El pasado domingo 10 de noviembre tanto los defensores de
la democracia liberal como quienes creen en los regímenes de los “hombres
fuertes” recibieron importantes lecciones las cuales, todos, deben aquilatar en
todas sus justas proporciones
En España, la incapacidad de los partidos tradicionales de
llegar a un acuerdo de coalición obligó a la celebración de unas nuevas
elecciones generales, las cuartas en cuatro años. El resultado fue un
preocupante ascenso electoral de Vox, partido de extrema derecha nacionalista de
los añorantes del franquismo, sintonizado con las nuevas corrientes
autoritarias europeas y norteamericanas.
La crisis de representatividad de las opciones políticas
tradicionales mucho debe al abuso de prácticas y componendas muy mal
comprendidas y ampliamente reprobadas por los ciudadanos. Los absurdos estira y
afloja protagonizados en España por el PSOE, el PP, Ciudadanos y Podemos han
sido castigados en las urnas por un electorado harto de politiquerías e
irresponsabilidad.
Este “voto de castigo” ciudadano por lo general se manifiesta
en beneficio de opciones personalistas y autoritarias con posturas maniqueas y
demagógicas, pero cuyo simplismo es fácilmente comprendido por la gente.
El panorama español se complica. El PSOE y Podemos han
anunciado un acuerdo de coalición, pero los efectos del ascenso de la extrema
derecha son todavía difíciles de evaluar. España sigue la senda de Italia,
polarizada por demagogo Matteo Salvini .
Mientras los políticos no entiendan las causas de su crisis
de representatividad, ésta seguirá profundizándose.
Mientras tanto, en Bolivia, Evo Morales cayó víctima de su soberbia. Nadie niega los éxitos de su gobierno en los terrenos sociales y económicos, logrados, por cierto, gracias a favorables coyunturas y a políticas la cuales pueden calificarse como “neoliberales”. Pero gobernó polarizando y dividiendo a la sociedad, y si alguien ha querido dar un golpe de Estado ha sido precisamente él.
Modificó la Constitución para reelegirse, más tarde la reinterpretó para no contabilizar el primer periodo, de ahí celebró un referéndum para reelegirse por cuarta vez y lo perdió, pero no le importó, presionó para declarar inconstitucional ese impedimento y, como corolario, pretendió hacer fraude para evitar una segunda vuelta.
Las estrategias de atentar contra las instituciones democráticas, atizar el confrontacionismo populista y acentuar los liderazgos personalistas tienen límites.
En el referéndum de 2016 los bolivianos rechazaron una nueva reelección. El Presidente no escuchó ese reclamo de alternancia. El domingo, evidenciado por un lapidario informe de la OEA, ofreció la celebración de nuevas elecciones, pero el ejército sugirió su dimisión para asumir, en mala hora, el papel de árbitro. Lamentable situación cuyo único responsable es Evo.
España fue muestra del hartazgo ciudadano ante los hábitos y manejos de quienes dicen representarlos en democracia.
Bolivia impuso un límite a las arbitrariedades de un gobernante megalómano y autoritario.
Pedro Arturo Aguirre