martes, 17 de junio de 2014

Fitzcarraldo y el Mundial

Quienes consideran absurdo que Brasil haya construido un estadio en Manaos....


 ...deberían ver Fitzcarraldo, de Werner Herzog.

jueves, 12 de junio de 2014

Las Monarquías en Fin de Partida





Este es el Link para ver el programa que hicimos en Fin de Partida sobre las Monarquías, Nico Alvarado, Julio Patán y yo. http://noticieros.televisa.com/foro-tv-final-de-partida/1406/monarquias/

martes, 3 de junio de 2014

Las Dos Caras del Populismo


El lamentable éxito del antieuropeísmo en las pasadas elecciones europeas no hizo sino confirmar como se parecen las posturas y discursos de  los populismos autoproclamados de izquierda, "nacionales y populares" y los populismos de derecha. Y es que, en realidad, el populismo no es "ni de izquierda ni de derecha", sino una doctrina sustentada por el lenguaje del agravio, centrada en identificar al enemigo, anti institucional, mesiánica e hipernacionalista. En el populismo lo que impera es siempre el odio, siempre el rechazo frontal, siempre el maniqueísmo más pueril, siempre dos bandos separados y  enfrentados por el veneno del rencor. En América Latina los populistas enfilan baterías contra la “oligarquías”, “los intereses foráneos”,” El imperialismo, los pitiyanquis”. En Europa son los inmigrantes, Bruselas, el Euro. En ambos casos se trata de expresiones mesiánicas, poderosamente voluntaristas y que siempre derivan en la exaltación de un  líder que una sabiduría superior. En un nuevo contexto de crisis económica global, el populismo de izquierda y derecha vuelve a plantear una resolución del problema de la representación en la democracia. No entiende la política como un diálogo, sino más bien como una lucha entre leales y traidores.
Hoy el populismo procura establecer una forma autoritaria de gobierno formalmente “democrático”, pero que en realidad es profundamente “iliberal” ya que desconfía de las instituciones y la división de poderes. También rechaza el pluralismo, como posibilidad de que distintas posiciones políticas puedan tener diferentes verdades y legitimidades. Ironías de la historia, los populistas de izquierda y de derecha exaltan la figura del líder ruso Vladimir Putin como ejemplo de lo que es un buen gobernante. No por  casualidad Para el populismo, hay una verdad única que emana de la palabra del líder, único genuino intérprete de los deseos de pueblo y de la nación.  Esta verdad cambiante a la medida de los cambiantes pensamientos del líder es la base de la teológica política del movimiento, en sus distintas acepciones de derecha e izquierda. En Europa, los populismos de derecha definen a los "enemigos" como ajenos al "pueblo" y como culpables de la crisis. En América latina, la historia es diferente: por suerte el racismo no es relevante (aunque se percibe un claro antisemitismo en los líderes de la Revolución Bolivariana) , la imagen del enemigo es más bien abstracta y cambia a la medida de críticos y circunstancias. Los enemigos y los culpables de la crisis no son inmigrantes, sino más bien aquellos ciudadanos críticos del gobierno, a los que califica de “oligarcas”.


Emergen los populismos y la democracia liberal se encuentra en una profunda crisis. Pero con el populismo no alcanza, nunca ha alcanzado, para superas de forma genuina los problemas sociales. Sin duda atractivos son los esquemas maniqueos y simplista, sobre todo en épocas de turbulencias. Más bien suele suceder lo contrario: los movimientos que hacen gala de representación popular conducen el país hacia el paternalismo, la pobreza y la mediocridad.




sábado, 19 de abril de 2014

Este es el programa que se transmitió el martes 15 de abril por Foro TV en el que Julio Patán y Pedro Aguirre platicamos sobre Crimea en la literatura y la historia.

http://noticieros.televisa.com/foro-tv-final-de-partida/1404/cuando-dios-quiere-castigarte-te-regala-vida-interesante/


jueves, 27 de marzo de 2014

España: Regresión Autoritaria

 
Hoy, muerto Adolfo Suárez y a casi cuatro décadas de la transición, da asco ver a España sumergida en una pavorosa regresión autoritaria.
 

El G8 menos Rusia


 
La participación de Rusia como miembro del G8 ha sido suspendida como consecuencia de la invasión a Crimea. En realidad la membresía rusa al que alguna vez fue conocido como el “club del poder” fue una anomalía desde el principio y a nadie debe sorprender ahora este divorcio, pero debe preocuparnos que Rusia quede aislada de esta manera. ¡Pobre Yeltsin! se pasó años negociando con las potencias capitalistas su entrada a tan prestigiado y exclusivo círculo de potencias sólo para que se lo escatimaran groseramente año tras año. Durante los noventas se hizo famoso el término del “G7+1”, que denotaba claramente una cierta discriminación hacía el gigante ruso y su etílico presidente, al que dejaban participar en las cumbres como un añadido y únicamente después de que se trataban los temas financieros y comerciales. Fue hasta 1998 que se concretó la ampliación del G7 a Rusia, impulsada por Tony Blair y Bill Clinton, quienes pretendían impulsar a Yeltsin a continuar con sus reformas para impulsar en su país una economía de mercado capitalista y la implantación de una democracia liberal plenamente efectiva. Por otra parte, la inclusión de Rusia significó un premio a Yeltsin por no haber obstaculizado el ingreso de los países bálticos (Lituania, Estonia, Letonia) a la OTAN.


Una de dos: o Rusia jamás debió haber entrado al G7, o el G7 debió primero modificar sus bases y objetivos para entender que integraba a un país que salía de un largo régimen totalitario y que carecía de una economía funcional y de tradiciones democráticas, pero que no había dejado de ser una potencia mundial con intereses imperiales. Le ha faltado a occidente buenas dosis de realpolitik en su tratamiento a Rusia. Fue el G7 un instrumento concebido en la lógica de la Guerra Fría, y sus miembros eran aliados que compartían valores económicos y políticos similares de apoyo de la democracia multipartidista y respaldo de la economía de mercado, ah, y que tenían un enemigo común: la Unión Soviética. Terminada la Guerra Fría  el club terminó por hacer la apuesta estratégica suponiendo que Rusia se moría por adoptar estos mismos valores. Pensaban que esta era la mejor forma de contribuir a fortalecer la trayectoria de Rusia hacia el buen gobierno, la libertad política y el comportamiento internacional responsable. Hoy venmos como esta estrategia fracasó estrepitosamente, y buena parte de la culpa la tiene occidente por haber asumido una actitud demasiado soberbia y condescendiente con la que, a fin de cuentas, es una potencia mundial, al menos en lo militar.  Evidentemente, también tiene gran responsabilidad en este fracaso la oligarquía que se ha hecho del poder en Rusia, absolutamente ajena a cosas como la democracia o el libre mercado. No existe por tanto la comunidad de intereses que caracterizó al G7.
 
Bajo la presidencia de Putin han sido acalladas y reprimidad de diversas formas las voces de la oposición, incluidos los disidentes políticos y religiosos, homosexuales y lesbianas, los periodistas y los líderes de negocios de mentalidad independiente. Incluso la economía rusa, con su abrumadora dependencia de los hidrocarburos, apenas califica como "industrializada” o “moderna”, ya por no hablar de competividad. Y en cuanto a su política exterior Rusia ha dejado claro que no es un miembro responsable de la sociedad internacional.

El ataque de Moscú en Crimea no sólo viola un principio cardinal de la orden europea de posguerra contra el uso de la fuerza para reorganizar las fronteras nacionales, sino que también demuestra el desprecio de Putin por las normas internacionales que el G-8 siempre pretendió encarnar.

Pero, a fin de cuentas, Rusia sigue ahí como una superpotencia militar capaz de destruir varias veces al mundo con el enorme arsenal nuclear que posee. ¿Qué debe hacer occidente? Por lo pronto, no puede darse el lujo de dejar de dialogar. Quizá el formato del G8, para muchos obsoleto, no sirva a este propósito, pero debe buscarse un formato más eficaz que ayude a occidente a dialogar directamente con Rusia.

domingo, 2 de marzo de 2014

Crimea: El Regalo Envenenado de Nikita Kruschev


 

Las cosas en Ucrania se están poniendo al rojo vivo y debe admitirse que parte de la responsabilidad es de Occidente. Desde luego que las añoranzas imperiales del gobierno de Putin mucho tienen que ver con la descomposición de la situación tanto en Ucrania como en otras regiones de la ex URSS y de la propia Rusia, pero el menosprecio y las omisiones del gobierno de Obama y de la UE, en  flagrante olvido de que Rusia cuenta – y mucho- en el tablero internacional han contribuido de forma decidida a la formación de la actual crisis. Ni Estados Unidos ni Europa deberían ser tan simplistas al tratar el problema de Rusia. Bastantes errores se han cometido por ningunear a una Rusia humillada y acomplejada

Lo que se juega hoy en Ucrania trasciende sus límites geográficos para expresar un gran desafío estratégico. Se trata de la puerta al Cáucaso, región que posee la segunda reserva mundial de hidrocarburos. Y en el destino de toda esta importante zona la península de Crimea es vital. La situación de Crimea es sumamente explosiva. Pertenece a Ucrania, pero la mayoría de sus habitantes son rusos. Tras ser conquistada en la década de 1770 por el imperio zarista, fue colonizada fundamentalmente por rusos, que se sumaron a los tártaros, judíos y otras minorías que ya vivían allí. En el XIX fue escenario de la espectacular derrota de las tropas británicas en la batalla de Balaclava, cuando la famosa carga de caballería de la Brigada Ligera contra los batallones de artillería e infantería rusos, acabó en un desastre sin paliativos debido a la prepotencia, estupidez y escasa preparación del mando inglés. Aquella batalla alimenta el imaginario de una Rusia fuerte, del mismo modo que lo hace el sitio de Sebastopol, en aquella misma guerra de Crimea, cuando la ciudad desplegó una resistencia épica al asedio que la sometieron franceses y británicos durante un año. Vale la pena recordar que aquella guerra, que se libró entre 1853 y 1856, tenía su origen en la sospecha británica de que Rusia ambicionaba los Balcanes y en particular Turquía aprovechando la decadencia ya patente e imparable del imperio otomano.

Stalin, que quiso que el reparto de las zonas de influencia después de la Segunda Guerra mundial entre el primer ministro británico, Winston Churchill: el presidente estadounidense Franklin Roosvelt, y él mismo se firmara en Crimea, en Yalta, hizo pagar un precio muy alto a parte de la población de la península cuando expulsó a los tártaros a Asia central por considerarlos colaboracionistas de los nazis. En 1954, el dirigente soviético Nikita Jruschov (como decíamos, ucraniano) dio un giro a la historia de aquella península que hasta entonces había pertenecido a Rusia, al regalarla a Ucrania. Actualmente, la mayoría de los casi dos millones de habitantes son de origen ruso, el 25% son ucranianos, mientras que los tártaros que han empezado a regresar en los últimos años constituyen el 13%. Como se ve los ucranios no alcanzaron un número destacado hasta que en los años cincuenta –después del “regalo”- muchos de los habitantes de Ucrania occidental fueron trasladados de manera forzosa a la península. Cuando Ucrania logró su independencia en 1991, Moscú y Kiev se dividieron la flota y Ucrania alquiló tres de las bases a Rusia. Dicha flota está compuesta por unos 80 buques y 15,000 hombres. Hoy, Crimea es escenario axial  en una preocupante escalada del conflicto ucraniano, y Occidente sería muy irresponsable si soslaya los importantes antecedentes históricos y trata el asunto únicamente desde un punto de vista maniqueo o simplista de “Potencia abusadora contra país chico vulnerable”. Esa ha sido la óptica del Departamento de Estado y de la UE. Es de esperar que la actitud cambie.

viernes, 17 de enero de 2014

La "siriedad" de la situación michoacana



 
Es tan grave lo que sucede en Michoacán, que en lugar de decir que la cosa en ese estado "se está poniendo muy seria", es más exacto decir que "se está poniendo muy Siria".

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los Washington Redskins vs. La Tiranía de la Corrección Política.


Una inconmensurablemente ridícula polémica se ha suscitado en torno al nombre del glorioso equipo de futbol americano de los Pieles Rojas de Washington (Washington Redskins), uno de los equipos más tradicionales de la NFL que, de hecho, es una de las franquicias fundadoras de la liga. 

Aficionado al fútbol americano soy, y por alguna extraña razón siempre le he sido leal a este equipo y lo sigo siendo a pesar de que estos chicos llevan un buen rato sin  dar “pie con bola”, sobre todo desde que los compró un sujeto deleznable de apellido Snyder, especie de Jorge Vergara gringo que siempre anda metiendo su cuchara en todas las decisiones estrictamente deportivas de los Redskins y que incluso es más perjudicial para su causa de lo que es Jerry Jones para los infames Lecheros de Dallas lo cual, créanme, ya es decir mucho, ¡Muchísimo!

Pues bien, mis Redskins hoy, además de estar terminando con una temporada execrable, son acusados de utilizar como mote un término “racista por algunas asociaciones de nativos americanos, además de por personajillos y politicastros que no tienen nada mejor que hacer.  El colmo llegó cuando el presidente Obama irresponsablemente se unió a las voces críticas que exigen a los pieles rojas que cambien de apodo. ¡Qué pena que este presidente tan medianito se dedique a quedar bien con la progresía más afecta a la los excesos de la corrección  política en lugar de dedicarse a tratar de enderezar su tan malhadado gobierno!

Es fácil, muy fácil,  que la corrección política se deslice con naturalidad hacia los extremos. Es cierto que una dosis saludable de moderación en el discurso  debe contemplarse para no caer en actitudes racista u ofensivas y de maltrato a las minorías, pero el problema empieza cuando en el afán de no herir con las palabras se llega, de plano, a restringir el derecho de libertad de expresión, al ridículo o a pretender anular, como en el caso de los Redskins, una tradición bastante añeja y completamente inofensiva que jamás a tenido la pretensión de ofender a nadie. Porque si bien es cierto que el apelativo de “pieles rojas” fue un peyorativo utilizado por ciertos sectores de la población blanca hace mucho tiempo, lo cierto es que el término  tuvo su origen en una expresión nativa, una forma en la que los indígenas norteamericanos se autodenominaban y con orgullo, por cierto. Hasta el diario digital Slate, de orientación liberal y que fue uno de los precursores de la campaña anti redskins, acaba de reconocer que este apelativo fue, efectivamente, auto asignado Ror los indígenas norteamericanos y que las comparaciones con insultos como “nigger”, wetback” o “chink” no tienen razón de ser.

El debate público en Estados Unidos y muchos países más (incluido México) se ha llenado de fáciles acusaciones de homofobia, racismo, xenofobia, sexismo, maltrato animal y desprecio por la discapacidad o por la religión ante ya casi cualquier alusión, broma o comentario. Muchos nos preguntamos, sin por ello apoyar ninguna actitud racista o excluyente, si tanta exageración se ha vaciado de sentido común. Lo peor es que los abusos de la corrección política provocan cansancio del ciudadano, cada vez más harto de escaladas que rozan el absurdo, y lamentablemente dan lugar a que comentaristas y políticos demagogos extremistas utilicen la lucha contra la corrección política como arma para hacerse populares. Así, mientras unos se afanan para ser políticamente correctos y en elaborar discursos nada ofensivos y "democráticamente inclusivos", otros explotan con mucho éxito exactamente lo contrario. Es el poder de la incorrección que en Estados Unidos exhiben tipos como Glenn Beck, Rush Limbaugh y el Tea Party y en Europa gente como Aznar, el checo Václav Klaus y el incorregible Silvio Berlusconi.

El fenómeno ha contagiado a todo el debate público. Mientras se multiplican las denuncias de los pudibundos contra la publicidad, la televisión, Internet o la ficción políticamente incorrectos crece el éxito de los Simpsons, Peter Griffin (Family Guy), el doctor House o Dexter. Quien se desmarca claramente de la corrección política tiene garantizada la atención pública. El discurso políticamente correcto, de tan exagerado, se percibe como hipócrita por una creciente parte de la sociedad. Los excesos alimentan los excesos. Las salidas de tono de algunos políticos posiblemente no serían tan efectistas de no existir el extremo contrario, cuando la corrección pierde su función de defensa de las minorías y se adentra en el eufemismo trivial.

El adjetivo “Piel Roja” no tiene un origen peyorativo y según varias encuestas los nativos americanos de hoy no se sienten en su mayoría ofendidos por el mote. De hecho, un sondeo efectuado por el prestigiado Annenberg Public Policy Center arrojó que el 90% de los nativos no tienen problema con el apodo. Asimismo, las encuestas demuestran que, de forma abrumadora, los aficionados al Fútbol Americano se niegan a que los Pieles Rojas cambien de nombre. Se trata de un juego de políticos oportunistas ociosos que pretenden medrar con este indigno debate y que solo provocan reacciones con la misma intensidad, pero en sentido contrario. Como lo dijo muy oportunamente el mariscal de campo piel roja Robert Griffin III, en el único momento de lucidez que ha tenido este año catastrófico el pobre muchacho: “En el país de la libertad se nos quiere tener como rehenes de la tiranía de la corrección política.”
Para ser efectiva, la corrección política debe servirse en dosis inteligentes oportunas y moderadas.

Así que, amigos, Heil to the Redsins! Forever!