domingo, 28 de julio de 2019

Grecia: Hacer de “Tsipras Corazón”


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 El primer ministro griego Alexis Tsipras es un personaje insólito, una apreciable excepción en este tiempo de dirigentes megalómanos, autoritarios e irresponsables.

Llegó al poder  en 2015 enarbolando las radicales banderas del populismo más rampante para enfrentar la grave crisis financiera griega. Proponía poner  fin a rajatabla a la austeridad, sugería un rechazo total a las imposiciones de la troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), prometía iba a “domar”  a los mercados y enfrentarse a Angela Merkel.

Hoy es considerado como un estadista responsable y visionario, quien fue capaz de rescatar a Grecia y reencausarla por la senda de la recuperación económica y el crecimiento, además de otros logros no menos trascendentales.

No, no cumplió sus “revolucionarias” promesas.  

Al llegar Alexis Tsipras y su partido Syriza al poder se temía el retiro de Grecia de la zona Euro y de la propia Unión Europea. Esta percepción llegó al clímax con el muy emocional referéndum “a favor contra la austeridad y por la soberanía popular y nacional” celebrado en julio de 1915.

Sin embargo, al poco tiempo Tsipras aceptó la propuesta de ajustes económicos y austeridad de la Troika, la misma rechazada por los ciudadanos  en el referéndum, con apenas ligeros retoques.

Como consecuencia el sector más radical de Syriza defeccionó del gobierno. Se celebraron nuevas elecciones y Tsipras logró reelegirse.

Más tarde llegó la crisis de refugiados, cuya gestión por parte del gobierno ha sido eficaz, pese a constituir un ingente reto económico y humanitario

Luego sebrevino un importante triunfo internacional para el gobierno griego al solucionarse el contencioso en torno a la nombre de la antigua República Yugoslava de Macedonia, hoy “Macedonia del Norte”. Una disputa de treinta años solventado con una propuesta rechazada los políticos nacionalistas.

Obvio, en Grecia ha habido problemas e insuficiencias, pero hoy Alexis Tsipras es reconocido en el mudo como un líder prudente, responsable y de altas miras, ajeno al mesianismo y la obcecación características de los populistas clásicos.

Ahora bien, el próximo domingo se celebran elecciones y según las encuestas las posibilidades de una derrota de Tsipras son muy grandes.

Un político es quien piensa en las próximas elecciones y un estadista quien se preocupa de las próximas generaciones, cierto, pero esa actitud visionaria tiene un costo en los índices de popularidad.

Tsipras afrontó la reestructuración económica y social de su país con  decisiones difíciles y, muchas veces, impopulares. Para ello, abjuró de un programa radical lleno de voluntarismo, atajos y buenos deseos. Decidió enfrentar los problemas con decisiones valientes y realistas. Eso pasa factura en las urnas.

La demagogia siempre vende mejor. Esa es una de las tristes verdades de la democracia y una de las causas de su crisis.

 Pedro Arturo Aguirre


¿A la Basura los Partidos Políticos?






La insatisfacción de los ciudadanos con los partidos políticos se generaliza en todo el mundo y éstos, perdida la brújula, encaran el ingente reto de reinventarse.

La viabilidad misma de la denominada “democracia representativa” está en entredicho.

El problema de la representación no es tan fácil de resolver. Las controversias sobre el tema llegan a ser interminables y las respuestas, esquivas.

El vertiginoso desarrollo de las sociedades contemporáneas dificulta las labores tradicionales partidistas: estructurar un pensamiento político colectivo, establecer cauces de diálogo,  canalizar demandas ciudadanas y facilitar la participación política.

Muchos nuevos electores y grupos sociales no se sienten necesariamente identificados con los partidos tradicionales, por eso prefieren opciones de la llamada “antipolítica”, optan por “el canto de las sirenas” del personalismo autoritario o, simplemente, se abstienen.

Uno de los aspectos fundamentales de la modernización de los partidos se refiere a la selección de candidatos y de dirigentes, proceso muchas veces ajeno a principios democráticos al atender necesidades prácticas frente al reto de la competencia en las urnas

También vulnera gravemente la credibilidad de los partidos el financiamiento, el cual ha generado innumerables casos de corrupción e influencia excesiva de los grupos de poder.

No menor es el problema del personalismo, así como el carácter cada vez más comercial de las campañas electorales. Este problema encierra una paradoja: la gente culpa a la “partidocracia” de propiciar estructuras cerradas y burocracias atrincheradas, cuando muchas veces los partidos son rehenes del carisma de un líder y de la influencia apabullante de los medios. 

Los partidos deben volver a su origen, reencontrarse con la sociedad y habitar el espacio público. Para ello mucho puede ayudar trabajar a fondo en la democratización interna de los partidos.

Ello implica respetar escrupulosamente las reglas de organización internas, asegurar la participación de los militantes y adherentes en la vida del partido, descentralizar y desburocratizar la toma de decisiones y propiciar métodos para la rendición de cuentas de la dirigencia sobre cómo se administran y de dónde se obtienen los recursos.

Y sobre todo, afinar los canales de comunicación  con los ciudadanos.

Las nuevas tecnologías mucho pueden ayudar al facilitar una mayor y más ágil comunicación. Las plataformas de internet son muy útiles para fortalecer los vínculos de los ciudadanos con los partidos.

Este recurso debe usarse con prudencia. El caso del italiano Cinco Estrellas ejemplifica lo contraproducente de los excesos cuando un partido no posee rasgos identitarios e ideológicos básicos. No basta con solo ser un “partido digital”.

El dilema de la representatividad no se superará con simplemente aprobar algunas reformas electorales. Será cuando los partidos superen el anquilosamiento y la burocratización, abran puertas y ventanas y se conciban como un vehículo de representación, no como un fin en sí mismo. 
Pedro Arturo Aguirre

Democracia y Autoritarismo en las Redes Sociales




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Las nuevas tecnologías de la información poseen un enorme potencial para contribuir al robustecimiento democrático al constituir espacios abiertos y muy incluyentes de deliberación y rendición de cuentas.

Muchos incluso llaman a las redes sociales “modernas ágoras de la democracia deliberativa posmoderna”.

Experiencias internacionales recientes como los indignados en España, la Primavera Árabe y movimientos políticos similares en distintos países confirman a las redes sociales como una nueva posibilidad de ejercer una política de participación directa, impulsar el derecho de expresión y promocionar el acceso a la información.

Pero las redes sociales han demostrado también tener un potencial peligrosamente autoritario al ser vehículo ideal para los facilones mensajes los políticos populistas, las desfachatadas mentiras de los demagogos y los discursos de odio.

Es famosa la anécdota de cuando, un día del ya lejano año de 2012, Donald Trump envió uno de sus más famosos Tuits: "Me encanta Twitter, es como ser dueño de tu propio periódico, pero sin las pérdidas".

Y desde entonces ha crecido una tendencia natural de los líderes populistas de derecha e izquierda a usar con especial intensidad las redes sociales. Por cierto, lo hacen con habilidad. Humillan en este terreno a sus rivales moderados.

A ellos se les da mucho mejor la estrategia de los mensajes cortos, la parafernalia de los 140 caracteres y la banalidad de las lecturas rápidas y superficiales.

De esto abundan ejemplos. El más célebre es el de Matteo Salvini, campeón indiscutible del inescrupuloso uso de redes sociales como promotoras de una personalidad frívola y de posturas políticas maniqueas y simplonas.

Pero también personajes como Geert Wilders, Pablo Iglesias, Nigel Farage e incluso Marine Le Pen tienen hordas de fieles seguidores en redes sociales, y les ganan por mucho a Macron, Sánchez o Merkel.

En la India mucho debe el éxito electoral de Modi al buen  manejo en redes sociales y a una gigantesca maquinaria de propaganda virtual.

Otro mago de las redes es el joven nuevo presidente de El Salvador, Nayib Bukele.

Para estos líderes políticos es especialmente importante poder establecer una conexión más personal con sus simpatizantes, algo estupendo para fortalecer la imagen de ser los genuinos “representantes del pueblo”, quienes se acomodan poco y mal con los más exigentes medios tradicionales.

Ello porque las redes sociales tienen, por naturaleza, un efecto maximalista en donde las opiniones moderadas tienden a ser silenciadas en beneficio de las más estentóreas, extremistas y/o triviales.

Hoy vivimos en todo el mundo un momento polarizador, donde la confrontación irrestricta es arma casi infalible de éxito electoral

Por eso todos los actores políticos, y cada vez más incluso los moderados, se van contagiando de esta epidemia polarizadora, cuyas consecuencias son la ruptura de los consensos básicos en aras de un mayor autoritarismo.
Pedro Arturo Aguirre

“Si el otro lado huele sangre, estás muerto”




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Tratar de intimidar es la principal estrategia de Donald Trump, pero desde hace tiempo son obvias las limitaciones de este método en lo concerniente a la política exterior actual y sus ingentes complicaciones. Quien lo entiende, lo entiende, y quien no, pues no.

Trump pretende utilizar su experiencia como hombre de negocios y hace con los países como si fueran mercanchifles. El arte de la negociación, para él, es fanfarronear, intimidar, amenazar para forzar a la otra parte a ceder y llegar a un acuerdo favorable.

Fanfarronería e intimidación son extraños los métodos tradicionales de la diplomacia tradicional, pero en este tiempo de hombres fuertes las cosas cambian rápidamente, y Trump ama el papel de ser el gran “bullyneador” internacional.

Ahora bien, esta estrategia casi nunca le ha funcionado.

Las crisis recientes de Estados Unidos con algunos de sus adversarios han exhibido a Trump como un negociador ineficaz, quien solo intimida pero es incapaz de cumplir sus amenazas.

En el manejo de crisis internacionales es difícil encontrar el equilibrio adecuado de diplomacia y coerción.

Recuérdese, por ejemplo, como amenazó al líder de Corea del Norte, el inefable Kim Jong Il. Empezó amenazándolo con la “destrucción total”, pero tras dos infructuosas cumbres el estrafalario  personaje enamoró a Trump  y cuando los coreanos reanudaron el lanzamiento de misiles el presidente incluso defendió a su nuevo amigo.

Tampoco Irán se dejó intimidar. Trump confiaba en llevar la situación al límite para atraer a Irán a la mesa negociadora. Pero no sucedió. Tanto el líder supremo espiritual de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, como el presidente Hasan Rohani subrayan continuamente la intención de no sentarse a hablar bajo presión con Estados Unidos.

En Venezuela, Maduro permanece en el poder a pesar de las amenazas de Estados Unidos. Pasa el tiempo y el dictador se carcajea cada vez más estentóreamente de otrora líder del mundo libre.

La guerra comercial con China es otro fiasco de los métodos intimidatorios. China ha recogido el órdago comercial de Trump y en plena crisis, Xi Jinping se reúne con su aliado Putin en San Petersburgo para afianzar su alianza y acusar a Estados Unidos de utilizar  “inadmisibles tácticas agresivas” para abusar de sus competidores, las cuales  suponen “un camino hacia conflictos interminables, guerras comerciales y tal vez no solo comerciales”.

En el libro de Trump The Art of the Deal hay algunas claves para entender sus estrategias negociadoras y contrarrestarlas, por ejemplo: “Me gusta provocar a mis adversarios para ver cómo reaccionan; si son débiles los aplasto y si son fuertes negocio”, “No puedes tener miedo. Haz lo tuyo, defiende tu posición, mantente firme y pasará lo que tenga que pasar”, y “Si el otro lado huele sangre, estás muerto” . 
Pedro Arturo Aguirre

¿Un “Hombre Fuerte” para el Reino Unido?


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 Desde el triunfo de la llamada “Feliz Revolución de 1688”, la cual consolidó de forma definitiva su sistema parlamentario, el Reino Unido no ha sido proclive a caer en las garras de demagogos .

Los dirigentes políticos de Albión han sido quizá pérfidos, pero poco propensos a padecer delirios megalómanos.

Cualquier exceso en este sentido ha sido castigado en las urnas, como aquella necedad de Margaret Thatcher de imponer un Poll Tax, a finales de los años ochenta.

Quizá la razón de esto reside en el carácter inglés, curtido de una fina ironía, un legendario pragmatismo, una deliciosa excentricidad y una sabia idea: “la vida no es para tomarse demasiado en serio”.

Durante el siglo XX el Reino Unido se mantuvo al margen de los enfrentamientos ideológicos, los sueños utópicos y los fanatismos devastadores.

Arthur Koestler definió al británico como un pueblo por naturaleza “sospechoso de toda causa, desdeñoso de todo sistema, aburrido por las ideologías, escéptico con las utopías”.

Sin embargo,  al parecer todo esto se ha acabado. La insensatez del Brexit dio al traste con la leyenda del sentido común británico.

El electorado inglés se entregó, sin más, a las falacias, prosopopeyas y falta de escrúpulos de demagogos impresentables como Nigel Farage y de varios dirigentes del Partido Conservador famosos por su exceso de egocentrismo, siendo el principal de ellos el carismático ex alcalde de Londres, Boris Johnson, hoy gran favorito para suceder a Theresa May como primer ministro.

No es todo deleznable en la carrera pública y personalidad de Boris. Es un individuo intelectualmente brillante: escritor de mérito, polémico columnista, dueño de un magnífico sentido del humor, capaz de citar a Milton, a Shakespeare y a los trágicos griegos. Es extraña tanta solidez intelectual en los pedestres dirigentes populistas de por aquí y por allá.

Pero Boris también es un megalómano excéntrico y bufonesco. Como uno de los principales exponentes del Brexit realizó una campaña llena de mentiras y nacionalismo chabacano.

También fue mediocre su desempeño como jefe de la Foreing Office, caracterizado por sus constantes salidas de tono.

El hombre sencillamente no es de fiar, incluso en opinión de muchos de sus correligionarios, y eso podría impedir su llegada a Downing Street.

Porque pese a ser el gran favorito de las bases, para poder salir electo nuevo líder de los tories Boris deberá, primero, ser aprobado por un número suficiente de parlamentarios de su partido.

Con la demagogia e irresponsabilidad  de Boris, el Reino Unido arriesga una salida sin acuerdo de la Unión Europea, lo cual significaría una catástrofe económica.

La figura de un “hombre providencial”, de moda en estos tristes tiempos, también podría imponerse en el Reino Unido. ¿Se jugará tan arriesgada apuesta una nación otrora flemática?

Pedro Arturo Aguirre

Llegaron para Quedarse por Mucho Tiempo




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Nada los detiene: ni sus promesas incumplidas, ni su corrupción, ni su ineficiencia como gobernantes. Los hombres fuertes llegaron para quedarse, y al parecer será por mucho tiempo.

Hace un par de semanas, Benjamín Netanyahu fue reelecto en Israel a pesar de enfrentar graves escándalos de corrupción.

En Venezuela se mantiene la pertinaz presencia del infame gobierno de Maduro.

Duterte salió reforzado en las elecciones legislativas y municipales celebradas hace unos días en Filipinas.

Pese al desgobierno italiano, la figura de Salvini sigue al alza.

Las perspectivas de reelección rumbo a las elecciones presidenciales del año entrante para el impresentable Donald Trump no son nada despreciables.

Por su parte, la semana pasada Narendra Modi obtuvo una aplastante victoria electoral no obstante haber abandonado muchos ofrecimientos de campaña y representar una amenaza para los cimientos mismos de un Estado creado como inclusivo, laico y plural por sus fundadores.

India es una nación cada vez más fragmentada a causa de un gobierno cuya  principal característica ha sido polarizar a la sociedad con los temas de la identidad religiosa y nacional.

Modi ha vulnerado el espíritu de la Constitución de su país al enfatizar las diferencias entre comunidades y promover formas de segregacionismo entre ellas.

En la India viven casi 200 millones de musulmanes y en los últimos años se ha registrado un aumento de los reportes de violencia, con linchamientos incluidos.

Según un informe reciente de la ONG Human Rights Watch, se han contabilizado 44 víctimas mortales víctimas de linchamientos entre 2015 y 2018, durante el gobierno de Narendra Modi.

Los nacionalistas partidarios de Modi lo defienden y destacan su supuesto logro de “haber revitalizado el legado cultural e histórico del  país destrozado por los británicos”.

El primer ministro, según dicen, es popular entre los pobres gracias a sus programas sociales y a su capacidad de comunicarse con ellos y acusan a “esos intelectuales universitarios” de estar desconectados de las masas.

También están orgullosos de tener un gobernante fuerte capaz de devolverle a la India un lugar preponderante en el mundo. "Para sobrevivir hace falta un líder potente, y la prueba de ello son Rusia y Estados Unidos”, afirman.

El mismo discurso antiélites. La misma “gran revancha” del pueblo frente al poder establecido. El mismo triunfo del guía mesiánico y paternalista en detrimento de cualquier racionalidad.

Modi ha fracasado en su promesa de relanzar la economía india. En 2018, el desempleo alcanzó el 6.1 por ciento, la cifra más alta en 45 años, la situación de millones de trabajadores rurales es cada vez más precaria y son evidentes las señales de ralentización económica.

Por eso la campaña de Modi olvidó la economía y giró en torno al nacionalismo hinduista.

Y eso le bastó para ganar por amplio margen
Pedro Arturo Aguirre

Euroescepticismo y Liderazgos Personalistas




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La Unión Europea vive la peor encrucijada de su historia y con esa triste realidad como telón de fondo esta semana se celebran elecciones al Parlamento Europeo.

Los populismos de derecha han sabido canalizar con demagogia y discurso de odio una década de inestabilidad económica y financiera, la crisis de los refugiados, el descrédito de la clase política tradicional y la desconfianza en unas instituciones europeas a las cuales consideran responsables de severas políticas de austeridad.

Ahora aspiran a consolidar su auge. Ya poseen el 20% de los escaños de la Eurocámara, pero ahora algunas encuestas les indican la posibilidad de ganar hasta el 30 por ciento de los 751 diputados que tiene el cuerpo legislativo continental.

Actualmente los populismos de derecha están presentes en 21 parlamentos de países comunitarios y participan como socios en coaliciones de gobierno en Austria, Italia, Finlandia, Eslovaquia, Letonia y Bulgaria. En Hungría, República Checa y Polonia gobiernan como fuerzas conservadoras formalmente tradicionales, pero han asumido el discurso y las prácticas de los más radicales.

Desde los convulsos años treinta del siglo XX las fuerzas ultranacionalistas no habían tenido tanto poder. Sin embargo, este preponderancia tiene debilidades: diferencias en temas económicos, culturales y sobre la relación con Rusia. También pesa el poderoso personalismo de algunos de sus líderes.

Marine Le Pen y Salvini han moderado un tanto su postura y ya no cuestionan la existencia de la Unión Europea, sino plantean “reformarla desde dentro”, mediante el fortalecimiento de las soberanías nacionales. Más radicales en su euroescepticismo son Wilders y algunos grupos de Europa del Este, por no hablar de los británicos.

En los temas culturales y sociales los ultras polacos, húngaros, españoles y alemanes hacen hincapié en el cristianismo como uno de los componentes esenciales de la identidad europea. Le Pen y Wilders serían algo más "progresistas".

También Salvini y Le Pen se caracterizan por simpatizar con Putin, pero en una posición opuesta se encuentra el Partido Derecho y Justicia, de Polonia y el movimiento de “Verdaderos Finlandeses”.

No deja de tener trascendencia el duelo entre las figuras carismáticas. Cierto que Salvini ha cobrado gran notoriedad en esta campaña, pero ello no necesariamente se traducirá en un liderazgo efectivo a futuro. Hay egos demasiado grandes.

La influencia de los euroescépticos dependerá de su capacidad para impulsar metas comunes. Sin embargo, jamás han sido capaces de integrar un grupo totalmente homogéneo en la Eurocámara, pese a reiterados esfuerzos por conformar una sola familia política.

En general, ellos quisieran una Unión Europea convertida en un  mero espacio de intercambio económico, pero con las “identidades nacionales” reforzadas, fronteras impermeables a la inmigración y sociedades protegidas ante la globalización.

Pero divergencias en políticas concretas y rivalidades personalistas pueden darle un cierto respiro al alicaído proyecto europeísta.

 Pedro Arturo Aguirre