Una sociedad es democráticamente madura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre decepcionante.
7,000 millones y contando... ¡Qué horror!
Con la reforma política se comete el error de que el secretario de Gobernación adquiera la condición virtual de vicepresidente.
Porfirio podrá ser botana, pero jamás ha sido botanero.
Políticos mexicanos, parte medular de las causas del bajo crecimiento económico de México en la última década, que ha sido a un ritmo promedio de 2%, menor que el de los BRICS: Brasil y Sudáfrica (4%), Rusia (7%), India (9%) y China (12 por ciento).
Quienes se levantaron contra Khadafy lo hicieron como acto extremo contra un tiranía los maltrato al límite. Se rebelaron ariesgando sus vidas y las de su familia. Muchos de ellos perdieron durante la dictdaura y la guerra a algún hermano, al padre, al hijo. ¿Ahora nos asusta que no hayan sido "decentes" a la hora febril de tener al sátrapa en sus manos? ¡Qué fácil es hacer estos juicios desde la comodidad de nuestros sillones!
Loor a don Hermes Binner, sobrio, talentoso y eficaz candidato socialista presidencial argentino. Ajeno a la mercadoctenia y a la chabacanería, quedó en un distante segundo lugar apabullado por la maquinaria peronista y por la cursilería de Cristina, pero el tiempo le dará la razón.
¡Y vaya combinación excecrable esa de cursilería y política! Déjenme darles un pronóstico a mis queridos amigos argentinos: el segundo mandato de la populistoide Cristina será mucho peros que el segundo mandato del dizque "neoliberal" Menem.
lunes, 31 de octubre de 2011
domingo, 23 de octubre de 2011
¿Medalla de oro?
lunes, 17 de octubre de 2011
México y sus oportunidades perdidas
Hoy tuve el gusto de entrevistar en Canal México a mi querido amigo de toda la vida César Hernández Ochoa, hombre extremadamente talentoso quien hoy funge como director de Comercio Exterior de la Sectretaria de Economía. La interesante charla me llevó a hacer una serie de reflexiones sobre las oportunidades que hemos perdido y seguimos perdiendo en este mundo de potencias emergentes, grupo en el que, lastimosamente, México no está. La mayoría de los índices de competitividad y estudios globales sobre el tema colocan a México en una posición muy desfavorable en este rubro. Y ello se debe en gran parte a que a lo largo de nuestra historia no hemos hecho más que perder oportunidades invaluables y condiciones inmejorables para realizar los cambios indispensables que contribuyan a meternos de lleno en la competencia y ganar batallas importantes en este ámbito.
El caso paradigmático de lo que ha sucedido históricamente en el país se confirma una vez más con lo acontecido en los últimos tiempos.
A pesar de los grandes beneficios que reportó al país el boom petrolero registrado a nivel mundial, los mexicanos no fuimos capaces de aprovechar esta situación favorable para volvernos más productivos, para mejorar nuestros niveles educativos ni capacitarnos, para dotar a nuestros jóvenes de más y mejores conocimientos, herramientas y habilidades técnicas y científicas como ha ocurrido en países considerados como exitosos (China, India, Corea del Sur, Singapur, Chile e incluso Brasil).
Como tampoco lo fuimos para diversificar nuestra planta productiva, agregarle más valor y un mayor componente de conocimiento. O de realizar las inversiones en infraestructura necesarias para crecer y generar la riqueza que el futuro nacional exigirá y que nos permitiría colarnos en el ranking de la competencia mundial. Aunque tuvimos más dinero, no fuimos capaces de tomar mejores decisiones ni de generar mejores políticas públicas.
Los excedentes resultantes del precio récord que alcanzó el petróleo en los últimos años se esfumaron como llegaron. No se crearon reservas para contingencias futuras. No se invirtió en infraestructura, en educación ni en bienes y servicios públicos de calidad. Todo se fue en financiar el gasto corriente. Una vez más las necesidades del corto plazo y la contingencia se impusieron sobre la permanencia, las medidas de Estado y los proyectos visionarios.
Sin embargo, no podemos seguir siendo perennemente un país que pierde todas las oportunidades.
México puede acelerar su crecimiento económico y colocarse a la par de países altamente competitivos si nos decidimos de una vez por todas a aprovechar nuestras ventajas, a hacer algunos cambios al modelo seguido hasta ahora y a desplegar una estrategia moderna y más práctica de desarrollo.
Si México quiere recuperar las múltiples oportunidades que ha perdido hasta ahora, debe optar por instrumentar políticas públicas que, antes de atender los intereses del exterior, busquen responder a nuestra realidad y necesidades propias.
Políticas públicas orientadas a garantizar que las medidas macroeconómicas, antes que orientarse sólo a controlar la inflación y asegurar el balance fiscal, contribuyan también y sobre todo a generar un crecimiento sostenido de la economía y hacerla menos dependiente de factores externos. Que la inversión extranjera sea realmente complementada con el ahorro interno. Y que el sistema financiero nacional se encuentre atado a la estrategia de industrialización del país.
A asegurar que la política industrial nacional proporcione un nuevo impulso a la competitividad y a la reconversión, apueste a ramas del futuro y conceda una mayor participación al Estado como planificador, regulador y facilitador, y una mayor responsabilidad como proveedor de apoyos específicos en materia fiscal, financiera, administrativa y tecnológica, entre otros.
A avalar que la política de promoción de las exportaciones sea complementada con acciones decididas orientadas a promover la sustitución de importaciones y la ampliación del mercado doméstico. Y a ratificar que el desarrollo científico y tecnológico reciban un verdadero impulso. No hay que olvidar que las sociedades dominantes del futuro no serán aquellas que cuenten con grandes recursos naturales o físicos, sino básicamente aquellas que sepan aprovechar las oportunidades que les ofrece el presente para preparar a su gente y por esta vía estar en posibilidades de desarrollar en el futuro.
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México ese lugar sin remedio
viernes, 14 de octubre de 2011
Complot a la Maxwell Smart
El dizque complot iraní para matar al embajador de Arabia Saudita en Washington contratando en Reynosa, Tampas, a unos Zetas es más surrealista y rocambolesco que aquel famoso Complot Mongol de Rafael Bernal. ¿Los habrá assesorado el Súper Agente 86?
Por lo pronto, el ayatolá Ali Khamenei, líder supremo de Irán, en venganza al involucramiento que se quiere hacer de su teocracia en tan fabuloso enredo ya dijo que el movimiento "Occupy Wall Street" está destinado a acabar con el capitalismo. Yo siempre me he preguntado si este Khamanei tiene algo que ver con nuestro famoso Juan Khamanei.
sábado, 8 de octubre de 2011
Los Twitts del Oso 4
La manzana de Jobs no es la de Newton, ni siquera la de Adán, sino la de Blancanieves, ¿Son la tecnología y sus bonitos gadgets un regalo envenenado?
Gallardo el Yovani que se llama así, con "Y", como diciendo ¡¿Y Qué?!
Está bien que la película sea popular pero, ¿No fue demasiado darle el premio Nobel de Literatura a un Transformer?
Se fue Steve a presentar el iDead
The Protesters at Occupy Wall Street Are Confused About What They’re Protesting
No confundir, es Chávez, no un cuadro de Francis Bacon.
Gallardo el Yovani que se llama así, con "Y", como diciendo ¡¿Y Qué?!
Está bien que la película sea popular pero, ¿No fue demasiado darle el premio Nobel de Literatura a un Transformer?
Se fue Steve a presentar el iDead
The Protesters at Occupy Wall Street Are Confused About What They’re Protesting
No confundir, es Chávez, no un cuadro de Francis Bacon.
viernes, 30 de septiembre de 2011
Por fin se entiende aquí que es una coalición
Algunos de los políticos menos tarados de este país han insistido últimamente, y con razón, en que la única forma de darle gobernabilidad al país y de sacar adelante en el Congreso algunas de las tan cacareadas reformas estructurales que tanto nos urgen. Lo interesante es que por fin se está entendiendo el concepto de coaliciones como alianzas de largo plazo en las que distintas fuerzas políticas se corresponsabilizan con un programa de gobierno común y no solo para enfrentar juntos una elección. Tampoco es una coalición lo que aparentemente entendió Calderón, quien como candidato presidencial mucho habló de la necesidad de formar una “coalición” de gobierno, pero su idea del asunto, al parecer, era muy restringida, ya que se limitó al llegar a la presidencia a nombrar un par de secretarios de Estado que no eran de su partido. No señor, eso no es una coalición.
Las coaliciones juegan diferentes papeles según el arreglo institucional y el sistema político de cada país. En los sistemas parlamentarios, como es bien sabido, para formar gobierno y mantenerse en él, el Jefe de Gobierno debe contar con el apoyo de la mayoría parlamentaria. Cuando ninguno de los partidos contendientes logra controlar la mayoría de la Legislatura necesaria para formar gobierno, entonces debe formar coaliciones con otros partidos para alcanzar el respaldo necesario. Es por ello que en los sistemas parlamentarios las coaliciones juegan un papel trascendental en la formación y el mantenimiento del gobierno.
En los sistemas presidenciales no sucede así, básicamente porque la elección de los miembros del Poder Ejecutivo y del Legislativo se lleva a cabo de manera directa por los ciudadanos y de manera independiente. Existe lo que se denomina legitimidad dual. En éstos regímenes las coaliciones se refieren básicamente a las alianzas políticas que es necesario hacer al interior de una Legislatura o entre el titular del Ejecutivo y los congresistas para sacar adelante un programa de gobierno, debido a que la composición de las cámaras hace imposible que el Presidente o algún partido de oposición puedan sacar adelante su agenda.
Si bien en un régimen presidencial multipartidista las coaliciones electorales son un instrumento eficaz de acceso al poder, las coaliciones congresionales facilitan la operación y gobernabilidad del sistema; no obstante, estas últimas tienden a dificultarse más entre más exacerbado se encuentra el multipartidismo en ese régimen. Entre mayor sea el número de partidos representados en el Congreso, mayor será el número de actores cuyos intereses es necesario conciliar, la diversidad ideológica incrementará los obstáculos para construir coaliciones y aumentarán los costos del partido opositor dispuesto a coaligarse.
Asimismo, las coaliciones en los sistemas presidenciales, al ser únicamente alianzas congresionales, no tienen el doble soporte de las coaliciones en los sistemas parlamentarios: ser indispensables para formar y mantener el gobierno en el poder y estar sustentadas en la repartición de puestos a nivel del Poder Ejecutivo. Ingredientes que dan a las coaliciones mayor permanencia y estatus institucional.
La necesidad de concertar voluntades y construir coaliciones en un régimen presidencial tiene al menos dos ventajas. Por una parte, la necesidad de negociar da lugar a mejores leyes. Y por la otra, las coaliciones, al reflejar consensos, tienden a facilitar la implementación y el acatamiento de lo que se legisla. La experiencia empírica de los últimos años nos muestra que, por lo menos en nuestro país, presidencialismo y multipartidismo han podido convivir, si bien no de manera óptima, sí funcionalmente mediante la formación de coaliciones de gobierno, así como de otras formas de colaboración y entendimiento político, tales como la coparticipación y la concertación.
Ello implica, sin duda, un cambio en el paradigma que sostiene la imposibilidad de convivencia de presidencialismo y multipartidismo en un sistema democrático estable. Hoy en día la "peor" combinación para la estabilidad de la democracia presidencial no es el multipartidismo puro y llano, sino el multipartidismo sin coaliciones parlamentarias. Sin embargo, es necesario aclarar que las alianzas congresionales no resuelven el problema de fondo. A mediano plazo tendremos que pensar de cualquier forma en el cambio de régimen o de ajustes al sistema electoral o de partidos.
El análisis de las relaciones entre el Gobierno y los partidos de oposición, así como de las coaliciones entre partidos, empezó a cobrar relevancia en México apenas a finales del siglo pasado, ante el surgimiento por primera vez en la historia moderna del país de gobiernos divididos en el ámbito nacional y local. Desde cuando menos 1922 hasta 1988, el partido gobernante, el PRI, logró mantener no sólo un gobierno unificado en el ámbito nacional, sino también mayorías aplastantes en el Congreso, que dejaban prácticamente libre al Ejecutivo para gobernar sin cortapisas por parte de las minorías opositoras.
En 1988 dio inició un amplio proceso de transformación política y democrática en México. Como resultado de este proceso, en ese mismo año el partido del Presidente perdió la mayoría calificada de dos terceras partes necesaria para que pudiera por sí solo reformar la Constitución. Nueve años más tarde, el partido oficial perdió en la Cámara Baja la mayoría relativa para aprobar solo cualquier reforma legal en el seno de la Cámara de Diputados. Y en 2000, la Presidencia de la República.
No obstante y, contrario a lo que pudiera pensarse, el triunfo de la oposición no sólo no modificó, sino que consolidó el esquema de gobiernos divididos en nuestro país ya que, a pesar de que el PAN ganó la Presidencia de la República, no logró obtener ni siquiera la mayoría relativa en ninguna de las cámaras legislativas.
Un efecto directo de la aparición de gobiernos divididos en nuestro país fue el fortalecimiento del Poder Legislativo. Poder que a partir de 1988 comenzó a asumir de forma paulatina, y por primera vez en su historia, sus funciones esenciales de representación, de legislador y de contrapeso del Ejecutivo. Sin embargo, esta asunción real por parte del Legislativo de sus facultades ha sido vista por muchos analistas como un foco de inestabilidad y crisis en un sistema político como el mexicano, que combina multipartidismo y presidencialismo.
La doctrina dominante en el ámbito internacional considera que la estabilidad de un sistema presidencial sólo puede estar garantizada cuando a este sistema se encuentran asociados sistemas bipartidistas y gobiernos de partido con mayorías legislativas. El Presidente debe negociar con los partidos de la oposición, caso por caso, las modificaciones legislativas necesarias para concretar su proyecto de gobierno, lo cual representa un desgaste permanente y conlleva la posibilidad de generar una parálisis gubernamental o una crisis de gobernabilidad interna en caso de no lograrse un acuerdo.
El Ejecutivo, así, no puede ya sacar avante por sí solo las reformas constitucionales y legales necesarias para sustentar sus programas de gobierno. Y los partidos de oposición tienen poco o nulo interés en cooperar con el Ejecutivo debido a que, como lo señala Juan Linz, si cooperan y el resultado es exitoso, los beneficios del éxito tenderán a ser capitalizados por el Presidente y su partido, mientras que si la cooperación fracasa, ellos compartirán los costos políticos. Asimismo, como el mismo autor lo señala, en este comportamiento también influyen estrategias de crecimiento o sobrevivencia partidista, ya que entre más posibilidades reales tiene un partido de oposición de ganar la presidencia, menos incentivos tiene para cooperar con un partido que se encuentra apenas en crecimiento.
Ello resulta importante en México si consideramos que el espectro multipartidista se encuentra dominado fundamentalmente por tres partidos grandes que se encuentran en condiciones de ganar las elecciones, y los partidos pequeños sólo funcionan como contrapeso en el juego político.
Todo lo anterior ha afectado considerablemente el espectro político del país, alterado las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo y fortalecido el papel de negociación de la oposición hasta el grado de poder modificar sus preferencias de política.
A pesar de su derrota en las elecciones presidenciales del año 2000, el PRI es el partido que tiene más diputados, senadores, gobernadores y mayorías en las Legislaturas de los estados. Por ello, cualquier reforma a las instituciones nacionales requiere del consenso del PRI.
El PAN no puede por sí mismo aprobar leyes federales ni tampoco puede hacerlo con la participación de los otros partidos si no participa el PRI o el PRD. Y, si bien, PAN y el PRD pueden hacerlo de manera conjunta, la experiencia histórica muestra una muy baja propensión de estos dos partidos a formar coaliciones entre ellos.
PAN, PRD y los otros partidos, tampoco pueden aprobar sin el concurso del PRI reformas constitucionales.
En los sistemas presidenciales no sucede así, básicamente porque la elección de los miembros del Poder Ejecutivo y del Legislativo se lleva a cabo de manera directa por los ciudadanos y de manera independiente. Existe lo que se denomina legitimidad dual. En éstos regímenes las coaliciones se refieren básicamente a las alianzas políticas que es necesario hacer al interior de una Legislatura o entre el titular del Ejecutivo y los congresistas para sacar adelante un programa de gobierno, debido a que la composición de las cámaras hace imposible que el Presidente o algún partido de oposición puedan sacar adelante su agenda.
Si bien en un régimen presidencial multipartidista las coaliciones electorales son un instrumento eficaz de acceso al poder, las coaliciones congresionales facilitan la operación y gobernabilidad del sistema; no obstante, estas últimas tienden a dificultarse más entre más exacerbado se encuentra el multipartidismo en ese régimen. Entre mayor sea el número de partidos representados en el Congreso, mayor será el número de actores cuyos intereses es necesario conciliar, la diversidad ideológica incrementará los obstáculos para construir coaliciones y aumentarán los costos del partido opositor dispuesto a coaligarse.
Asimismo, las coaliciones en los sistemas presidenciales, al ser únicamente alianzas congresionales, no tienen el doble soporte de las coaliciones en los sistemas parlamentarios: ser indispensables para formar y mantener el gobierno en el poder y estar sustentadas en la repartición de puestos a nivel del Poder Ejecutivo. Ingredientes que dan a las coaliciones mayor permanencia y estatus institucional.
La necesidad de concertar voluntades y construir coaliciones en un régimen presidencial tiene al menos dos ventajas. Por una parte, la necesidad de negociar da lugar a mejores leyes. Y por la otra, las coaliciones, al reflejar consensos, tienden a facilitar la implementación y el acatamiento de lo que se legisla. La experiencia empírica de los últimos años nos muestra que, por lo menos en nuestro país, presidencialismo y multipartidismo han podido convivir, si bien no de manera óptima, sí funcionalmente mediante la formación de coaliciones de gobierno, así como de otras formas de colaboración y entendimiento político, tales como la coparticipación y la concertación.
Ello implica, sin duda, un cambio en el paradigma que sostiene la imposibilidad de convivencia de presidencialismo y multipartidismo en un sistema democrático estable. Hoy en día la "peor" combinación para la estabilidad de la democracia presidencial no es el multipartidismo puro y llano, sino el multipartidismo sin coaliciones parlamentarias. Sin embargo, es necesario aclarar que las alianzas congresionales no resuelven el problema de fondo. A mediano plazo tendremos que pensar de cualquier forma en el cambio de régimen o de ajustes al sistema electoral o de partidos.
El análisis de las relaciones entre el Gobierno y los partidos de oposición, así como de las coaliciones entre partidos, empezó a cobrar relevancia en México apenas a finales del siglo pasado, ante el surgimiento por primera vez en la historia moderna del país de gobiernos divididos en el ámbito nacional y local. Desde cuando menos 1922 hasta 1988, el partido gobernante, el PRI, logró mantener no sólo un gobierno unificado en el ámbito nacional, sino también mayorías aplastantes en el Congreso, que dejaban prácticamente libre al Ejecutivo para gobernar sin cortapisas por parte de las minorías opositoras.
En 1988 dio inició un amplio proceso de transformación política y democrática en México. Como resultado de este proceso, en ese mismo año el partido del Presidente perdió la mayoría calificada de dos terceras partes necesaria para que pudiera por sí solo reformar la Constitución. Nueve años más tarde, el partido oficial perdió en la Cámara Baja la mayoría relativa para aprobar solo cualquier reforma legal en el seno de la Cámara de Diputados. Y en 2000, la Presidencia de la República.
No obstante y, contrario a lo que pudiera pensarse, el triunfo de la oposición no sólo no modificó, sino que consolidó el esquema de gobiernos divididos en nuestro país ya que, a pesar de que el PAN ganó la Presidencia de la República, no logró obtener ni siquiera la mayoría relativa en ninguna de las cámaras legislativas.
Un efecto directo de la aparición de gobiernos divididos en nuestro país fue el fortalecimiento del Poder Legislativo. Poder que a partir de 1988 comenzó a asumir de forma paulatina, y por primera vez en su historia, sus funciones esenciales de representación, de legislador y de contrapeso del Ejecutivo. Sin embargo, esta asunción real por parte del Legislativo de sus facultades ha sido vista por muchos analistas como un foco de inestabilidad y crisis en un sistema político como el mexicano, que combina multipartidismo y presidencialismo.
La doctrina dominante en el ámbito internacional considera que la estabilidad de un sistema presidencial sólo puede estar garantizada cuando a este sistema se encuentran asociados sistemas bipartidistas y gobiernos de partido con mayorías legislativas. El Presidente debe negociar con los partidos de la oposición, caso por caso, las modificaciones legislativas necesarias para concretar su proyecto de gobierno, lo cual representa un desgaste permanente y conlleva la posibilidad de generar una parálisis gubernamental o una crisis de gobernabilidad interna en caso de no lograrse un acuerdo.
El Ejecutivo, así, no puede ya sacar avante por sí solo las reformas constitucionales y legales necesarias para sustentar sus programas de gobierno. Y los partidos de oposición tienen poco o nulo interés en cooperar con el Ejecutivo debido a que, como lo señala Juan Linz, si cooperan y el resultado es exitoso, los beneficios del éxito tenderán a ser capitalizados por el Presidente y su partido, mientras que si la cooperación fracasa, ellos compartirán los costos políticos. Asimismo, como el mismo autor lo señala, en este comportamiento también influyen estrategias de crecimiento o sobrevivencia partidista, ya que entre más posibilidades reales tiene un partido de oposición de ganar la presidencia, menos incentivos tiene para cooperar con un partido que se encuentra apenas en crecimiento.
Ello resulta importante en México si consideramos que el espectro multipartidista se encuentra dominado fundamentalmente por tres partidos grandes que se encuentran en condiciones de ganar las elecciones, y los partidos pequeños sólo funcionan como contrapeso en el juego político.
Todo lo anterior ha afectado considerablemente el espectro político del país, alterado las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo y fortalecido el papel de negociación de la oposición hasta el grado de poder modificar sus preferencias de política.
A pesar de su derrota en las elecciones presidenciales del año 2000, el PRI es el partido que tiene más diputados, senadores, gobernadores y mayorías en las Legislaturas de los estados. Por ello, cualquier reforma a las instituciones nacionales requiere del consenso del PRI.
El PAN no puede por sí mismo aprobar leyes federales ni tampoco puede hacerlo con la participación de los otros partidos si no participa el PRI o el PRD. Y, si bien, PAN y el PRD pueden hacerlo de manera conjunta, la experiencia histórica muestra una muy baja propensión de estos dos partidos a formar coaliciones entre ellos.
PAN, PRD y los otros partidos, tampoco pueden aprobar sin el concurso del PRI reformas constitucionales.
Cabe subrayar, como ya lo hemos hecho antes en este blog, la importancia que ha tenido la formación de coaliciones para la gobernabilidad y consolidación democrática de varias n acciones con régimen presidencial en América Latina, como es el caso de Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Perú, por citar solo las más conspicuos casos.
martes, 27 de septiembre de 2011
Los presupuestos de guerra de Calderón
Por más que las leemos y las analizamos, no dejan de perturbar las cifras que arroja la violencia en México. Por ejemplo, hasta hace no mucho nos parecían lejanos conceptos como el de “niños sicarios” u otros para describir la violencia de nuestra realidad. Hoy tenemos que en los últimos tres años se ha triplicado el número de homicidios entre los jóvenes. El 35 por ciento de los detenidos en esta guerra contra el narcotráfico son jóvenes, al igual que el 30 por ciento de los 50 mil muertos y el suicidio es la tercera causa de muerte entre jóvenes. Del año 2000 a la fecha, casi se ha duplicado la tasa de suicidios juveniles y uno de cada tres jóvenes que se quitaron la vida no tenían trabajo. Estas cifras no pueden ser sino espeluznantes.
Y desgraciadamente hay más. Aproximadamente 75 mil jóvenes, han sido reclutados por las organizaciones delictivas, y 4 mil 44 menores de edad han sido arrestados en lo que va del sexenio por cometer diversos delitos. El homicidio ya es la primera causa de muerte entre los jóvenes de México. Siete mil 348 jóvenes entre 15 y 19 años, han muerto en los últimos tres años, 147 por ciento más que en 2007.
Y Esto sucede, paradójicamente, mientras países antes considerados “subdesarrollados” son ya nuevas potencias emergentes. Uno de sus secretos para el éxito ha sido la educación. Las naciones con aspiraciones de desarrollo en este siglo XXI son aquellas que capacitan y educan a su población joven. México es un país todavía mayoritariamente joven. Tenemos lo que se llama “bono demográfico”, la gran ventaja competitiva en el mundo, pero lo estamos perdiendo. Y la única manera de aprovecharlo es con educación masiva, gratuita y de calidad. Pero lejos de actuar conforme a esa colosal verdad, el gobierno federal presentó una iniciativa de gasto, donde la educación sólo crecería 0.3 por ciento. ¡Tres décimas de punto es una cifra ridícula!El gobierno federal ha optado por un presupuesto de guerra en el
que invierte demasiado en seguridad y poco en atacar las causas estructurales de la delincuencia. Pero no nos equivoquemos al creer que hay violencia sólo cuando se escucha el detonar de la pólvora. Hoy nuestros jóvenes padecen una violencia silenciosa, a veces oculta pero siempre presente. Es la violencia de la exclusión social.
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miércoles, 14 de septiembre de 2011
Las cifras que no dio el informe
Ya estamos acostumbrados cada inicio de septiembre a que el gobierno federal ofrezca un desfile de cifras alegres sobre la situación nacional, pero millones de mexicanos comprueban en la cotidiana realidad que enfrentan verdades radicalmente opuestas. Por encima del triunfalismo oficial millones de jóvenes enfrentan hoy una tremenda violencia que los margina de las posibilidades de desarrollo personal y les roba la posibilidad de soñar con un futuro promisorio. Son estos jóvenes los más propicios de ser víctimas de la delincuencia. Un tercio quienes han muerto en estos años de guerra tienen menos de 20 años, mientras que en lo que va del sexenio se ha detenido a cuatro mil 44 menores de edad por estar relacionados con delitos como delincuencia organizada, tráfico de drogas homicidio, portación de armas de fuego, etc. Y se calcula que al menos 75 mil jóvenes están enrolados en las filas del narcotráfico y forman su brazo armado. Estas son las cifras “se olvidan” en los informes oficiales.
El rezago social que padece el México real encuentra su más grave expresión en la pavorosa situación que presenta nuestro sistema educativo. Las cifras, los indicadores y los porcentajes que incluye el quinto informe de gobierno en educación no retratan los bajos índices de calidad en la que se encuentra el sector educativo en todos sus niveles. Por ejemplo, según la OCDE 7 millones 226 mil jóvenes de entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan. Se trata de un enorme y valiosísimo potencial inutilizado de población juvenil mexicana que corre el riesgo de caer en el desempleo crónico, en los vicios, por lo que sus opciones más cercanas son emigrar a Estados Unidos o caer en las garras del crimen organizado. Por otro lado, México es la nación de la OCDE con el gasto público total en educación más bajo en relación con el producto interno bruto (PIB). Nuestra nación canaliza 24%, mientras que en los demás países el promedio es de 43%.
México se localiza en la segunda posición de en las tasas de graduación más bajas en enseñanza media superior de los países de la OCDE con 45 por ciento. Sólo 52 por ciento de alumnos concluyen sus estudios en el tiempo estipulado, contra 68 por ciento, en promedio, de las demás naciones. Más allá de la retórica, los datos duros hablan de un avance muy lento en rubros como la construcción de espacios educativos y la ampliación de la cobertura. Además, por lo menos el 60 por ciento de las escuelas en México se encuentran en condiciones lamentables; requieren reparaciones urgentes a su infraestructura física, dotarlas de equipo y mobiliario.
De acuerdo con el Censo de Infraestructura Educativa, 27 mil escuelas de educación básica en el país presentan condiciones entre malas y pésimas, tomando en consideración el estado de los muros, techos, sanitarios y aulas.En las escuelas indígenas la situación se agrava, ya que el 50 por ciento de las primarias requieren impermeabilización urgente, un 15 por ciento de ellas sufren inundaciones y en su mayoría no cuentan con servicio sanitario.
Además, el gobierno deja fuera del análisis lo que ocurre en el terreno de la calidad, donde los alumnos de enseñanza básica y media mantienen estándares sumamente deficientes. Se acaban de dar a conocer los resultados de la última prueba Enlace sencillamente son catastróficos: el 60% de los alumnos no califica en español y el 63% en matemáticas. En secundaria el problema crece, con el 88.9% de reprobados en español y el 84.2% en matemáticas.
La violencia se cierne sobre nuestros jóvenes sin educación ni futuro. De acuerdo a cifras de muertes violentas publicadas por el INEGI, el homicidio ya es la primera causa de muertes en jóvenes en México. En el año 2005 se había registrado un ligero aumento, pero a partir de 2007 esta tendencia se reinvirtió y hubo sólo 2 mil 977 jóvenes asesinados. Para 2009 esta cifra creció a 7 mil 348 lo que representó un incremento del 147% respecto a la de 2007. Entre 2007 y 2009 el homicidio en adolescentes de entre 15 y 19 años creció 124%. De 20 a 24 años 156%; y de 25 a 29 años un 152%.
Jóvenes de 15 a 29 años asesinados
Destaca el bajo perfil educativo de las víctimas: 4% de los jóvenes asesinados de 2007 a 2009 carecían de instrucción escolar; 31% habían concluido algún grado de primaria; 8% no acabo la secundaria; de los asesinados entre 25 y 29 años apenas 6% contaba con estudios profesionales; 70% sólo tenían educación primaria, secundaria o no recibió instrucción escolar.
Año | No. de jóvenes asesinados | Edad | Porcentaje del total de ejecuciones de ese año. |
2007 | 366 | 16 a 30 años | 14.1 |
2008 | 1, 638 | 26.5 | |
2009 | 2,511 | 28.2 | |
2010 | 3,741 | 28.4 |
Este es el México de la realidad, un lugar muy, pero muy alejado de los informes presidenciales.
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viernes, 9 de septiembre de 2011
Enanos
Ver en la tele el anuncio de cambios en el gabinete de Calderón el día de hoy me trajo un deja vu de cuando vi, hace muchos años, aquella famosa película de Werner Herzog "También los Enanos Empezaron de Pequeños. De verdad, ¡Qué chuiquitos son! ¡Todos!
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