
Bélgica tiene nuevo rey. Se trata de Felipe, hijo de Alberto II, quien abdicó hace poco tiempo a
la corona. Se trata del segundo monarca europeo que abdica este año en favor de
su primogénito, Ya lo había hecho Beatriz de Holanda en su hijo
Guillermo-Alejandro. Esto de abdicar puede convertirse en moda. Mucho se habla
de que la siguiente podría ser Isabel II, sobre todo ahora que ya tiene
herederos hasta para tres generaciones, y muchos señalan con el dedo a Juan
Carlos, el de España, Ya se verá. Lo que sí es seguro es que el nuevo rey
Felipe llega en el momento más delicado en la historia de su pequeño, aunque
prospero, país afectado por un serio conflicto separatista. La pena de Bélgica,
como el título de aquella extraordinaria novela de Hugo Claus que trata sobre
el colaboracionismo flamenco con los nazis. Aunque, que no cunda el pánico,
amantes de la cerveza de alta fermentación. Yo no creo que Bélgica desaparezca.
Este país nació gracias a necesidades geopolíticas concretas y se mantendrá en
virtud a conveniencias económicas todavía más concretas.
Me explico. Las potencias necesitaban un “Estado colchón” entre ellas, y los
flamencos y valones precisaban unirse para subsistir en una Europa conflictiva
e inestable. Lo que hoy son Bélgica y Holanda eran una sola nación, hasta su
separación en los siglos XVI y XVII consecuencia la disputa religiosa entre el
norte (protestante) y Flandes (católico). Más tarde sobrevino la proclamación
de los “Estados Belgas Unidos”, en 1790, que sólo sirvió para disimular el
dominio austríaco sobre esos territorios durante los siete años siguientes,
hasta que Napoleón se apoderó de Bélgica. En 1815, el famoso Congreso de Viena
conformó los llamados Países Bajos, uniendo de nuevo a Bélgica y Holanda de una
manera muy artificial. En 1830 los belgas obtuvieron la soberanía como un
Estado neutral. Este matrimonio de conveniencia entre flamencos y valones
funcionó a las mil maravillas pese a las diferencias lingüísticas y étnicas. A
fin de cuentas, la alianza ayudo al país a sobrevivir a las contantes guerras y
tensiones internacionales, a pesar de haber sido invadidos y ocupados dos veces
por sus amables vecinos alemanes. Los belgas no sólo sobrevivieron, sino que
hicieron dinero, y mucho. La expansión económica belga comenzó hacia 1885
explotando de forma criminal el territorio del Congo. Con ello, los belgas se
pasaron de tales y perpetraron uno de los genocidios más espantosos de la
historia. Fue un holocausto que costó la vida, según los historiadores, a 10
millones de personas, aproximadamente, además de que otros tantos millones
fueron mutilados y torturados sin piedad por sus crueles opresores, sin
distinción a que fueran flamencos o valones. El principal responsable de este
latrocinio sin castigo, Leopoldo I, de quien todavía pueden verse lindas
estatuas en varias ciudades del país, tanto flamencas como Valonas. La falta de
escrúpulos no conoce diferencias de ningún tipo lingüístico o étnico, de eso ni
hablar.
Esta Bélgica tan “próspera y humanista” fue clave en la creación de la
Comunidad Económica Europea (Hoy Unión Europea) y un socio muy activo de la
OTAN. Pero al final de la guerra fría, los flamencos empezaron a ver a los
relativamente más pobres valones como una lacra, cómo unos “mantenidos” buenos
para nada. A final de cuentas, el gran y honestísimo, negocio de la explotación
de los diamantes africanos está en Amberes, ciudad flamenca. Es así que los
ocultos conflictos étnicos que habían sido soterrados por los años de progreso
y de peligros externos salió, repentinamente, a la superficie y han debilitado
la estructura nacional. Desde los noventas, los gobiernos del país han
sobrevivido a base de acuerdos de convivencia siempre provisionales y que en
esencia han concedido a los flamencos cada vez mayores poderes de autonomía. Es
cierto que hoy los valones están más hartos que nunca de consentir y de
conceder cada vez más prerrogativas a sus encantadores “paisanos” quienes,
impulsados por demagogos de extrema derecha, han asumido posiciones cada vez más
soberbias y egoístas.
Hace algunos años, The Economist
publicó un artículo a favor de la separación definitiva de este país el cual,
según el semanario, ya había cumplido con su misión histórica. Pero muchos
analistas más cínicos que los de The
Economist (y el The Economist
suele ser bastante cínico) piensan que tal cosa no sucederá por una sencilla
razón: el complejo estatus de Bruselas, la capital del país y, más importante a
estas alturas del partido, sede de la burocracia europea. Bruselas es la única
región auténticamente bilingüe del país, cuyo estatus, en caso de separación,
sería muy difícil de definir. Ahora bien, ser sede de las euro instituciones ha
sido un negocio redondo para los belgas, uno que no se querrán perder almas tan
caritativas como las que han demostrado tener los flamencos a lo largo de su
tierna historia, y ni siquiera los valones, tildados de “ingenuos” no sólo por
los mamones flamencos, sino por buena parte de Europa (¿El idiota de la
familia?).
Así que, por
conveniencia económica de ambas partes, tendremos Bélgica para rato. ¡Qué bueno!
Una división complicaría aún más las de por sí maratónicas eliminatorias
Europeas para el mundial y la Eurocopa.¡ Hasta Kazajstán, sí, el país centro
asiático de Borat, se siente con derechos futbolero-europeístas!