El joven príncipe Mohammad
bin Salman (34 años), hombre fuerte de Arabia Saudita, quiere revolucionar a su
país con ambiciosas reformas económicas, sociales y religiosas, pero su
megalomanía y su reiterada capacidad de meter la pata en temas internacionales pueden
llevar sus anhelos transformadores al caño.
Fue nombrado príncipe
heredero a mediados de 2017. Con mano dura marginó a todos sus rivales. Cientos
de jeques y príncipes fueron encerrados por meses en el Ritz Carlton de Riad.
Con todo el poder en sus
manos empezó a impulsar reformas. Las mujeres ya pueden manejar, la policía
religiosa tiene menos presencia pública, la influencia de los clérigos disminuye
y la cúpula militar fue relevada. Pero la represión a los disidentes se
mantiene igual. Decenas de militantes pro los derechos humanos han sido detenidos,
así como escritores y periodistas.
El príncipe también
quiere preparar a Arabia para la época “pospetróleo”. Para ello, ha iniciado un
gran plan de transformación nacional sustentado en la construcción de proyectos
faraónicos dedicados al entretenimiento y
el turismo (hasta hace poco restringido por razones religiosas), así como la
creación de NEOM, una ciudad futurista llena de robots, drones, inteligencia
artificial y fuentes alternativas de energía.
Pero para muchos críticos
estos no son proyectos realistas. Entre las desmesuradas ambiciones del
príncipe y las capacidades reales del Reino priva una colosal distancia, según
explican varios economistas expertos.
Asimismo, la impericia y
soberbia de Salman lo han llevado a cometer varios errores crasos en su
política exterior. La intervención árabe en Yemen ha sido un desastre, el
bloqueo a Qatar un rotundo fracaso, y muy mal dirigido su enfrentamiento con
Irán. El colmo fue el torpe asesinato
del periodista disidente Jamal Khashoggi
y el hackeo del teléfono celular de Jeff Bezos.
Ahora, el temerario príncipe
juega con fuego al retar a Vladimir Putin, ese otro bravucón internacional.
Rusia y Arabia se han lanzado a una guerra petrolera altamente destructiva.
Salman
ordenó inundar el mercado de crudo, pero Putin no se arredró y aunque su rival
tiene costos de extracción mucho más bajos, Rusia cuenta con un arma poderosa
con su capacidad de devaluar el rublo cuantas veces lo considere necesario.
La guerra de precios
amenaza con hundir a la industria petrolera en un abismo, y justo cuando el
coronavirus desencadena una caída en la demanda. Ni Arabia, ni Rusia ni, desde
luego, ningún país exportador podrán salir indemnes de la demencial “ruleta
rusa” de Salman.
El exceso de voluntarismo
obnubila a los autócratas. Pretenden ser todopoderosos, casi mágicos, inmunes a
los complejos males del mundo. Pero en la política se puede perder todo, menos
el sentido de la realidad. Distinguir entre lo real y lo falso es el único
genuino talento indispensable del hombre público.
Pedro
Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
18 de marzo de 2020