Es ya evidente la intención de muchos hombres fuertes en el mundo de aprovechar la pandemia del coronavirus para afianzar aún más su dominio y convertirla en un instrumento de propaganda para promocionar sus sistemas políticos de rígido control social en detrimento de la democracia liberal.
El gobierno chino silenció el estallido de la epidemia durante al menos tres semanas y posibilitó, de esta manera, la libre propagación del virus dentro y fuera de su territorio. Fue así no como producto de una “genial y maquiavélica” estrategia de Xi Jinping para apoderarse de la economía del mundo (como suponen infinidad de videos, teorías conspirativas y fake news), sino como consecuencia de una rígida censura de prensa, la cual eliminó toda información relativa al coronavirus. La falta de transparencia es un elemento consustancial a los despotismos.
China no dudó en expulsar a reporteros occidentales de periódicos como el New York Times o el Washington Post (entre muchos más), y un par de periodistas chinos críticos (Chen Qiushi y Fang Bin) se encuentran desaparecidos desde hace semanas. No en balde el gigante asiático ocupa el lugar 177 de 180 países calificados en ranking de libertad de prensa de la organización internacional Reporteros sin Fronteras.
Tras la respuesta inicial tardía e ineficaz, el gobierno chino aplicó enérgicas medidas para contener y erradicar el virus las cuales, al parecer, han tenido éxito. Ahora, el Partido Comunista y su aparato propagandístico intentan convertir esta crisis en una épica victoria para, en lo interior, contrarrestar los posibles efectos negativos de la pandemia sobre su legitimidad, y hacia el exterior difundir la imagen de la eficacia del sistema autoritario.
La presencia de simbología comunista durante la campaña anti-virus ha sido constante, así como la intensificación del culto a la personalidad de Xi Jinping, a quien los medios oficiales describen como “el genuino líder del pueblo, conductor hacia la victoria de la guerra popular contra la enfermedad”.
El gobierno chino también ha iniciado una campaña internacional de apoyo. Procura proyectar la imagen de un país sólido, con rostro humano y solidario, y al mismo tiempo divulgar las “bondades” de un “magnífico modelo político”, el cual ha sido capaz de impulsar uno de los despegues económicos y tecnológicos más impresionantes de la historia.
Un sistema basado en la primacía de la estabilidad política frente a la vigencia de la libertad y garante del desarrollo económico fundado en el control del omnipresente Estado.
Y a nivel geopolítico la pandemia se ha convertido en una oportunidad de oro para la trasformación de la balanza del poder, con una China hiperactiva frente a la negligencia norteamericana y europea.
Se presenta entonces un terrible dilema, ¿valoramos la democracia sólo por sus rendimientos y no por garantizar derechos?
Pedro
Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
1 de abril de 2020