domingo, 13 de mayo de 2018

Cinco Estrellas: nuevo partido, viejas ideas



El Movimiento Cinco Estrellas está a punto de hacerse del poder en Italia. Producto del descontento y el hastío en contra “Establishment” político, está organización está a punto de formar gobierno con La Liga, impresentable organización de derecha antiinmigracionista y antieuropa. Cinco Estrellas, un partido joven, conformado en 2010 y que, con un discurso antisistema, se ha abierto un espacio político en un país que por más de veinte años estuvo dividido entre la izquierda y la derecha. Lo ha hecho sin enarbolar ideologías o convicciones políticas claras, pero con formas de organización completamente novedosas: se trata de el primer gran experimento exitoso de la política digital en el mundo, sin dirigencias centrales, sin subsidio público y los candidatos son electos vía internet de manera abierta. Su origen es el blog del comediante Beppe Grillo, estrella de televisión y activista social.
En 2007 Grillo convocó a través de su blog a miles de personas en la Plaza Mayor de Bolonia, en una iniciativa popular de recogida de firmas para prohibir que llegaran al Parlamento políticos condenados judicialmente. La movilización fue el embrión del que dos años después se convertiría en el Movimiento Cinco Estrellas, el “no partido” de los indignados italianos. En este sentido, su contribución política fue absolutamente positiva, ya que dio visibilidad con formas novedosas a un sentimiento generalizado que se palpa en Italia contra la corrupción e ineficacia de los partidos tradicionales.

Pero en 2013 el M5E dejó de ser un mero experimento y se consolidó como un actor político importante. En las elecciones parlamentarias de ese año, y a pesar de que no tenían candidato y sus propuestas apenas iban más allá de la protesta, obtuvieron la mayoría del voto, superando a to dos partidos tradicionales. Hoy cuentan con 45 alcaldías, 15 parlamentarios europeos, 92 diputados, 36 senadores y casi dos mil concejales. Los problemas que implica la responsabilidad del poder no tardaron en aparecer. En 2016, el amplio triunfo de Virginia Raggi a la alcaldía de Roma despertó amplió interés. Sin embargo, la gestión de esta joven “antipolítica” ha sido un desastre. Lo mismo puede decirse de alcaldes de este partido en ciudades más pequeñas. Asimismo, la labor de muchos de sus legisladores ha dejado mucho que desear, incluso en los terrenos del manejo honesto de recursos. Sin embargo, el movimiento mantuvo su auge y en los comicios parlamentarios de este año obtuvo el triunfo, aunque sin mayoría absoluta. Se dice que este éxito de Cinco Estrellas reside precisamente en su inexperiencia. Muchos votantes italianos han optado por darle una oportunidad , pues aunque no se sabe si son capaces de gobernar, prefieren eso a entregarles el poder a los políticos de siempre. ¿Dónde hemos oído eso? 

Hoy  M5E está a punto de gobernar con una ambigua plataforma que combina posturas populistas  de derecha e izquierda por igual, representado en el parlamento por legisladores sin mayor formación política ni experiencia, con el joven Luigi di Maio, de 31 años, como líder y muy probable próximo primen ministro y aliados a la extrema derecha que representa La Liga. 

¿Qué experiencia puede dejar M5E a la construcción de partido políticos en el siglo XXI? Quizá mucho en los terrenos de organización laxa, elección de candidatos y obtención libre de recursos, pero creo que también nos enseña la importancia de mantener bases ideológicas y rasgos identitarios comunes. 


miércoles, 11 de abril de 2018

Socialdemocracia y Populismo en el Final de los Tiempos*




 La importancia de la socialdemocracia como una de las grandes tendencias del pensamiento político universal es incuestionable. Mucho contribuyó el siglo pasado en la lucha por el bienestar de la humanidad al constituirse en una alternativa progresista empeñada en conciliar el respeto irrestricto a las libertades individuales y los derechos humanos con la justicia social y el equilibrio económico. Sin embargo, hoy atraviesa por una ingente crisis que para muchos incluso es terminal. En lo que llevamos del siglo XXI se ha producido un creciente declive del modelo socialdemócrata y aunque aún no es un desastre total, si se trata de una decadencia constante y pronunciada. La socialdemocracia había terminado el siglo XX con pronósticos muy optimistas, pero ahora su proyecto ha perdido el rumbo y no existen indicios sólidos de que sea capaz de enfrentar con lucidez los retos de los años por venir. La característica más grave de esta crisis es su casi completa “pérdida de identidad” como una opción política plausible, lo que ha llevado a algunos de los nuevos dirigentes de los partidos socialdemócratas a procurar un “regreso a los orígenes” y reinstaurar los programas, discursos e identidades que caracterizaron a la socialdemocracia durante los años setenta e incluso antes. Este es el caso, por ejemplo, de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista Reino Unido, Pedro Sánchez en PSOE español, Benoit Hamon en el Partido Socialista Francés, entre varios más. En otros casos, los socialdemócratas asisten desconcertados e incrédulos al surgimiento de un izquierdismo populista que, en buena medida, enarbola sus banderas tradicionales y les roba segmentos cada vez más grandes del electorado de izquierda, sobre todo el juvenil. Este es el caso de Podemos en España, Syriza en Grecia y La Francia Insumisa, por citar los casos europeos más conspicuos, mientras que en América Latina un poderoso resurgimiento del populismo en personajes como Chávez y su sucesor Maduro, Los Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales y otros más han eclipsado los intentos -muchas veces tímidos- de hacer crecer y consolidar alternativas de izquierda moderada. Un caso similar sucede en México, donde Andrés López Obrador y la opción partidista que encabeza (Morena) monopolizan el panorama político de la izquierda, mientas que el PRD, opción que intentó ser “socialdemócrata” de una forma bastante fragmentaria y torpe, se hunde en el fango.

Incluso mucho del electorado socialdemócrata tradicional ha desertado para favorecer a opciones populistas de extrema derecha, como quedó claro en el voto del Brexit de 2016, las elecciones francesas y neerlandesas de 2017 e incluso en las presidenciales norteamericanas de 2016. En todos estos casos regiones industriales que tradicionalmente simpatizaban con la centroizquierda, pero que han sido particularmente castigadas por la globalización, optaron por cambiar su voto en favor del populismo de derecha. Obviamente, esta pérdida de popularidad también ha afectado a los partidos de centro derecha, pero de una manera menos acentuada. Los grandes efectos de la crisis económica que estalló en 2007 han dañado mucho más en las urnas a la socialdemocracia que a las opciones conservadoras, es cierto, pero también lo es que en la actualidad es toda la democracia representativa la que está en un gran dilema. Por ello han aparecido “hombres fuertes” en el gobierno de cada vez más naciones. Al comenzar el nuevo siglo fue electo presidente ruso Vladimir Putin, quien se ha consolidado de forma descomunal en el poder a lo largo de los últimos 15 años. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro húngaro Viktor Orban, el premier de la India Narendra Modi y el mandatario Filipino Rodrigo Duterte también fueron electos democráticamente en las urnas. Lo mismo sucedió con Chávez/Maduro, Corea, Morales y Ortega en Latinoamérica. Todos estos personajes han concentrado tanto poder en sus manos que sus naciones poco se parecen ya a lo que entendemos como una democracia liberal. Prolifera lo que el politólogo norteamericano Fareed Zakaria describió como “democracias iliberales”, es decir: “Regímenes elegidos democráticamente, especialmente aquellos reelectos o reafirmados mediante referendos, irrespetan de manera rutinaria los límites constitucionales y despojan a sus ciudadanos de sus derechos básicos y sus libertades primordiales”. Incluso en China, un sistema tradicionalmente autoritario pero que desde hace tiempo enfatiza el liderazgo colectivo, los medios de comunicación han calificado al presidente Xi Jinping de "Presidente de Todo", como reflejo de la cantidad de poder que ha acumulado, la mayor que cualquier líder chino desde Mao Zedong. 

La tendencia al personalismo tuvo en 2016 un impulso inusitado con la elección como presidente de Estados Unidos de Donald Trump, la cual ha inaugurado una etapa de incertidumbre global, de hecho, un todo un cambio de paradigma instalado como una especie de “Caja de Pandora”. Dueño de un estilo marcadamente personalista, Trump dice detestar a los políticos, personificar “al pueblo” y ser el único capaz de resolver, él solo, todos los problemas de Estados Unidos (I alone can fix it). Triunfó utilizando los estilos y retóricas características de los caudillos latinoamericanos, lo que refleja una profunda fractura social en la otrora principal democracia del mundo. Polarización y desencanto como movilizadores para un gobierno que llega con una “identidad antisistema” y no tiene muy en claro con cuales valores y formas cobrará cuerpo, pero abiertamente gira alrededor del voluntarismo del líder.

Evidentemente, los regímenes personalistas están muy lejos de ser un fenómeno nuevo. Al contrario, han sido la norma durante gran parte de la historia desde los faraones de Egipto hasta los dictadores del siglo XX. Pero tras la ola democratizadora que experimentó el mundo tras la caída del muro de Berlín muchos pensaban que las dictaduras, los cultos a la personalidad y los “hombres fuertes” eran cosa del pasado. Contra los pronósticos de los más optimistas, el personalismo ha vuelto en iracunda vorágine al inicio de este siglo XXI. Casi siempre lo ha hecho con la pretensión de corregir graves desequilibrios sociales. Ante las transformaciones del mundo globalizado los ingresos y las perspectivas de futuro de la gente común se han estancado, si no es que reducido. La indignación cunde contra las elites y las instituciones de representación política. Esto, desde luego, tampoco es nuevo. Líderes mesiánicos y providenciales han aparecido en el seno de sociedades fracturadas desde hace mucho tiempo, pero lo han hecho con la pretensión de instaurar abiertamente dictaduras implacables. Los hombres fuertes de hoy (y mujeres, si pensamos -por ejemplo- en Marine Le Pen) se valen de los métodos de las democracias tradicionales y de los nuevos medios de comunicación para llegar al poder y sostenerse en él. Y si hasta el inicio de la actual centuria liberalismo y democracia se habían sostenido como un binomio indisoluble, ahora vemos como se disgregan. Una parte creciente de los electorados admite que el líder gobierne incluso si ello significa sacrificar derechos liberales. Lo que es tan peligroso de hombres fuertes es precisamente que no sólo desprecian los derechos individuales, sino que lo hacen con el consenso de los gobernados.

La mente popular es incapaz de escepticismo y esa incapacidad la entrega inerme a los engaños de los estafadores y al frenesí de los jefes inspirados por visiones de un destino supremo. Pero con el tiempo las intenciones iniciales se olvidan. La acumulación de poder se convierte en el único fin y las elecciones en el medio propicio para alcanzarlo. Los votos, las mayorías electorales, que en teoría deberían controlar los abusos de poder, sirven en la práctica de subterfugio para justificar los excesos del poder y la violación de las libertades. Los hombres fuertes despiertan grandes ilusiones. Tienen en común la idea de que las cosas pueden cambiar a base de pura voluntad, por ello desprecian a las instituciones y no tardan en socavarlas. Así sucede con los procesos electorales, las cámaras legislativas, el Poder Judicial, los partidos, etc. Como siempre, usan y abusan de la propaganda del miedo y de la mentira. “Miente, mil veces miente y tu mentira se convertirá en realidad”, el famoso apotegma goebbelsiano es la pauta básica de Steve Bannon, principal vicario de la posverdad. Pero depender tanto de la fuerza de “la voluntad” termina en constantes cambios de opinión por capricho, en políticas volátiles, en decisiones erráticas. Por otra parte, los regímenes personalistas han sido casi siempre los más corruptos, los menos transparentes y los más propensos al clientelismo. Llegan los hombres fuertes al poder con un amplio apoyo popular y por lo general comienzan sus mandatos con la aplicación de políticas que gozan de un enérgico respaldo, pero cuando se vuelven impopulares (como sucede con la mayoría de los gobernantes después de algún tiempo en el cargo) no están dispuestos a renunciar al aplauso y al poder absoluto. ¡El Pueblo soy yo, Carajo!, exclamó Chávez. Trump le hizo eco al comandante cuando aseguró en su toma de posesión que con él a la Casa Blanca entraba “el Pueblo”. Convencidos de su capacidad única para canalizar las opiniones de la gente común, los hombres fuertes abuzan del discurso nacionalista, de la manipulación informativa y de la estrategia maniquea de culpar de todo mal a la oposición, a los enemigos internos y externos, y a todo tipo de imaginarios traidores y villanos. Electos como los campeones del pueblo, primero pervierten a las democracias que dominan para hacerlas “iliberales” y de ahí ya no queda demasiado lejos la ruta a la autocracia directa, como lo demuestra en estos días el triste caso venezolano.

El reto de la socialdemocracia actual es hoy exactamente la misma de siempre: asegurar que una proporción más alta y pertinente del crecimiento económico beneficie a la mayor parte posible de la gente y no sólo como una cuestión de justicia distributiva, sino también como la mejor esperanza de evitar el deslizamiento de la democracia liberal a la democracia “iliberal” y de ésta a una autocracia absoluta que barra con las garantías ciudadanas y los derechos humanos. El drama reside, lamentablemente, en que la visión, enfoque y proyecto de los socialdemócratas parece carecer hoy con un esquema sólido con el cual afrontar los retos de la presente centuria. El keynesianismo estatista (inversión pública exorbitante, déficits presupuestales, ampliación del Estado bienestar, etc.) que enarbolan algunos socialdemócratas añorantes de viejo cuño y los populistas ha demostrado, en reiteradas ocasiones, su inviabilidad. No basta con señalar a los “excesos del neoliberalismo” como explicación de los problemas sociales y económicos del sistema capitalista. El viejo estatismo podrá, eventualmente, ganar algunas elecciones, pero terminará en el desastre, tal como lo atestigua la hecatombe venezolana o los fracasos de los gobiernos populistas en Argentina y Brasil. También resulta muy significativa la “vuelta en u” del partido Syriza en Grecia, que mientras estuvo en la oposición sostuvo un discurso ferozmente izquierdista y en el poder se ha limitado a acatar las directrices que le dicta la Unión Europea, el FMI y el Banco Mundial. Se ha hecho evidente que crecimiento sostenido del Estado del bienestar es insostenible debido a las tensiones y paradigmas propios de la globalización y a las ingentes limitaciones de recursos económicos para garantizar más y mejores políticas sociales. El incremento progresivo del peso del Estado en la economía de las naciones se ha convertido más en un pasivo que en un activo para el libre desarrollo de un modelo económico competitivo. Asimismo, el otro gran tema del momento, la corrupción, se hace presente como uno de los principales defectos del estatismo exacerbado. Al amparo del Estado omnipresente la corrupción política y los abusos de particulares en la captación de rentas públicas crecen a la sombra de una escasa transparencia y un ineficiente control.

Asimismo, concurre a la crisis socialdemócrata en esta época de grandes cambios tecnológicos el gran auge de las redes sociales y la progresiva simplificación de todo mensaje político, lo cual redunda a favor de la banalización de la política y de la consiguiente manipulación burda de amplísimos sectores de la opinión pública. Los populistas –de izquierda y de derecha– encuentran en este escenario una vía de penetración impensable hace tan solo unos pocos años.

El regreso al estatismo y recurrir a la simplificación del discurso no es el camino por el que pueda transitar la socialdemocracia del siglo XXI. Con este equipaje, el viaje es menos que imposible. Solo a través de análisis precisos y soluciones actualizadas y audaces que estén a la altura del compromiso exigido por los nuevos tiempos es posible imaginar una democracia con vocación social y progresista. En este sentido, algunos analistas ven una nueva opción ciudadana, alejada a los esquemas corporativos de la socialdemocracia tradicional, pero que manejan un discurso progresista en lo social y de irrestricta defensa de los valores de la democracia liberal y propone poner al tono del siglo XXI las formas y elementos de hacer política. Muchos analistas han nombrado esta nueva corriente “la rebeldía del centro” y tiene a algunos de sus principales representantes en políticos como Emmanuel Macron, Mateo Renzi, Albert Rivera, Martin Schulz y (en su momento) Barack Obama. Quizá en estas alternativas se encuentre la esperanza de ver resucitar en la política mundial una forma de “socialdemocracia renovada” capaz de sostener aquella altura intelectual de los partidos que no asumen un “credo de cruzada”, sino una actitud profundamente crítica del entorno real, y, como lo propuso ya en los años cincuenta el teórico Anthony Crosland “con una filosofía escéptica pero no cínica; independiente, pero no neutral; racional, pero no dogmáticamente racionalista”. Sólo el tiempo hablará de su viabilidad.

*Publicado en el numero del mes de marzo 2018 de la revista Campaings and Elections

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Mitos y Realidades de la “Política Ciudadana”*



 En todo el mundo surgen opciones electorales que se auto denominan “ciudadanas” para tratar de distinguirse de la “política tradicional”, actualmente tan desprestigiada. Abundan por doquier candidatos ciudadanos que exponen como su principal virtud en la búsqueda de posiciones políticas la de, precisamente, no ser políticos, e incluso partidos y organizaciones de vieja raigambre adoptan el purificador apelativo de “ciudadano” para ponerse a la moda de los tiempos. Hacia las elecciones presidenciales de 2018 en México el PAN y el PRD bautizan un curioso intento de coalición “pos-ideológica” como “Frente Ciudadano”, al que se suma, gustoso, el Movimiento Ciudadano (no podría ser de otra forma) de ese viejo lobo de la política que es Dante Delgado. Personajes que militaron por décadas en partidos como El Bronco, Margarita Zavala y Armando Ríos Piter se limpian de todo pecado y pretenden, grotesca impostura, ser candidatos “independientes” junto con decenas de aspirantes más, todos ciudadanos impolutos, pero, eso sí, unos más orates que otros. La pregunta es: ¿De verdad es esta pretendida “ciudadanización de la política” la solución a los graves problemas de representatividad y eficacia que presenta hoy la democracia?
El derecho a votar y ser electo es un binomio elemental en cualquier genuina democracia, tal y como lo establecen todos los instrumentos jurídicos de defensa y promoción de derechos políticos y humanos internacionales. Los ciudadanos, de manera individual, están facultados para solicitar el registro como candidatos independientes a cualquier cargo de elección popular en la inmensa mayoría de los países del mundo. Pero debe frenarse la idealización. Las candidaturas independientes y no son ninguna panacea, sino una fórmula complementaria de la democracia representativa. Exagerar su importancia puede resultar contraproducente y dar lugar a una excesiva personalización de la política y los riesgos autoritarios que ello supone
La idealización de política ciudadana tiende a simplificar las relaciones de poder puede dar lugar a grandes desilusiones, en el mejor de los casos, y a autoritarismos, en el peor. La práctica de adular a los ciudadanos diciéndoles exclusivamente lo que quieren escuchar es tan vieja como la democracia misma y no debe sorprendernos que los pueblos, periódicamente, opten por los más descarados y cínicos demagogos en las urnas. En todo caso, lo que cambian son los medios de propalar los mensajes, los cuales viajan hoy a velocidad de la luz por el internet y las redes sociales. Sorpresa será cuando suceda lo contrario. El día en que la gente opte por un candidato más por su responsabilidad, formación y meticulosidad antes que su carisma o capacidad de emocionar a los electores llegaremos, quizá, también al final de la civilización tal y como la conocemos ahora. Mientras tanto, los recursos de populistas y demagogos seguirán siendo la mejor garantía de éxito electoral.
El discurso ciudadano corre el peligro de al que al confrontarse contra lo político se convierta en una estrategia facilona que haga sentir al electorado como una perpetua víctima de sus gobiernos: pobres hombres y mujeres que son objeto de constantes expolios de los malvados políticos y que carecen de toda responsabilidad alguna en lo que pasa a su alrededor. Se fomenta una hipócrita actitud enfocada a la destrucción de la política responsable y de los esfuerzos por tratar de abordar de manera racional las complicaciones de la vida real, con todas sus enrevesadas contradicciones. El carisma, las simplificaciones, el maniqueísmo y el victimismo sustituyen así la incómoda necesidad de profundizar.  La ciudadanía no quiere pensar, no quiere analizar, no quiere tener que estudiar nada. ¿Habrá alguien que se tome la molestia de leer los programas electorales? Todo debe ser todo masticadito, inmediato, facilito, listo para consumir. ¿Para qué partidos si lo mejor es un ciudadano impoluto y noble?
La antipolítica es un lloriqueo irresponsable que afirma que todos los políticos son iguales. Pero como no ha existido sociedad sin organización y autoridad, ese destierro de “los políticos” no es otra cosa que una invitación a otro tipo de liderazgo. En ese terreno abonado por la antipolítica no tarda en aparecer el caudillo: “Ha llegado la salvación, soy yo”. El líder autoritario es el mesías, el esperado, el cual no puede emerger de entre las estructuras de la política formal ni, mucho menos, llevar a cabo su misión redentora en los lentos y controlados cauces de la institucionalidad democrática. La exasperación con las discusiones políticas, la creencia de que los antagonismos se podrían erradicar si se antepusieran los “intereses nacionales” y que los conflictos sociales son accidentales y eliminables “si se hicieran bien las cosas”, evidencian una concepción de la política como simple gestión de “lo que hay que hacer”. Fruto de ese pragmatismo falsamente desideologizado que recorre este mundo lleno de ya Donalds Trumps, Bepes Grillos, Pablos Iglesias y Hugos Chávez.
Cierto es que los partidos están en profundos problemas, al grado que la viabilidad misma de la denominada “democracia representativa” está en entredicho. La democracia moderna tiene lo que a juicio de muchos es un irresoluble problema de representatividad, un dilema nada fácil de resolver. Por supuesto, no basta con la pretendida asepsia de la “ciudadanización”. Las controversias sobre el tema llegan a ser interminables y las respuestas esquivas. Si bien los organismos tradicionales de representación han perdido legitimidad y eficacia, nada ha surgido aun que pueda desafiar su preeminencia y nada puede vislumbrarse claramente en el horizonte, y más vale entender de una buena vez que el problema de la representatividad no se superará con simplemente aprobar algunas reformas electorales tales como la reelección legislativa, imponer restricciones al proporcionalismo electoral, dar rienda suelta a las candidaturas ciudadanas  y redactar una nueva ley de partidos. Pero mucho puede ayudar trabajar a fondo en la democratización interna de los partidos, lo que implica, en primer término, respetar escrupulosamente las reglas de organización internas, asegurar la participación de los adherentes en la vida del partido, descentralizar la toma de decisiones y propiciar métodos para la rendición de cuentas de la dirigencia sobre cómo se administran las prerrogativas de ley y los recursos públicos.
El vertiginoso desarrollo que experimentan las sociedades democráticas contemporáneas obliga a los partidos a procurar vivir en constante transformación. Por décadas se consideró que los partidos eran una especie de “ejércitos” para los cuales era imprescindible una estructura férrea y una incuestionable disciplina si es que querían salir victoriosos de la “guerra democrática”. Recuérdese, por ejemplo, la célebre ley de hierro de la oligarquía enunciada por Robert Michels: “quien dice organización, dice tendencia a la oligarquía” y la descripción de Max Weber de los partidos, a los que definió como “cuerpos que luchan por el poder marcados por la tendencia a dotarse de una estructura marcadamente dominante”. Para sobrevivir al siglo XXI, los partidos deberán transformarse para dejar de ser los andamiajes rígidos y burocratizados descritos por Michels, Ostrogorski y Weber, y convertirse en organismos dinámicos y flexibles.
Otro tema que ha vulnerado gravemente la credibilidad de los partidos es el del financiamiento. Es fundamental mejorar los mecanismos de fiscalización y ser muy cuidadosos en lo que concierne a las formas en las que los partidos obtienen recursos de campaña, así como vigilar de forma más estricta los topes de campaña. No faltan las voces que claman por finalizar el financiamiento público a los partidos, pero nada mejor que el derecho y en la transparencia como solución para evitar prácticas ambiguas o ilícitas. Las regulaciones sobre el control de los recursos públicos entregados a los partidos deben ser cada vez más estrictas. Ahora bien, el caso mexicano constituye una notable excepción, ya que el Estado otorga cuantiosos recursos a los partidos que han obtenido registro oficial, tras un proceso largo y complicado, y lo hace previo a la celebración de elecciones. El atípico caso mexicano de establecer condiciones muy difíciles de cumplir para que un partido pueda obtener el registro y, una vez alcanzada esta meta, soltar mucho dinero y canonjías ha corrompido notablemente al sistema de partidos. Como lo escribió el ex presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, “Mucho dinero ha tenido efectos perversos: ha burocratizado a los partidos, elevado sus nóminas, estimulado el clientelismo y los ha alejado de la sociedad. Asimismo, ha encarecido las campañas porque en lugar de que el dinero público inmunizara a los partidos de la adicción al dinero privado, ha atraído más dinero privado”. Dinero llamó más dinero. Los partidos se han convertido en administradores de “vacas gordas”, según expresión de Jorge Alcocer, después de décadas de haber sobrevivido con poco dinero, pero con mucha convicción, sacrifico y trabajo voluntario. Ahí empezaba el ciclo destructor de la mística de la lucha opositora. Para Alcocer “el dinero en exceso pudrió a los partidos”.
En México debe cambiarse la política de financiamiento a los partidos, pero ello pasa por una reforma electoral que elimine el proteccionismo del que disfrutan en la actualidad las organizaciones tradicionales. Se debe entender de una vez que en las democracias actuales existen criterios escalonados en lo concerniente al registro de los partidos políticos. Es decir, se exigen diferentes condiciones a los protagonistas electorales para participar en elecciones, recibir recursos públicos y acceder a la representación parlamentaria. Se necesitan condiciones más estrictas que las actuales para la obtención del financiamiento, el cual deberá cederse únicamente después de celebrada la elección y solo a las organizaciones que han demostrado poseer un mínimo de representación social real, tal y como sucede en la inmensa mayoría de las democracias actuales.
Como lo ha dicho Seymour Martin, nada erosiona más la vida democrática como el desprestigio y la parálisis de los partidos y su incapacidad para ofrecer respuestas eficaces a las demandas de la ciudadanía. No basta con reformar las instituciones y las reglas de la política sí se carece de una visión estratégica que permita recuperar la credibilidad en la política, hacerla eficaz y reconectarla con la gente. La labor demanda una genuina voluntad de la clase gobernante de transformarse a fondo para incrementar la participación popular en los procesos de toma de decisiones, ampliar los horizontes de ciudadanía, establecer mecanismos más efectivos para el combate de la corrupción. Si no se tiene en mente todo esto cuando hablamos de modificar un sistema político, los cambios podrían terminar por ser percibidos como superficiales o meramente cosméticos por la opinión pública.
También es posible que, dentro del maremágnum del nuevo orden social, cuyas estructuras están aún por definir, las formas de la democracia puedan renovarse y fortalecerse con aportaciones originales plausibles y modelos inspirados en prácticas comunitarias no necesariamente electorales. Movimientos, colectivos, organismos no gubernamentales y una enorme cantidad de grupos no vinculados con los mecanismos de organización política tradicionales ni interesadas en la participación electoral trabajan enfocados en abordar temas específicos. Renovar la democracia pasa por otorgar más poder de decisión a un mayor número de actores sociales, con un espíritu abierto que destierre la anacrónica idea de que sólo la acción gubernamental es suficiente para atender los temas sociales. Se requiere incorporar la energía e iniciativa de la sociedad en la formulación de un cambio razonado y participativo. Ello demanda descubrir nuevos términos de la relación humana; remoción de prejuicios, una vigorosa revaluación intelectual, anímica y organizacional y estar preparados para tomar más decisiones entre más alternativas y con más participación.

*Publicado en Campaing & Elections México 

sábado, 7 de octubre de 2017

Anarcoindividualismo y el Fin de la Política




Conferencia de Pedro Arturo Aguirre dentro del ciclo Posmodernidad y Anarquismo, 19 de octubre de 2017. Calle Lucerna 65, col. Juárez.

Posmodernidad y Anarquismo

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Kim Jong Un, el tirano sonriente



Inmenso es el dilema de los príncipes herederos de reyes o emperadores magníficos enfrentados al desafío de no ser menos que sus padres. Algunos hijos y nietos de estupendos monarcas han estado a la altura del reto o incluso lo han superado (Alejandro Magno, hijo de Filipo el Grande, es el caso más emblemático), pero muchos otros se han quedado cortos. Felipe III en España, sucesor de dos grandes personajes (Carlos V y Felipe II), prefirió dejar el poder en sus ministros y condenó a los Austrias a la decadencia; al filósofo Marco Aurelio lo relevó el payaso Cómodo; a Enrique II le siguió el inepto Ricardo Corazón de León y después el infame hermano de éste, Juan sin Tierra; al guerrero Enrique V, vencedor en Agincourt, el débil Enrique VI; y con Luis X, apodado como “el obstinado” por obtuso y tonto, comenzó la ruina de Francia a pesar de sus ilustres antecesores.

Si olvidamos a los grandes gobernantes y pisamos terrenos más sórdidos, vemos que algo irónicamente análogo ha pasado con los tiranos. Muy pocos hijos de dictadores han podido alcanzar en crueldad y vesania, pero también en habilidad política, a sus siniestros progenitores. “Baby Doc” Duvalier no pudo con la tarea de perpetuar el imperio de locura y vudú de “Papá”, Ramfis Trujillo se acobardó, Tachito Somoza huyó beodo y gimoteante de Nicaragua y muchos mozalbetes que parecían destinados a suceder a sus padres en el execrable solio del despotismo de plano nunca dieron señas de servir para algo más que las francachelas y el despilfarro: Nicu Ceaucescu, Uday Hussein, Teodorín Obiang, etc.

Kim Jong Un soporta sobre sus hombros esta responsabilidad de ser un “digno” heredero de sus antecesores. El abuelito Kim Il Sung, fundador de la dinastía, fue convertido en un “Dios entre los Hombres” y calificado como “Estadista Extraordinario”, “Guía Genial” e “Incomparable Ideólogo y Teórico” por un descomunal culto a la personalidad. El padre, el “Querido Líder” Kim Jong Il, fue objeto también de una descabellada deificación, aunque con características más artísticas y mundanas. Además de “Genio Portentoso”, “Estratega Invencible” y cosas como esas, Kim II fue escritor de las mejores óperas de la historia, autor de unos mil quinientos libros, insigne director de cine y un fenomenal golfista.  Eso sí, ambos combinaron el culto a sus amables personitas con una férrea opresión hacia el interior de Corea y una actitud aparentemente absurda e impredecible hacia el exterior que los convirtió en auténticos “perros locos” de quienes cualquier vesania podía esperarse. Una estrategia que, lejos de irracional, mucho les sirvió para consolidarse en el poder. 

En 2010 la salud de papá Kim decae de forma acelerada. El tema de la sucesión se adelanta inesperadamente. Ya había decidido el Querido Líder que uno de sus vástagos debía relevarlo, pero ¿cuál de todos? Kim Jong Il tuvo en el transcurso de su disparatada vida tres esposas y, por lo menos, seis hijos. Su primera esposa dio a luz a un niño, Kim Jong Nam. La segunda tuvo dos partos, ningún varón. La tercera tuvo dos muchachos y una hija. El concebido en el primer matrimonio era considerado el heredero, pero en 2001 fue descubierto en un lance insensato. Quien estaba destinado a reinar sobre uno de los últimos sistemas comunistas del orbe perdió el poder al tratar de visitar con su familia el parque temático de Disney en Tokio. Quizá no pudo con la carga psicológico que, para muchos, implica la primogenitura. Síndrome de Esaú, podría ser. Fue desterrado a Macao para supervisar algunos negocios familiares en esa Meca del juego y el narcotráfico. A veces, este desheredado se aventuraba a hacer alguna crítica al régimen de su medio hermano. Hacerlo fue un error letal. Por su parte, mucho se ha dicho que el segundo hijo varón, Kim Jong Chol, amante de la música pop y de las modas hípster, fue excluido de la sucesión por su aparente “afeminamiento”.
Ah, pero Kim Jong Un, el más pequeño de los tres (como la canción de los cochinitos), desde pequeño demostró tener aptitudes de mando, al grado que el papá se decidió por él. Le gustaba al dictador que desde niño este nuevo Kim fuese obstinado, berrinchudo y arrogante. Cuando cumplió ocho años, papi le regaló un uniforme de general, que el muchachito adoraba. Enfundado en él no se cansaba de gritonearle a todo el mundo órdenes e invectivas, generales del ejército y ministros del gabinete incluidos. Decidió entonces el Querido Líder que su retoño aprendiera idiomas y conociera las realidades del atroz capitalismo. Dispuso, por tanto, su inscripción en un colegio en Suiza. No destacó demasiado en la escuela, cierto, pero tampoco llamó la atención por gamberro, como sucedía con otros hijos de dictadores. Regresó en 2006 a Pyongyang para estudiar el inmortal pensamiento suche, fruto del genio ideológico de su abuelo, en la Universidad Kim Il Sung, y tras recibirse fue nombrado de manera expedita jefe de las fuerzas armadas.

Las complicaciones llegaron cuando el Querido Líder falleció en 2011 y Kim III debió improvisarse como nuevo líder y máxima deidad cuando ni siquiera había cumplido los treinta años. Muchos creyeron entonces que su permanencia en el poder era inestable y destinada a ser efímera. En occidente lo veían como un junior regordete y mimado sin voluntad de liderazgo. También era menospreciado en los círculos oficiales chinos. Pero aquí es cuando sacan la casta de tirano. Así como varios zares de Rusia (Iván el Terrible, Pedro El Grande, Catalina) y tantos otros monarcas que llegaron al trono quizá demasiado jóvenes y rodeados de intrigas, Kim sacó la conclusión de que la única manera de sobrevivir en el poder en los sistemas totalitarios es a base de implacables purgas y de ejercer un terror sin piedad. Se encontraba rodeado de líderes militares experimentados y funcionarios del partido, siendo el más peligroso e influyente su propio tío, Jang Song-thaek. Tras dos años de gobierno, Kim embistió sin miramientos contra su tío y lo humilló públicamente al ordenar su arresto durante una reunión pública y televisada. Jang fue ejecutado bajo cargos que incluían conspiración para asesinar al líder, pero también cosas como aplaudirle “con muy poco entusiasmo” cuando entraba en los eventos oficiales. La depuración consiguiente tocó a todos quienes eran considerados leales a Jang. Como algunos otros sátrapas, quiso Kim III ser algo extravagante en el terror, como para asustar más. Ordenó utilizar baterías antiaéreas en la ejecución de muchos de sus enemigos. Así sucedió, por ejemplo, con su ministro de Defensa, Hyong Yong Chol. Y es cierto que desde hace mucho en Corea del Norte se ejecuta por las razonas más nimias, crímenes tales como hablar por teléfono al extranjero, adquirir productos “capitalistas”, poseer pornografía y largo etc., pero Kim añadió a la lista cosas aún más insólitas. Por ejemplo. algún funcionario desvelado cabeceó un par de veces durante uno de los discursos del joven tirano. El dormilón pago su inoportuna somnolencia con la vida.

Fundamental para los déspotas es saber inspirar pánico, dar la impresión de ser capaces de las más extremas crueldades si es necesario. Por eso el nuevo Kim ha ordenado que a las ejecuciones asistan los miembros de la élite gobernante como testigos. Se calcula que en total se ha ejecutado a más de 140 oficiales de alto rango desde que este jovencito asumió el poder. La cereza en este pastel del terror ha sido el espectacular -casi cinematográfico- asesinato de su medio hermano, el criticoncito Kim Jong Nam, envenenado con el agente neurotóxico VX por gentes norcoreanos en el aeropuerto internacional de Kuala Lumpur a plena luz del día. Joven, sí, pero a estas alturas nadie puede negar que Kim Jong Un ha actuado con rapidez, astucia y extrema crueldad. Pocos esperaban que alguien tan inexperto y aparentemente frívolo fuera tan hábil para administrar una dictadura.

Ya con el camino allanado, se procedió a edificar el imprescindible culto a la persona del nuevo Kim, todo un reto en vista de lo colosales que lo han sido los erigidos en loor de abuelo y papá. Cierto es que se empezó de forma discreta. Al principio se le calificaba como “Brillante Camarada” y se hablaba de sus grandes dotes de tirador, de su genio incomparable para las matemáticas y de que era un ideólogo excelente y precoz capaz, ni más ni menos, de escribir a los 16 años un artículo analítico sobre el liderazgo de su abuelo durante la guerra de Corea. Bonito todo ello, sí, pero todavía muy lejos de la prosopopeya acostumbrada en este infortunado país en lo que concierne a la adulación de sus líderes. Pero a partir de las purgas y su consiguiente consolidación en el poder el culto a Kim III se ha incrementado de manera prodigiosa y va en curso de igualar al de los antecesores. Ya se dice de él que es un dirigente todopoderoso, genial e invencible. Se ha publicado y se distribuye masivamente un manual titulado “Actividades revolucionarias de Kim Jong Un”, donde se asegura que aprendió a conducir cuando tenía tres años, ganó una carrera de yates a los nueve y a los diez demostraba increíbles conocimientos científicos y humanistas. Se incluye en el texto una recopilación de las principales citas geniales del mandamás y las órdenes y directivas transmitidas al ejército y a los ministros. Obviamente, el estudio a fondo del manual es a partir de 2017 parte del curso obligatorio que deben seguir todos los funcionarios del Estado para poder ejercer sus funciones. Será un total de 81 horas lectivas sobre el pensamiento de Kim Jong Un, adicionales a las más de 300 que desde hace ya tiempo están dedicadas al estudio de la vida y obra del abuelo y el padre.

Asimismo, el Partido ordenó durante su reciente Congreso efectuar una “campaña de lealtad al respetado líder Kim Jung Un” con una duración de 70 días. Se trataba, sobre todo, de poner a los jóvenes del país a crear obras artísticas (poemas, obras de teatro, pinturas, etc.) dedicadas a glorificar la historia revolucionaria y los logros del nuevo dirigente. Se presentaron más de tres mil obas realizadas por jóvenes y estudiantes de todo el país. Mucho destacaron la obra teatral titulada "Somos los Héroes Jóvenes de un País Poderoso", que describe al líder como poseedor de "un gran honor y la confianza profunda del pueblo". También mucho gustó "Recipiente de Sangre", en la cual se exhibe mostraba el deseo sublime del líder para construir un país invencible y próspero. También abundaron las poesías épicas que ensalzaban tanto a Kim III como a su padre y abuelo.

Es cierto que, todavía, el líder se ha mantenido uno o dos pasos por detrás de sus predecesores en lo relativo a la intensidad del culto a la personalidad. Hay estatuas y retratos del abuelo de Kim Il Sung" y de Kim Jong Il en casi cada espacio público o vivienda. Hombres y mujeres adultos llevan broches con sus efigies encima del corazón. Todo esto aún no sucede con la imagen de Kim Jong Un, pero será cosa de tiempo. Durante el pasado Congreso del partido se rumoreó que en ocasión de tan magno evento se lanzaría un nuevo prendedor con la imagen de Kim Jong Un. No fue así, pero la idea, por alguna extraña razón, fue muy aceptada y elogiada. También está pendiente elevar el estatus del cumpleaños del sátrapa. Los calendarios todavía no destacan el 8 de enero como una fecha festiva, tal y como sucede con los onomásticos de abuelo y papá, pero hay buenos presagios que invitan a pensar que pronto se corregirá esta anormalidad. Por ejemplo, se acaba de apobar, y de manera unánime, en la Asamblea del Pueblo erigir cuanto antes un monumento que rinda tributo a los tres líderes de la dinastía Kim sobre el Monte Paektu, lugar considerado sagrado para la liturgia del régimen de Pyongyang.

Eso sí, el nuevo Kim conserva dentro de su culto su estilo personal. Prefiere cultivar una imagen algo relajada, de hombre de pueblo capaz de abrazar a sus soldados, visitar trabajadores en sus casas y arrullar bebés en las guarderías. Al contario de sus antecesores, a veces se deja ver acompañado de su esposa, Ri Sol-ju, una ex cantante que ama vestirse a la moda. También está ese maravilloso corte de pelo “al hongo” que, se dice, busca imitar un tanto el estilo del abuelito Kim Il Sung. Pero, sobre todo, Kim Jong Un es un tirano sonriente. Siempre anda por aquí y por allá paseando muy orondo su regordeta figura con una sonrisa de oreja a oreja, algo bastante inusual en los dictadores de todos los tiempos, sobre todo en los que tienen aspiraciones de ser dioses, quienes tratan en todo momento de proyectar el hieratismo y la sobriedad que, según ellos, debe caracterizar al hombre de Estado.

En cuestiones más mundanas, a Kim Jong Un muchos analistas de dan el crédito de flexibilizar los controles del Estado sobre la economía e impulsar un crecimiento modesto, así como por recuperar la confianza pública de la que disfrutaba el régimen dinástico en el periodo de su abuelo y que se perdió en buena medida bajo el mando de su padre, cuya gestión se recuerda -sobre todo- por la hambruna que devastó a Corea del Norte en los años noventa. Pese a las sanciones y el aislamiento internacional, Kim III ha mejorado en algo el acceso a la comida e incluso de algunos bienes de consumo, por lo menos en la privilegiada capital, al permitir más actividades comerciales. También ha iniciado un auge urbanístico en Pyongyang, donde se solo viven los ciudadanos más leales. Pero es la política internacional y, debe decirse, la suerte, lo que ha ubicado a Kim como uno de los protagonistas más importantes en el escenario internacional y reforzado su imagen al interior del país al consagrarse como “perro rabioso mundial”, figura que tanto ayudo a papa y abuelito. El desarrollo misilístico y del poderío nuclear iniciado por Kim Jong Il se ha sido impulsado espectacularmente en estos últimos cinco años. Ya se han realizado tres nuevas pruebas nucleares y hay evidencia de que se prepara otra. También bajo el gobierno del Kim Jong Un se han realizado cerca de 80 ensayos con misiles, más del doble de los que se hicieron durante los mandatos de papá y abuelito. ¡Qué orgullo deben de sentir ambos allá en el cielo suche, sobre el sacrosanto Paektu!

Hoy, contra de todos los pronósticos, Kim III se encuentra a punto de convertir a su aislada y empobrecida nación en una de las pocas en el mundo que pueden atacar a Estados Unidos con un misil nuclear, lo cual sería un desafío no solo al gobierno estadounidense, sino también a toda la comunidad internacional y a sus tradicionales aliados de Pekín. También vemos como este gordito sonriente, chabacano y brutal se ha vuelto uno de los referentes internacionales más destacados del orbe, incluso más de lo que fueron sus ancestros, pero eso se lo debe más bien al azar, a la inmensa suerte de haberle tocado la presidencia en Estados Unidos de un personaje aún más insolente, fatuo e insensato que él mismo Y digo más porque los Kim, los tres, fanfarroneaban como una estrategia razonada de supervivencia, mientras que Donald Trump lo hace por obedecer sus instintos de eterno adolescente. Nada pudo beneficiar tanto a Kim Jong Un en la consolidación de su poder que esa declaración torpe con la que Trump amenazó a Norcorea de ahogarla en un torrente de “furia y fuego”, hecha apenas un día después de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara, con la anuencia siempre difícil de Rusia y China, severas sanciones económicas sobre el régimen de Kim III. Thank you, Donnie!

*Artículo publicado en la revista Campaings & Elections, septiembre 2017


miércoles, 15 de marzo de 2017

Elecciones en los Países Bajos 2017






Este es el link para ver el programa sobre las elecciones en Países Bajos 2017:
http://www.canaldelcongreso.gob.mx/vod/reproducir/0_bvbvapww/Elecciones_en_el_Mundo_2017%3A_Paises_Bajos

miércoles, 22 de febrero de 2017

Entrevista a Pedro Arturo Aguirre por Blanca Lolbee

Mi entrevista en TV Azteca con Blanca Lolbee


http://aztecatrece.com/desafio/videos/capitulos/la-democracia-esta-en-crisis/359251