domingo, 7 de julio de 2013

Julia Gillard y el Machismo en Australia


Es cierto que cada vez vemos a más mujeres como jefas de Estado y de gobierno alrededor de todo el mundo, pero no por ser gobernantes algunas dejan de ser objeto de deplorables ataques y prejuicios machistas. El caso más grave de esto lo ha dado Australia. Hace unos días los parlamentarios del partido laborista de aquel país destituyeron como líder de su partido Julia Gillard, quien hasta ese momento fungía como la primera mujer jefa de gobierno australiana, por considerar que su impopularidad ante el electorado era insuperable y que su derrota en las elecciones generales a celebrarse el próximo septiembre era inevitable. Como su remplazo al frente del partido y (consecuentemente) del gobierno pusieron al ex primer ministro Kevin Rudd, quien había antecedido a Gillard en la jefatura del gobierno. De inmediato las encuestas de opinión empezaron a ofrecer a los alicaídos laboristas la oportunidad de vencer a sus adversarios en las urnas.¿Por qué era tan impopular Gillard? Cierto es que la forma en que llegó al poder fue algo ruda. Gillard acusó al entonces primer ministro Rudd de haber perdido el rumbo del gobierno y empezó a maniobrar para destituirlo. La estratagema tuvo éxito y Gillard fue designada nueva primera ministra. Muchos analistas, confieso que incluido yo mismo, pensamos que la maniobra de Gillard había sido asaz traicionera, pero en política estas cosas se dan todos los días. ¿O no? Quizá de haber sido hombre no hubiese faltado quien incluso halagara a Gilliard por su “maquiavelismo” y astucia política. Muchas, pero muchas más tropelías se le han perdonado, por ejemplo, al impresentable Berlusconi, quien sigue ganando millones de votos a pesar de haber gobernado a Italia con las patas y de ser centro de sus innumerables escándalos de corrupción y sexuales.  En cambio Gillard pasó a ser, de inmediato, la gran villana, The Bitch que todo el mundo ama odiar.
La verdad es que desde el principio de su carrera política Gillard fue víctima de groseros prejuicios machistas. Cuando era viceprimera ministra un diputado conservador expresó sus dudas de que una mujer soltera y sin hijos pudiera hacerse cargo de los asuntos de un país. El estilo descarnado, franco y directo de Gillard era considerado como demasiado “agresivo” por parte de los electores y no solo por los hombres, hay que decirlo, sino las mismas mujeres que le criticaban su presunta “desfachatez” de  llamar al pan “pan” y al vino “vino”. A la prensa sensacionalista le encantaba comparar a la ascendente política laborista con la cínica y calculadora Miranda, famoso personaje de la serie televisiva Sex in the City. Ya como jefa de gobierno, Gillard fue objeto de una interminable y visceral retahíla de insultos sexistas y agravios misóginos. Se debatía sobre el estilo de su vestimenta, el tamaño de su trasero, la gradación de su escote, el corte de su pelo, el tono de su voz y se especulaba si su marido –peluquero de profesión-, era o no gay. Cuando, el año pasado, su padre murió, un personaje de la radio tuvo el pésimo gusto de preguntarse al aire si el señor se habría muerto de vergüenza por haber tenido la hija que tuvo. 
Rumbo a la campaña el tono sexista subió a niveles grotescos. En una cena para recaudar fondos ofrecida por el partido Liberal de Australia (oposición), el menú indicaba como su plato estrella “codorniz a la Julia Gilliard: pequeños pechos, grandes muslos y un gran agujero de color rojo”. El líder de la oposición, Tony Abbott, ha tenido el descomedimiento  de  arengar a sus seguidores ante sendas pancartas que tildaban abiertamente Gillard de “perra” (bitch) y “bruja” (witch). Los ataques sexistas han dado lugar a enconados debates parlamentarios en los que Gillard, mujer de carácter no se arredró e incluso llegó a recuperar algunos puntos ante la opinión pública.  “Este hombre no me va a dar lecciones sobre sexismo y misoginia. Ni ahora ni nunca. (…) Si quiere saber qué aspecto tienen el sexismo y la misoginia en la Australia moderna no necesita una moción parlamentaria. Necesita un espejo”, le recamó Gillard alguna vez a su rival Abbott. 
Evidentemente, indignarse por los agravios sexistas a Gillard no quiere decir que por el simple hecho de ser mujer una persona dedicada a la política deba ser inmune a críticas o insultos o se le disculpen torpezas, ineficiencias o actos de corrupción.  A fin de cuentas, es gobernante de una nación democrática. Solo remítase la memoria a. por ejemplo, Cristina Kirchner para saber lo mala que puede ser una gobernante, o a nuestra Elba Esther si se quiere hablar de corruptas. Pero lo que destaca aquí el carácter abiertamente misógino de estos insultos, siempre destinados a destacar la condición femenina de Gillard. Algo parecido ha pasado con otras gobernantes en el mundo, no cabe duda, pero nunca en la intensidad de lo que ha sucedido con la ex primera ministra australiana, quien, por otro lado, fue una buena gobernante en términos generales: presidió un sólido crecimiento económico, logró reducir las emisiones de carbono en su país y promovió trascendentales reformas en los ámbitos de la educación y la protección de los discapacitados. Cometió errores también, como abandonar  la promesa de no introducir un impuesto sobre el carbono, adem´pas que muchos “expertos en comunicación” destacan su incapacidad de proyectar  simpatía, sentido del humor y sinceridad en sus intervenciones públicas. Pero sus defectos ni de lejos pueden compararse a... bueno, otra vez el mejor ejemplo que se me ocurre es la incompetencia, corrupción y grosería de Silvio Berlusconi, a quienes todavía hoy millones de italianos le votan con singular alegría. ¿No es espantoso el contraste entre lo que sucedió con Julia y la forma en que se le perdona todo al bufón machista Berlusconi?
Rumbo a los comicios de septiembre, Rudd ha revivido las posibilidades de su partido y los comentaristas han pasado de discutir la misoginia a tratar los temas electorales clásicos: los impuestos, los inmigrantes, la economía. Hay una desconcertante sensación de alivio en la prensa del país ahora que “esa mujer” se ha ido. Pero no debería olvidarse tan fácil ni rápidamente la bochornosa experiencia de lo sucedido con Julia, mucho menos en Australia, un país supuestamente desarrollado pero que padece un severo problema de violencia machista. La tasa de violencia de género en Australia es una de las más altas de los países occidentales. Alrededor de 77 mujeres mueren cada año a manos de sus parejas, dato extremadamente alto si tenemos en cuenta que Australia tiene una población de tan solo 22 millones de habitantes.

jueves, 4 de julio de 2013

¿Llegó el Invierno para la Primavera Árabe?


 
Quienes amamos la libertad saludamos entusiastas hace dos años el advenimiento de las revueltas civiles que estallaron en varias naciones del Medio Oriente, fenómeno que se ha dado a conocer como la Primavera Árabe. Llegaban a su fin o iniciaban un irreversible ocaso regímenes dictatoriales nacidos con la descolonización, los cuales habían arribado al poder con una generación de líderes cuyo principal objetivo era consolidar el nacionalismo, separar la religión del Estado y modernizar sus naciones utilizando una suerte de “socialismo árabe”. Los más destacados de estos dirigentes serían Gamal Abdul Nasser, el iraquí Karim Kassem, el sirio Hasem El-Atassi, el yemenita Abdala Al-Salal, el tunecino Habib Bourguiba, el argelino Ahmed Ben Bella y el mauritano Mouktar Ould Daddah. Se sumarían poco después a este espíritu socialista y nacionalista Hafez el Assad en Siria, un tal Saddam Hussein en Iraq y otro “tal”: el libio Muammar Khadafi.

Nacionalismo laico, socialismo a la árabe y odio a Israel fueron los códigos que identificaron a estos dirigentes, pero también un desbocado autoritarismo, una corrupción galopante, un catastrófico desgobierno económico y, en ocasiones, demenciales cultos a la personalidad. Las rebeliones surgidas en 2011 y qué aún continúan en su faceta más cruenta en la guerra civil en Siria, despertaron la esperanza de que algún tipo de democracia reconciliada con el Islam surgiera en las naciones que valientemente se habían deshecho de sus tiranos, e incluso muchos propusieron el ejemplo de Turquía, un país aceptablemente democrático gobernado por un partido islamista moderado respetuoso del sistema democrático y de los derechos humanos. Sin embargo, desde el principio muchos pesimistas advirtieron que la destitución de los dictadores laicos solo daría lugar a la asunción al poder de fundamentalistas musulmanes que lejos de liberalizar a las sociedades árabes impondrían la sharia y la intolerancia religiosa. Hoy, en vista de lo que sucede actualmente en Egipto tras el golpe de estado que derrocó al presidente Mursi, los cruentos enfrentamientos entre sunitas y chiítas en Iraq y las preocupantes tendencias salifistas que exhiben algunas de las facciones anti Assad en Siria, e incluso la violenta represión ordenada por Erdogan en Turquía cabría pensar que los pesimistas tenían razón y que la llamada primavera árabe era un experimento de origen destinado al fracaso y que la democracia es un tipo de gobierno completamente incompatible con el islam.

Pero la realidad, como siempre, es más compleja. Nadie dijo que la democratización de los países árabes fuera una tarea fácil.   El mundo islámico no logra absorber la naturaleza de la democracia como está concebida en los países del mundo occidental, puesto que las naciones árabes tienen como fuente principal de sus instituciones políticas al Corán, que además de ser la guía de la religión islámica, dicta orientaciones sobre la organización y funcionamiento de las instituciones de los poderes públicos, y valores morales. Los líderes de las naciones que vivieron la primavera árabe deben aprender a congeniar con esta realidad y abocarse antes que nada a alcanzar paz interna, estabilidad política y un grado aceptable de desarrollo económico, tareas de suyo difícil que llevará años completar.

La polarización ideológica que tiene su origen en factores religiosos en estas naciones, tómese en cuenta que en el mundo árabe el poder religioso sigue intrínsecamente vinculado al poder político. Estos elementos harán que las transiciones árabes sean muy sui generis, muy distintas unas de otras y el resultado no será necesariamente un sistema político idéntico al de las democracias liberales occidentales, pero quizá sí sea capaz de, por lo menos, garantizar un mínimo de libertades públicas para sus habitantes y eviten la entronización tanto de fanáticos religiosos como de sátrapas megalómanos. Al tiempo.

Mandela y Mugabe: Vidas Paralelas


 
Ahora que Nelson Mandela convalece en estado crítico el mundo entero halaga, con toda justicia, las grandes cualidades humanas y políticas de este paladín. Particularmente interesante me resultó el elogio que le dedicó Mario Vargas Llosa, quien destaca el estoicismo, el pundonor y  la tenacidad que demostró tener este líder incansable en su lucha por la libertad antes y durante los largos 27 años que estuvo prisionero en Robben Island y subraya la forma en que Mandela gobernó a su país alejado de rencores, apegado de forma irrestricta al régimen democrático, siempre con la idea de reconciliar a las razas y de evitar la asunción de una dictadura. Mandela asumió la presidencia sudafricana dueño de una abrumadora popularidad interna y de un gran prestigio internacional,  Ese tipo de devoción popular mitológica suele marear a sus beneficiarios y volverlos —Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro— demagogos y tiranos.” Como bien nos recuerda Vargas, pero Mandela rehuyó a la tentación de convertirse en un sátrapa entregado a la corrupción, al despotismo y al culto a la personalidad. Gobernó para todos y desistió de relegirse una vez terminado su mandato.

Los contrastes no pueden ser más abismales respecto a otro quien fue gran luchador por la independencia y en contra del racismo colonial: Robert Mugabe, héroe de la liberación de Zimbabwe (Antes Rhodesia) quien, como Mandela, pasó un largo período preso, pero a diferencia del gran sudafricano Mugabe jamás perdonó a los blancos. Al llegar al poder, en el muy lejano año de 1980, se dedicó a perseguirlos, a arrebatarles tierras y empresas y a expulsarlos del país en la mayor medida posible. Hace algunos meses Mugabe reprochó públicamente a Mandela haber sido “demasiado blando” con los blancos durante su gobierno. Pero no solo los blancos padecieron de las arbitrariedades de este dictador despiadado, frío y calculador que poco después de lograda la independencia  ordenó la masacre de 20,000 civiles en la ciudad de Matabeleland que apoyaban a su principal rival político, Joshua Nkomo. Durante todas las décadas en las que ha durado Mugabe en el poder han muerto bajo extrañas circunstancias decenas de opositores al régimen. En el año 2000 comenzó a fraguarse un movimiento opositor de gran calado dirigido por Morgan Tsvangirai que no tardó en amenazar la hegemonía de Mugabe. Como respuesta, el gobierno desató una oprobiosa “operación limpieza” que supuso la destrucción de los hogares y el sustento de aproximadamente 700,000 habitantes. Tanta represión, aunada a una corrupción generalizada, un vergonzoso desgobierno y un culto a la personalidad al “Padre de la Patria” provocó que la economía se derrumbara y la popularidad del presidente cayese en picada. Actualmente Mugabe sobrevive en el poder solamente gracias al aumento de la violencia, la represión y los fraudes electorales. Eso sí, como todo buen demagogo populista Mugabe culpa de las desgracias del país a Gran Bretaña, los Estados Unidos, los agricultores blancos y las sanciones occidentales.

Mugabe subió desde los inicios humildes para llevar a su país a la independencia. Fue aclamado, por un tiempo, como uno de los líderes más progresistas de África poscolonial. Es cierto que al principio de su gobierno  promovió educación, salud y agricultura. Muchos opinan que si hubiera dimitido después de una década en el poder podría haber ganado un puesto de honor en la historia, incluso a pesar de las masacres Matabeleland. Pero lejos de eso se aferró al poder y se cree dueño del país entero (Zimbabwe es mío, ha declarado en diversas ocasiones). Hoy tiene cada vez menos amigos y aliados está cada vez más paranoico y ha perdido el contacto con la realidad.

Mandela trabajo por la reconstrucción de la economía nacional y la reconciliación del país. Despreció como pocos personajes en la historia lo han hecho (rara avis) los seductores, fatales y arteros artificios del poder. Mugabe  pasará a engrosar la larga lista de la familia de los tiranos que cayeron en la tentación de endiosarse. El legado de Mandela será inmortal, el de Mugabe se hundirá en el fango.




 

miércoles, 26 de junio de 2013

Dilma y Erdogan: las notables diferencias.





¡Vaya que ha sido abismal la diferencia en las formas en las que la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan han respondido a los respectivos movimientos de protesta que aquejan en la actualidad a los países que gobiernan! Mientras el gobernante turco recuerda en su hubrys que él ha ganado tres elecciones generales consecutivas y lanza a sus partidarios a enfrentarse a los manifestantes, a los que denuncia como “terroristas”, y pretende legislar para imponer mayores controles a las redes sociales, la mandataria brasileña ha valorado las manifestaciones como la prueba de la energía democrática de su país, ha llamado "a escuchar estas voces que van más allá de los mecanismos tradicionales, partidos políticos y medios de comunicación" y ha emplazado a una realizar un plebiscito para convocar a una asamblea constituyente que realice una reforma política de fondo para incrementar la participación popular en los procesos de toma de decisiones y ampliar los horizontes de ciudadanía, así como establecer mecanismos más efectivos para el combate de la corrupción.

En Brasil las convulsiones comenzaron a principios de mes por un aumento en la tarifa del autobús y el tren subterráneo en San Pablo, Río de Janeiro, Coritiba y otras ciudades. Las protestas pronto se ampliaron a otros temas, descubriendo la frustración generalizada en varios sectores de la vida económica y social, incluyendo los elevados impuestos, deficientes servicios públicos y el enorme gasto gubernamental programado para cumplir los compromisos faraónicos adquiridos por Lula da Silva como la Copa Mundial del 2014 y las olimpiadas del 2016.Las protestas se extendieron por todo el país de forma tan inusitada como espectacular.

En Turquía las manifestaciones comenzaron el 28 de mayo mediante un plantón pacífico protagonizado por activistas ambientalistas y verdes que querían evitar la tala de árboles para urbanizar un parque cercano a la Plaza Taksim de Estambul. La represión policial tres días después desató protestas en todo el país. La respuesta policial, al contrario a lo que sucedió en Brasil, fue brjutal. Una violenta intervención de la fuerza pública en la Plaza Taksimno hizo sino extender las protestas por todo el país. La ONU y los activistas de los derechos humanos mostraron su alarma por las informaciones recibidas en el sentido de que las balas de goma y los aerosoles con pimienta fueron dirigidos directamente a los manifestantes y a muy corta distancia. La fuerza pública usó además cañones de agua.

Erdogan, criticó a los manifestantes con un lenguaje belicoso que molestó a los líderes europeos y, al parecer, ha vuelto a retrasar la entrada del país en la Unión Europea. Es un hecho que el prestigio internacional del país ha quedado muy maltrecho. Las protestas han sido dirigidas en gran parte contra Erdogan, un político ciertamente exitoso pero cuya soberbia lo ha llevado a intentar incrementar su poder mediante cambios constitucionales y la erosión de las libertades y valores seculares.

En Brasil, como en otras democracias emergentes, ha estallado el descontento de una sociedad que ha accedido a mayores cotas de bienestar, que está más informada y mejor educada y que justo por eso tolera cada vez peor la desigualdad y los abusos de poder. Demandan servicios públicos acordes con la presión impositiva que soportan. Están hartos de pagar altos impuestos y de padecer, a cambio, pésimos servicios en salud, educación y transporte. La presidente los ha escuchado y se ha comprometido públicamente a atender sus demandas.

Más allá de la buena o mala voluntad de los gobiernos el gran problema de todos estos movimientos espontáneos de protesta es el desgaste que inevitablemente padece una militancia sin liderazgos ni organización, por ello terminan con la angustia de ver cómo sus triunfos terminan en nuevas frustraciones justo por no poder articular sus demandas. El desgaste sobreviene al no encontrar formas de construir agendas de acciones concretas y en la imposibilidad de mantener un ritmo constante de protestas diarias. La falta de organización tiene su precio, y esto lo saben de España a Grecia, de Túnez a Egipto, de Portugal a Wall Street.
La diferencia, hasta el momento, ha residido en que los gobernantes genuinamente demócratas tienen la comprensión fundamental de que la minoría que no votó por ellos en las urnas son tan ciudadanos de su país que los que sí los apoyaron y por ello tienen derecho a ser escuchados. Saben que el trabajo de un líder es actuar y decidir en beneficio de los intereses nacionales y no sólo a favor de seguidores. Los manifestantes turcos se lanzaron a las calles porque creían que el arrogante Sr. Erdogan no era hostil a sus intereses, pero éste fue sordo a sus quejas y optó por satanizar a los disidentes como “terroristas” y “agentes extranjeros” y reprimirlos con gas lacrimógeno y cañones de agua. El contraste con Brasil, donde Dilma Rousseff ha insistido en que los manifestantes tienen todo el derecho a protestar y se ha comprometido a atender sus demandas. Dos mundos radicalmente distintos, no cabe duda.

viernes, 21 de junio de 2013

Brasil y sus Ansias de Novillero

 
El milagro brasileño se desinfla de inusitada forma. Pocos pensaban hasta hace muy poco que Brasil, ni más ni menos la gran potencia emergente latinoamericana que crecía económicamente a pasos agigantados, vencía a la pobreza y cobraba una importancia internacional cada vez mayor iba a ser protagonista de multitudinarias manifestaciones de protesta dignas de ver, más bien, en naciones quebradas como España o Grecia. La razón es que el modelo brasileño no ha sabido corregir algunas graves fallas estructurales de las que padece desde hace tiempo. El “gigante amazónico" (como dicen los cursis) comenzó un impresionante ascenso con la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, uno de los pocos políticos-intelectuales exitosos que ha visto la historia. Con Cardoso se venció a una crónica hiperinflación que caracterizaba desde hacía décadas a la inestable economía brasileña, se superó el problema de la deuda (Brasil era el país más endeudado del mundo) y se corrigió un anacrónico e ineficiente estatismo económico. Las bases para la construcción de un Brasil que cumpliera las famosas expectativas de Stefan Zweig (Brasil: Nación del Futuro) fueron establecidas con las normas de la estabilidad y la reforma económica liberal.
 
El éxito brasileño se fortaleció bajo la primera presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva, cuyo gobierno aplicó eficaces políticas sociales que ayudaron a salir de la pobreza a 30 millones de brasileños. Sin embargo desde el segundo mandato de Lula (2007-10) y desde que su sucesora,  Dilma Rousseff, ocupa la presidencia la fórmula que permitió el rápido desarrollo de Brasil ha sido abandonada poco a poco. Cardoso fue siempre muy riguroso en cumplir metas de inflación establecidas por un Banco Central que opera con independencia de facto, en tener cuentas públicas transparentes, en respetar una rigurosa disciplina fiscal y en estimular actitudes abiertas frente al comercio exterior y la inversión privada. Pero la recesión mundial que el mundo padece desde 2008 provocó que Lula y Rousseff olvidaran los rigores de una economía liberal presuntamente “decadente” y volvieran a la irresponsabilidad de un Estado excesivamente interventor. Desde entonces se han soltado recursos a diestra y siniestra de forma irresponsable, sin planeación estratégica y fomentando la corrupción. Cuando sobrevino el natural sobrecalentamiento económico volvió al estancamiento (la economía creció un magro 0.9% el año pasado) y  la presidenta Dilma llevó al Banco Central a reducir las tasas de interés. El inevitable resultado: inflación, reducción del crecimiento económico y  caos fiscal. Desde 2011 el crecimiento ha sido menor y la inflación más alta que en la mayoría de los países latinoamericanos. La inflación sube a un ritmo mayor que el PIB.

Desde luego, Brasil tiene grandes fortalezas que le ayudarán a salir de problemas, pero el escenario es difícil y al corto plazo las cosas no aparecen muy halagüeñas. El consumo interno ha perdido fuelle, la balanza comercial ha entrado en déficit y el encarecimiento del dinero está provocando una caída en el real. A todo esto hay que sumar que tanto Lula como Dilma han descuidado la inversión en infraestructuras. Otra de las causas del movimiento de protesta actual (además del encarecimiento de la vida) es el elevado costo de los trasportes, así como su pésima calidad sin olvidar, desde luego, la afrenta social que representa una corrupción galopante.

Brasil es miembro del club de los BRICS que quiere poner muy en claro a las potencias tradicionales que hay nuevos jugadores a nivel mundial que deben ser tomados en cuenta. También exige pertenecer al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente con derecho a veto, y van a ser sede, consecutivamente, del mundial de futbol y de las olimpiadas. Muy impresionante para un país que apenas en los años ochenta estaba en un callejón sin salida, pero quizá demasiado prematuro para una sociedad que todavía tiene muchas tareas internas pendientes por resolver. Ansias de novillero, le dicen.

miércoles, 12 de junio de 2013

La Francia Profunda...mente Reaccionaria

 
Francia ha sorprendido al mundo y de manera muy desagradable ¿Cómo es posible que en el país cuna del enciclopedismo y de los derechos humanos y que tiene una República tan ostensible y orgullosamente laica  se verifiquen reacciones tan violentas contra legalización del matrimonio homosexual? Uno pensaría que esta intolerancia era más propicia de darse en países tradicionalmente más conservadores, pero no ha sido así. Incluso en México las reacciones de nuestros conservadores han sido más mesuradas respecto a este tema. Muchos hablan de que el factor principal en la virulencia de las protestas francesas contra el matrimonio gay se deben más bien a un cierto oportunismo de parte de sectores de la derecha que buscan aprovechar la profunda impopularidad del incompetente presidente Hollande para armar un movimiento “desestabilizador”. Algo, quizá, hay de cierto en esto, pero no podemos cerrar los ojos a que esta iracundia obedece principalmente a la existencia de una derecha social militante y rabiosa que tiene raíces muy profundas.
Efectivamente, desde el advenimiento de la III República francesa en 1870 (incluso antes) la extrema derecha ha tenido una presencia social y política muy significativa en Francia. En el siglo XIX fueron el boulangismo, las ligas patrióticas y la acción antijudía. En la pasada centuria fueron el corporativismo y los movimientos de reacción ultramontana y antimodernizadora capitaneados por las bajas clases medias y que tuvieron protagonismo fascistoide antes de la Segunda Guerra Mundial, fueron muy activos durante Vichy y se transformaron en la posguerra, primero, en la forma del poujadismo y más tarde con el Frente Nacional de Le Pen. Siempre, eso sí, estuvieron conjugados los temas clásicos de la extrema derecha francesa: el racismo, el integrismo religioso, el anticapitalismo, el culto a los valores morales tradicionales y un nacionalismo a ultranza.
En la Francia actual, azotada por la crisis económica, un índice de desempleo del 11 % y acelerado proceso de deterioro urbano la mecha que ha sacado del closet las fobias de la extrema derecha ha sido el pretexto de la homofobia. Se han verificado ya dos manifestaciones con más de 400, mil personas. Han muerto activistas de izquierda y se han apaleado a fotógrafos. Grupo neofascistas han ocupado la sede del Partido Socialista y agredido física y verbalmente a parejas, locales, asociaciones gay. Pero quizá lo más inaudito es que quienes aparecen como principales cabecillas de estos movimientos son mujeres: Virginie Tellenne apodada Frigide Barjot (La Frígida Chiflada, en español) que ha llamado al “derramamiento de sangre”; Christine Boutin, que ha asegurado “Ees la gente que rechaza los valores del 68 y de los liberal-libertarios”; y  Beatrice Bourges, quien afirma que la teoría de género es un atentado contra la humanidad que “destruirá la civilización”.
Estas son, en resumen, las noticias que en pleno siglo XXI nos da la nación donde naciera el gran Voltaire.

martes, 4 de junio de 2013

Protestas Turcas


 
Arde Turquía. Estambul, Ankara y decenas de ciudades turcas protagonizan las protestas antigubernamentales más violentas desde que llegó al poder hace más de una década Recep Tayyip Erdogan. Se trata de un movimiento popular sin precedente, completamente espontáneo, fruto de la frustración y la decepción de los sectores laicos de la sociedad que han perdido influencia sobre la vida pública del país ante el dominio electoral del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), organización islamista “moderada” que ganó las elecciones generales con una gran mayoría en 2002. Turquía, a la sazón, estaba exhausta tras enfrentar una profunda crisis financiera y por la corrupción e inestabilidad política generada por las constantes intervenciones de los militares en la vida pública.

En realidad nadie puede decir que el gobierno de Erdogan haya sido un fracaso: multiplicó por tres el ingreso por habitante gracias a un crecimiento que superó el 8% en 2010 y 2011, generalizó el acceso a la educación y la salud, convirtió a Turquía en una potencia económica emergente y relegó al ejército a los cuarteles. En su momento resultó una enorme ironía histórica que en Turquía los reformadores de otra época pasaran a ser los conservadores, y viceversa. Erdogan promovió una reforma constitucional que anuló el papel de “vigilante de la buena marcha del Estado” a las fuerzas armadas, lo que le otorgaba al ejército el derecho a intervenir al régimen político. Este estatus de guardián fue objeto de grandes abusos por parte de los militares. Una reforma se hizo urgente para fortalecer la democracia y acercar más a Turquía a la legislación europea. Los cambios aprobados durante el gobierno de Erdogan eliminaron la situación de excepcionalidad que gozaba el ejército, no solo retirándole la función de "policía”, sino también abriendo la posibilidad (hasta ahora inédita) de que los militares respondan por sus actos arbitrarios ante la justicia civil

Pero Erdogan y su partido también hicieron ingresar la religión en el espacio público ante la inquietud de los defensores de la república laica. El velo islámico fue autorizado en algunas universidades, se aprobó una ley que prohíbe la venta de alcohol cerca de las mezquitas, se reprime con cada vez mayor fuerza la libertad de expresión, se multiplican las detenciones ejercidas por la policía contra disidentes bajo pretexto de la lucha contra el terrorismo y se multiplican los intentos por limitar el derecho al aborto y convertir al adulterio en un delito punible por la ley.

La lista de arbitrariedades es larga. Tanto que hoy el país ha estallado en protestas multitudinarias hasta hace poco inconcebibles. Los manifestantes expresan su hartazgo ante un poder que pretende imponerles una forma de vida orientada por el islam. Salen a la calle para combatir a un poder cada vez más autoritario, el cual está amparado por sus constantes éxitos electorales. En Turquía la oposición política partidista ha mostrado su incompetencia. El partido de Erdogan ganó las elecciones generales de 2007 y 2011, con 47 y 50% de los votos, respectivamente. La realidad es que los partidos laicos se han enredado demasiado con un discurso estatizante y obsoleto en lo económico (en México se llama “nacionalismo revolucionario”) y ello les ha restado votos al grado de casi perder toda esperanza de vencer a Erdogan en las urnas, lo que ha ensoberbecido al primer ministro quien, de hecho, comenzó a gobernar en el mismo estilo autocrático que él, como opositor, había criticado amargamente a sus predecesores.

El poder casi absoluto de Erdogan lo ha hecho perder contacto con la realidad del país, de ahí la desproporcionada violencia con la que el gobierno ha reprimido las manifestaciones. El premier llegó a amenazar con lanzar al cincuenta por ciento de los turcos que votaron por él a tomar las calles en su defensa, cosa que muchos interpretaron como una amenaza de guerra civil. Peor aún, acuso al Twitter de ser "la mayor amenaza para la sociedad”, muy en el estilo de algunos de los sátrapas árabes que fueron derrocados recientemente por la vorágine de la “primavera árabe”.

Lo cierto es que el miope gobernante turco no quiere ver es que las protestas  están atrayendo a todos los sectores de la sociedad. A ellas asisten estudiantes, intelectuales, familias con niños, mujeres con y sin velo, oficinistas, desempleados, profesionistas. No hay en las manifestaciones ni banderas ni consignas partidistas. Kemalistas y comunistas han demostrado de lado a lado con los liberales y secularistas. Los une a todos una genuina preocupación de ver a su país dominado por la cerrazón religiosa.

La dimensión de las protestas amenaza el futuro político del ambiciosa Erdogan, quién obligado por las normas de su propio partido a renunciar a la jefatura de gobierno en 2015, no esconde ahora su ambición de aspirar el próximo año al cargo de presidente. Pero ahora su antes casi intachable imagen se ha manchado irreversiblemente.

Grave es para Turquía que un gobierno exitoso tome este derrotero de represión y violencia, y muy peligroso es para el mundo árabe perder la luz de un faro. En efecto, muchos demócratas veían en el partido islamista moderado de Erdogan la oportunidad de constituir un buen ejemplo para la instauración de regímenes democráticos en naciones con mayoría islámica. Hoy la prepotencia de Erdogan está cancelando esta posibilidad.

 

lunes, 3 de junio de 2013

Los Reaccionarios del 15-M



Hace unos días se cumplieron dos años del inicio del movimiento llamado “15-M” o de los “indignados”, protesta multitudinaria protagonizada por miles de jóvenes convocados mediante las redes sociales que salieron a la calle para mostrar su enfado contra la crítica situación económica que prevalece en España. Al surgir dicho movimiento no faltaron los optimistas que esperaban una gran revolución. La desilusión no tardó en llegar. Hoy el movimiento se diluye a pasos agigantados, a pesar de que la situación económica no ha mejorado un ápice desde entonces.

En realidad estos muchachos indignados (como sucede con los progres de otras latitudes, entre ellas México) en el fondo son unos reaccionarios. Baste revisar algunas de las propuestas concretas que medio han llegado a prefigurar los indignados en España para lograr el tan ansiado “cambio” global ¿Cuál es el eje de estas propuestas dizque "ciudadanas"?: más Estado, más Estado y más Estado. Los indignados que miran al pasado: nacionalizaciones,  Estado interventor, déficit fiscales, etc. ¿Dónde están las "novedades revolucionarias"? ¿En pedir el fin del sistema D'Hont? ¿En solicitar, sin más, el cierre inmediato de las centrales nucleares sin sopesar las consecuencias económicas que esto acarrearía, sobre todo para los pobres, al subir el precio de los combustibles de manera escandalosa, y eso por no hablar del calentamiento global?  ¿En vaga declaraciones pacifistas y anticorrupción? ¿Cuál es la novedad, cuál la diferencia de estos chicos con las propuestas de la española Izquierda Unida, por ejemplo?

Claro, podemos considerar "revolucionarios" a estos chavos, pero desde una perspectiva más filosófica. Pensemos que la historia se repite a si misma constantemente, que el progreso humano es una quimera, que los hombres están condenados a tropezar con las mismas piedras por siempre pese a todos los ilusorios "avances" de la tecnología y si por revolución entendemos un giro entero de la absurda rueca de la historia, pues entonces sí, los de la Plaza del Sol son revolucionarios, y también Chávez, faltaba más. Una vuelta más de Sísifo. El eterno retorno de lo idéntico que nos enseñó Nietzsche.

No es que se menosprecie la importancia de que un sector del insatisfecho e indignado electorado se manifieste por las plazas de España, de Portugal o de Grecia. ni que deje de ser interesante el fenómeno mediático de "unidos por el internet", ni que todas las propuestas del movimiento sean deleznables (por ejemplo, España ciertamente necesita una reforma electoral que deje de sobre representar a los grandes partidos nacionales y a los nacionalistas y le dé entrada a nuevas expresiones políticas de tamaño medio), pero lo que es irrisorio es que se pretenda decirnos que la democracia empieza justo ahora y gracias a este presuntamente impoluto despertar ciudadano. Estatizar no es revolucionario, sino precisamente lo contrario. El socialismo del Siglo XXI chavista, el “proyecto de Nación” del Peje y las expresiones populistas latinoamericanas de novedosas no tienen nada. Apelan a la muy vieja y muy fracasada fórmula de articular un Estado obeso, controlador, despilfarrador, corrupto e irresponsable.

Se vale estar indignados, y se vale exigir que España y otros países mejoren su sistema de representación, que sin duda tienen deficiencias. Pero este país, como el resto de Europa, tiene altas tasas de desempleo y bajos índices de crecimiento económico porque han padecido Estados bienestar demasiado onerosos. Que ahora se propongan nacionalizaciones y gastos públicos exorbitantes no harían sino precisamente exacerbar los problemas que tienen en el paro y en la indignación a estos jóvenes. Por eso afirmo que, en el fondo, los indignados son unos reaccionarios.

lunes, 20 de mayo de 2013

Europa a la Deriva




La Unión Europea va a la deriva. El que ha sido el experimento supranacional pacífico más ambicioso de la historia enfrenta una etapa aciaga que incluso pone en entredicho su futura viabilidad. Hoy, a toro pasado, parece muy fácil señalar las causas de la debacle, pero en su oportunidad no faltaron quienes advirtieron sobre los peligros que implicaba para la institución una unificación monetaria demasiado apresurada, así como concretar una ampliación desmedida y prematura hacia el este del continente. 

Hoy han transcurrido casi nueve años desde la mayor ampliación de la Unión Europea, la cual se concretó el 1 de mayo de 2004 con el ingreso de Chipre, Malta y ocho naciones ex comunistas. Y todavía crece: en unos 10 días ingresará formalmente Croacia, con el que el número de integrantes ascenderá a 28. Sin embargo, pese a esta gran expansión la UE afronta actualmente el peor momento de su historia con una crisis desbocada, desempleo galopante y brotes acentuados de proteccionismo, nacionalismo y mucho pesimismo por el futuro del Euro.

El problema de la ampliación al este es que se efectuó, sobre todo, basada en una evidente intención política. Suponía el triunfo indiscutible del capitalismo ante el socialismo y la confirmación de la vigencia de la democracia occidental ante el totalitarismo soviético. Pero la realidad fue que la admisión de las ocho naciones ex aliadas de la extinta URSS supuso una carga considerable para Europa, la cual debió asimilar de forma  inmediata una población de varias decenas de millones de habitantes con bajo nivel de vida y gran cantidad de problemas políticos, sociales y económicos.

En el presente, y sin excepción, el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita de todos los países admitidos en 2004 sigue siendo inferior a la media en la UE, y desde aquella fecha hasta el momento los antiguos países socialistas siguen dependiendo de los subsidios de la UE para llevar delante de forma más o menos satisfactoria sus gestiones administrativas y de gobierno. Claro está, sería falso decir que los países grandes de la UE (Alemania y Francia) no recibieron nada en cambio de esta ampliación. Empresas de estos países adquirieron mercados nuevos estables para sus productos y mano de obra barata para realizar sus planes de desarrollo, pero lo miso se pudo haber logrado si en una primera etapa se hubiese incluido a los países del este en el Espacio Económico Europeo (EEE) instancia creada en 1994 para facilitar el libre comercio y los intercambio económicos entre los países de la UE y las naciones europeas que no estaban interesadas en ingresar abiertamente a la organización, como es el caso de Suiza y Noruega. Una ampliación escalonada hubiese sido mucho más deseable y plausible que aceptar a todo el bloque oriental de un golpe, que fue lo que sucedió. 

Por su parte, es cierto que las naciones ex comunistas ganaron al consolidar su ruptura con el pasado totalitarista, tener la posibilidad de enviar a sus nacionales a trabajar al occidente del continente y sumarse a un distinguido club que les daba entrada a inversiones extranjeras, innovaciones tecnológicas y modelos de gestión modernos y competitivos. pero hoy los ciudadanos de estos países mucho resienten que sus gobiernos transfieran parte considerable de sus soberanías a Bruselas. Todos los pasos importantes de gestión interior y política exterior automáticamente quedaron supeditados a la voluntad  “en consenso” de la UE, lo cual para los ex comunista supone una situación asaz paradójica, pues si antes los polacos, checos, eslovacos, húngaros, etc. deploraban que todo lo que concernía a su gobierno en realidad se decidía la URSS, ahora la UE resuelve todos sus asuntos con tanta o más intransigencia que la que en su momento ostentó Moscú.

Desde luego, esta sensación de excesivo centralismo en la toma de decisiones por parte de la “burocracia” de Bruselas en absoluto es privativa de las naciones del este. En alguna medida todos los ciudadanos habitantes de las naciones miembro de la UE tienen esta misma queja. Se trata del famoso “déficit democrático”, el cual ha sido desde el principio una de las principales flaquezas del sistema supranacional europeo, sobre todo ahora en tiempos de crisis cuando las opiniones públicas están encrespadas frente a las reformas estructurales que se perciben como impuestas desde "fuera" y como el precio a pagar a los "mercados". Pero lo cierto es que la ampliación tal y como se verificó no hizo sino incrementar el déficit democrático al hacer aún más ininteligible el funcionamiento de las instituciones de la UE como resultado de los intrincados tratados de Ámsterdam, Niza y Lisboa.

Asimismo, la decisión de poner en marcha el euro con un Banco Central estatutariamente orientado al control de la inflación y un Pacto de Estabilidad y Crecimiento (límite máximo de 3% de déficit presupuestario y de 60% de deuda pública) como bases se ha mostrado claramente insuficiente. La noción de una Unión Económica y Monetaria demostró muy pronto su insuficiencia al desarrollar solo la Unión Monetaria sin contar con mecanismos eficientes de gobernabilidad económica y fiscal que pudieran superar las divergencias prevalecientes entre los distintos países del euro.

Hoy Europa hace frente a su destino, y lo hace con un grupo de gobernantes pusilánimes, con unas instituciones aparentemente inadecuadas, con los ciudadanos del continente sintiéndose cada vez más ajenos a las decisiones tomadas en Bruselas y con el crecimiento exacerbado de los chantajes nacionalistas de algunos países miembros (en particular del Reino Unido). Aunque si queremos ser optimistas también es bueno recordar que la Unión Europea tiene una larga historia de saber aprender de sus propios fallos y de perseverar en la búsqueda de soluciones alternativas. Ojalá este sea también el caso.

Twitter: @elosobruno

 

viernes, 17 de mayo de 2013

Evo el Eterno

El gobierno de Evo Morales se eterniza. Un fallo del Tribunal Constitucional de Bolivia habilitará al ex dirigente cocalero con la posibilidad de postularse para un tercer mandato presidencial. Evo ganó sus primeras elecciones presidenciales de 2005 con mayoría absoluta, algo completamente inusitado en la política boliviana, la cual fue inestable en extremo durante prácticamente todo el siglo pasado. Debe decirse que mucho coadyuvó a que se diera este resultado que los otros partidos se dedicaron a dividirse y a entablar encarnizadas disputas entre sí, al grado de que fueron incluso  incapaces de defender sus propios logros de los 20 años previos, durante los cuales comenzó el despegue de la economía boliviana gracias a la reactivación de la industria energética.
 
En efecto, la inversión privada de mediados de los años 90 aumentó la producción de gas natural y pronto Bolivia se convirtió en exportador de gas a sus vecinos con estupendos márgenes de ganancias. Así, cuando Morales llegó al poder la economía boliviana estaba en posición de aprovechar el auge global de los precios de las materias primas, tal y como sucedió con otros líderes populistas latinoamericanos como Chávez, Los Kirchner y Correa. Desde 2005 las exportaciones de materias primas se han multiplicado por seis, a la par que los ingresos fiscales. Estos recursos se distribuyen automáticamente a los gobiernos locales -siguiendo el modelo establecido por los predecesores de Morales- lo que provoca que los recursos fluyan hasta los rincones más apartados del país. De esta forma se ha logrado una distribución sin paralelo del ingreso, lo que ha repercutido en sustanciales reducciones en los índices de pobreza y en el crecimiento del mercado fenómenos que –insisto- ya venían desde los periodos anteriores a la administración de Evo y que se experimentan también en otras naciones de América Latina cuyas materias primas han gozado de precios al alza durante todos estos años.
 
En Bolivia se abate a la pobreza extrema, se hacen importantes obras públicas y se refuerza la seguridad social, pero la dependencia de la economía boliviana respecto a los energéticos es inmensa y las iniciativas de Evo para tratar de diversificar la economía han terminado en la enunciación de quimeras, como aquella de colaborar con India para desarrollar la industria siderúrgica.
 
Debe decirse que a pesar de los discursos oficiales destinados a propugnar por una mayor intervención del Estado, el gobierno de Morales se beneficia principalmente del funcionamiento del libre mercado. Pese al fracaso de varios planes y proyectos estatales, la existencia de un mercado interno en constante crecimiento mantiene sana a la economía. Mercado, que, por cierto, se ve reforzado por un liberalismo de facto al que no son extraños ni el contrabando y ni el tráfico de drogas. No digo que Evo promueva estas actividades ilícitas, pero el hecho es que su ensanchamiento en los últimos años ha tenido como resultado un aumento de los ingresos de campesinos, transportistas, constructoras y empresarios.
Evo va montado sobre una cresta de desarrollo económico y social sin precedentes y se perfila como gran favorito a sucederse a sí mismo tras las elecciones que se celebrarán en 2014, y esto pese a que su popularidad va a la baja. En 2009 un 80% de los bolivianos le apoyaba en 2009, hoy esta cifra incluso baja hasta menos del 40% en las ciudades. Muchos de sus ex aliados disienten radicalmente  de sus medidas, mientras que el autoritarismo presidencial se hace cada vez más patente. El mandatario boliviano es cada vez más intolerante a las críticas, además de que ha optado por medidas de “manotazo” para ocultar problemas crecientes. Así ocurrió cuando decidió nacionalizar intereses de Repsol de forma brusca, acto que muchos consideran una “cortina de humo” para eclipsar la llamada “revuelta de las batas blancas”, una movilización de miles de médicos, trabajadores sanitarios y universitarios que exigían exigen su incorporación a la ley del Trabajo y políticas de atención al todavía precario servicio de salud pública.
 
También la relación de Evo con los indígenas, su fuente primaria de sustento político, se ha deteriorado. El presidente maneja una retórica cuyo eje ha sido un indigenismo a ultranza que incluso no concilia con la modernidad, pero en los últimos años se ha enfrentado abiertamente con organizaciones indígenas. El último choque se dio con la Marcha Indígena en defensa del territorio indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), en virtud a que Evo quiere construir a ultranza una carretera que atraviesa una reserva ecológica habitada por de las etnias moxos, chimane y yuracaré. Por su parte, los dirigentes de la Confederación Indígena de Bolivia (CIDOB), que agrupa a los pueblos originarios de tierras bajas, abiertamente han manifestado su decepción por “La soberbia, el autoritarismo y la terquedad de Evo y  por “la enorme capacidad que tiene el jefe de Estado para desatar conflictos en los sectores sociales, en lugar de unir a todos los bolivianos”.
Con todo, la oposición está profundamente  dividida. Se cuentan hasta ochos distintos candidatos interesados en participar en la contienda del año entrante, varios de los cuales proceden del partido oficialista MAS. Al no existir un frente unido opositor eficaz para enfrentar los comicios presidenciales de 2014 todo indica que Evo se convertirá en el gobernante boliviano que más ha durado en el poder en toda la historia.