Deng Xiaoping, el gran reformador arquitecto de la
actual rica y poderosa China, no creía en el culto a la personalidad. Cierto,
mantuvo para su país un Estado rígidamente autoritario, pero desterró de él
todos los excesos ideológicos y el demencial culto a la personalidad característicos
de la época de Mao.
Las reformas de Deng dispusieron una presidencia de la
nación cuyo titular sería electo para un período de cinco años con la
posibilidad de ser relecto solo para un mandato adicional. Por eso los dos sucesores de Deng como gobernantes chinos, Jiang
Zemin y Hu Jintao, solo duraron en el puesto diez años.
Con el arribo de Xi Jinping, en 2012. las cosas
empezaron a cambiar. El nuevo mandatario empezó a acumular un enorme poder en
sus manos e incluso se empezó a construir una especie de culto a la
personalidad.
El Partido Comunista adoptó el “pensamiento de Xi
Jinping para la nueva era del socialismo con características chinas” como
central en su ideología. Consiste en constituir un ejército “de primer nivel
mundial” para 2050, mejorar la protección social, reforzar el Estado de derecho
“socialista”, asegurar la “coexistencia armoniosa entre el hombre y la
naturaleza”, mantener el modelo “un país, dos sistemas” para Hong Kong y promover
la “reunificación nacional” con Taiwán.
Una campaña anticorrupción ha sancionado ya a más 1.3
millones de funcionarios. Es muy popular entre la población, pero también es
instrumento para anular a rivales políticos.
Hacia el exterior Xi busca concretar la ambiciosa
iniciativa conocida como “Nueva Ruta de la Seda”, la cual involucra a setenta
países.
Eso sí, nada de democracia. Xi es intolerante con el pluralismo. La
censura en internet y los medios es severa, los sistemas de vigilancia y
control social son rígidos y la persecución de minorías étnicas y religiosas,
inflexible.
Pero no todo es coser y cantar para Xi. La economía se
ralentiza, la deuda pública crece, la "guerra comercial" no ayuda y
la iniciativa de nueva ruta de la seda es considerada, por muchos, solo como
una “megalómana y onerosa stravaganzza”.
Ante este escenario, Hong Kong amenaza con ser el peor
desafío para Xi. Las manifestaciones multitudinarias en Hong Kong, originalmente
dirigidas contra un proyecto de ley de extradición de fugitivos a China, se ha
convertido en un movimiento masivo a favor de la democracia
Xi se ha distanciado del problema hasta ahora, pero la
escala y persistencia de los disturbios pueden obligarlo a involucrarse. De lo
contrario, arriesgaría perder su imagen de "hombre fuerte".
En este peligroso caso hay una dilema: si la crisis de
Hong Kong se profundiza, Xi podría recurrir a la fuerza bruta y provocar una
gran condena internacional y el consiguiente perjuicio a la reputación,
influencia y economía de China.
Pedro
Arturo Aguirre