El primer
ministro griego Alexis Tsipras es un personaje insólito, una apreciable excepción
en este tiempo de dirigentes megalómanos, autoritarios e irresponsables.
Llegó al
poder en 2015 enarbolando las radicales banderas
del populismo más rampante para enfrentar la grave crisis financiera griega.
Proponía poner fin a rajatabla a la austeridad,
sugería un rechazo total a las imposiciones de la troika (la Comisión Europea,
el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), prometía iba a “domar”
a los mercados y enfrentarse a Angela
Merkel.
Hoy es
considerado como un estadista responsable y visionario, quien fue capaz de
rescatar a Grecia y reencausarla por la senda de la recuperación económica y el
crecimiento, además de otros logros no menos trascendentales.
No, no
cumplió sus “revolucionarias” promesas.
Al llegar
Alexis Tsipras y su partido Syriza al poder se temía el retiro de Grecia de la
zona Euro y de la propia Unión Europea. Esta percepción llegó al clímax con el muy
emocional referéndum “a favor contra la austeridad y por la soberanía popular y
nacional” celebrado en julio de 1915.
Sin embargo,
al poco tiempo Tsipras aceptó la propuesta de ajustes económicos y austeridad
de la Troika, la misma rechazada por los ciudadanos en el referéndum, con apenas ligeros retoques.
Como
consecuencia el sector más radical de Syriza defeccionó del gobierno. Se celebraron
nuevas elecciones y Tsipras logró reelegirse.
Más tarde llegó
la crisis de refugiados, cuya gestión por parte del gobierno ha sido eficaz, pese
a constituir un ingente reto económico y humanitario
Luego sebrevino
un importante triunfo internacional para el gobierno griego al solucionarse el
contencioso en torno a la nombre de la antigua República Yugoslava de Macedonia,
hoy “Macedonia del Norte”. Una disputa de treinta años solventado con una
propuesta rechazada los políticos nacionalistas.
Obvio, en
Grecia ha habido problemas e insuficiencias, pero hoy Alexis Tsipras es
reconocido en el mudo como un líder prudente, responsable y de altas miras, ajeno
al mesianismo y la obcecación características de los populistas clásicos.
Ahora bien,
el próximo domingo se celebran elecciones y según las encuestas las
posibilidades de una derrota de Tsipras son muy grandes.
Un político
es quien piensa en las próximas elecciones y un estadista quien se preocupa de
las próximas generaciones, cierto, pero esa actitud visionaria tiene un costo
en los índices de popularidad.
Tsipras
afrontó la reestructuración económica y social de su país con decisiones difíciles y, muchas veces,
impopulares. Para ello, abjuró de un programa radical lleno de voluntarismo,
atajos y buenos deseos. Decidió enfrentar los problemas con decisiones
valientes y realistas. Eso pasa factura en las urnas.
La demagogia
siempre vende mejor. Esa es una de las tristes verdades de la democracia y una
de las causas de su crisis.
Pedro Arturo Aguirre