleno siglo XXI exista un peligroso auge del fundamentalismo
religioso que amenaza los valores democráticos y los derechos humanos en buena
parte del mundo. Hoy se masacra a la población civil Gaza, pero también se
perpetra todo un genocidio en las zonas dominadas por ISIS en Iraq contra las
minorías religiosas y en decenas de naciones africanas y asiáticas se ejerce la
bárbara práctica de la ablación femenina. Aún en esta época de la revolución
digital se lapida a las mujeres supuestamente infieles, se ejecuta a los
apóstatas y a los homosexuales, se queman los libros sagrados del adversario y
se asesina en nombre de un ser supremo. En su carta fundacional, Hamás afirma
que "el Islam es el único fin y medio", y añade que Palestina es un
estado islámico "confiado a todas las generaciones musulmanas hasta el día
del Juicio Final...No hay solución a la cuestión palestina sino por medio de la
yihad". Por todo esto Hamás no reconoce la legitimidad del Estado de
Israel, ni acepta la resolución de la ONU de 1947 en la que se estableció la
partición de Palestina en dos estados, y sus líderes han calificado en
reiteradas ocasiones los diálogos entre árabes e israelíes como una
"pérdida de tiempo". Pero el fundamentalismo de ninguna manera es
privativo del islam. El fundamentalismo judío se ha hecho fuerte políticamente
a través de varios partidos ultra religiosos pujantes tras la decadencia del bipartidismo
Laborismo/Likud que dominó el panorama israelí desde la fundación del Estado
judío en 1948 hasta finales de los años noventa. Los partidos ultras son
organizaciones abiertamente racistas y muchas de sus expresiones son
consideradas “criminales” en el mundo civilizado, como la de la fanática diputada,
Ayelet Shaked, del partido Hogar Judío, quien llamó a asesinar a todas las
madres palestinas debido a que daban a luz y criarán a “pequeñas serpientes”. El
racismo de los ultras en Israel se está extendiendo cada vez más entre los
sectores más influyentes de la jerarquía religiosa. No hace mucho Ovadia Yosef,
ex rabino jefe de Israel y líder espiritual del Shas, importante partido
político religioso, declaro que “Los gentiles (goyim) nacieron sólo para
servirnos”. Y para explicar por qué Dios permitió que los gentiles vivieran
muchos años, dijo: “Imagina que tu burro se muriera, perderías tus ingresos. El
burro es tu siervo, por eso los gentiles tienen una larga vida, para trabajar mucho
tiempo para el judío”. Hace unos meses dos rabinos cercanos a los partidos
ultras, Yosef Elitzur y Yitzhak Shapira, que dirigen un influyente seminario en
el asentamiento cisjordano de Yitzhar, publicaron un repugnante documento llamado La Torá del Rey, una guía racista
que deja muy chiquita a Mi Lucha y que explica las formas cómo deben tratar los
judíos a los no-judíos. Entre otras vesanías, este adefesio dice: “Los judíos
están por encima de la naturaleza, la cual consta de cinco categorías de entes:
inanimados, vegetales, animales, hablantes (o no-judíos, considerados meros
animales que hablan) y los superiores judíos”. Así se las gastan estas
organizaciones fascistoides que abogan por mantener la ocupación a ultranza de
todos los territorios ocupados bajo una base religiosa del pueblo elegido de
Dios.
Fue el
fundamentalismo el que hizo fracasar la posibilidad de paz que ofreció, como
posibilidad púnica y quizá irrepetible, el diálogo que llevaron a cabo el entonces premier israelí Ehud Barak
y el líder palestino Yasir Arafat bajo el patrocinio de Bill Clinton. El
acuerdo de ninguna manera era perfecto, pero establecía la creación de un Estado
palestino reconocido por Israel y por todo el mundo dentro de unas fronteras en
Gaza y Cisjordania que se aproximaban a las que existían antes de la guerra de
1967. Israel llegó a ofrecer retirarse del 91% de Cisjordania y del 100% de
Gaza, aunque los espinosos temas de Jerusalén y los refugiados quedaban al
margen y se partía Cisjordania en dos zonas donde Israel conservaba el control
del mar Muerto y de dos franjas al norte y sur del río Jordán. Incompleto en
muchos sentidos el trato, cierto, pero de haber tenido éxito este acuerdo los
palestinos tendrían una entidad estatal reconocida internacionalmente, miembro
de pleno derecho de la ONU, un paso gigantes para poder tener posibilidades
reales de desarrollo. Las razones reales del fracaso fueron las religiosas. Los
israelíes no aceptaron la soberanía palestina sobre la explanada de las
Mezquitas en el monte del Templo. Tal pretensión fue será inmediatamente
interpretada por los fundamentalistas de Hamas como la proyecto “malévolo” de
construir una sinagoga sobre la explanada de las mezquitas. Absurdo, pero así
fue. Desde entonces los fundamentalistas se han hecho fuertes en ambos bandos.
Catorce años después del fracaso de Camp David ríos de sangre siguen corriendo
y el final de esta locura se ve muy, muy lejano.