lunes, 22 de julio de 2013

Detropía


 
La semana pasada la ciudad de Detroit se declaró formalmente en quiebra. Se esperaba. Como le pasa a mucha gente, yo también tengo fascinación por las imágenes de decadencia. Hoy la otrora relumbrante Detroit expone en sus calles imágenes que bien podrían haber sido sacadas de alguna de esas películas post apocalípticas. La que fue la cuarta ciudad más grande e importante de los Estados Unidos padece una debacle que, a su modo, no deja de ser bella. Desde sus días de gloria como la capital automovilística de Estados Unidos, Detroit ha perdido casi dos terceras partes de su población. Hay en la vieja Motown  800,000 estructuras vacías, la mayoría en estado ruinoso. Algunas de estas construcciones son verdaderamente magníficas. El deterioro de los antes antes los formidables edificios tiene un potencial artístico fenomenal e incluso ya está atrayendo cierto tipo de turismo sigamos “voyerista”. Mucho se ha fotografiado últimamente la decadencia de Detroit, y ciertamente hay algo de voyerismo en la fascinación por la decadencia de tan magníficas construcciones. Las ruinas aparecen ya hasta en las guías: la Estación Central de Michigan, la Planta Automotriz Packard, el Edificio Metropolitan, los más lujosos hoteles de principios de siglo, teatros, cines y residencias que van desde el estilo neogótico al Art Decó. Y lástima que algunos de los mejores ejemplos ya no existen, como fue el caso de los almacenes Hudson (demolidos en 1998) y del grandioso hotel Detroit Statler (derruido en 2005). Y es que La época dorada de Detroit fue verdaderamente excepcional. Después de Nueva York y Chicago los grandes arquitectos iban a Detroit. Se construía de acuerdo a los dictados de las modas de la época, con materiales de calidad de la mejor calidad y excelentes diseños. Por eso es que las ruinas de hoy son tan hermosas.

Hay cada vez más especialistas en fotografiar el ocaso de Detroit. Entrar en ellos, para fotografiar su letárgico derrumbe, debe ser es una experiencia abrumadora, como visitar la Acrópolis o las runas de Persépolis. El chileno Juan Carlos Vergara ha exhibido miles de fotografías. Incluso hace poco presentó una exposición sobre el tema en el Museo Nacional de Arquitectura de Washington bajo la rúbrica Detroit is no dry bones (Detroit no es hueso desnudo). También hace poco salió publicado el libro The Ruins of Detroit, que recoge fotografías de los franceses Yves Marchand y Romain Meffre, quienes muestran a través de sus instantáneas la cruda realidad de una ciudad cada vez más abatida y solitaria. Heidi Ewing y Rachel Gradyy filmaron un interesante un documental titulado Detropia, la revista Time dedicó hace un par de años un número completo a las imágenes de tan impresionante la decadencia urbana e incluso el cine ha incursionado en el tema, recuérdese la estupenda película Gran Torino, con Clint Eastwood.

En la historia del urbanismo, mucho se ha escrito sobre los temas de cómo ampliar eficazmente los grandes centros urbanos, pero poco hay sobre el fenómeno de la contracción de ciudades, y esta se está convirtiendo en una historia común tanto en el Medio Oeste norteamericano como en otros países (la ex RDA en Alemania, Rusia, el noreste de Inglaterra), ciudades ubicadas en zonas de clima poco acogedor pero que en su día atrajeron gente gracias a el auge de la industrialización. Así se expandieron Cincinnati, Búfalo, Detroit, Cleveland y Pittsburgh. Pero tras terminada la Segunda Guerra Mundial comenzaron un lento declive. Menos fábricas y menos oportunidades de trabajo significaron menos población. Las clases altas y medias optaron por emigrar a los suburbios. Así, el descenso de la población en una ciudad presenta muchos desafíos: se recaudan menos impuestos, el aparato gubernamental deja de estar equipado y no puede prestar servicios, la ciudad se convierte en un lugar menos apetecible para vivir. Detroit se ha convertido en la segunda ciudad más violenta de Estados Unidos. La más violenta no se halla muy lejos, ya que se trata de Flint, Michigan. El desempleo es galopante (con un índice real del 50%) y con un 36% de los residentes viven por debajo del nivel de la pobreza. Así, los que se quedan en Detroit lo hacen porque no tienen más remedio que permanecer ah, es gente con pocos recursos o emigrantes llegados de las guerras gringas como las de Oriente Medio o Indochina, tal y como se ve, precisamente, en Gran Torino. Y las locuras no se hacen esperar. La destrucción por festejar un triunfo deportivo de los Tigres en Beisbol o de los Red Wings en Hockey es de escándalo, lo mismo que las celebraciones de Halloween, donde algunos pobladores se divierten provocando pavorosos incendios en las casa deshabitadas.

Detroit, la Motown, la urbe invencible y esplendorosa de la General Motors, Ford y Crysler, cuna de los seductores Cadillac y de la música (entre otros) de John Lee Hooker es la perfecta metáfora distópica del siglo XXI. Su florecimiento duró unos 70 años. Hoy, avanzar por sus ruinas, casas incendiadas, rascacielos vacíos, sus espacios ignotos y su downtown pleno de soberbios edificios moribundos hoy sólo habitados por indigentes, alimañas y hasta coyotes debe ser una de las emociones más fuertes con las que puede enfrentarse un viajero aventurado.

viernes, 19 de julio de 2013

¡Italia no Merece a esa Ministra!


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Hace algunos días comentábamos en El Oso Bruno (y en el Diario Digital www.30dias.net) editorial de 30 Días sobre innumerables e ignominiosos insultos machistas que debió tolerar la ex primera ministra australiana Julia Gillard durante su gestión como jefa de gobierno. Pues bien, esos denuestos tan abominables se quedan cortos comparados con lo que la ministra de Integración italiana, Cecile Kyenge, debe enfrentar en Italia, un país otrora grande por sus aportaciones a la cultura universal pero que hoy es (des) gobernada por una caterva de bandoleros y patanes de la peor ralea personificados en la repugnante personita del “Cavalier” Silvio Berlusconi.

Desde que Cecile Kyenge fue nombrada la primera ministra de raza negra el pasado abril, esta política de origen congoleño ha tenido que soportar denigrantes apodos xenófobos y sexistas como “orangután congoleño” o “integrante de la república de bonga bonga”. Ambos comentarios provienen de miembros de la Liga del Norte, una organización populista de lo más pedestre surgida a finales de los años ochenta en las regiones norteñas italianas que desde su fundación se ha caracterizado por su racismo y por incitar el odio a todo lo que no “piensa” como sus impresentables militantes y líderes. Más grave fue la declaración del senador Roberto Calderoli, también de la infame Liga Norte y (por añadidura) vicepresidente del Senado, quien afirmó que afirmaba que Kyenge “estaría mejor trabajando como ministra en el Congo, ya que pretende imponer en Italia sus tradiciones tribales”. Para redondear la diatriba, este remedo de legislador hizo una comparación entre los rasgos de Kyenge y los de un orangután: “Cuando veo fotografías de la susodicha ministra no puedo evitar pensar en los rasgos de un orangután”. Sobre el particular, no resisto decir que después de ver la cara anodina y algo idiotizada de Calderoli no pude pensar sino que el senador no está para criticar las apariencias de nadie. Y aquí no acaba la cosa una ¡mujer! dirigente regional de la Liga Norte, una tal Dolores Valandro, escribió un mensaje en Facebook expresamente se preguntaba: “¿Por qué no viola alguien a Kyenge para que pueda entender cómo se sienten las víctimas de estos horribles crímenes?”. Con ello, Valandro hacía alusión a que la mayoría de los asaltos a mujeres en Italia provienen de inmigrantes. Y el linchamiento verbal no acaba en los políticos, las redes sociales italianas  han sido una plataforma de duros ataques contra la ministra italiana de Integración escritos por una buena cantidad de ciudadanos italianos “de a pie”.

 

Kyenge, ha reaccionado con inteligencia y clase. No pidió la renuncia de Calderoli, sino que pidió a todos los políticos que “reflexionen sobre el uso de la comunicación”, puesto que sus palabras “pesan”, especialmente aquellas dichas por los políticos de más alto rango. “deberían darse cuenta de que hablan representando a los ciudadanos y a Italia y que dan al país mala fama con este tipo de incidentes”. A la pregunta que le hizo en una entrevista la Deutsche Welle de si consideraba a Italia un país racista, la ministra, cautelosa, respondió: “Es una pregunta difícil, pero yo siempre he dicho que, pese a todo, Italia no es un país racista sino una sociedad que necesita saber más sobre inmigración y el valor de la diversidad. Quizás lo que más nos falta es una cultura de la inmigración. Solo después de que el país haya progresado en estos ámbitos podremos juzgar si es racista o no. Además, en todo caso hay que comprender que el fenómeno de la inmigración en Italia es relativamente nuevo, en comparación con otros países europeos. Recuérdese que en 1990, el porcentaje de extranjeros en la población italiana era de aproximadamente un 2 por ciento. A día de hoy ha aumentado a un 7.5 por ciento.”

La estatura moral y política exhibida por Kyenge demuestra que por lo menos uno de los estúpidos comentarios hechos con el propósito de denigrarla tiene algo de razón: ella debería ser ministra en el Congo y no en Italia, pero porque Italia sobradamente en los útimos años  ha demostrado ser una democracia en franca decadencia que no merece tener en su gobierno a una persona de tan alta categoría. Italia lo que merece es a Silvio Berlusconi, ese su espejo, un individuo chabacano que  no tiene miedo ni vergüenza en exhibirse como un vulgar machista e ignorante, un cínico que disfruta sin pudores de la corrupción y que es un fanfarrón de antología.

Berlusconi encarna una especie de versión caricaturizada del ideal de vida italiano. Y, justamente porque es una caricatura se le permiten ciertas exageraciones. Los italianos lo escuchan, lo observan en la plenitud de su vulgaridad y quedan encantados. Se ven en él. No merecen más.

domingo, 7 de julio de 2013

Julia Gillard y el Machismo en Australia


Es cierto que cada vez vemos a más mujeres como jefas de Estado y de gobierno alrededor de todo el mundo, pero no por ser gobernantes algunas dejan de ser objeto de deplorables ataques y prejuicios machistas. El caso más grave de esto lo ha dado Australia. Hace unos días los parlamentarios del partido laborista de aquel país destituyeron como líder de su partido Julia Gillard, quien hasta ese momento fungía como la primera mujer jefa de gobierno australiana, por considerar que su impopularidad ante el electorado era insuperable y que su derrota en las elecciones generales a celebrarse el próximo septiembre era inevitable. Como su remplazo al frente del partido y (consecuentemente) del gobierno pusieron al ex primer ministro Kevin Rudd, quien había antecedido a Gillard en la jefatura del gobierno. De inmediato las encuestas de opinión empezaron a ofrecer a los alicaídos laboristas la oportunidad de vencer a sus adversarios en las urnas.¿Por qué era tan impopular Gillard? Cierto es que la forma en que llegó al poder fue algo ruda. Gillard acusó al entonces primer ministro Rudd de haber perdido el rumbo del gobierno y empezó a maniobrar para destituirlo. La estratagema tuvo éxito y Gillard fue designada nueva primera ministra. Muchos analistas, confieso que incluido yo mismo, pensamos que la maniobra de Gillard había sido asaz traicionera, pero en política estas cosas se dan todos los días. ¿O no? Quizá de haber sido hombre no hubiese faltado quien incluso halagara a Gilliard por su “maquiavelismo” y astucia política. Muchas, pero muchas más tropelías se le han perdonado, por ejemplo, al impresentable Berlusconi, quien sigue ganando millones de votos a pesar de haber gobernado a Italia con las patas y de ser centro de sus innumerables escándalos de corrupción y sexuales.  En cambio Gillard pasó a ser, de inmediato, la gran villana, The Bitch que todo el mundo ama odiar.
La verdad es que desde el principio de su carrera política Gillard fue víctima de groseros prejuicios machistas. Cuando era viceprimera ministra un diputado conservador expresó sus dudas de que una mujer soltera y sin hijos pudiera hacerse cargo de los asuntos de un país. El estilo descarnado, franco y directo de Gillard era considerado como demasiado “agresivo” por parte de los electores y no solo por los hombres, hay que decirlo, sino las mismas mujeres que le criticaban su presunta “desfachatez” de  llamar al pan “pan” y al vino “vino”. A la prensa sensacionalista le encantaba comparar a la ascendente política laborista con la cínica y calculadora Miranda, famoso personaje de la serie televisiva Sex in the City. Ya como jefa de gobierno, Gillard fue objeto de una interminable y visceral retahíla de insultos sexistas y agravios misóginos. Se debatía sobre el estilo de su vestimenta, el tamaño de su trasero, la gradación de su escote, el corte de su pelo, el tono de su voz y se especulaba si su marido –peluquero de profesión-, era o no gay. Cuando, el año pasado, su padre murió, un personaje de la radio tuvo el pésimo gusto de preguntarse al aire si el señor se habría muerto de vergüenza por haber tenido la hija que tuvo. 
Rumbo a la campaña el tono sexista subió a niveles grotescos. En una cena para recaudar fondos ofrecida por el partido Liberal de Australia (oposición), el menú indicaba como su plato estrella “codorniz a la Julia Gilliard: pequeños pechos, grandes muslos y un gran agujero de color rojo”. El líder de la oposición, Tony Abbott, ha tenido el descomedimiento  de  arengar a sus seguidores ante sendas pancartas que tildaban abiertamente Gillard de “perra” (bitch) y “bruja” (witch). Los ataques sexistas han dado lugar a enconados debates parlamentarios en los que Gillard, mujer de carácter no se arredró e incluso llegó a recuperar algunos puntos ante la opinión pública.  “Este hombre no me va a dar lecciones sobre sexismo y misoginia. Ni ahora ni nunca. (…) Si quiere saber qué aspecto tienen el sexismo y la misoginia en la Australia moderna no necesita una moción parlamentaria. Necesita un espejo”, le recamó Gillard alguna vez a su rival Abbott. 
Evidentemente, indignarse por los agravios sexistas a Gillard no quiere decir que por el simple hecho de ser mujer una persona dedicada a la política deba ser inmune a críticas o insultos o se le disculpen torpezas, ineficiencias o actos de corrupción.  A fin de cuentas, es gobernante de una nación democrática. Solo remítase la memoria a. por ejemplo, Cristina Kirchner para saber lo mala que puede ser una gobernante, o a nuestra Elba Esther si se quiere hablar de corruptas. Pero lo que destaca aquí el carácter abiertamente misógino de estos insultos, siempre destinados a destacar la condición femenina de Gillard. Algo parecido ha pasado con otras gobernantes en el mundo, no cabe duda, pero nunca en la intensidad de lo que ha sucedido con la ex primera ministra australiana, quien, por otro lado, fue una buena gobernante en términos generales: presidió un sólido crecimiento económico, logró reducir las emisiones de carbono en su país y promovió trascendentales reformas en los ámbitos de la educación y la protección de los discapacitados. Cometió errores también, como abandonar  la promesa de no introducir un impuesto sobre el carbono, adem´pas que muchos “expertos en comunicación” destacan su incapacidad de proyectar  simpatía, sentido del humor y sinceridad en sus intervenciones públicas. Pero sus defectos ni de lejos pueden compararse a... bueno, otra vez el mejor ejemplo que se me ocurre es la incompetencia, corrupción y grosería de Silvio Berlusconi, a quienes todavía hoy millones de italianos le votan con singular alegría. ¿No es espantoso el contraste entre lo que sucedió con Julia y la forma en que se le perdona todo al bufón machista Berlusconi?
Rumbo a los comicios de septiembre, Rudd ha revivido las posibilidades de su partido y los comentaristas han pasado de discutir la misoginia a tratar los temas electorales clásicos: los impuestos, los inmigrantes, la economía. Hay una desconcertante sensación de alivio en la prensa del país ahora que “esa mujer” se ha ido. Pero no debería olvidarse tan fácil ni rápidamente la bochornosa experiencia de lo sucedido con Julia, mucho menos en Australia, un país supuestamente desarrollado pero que padece un severo problema de violencia machista. La tasa de violencia de género en Australia es una de las más altas de los países occidentales. Alrededor de 77 mujeres mueren cada año a manos de sus parejas, dato extremadamente alto si tenemos en cuenta que Australia tiene una población de tan solo 22 millones de habitantes.

jueves, 4 de julio de 2013

¿Llegó el Invierno para la Primavera Árabe?


 
Quienes amamos la libertad saludamos entusiastas hace dos años el advenimiento de las revueltas civiles que estallaron en varias naciones del Medio Oriente, fenómeno que se ha dado a conocer como la Primavera Árabe. Llegaban a su fin o iniciaban un irreversible ocaso regímenes dictatoriales nacidos con la descolonización, los cuales habían arribado al poder con una generación de líderes cuyo principal objetivo era consolidar el nacionalismo, separar la religión del Estado y modernizar sus naciones utilizando una suerte de “socialismo árabe”. Los más destacados de estos dirigentes serían Gamal Abdul Nasser, el iraquí Karim Kassem, el sirio Hasem El-Atassi, el yemenita Abdala Al-Salal, el tunecino Habib Bourguiba, el argelino Ahmed Ben Bella y el mauritano Mouktar Ould Daddah. Se sumarían poco después a este espíritu socialista y nacionalista Hafez el Assad en Siria, un tal Saddam Hussein en Iraq y otro “tal”: el libio Muammar Khadafi.

Nacionalismo laico, socialismo a la árabe y odio a Israel fueron los códigos que identificaron a estos dirigentes, pero también un desbocado autoritarismo, una corrupción galopante, un catastrófico desgobierno económico y, en ocasiones, demenciales cultos a la personalidad. Las rebeliones surgidas en 2011 y qué aún continúan en su faceta más cruenta en la guerra civil en Siria, despertaron la esperanza de que algún tipo de democracia reconciliada con el Islam surgiera en las naciones que valientemente se habían deshecho de sus tiranos, e incluso muchos propusieron el ejemplo de Turquía, un país aceptablemente democrático gobernado por un partido islamista moderado respetuoso del sistema democrático y de los derechos humanos. Sin embargo, desde el principio muchos pesimistas advirtieron que la destitución de los dictadores laicos solo daría lugar a la asunción al poder de fundamentalistas musulmanes que lejos de liberalizar a las sociedades árabes impondrían la sharia y la intolerancia religiosa. Hoy, en vista de lo que sucede actualmente en Egipto tras el golpe de estado que derrocó al presidente Mursi, los cruentos enfrentamientos entre sunitas y chiítas en Iraq y las preocupantes tendencias salifistas que exhiben algunas de las facciones anti Assad en Siria, e incluso la violenta represión ordenada por Erdogan en Turquía cabría pensar que los pesimistas tenían razón y que la llamada primavera árabe era un experimento de origen destinado al fracaso y que la democracia es un tipo de gobierno completamente incompatible con el islam.

Pero la realidad, como siempre, es más compleja. Nadie dijo que la democratización de los países árabes fuera una tarea fácil.   El mundo islámico no logra absorber la naturaleza de la democracia como está concebida en los países del mundo occidental, puesto que las naciones árabes tienen como fuente principal de sus instituciones políticas al Corán, que además de ser la guía de la religión islámica, dicta orientaciones sobre la organización y funcionamiento de las instituciones de los poderes públicos, y valores morales. Los líderes de las naciones que vivieron la primavera árabe deben aprender a congeniar con esta realidad y abocarse antes que nada a alcanzar paz interna, estabilidad política y un grado aceptable de desarrollo económico, tareas de suyo difícil que llevará años completar.

La polarización ideológica que tiene su origen en factores religiosos en estas naciones, tómese en cuenta que en el mundo árabe el poder religioso sigue intrínsecamente vinculado al poder político. Estos elementos harán que las transiciones árabes sean muy sui generis, muy distintas unas de otras y el resultado no será necesariamente un sistema político idéntico al de las democracias liberales occidentales, pero quizá sí sea capaz de, por lo menos, garantizar un mínimo de libertades públicas para sus habitantes y eviten la entronización tanto de fanáticos religiosos como de sátrapas megalómanos. Al tiempo.

Mandela y Mugabe: Vidas Paralelas


 
Ahora que Nelson Mandela convalece en estado crítico el mundo entero halaga, con toda justicia, las grandes cualidades humanas y políticas de este paladín. Particularmente interesante me resultó el elogio que le dedicó Mario Vargas Llosa, quien destaca el estoicismo, el pundonor y  la tenacidad que demostró tener este líder incansable en su lucha por la libertad antes y durante los largos 27 años que estuvo prisionero en Robben Island y subraya la forma en que Mandela gobernó a su país alejado de rencores, apegado de forma irrestricta al régimen democrático, siempre con la idea de reconciliar a las razas y de evitar la asunción de una dictadura. Mandela asumió la presidencia sudafricana dueño de una abrumadora popularidad interna y de un gran prestigio internacional,  Ese tipo de devoción popular mitológica suele marear a sus beneficiarios y volverlos —Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro— demagogos y tiranos.” Como bien nos recuerda Vargas, pero Mandela rehuyó a la tentación de convertirse en un sátrapa entregado a la corrupción, al despotismo y al culto a la personalidad. Gobernó para todos y desistió de relegirse una vez terminado su mandato.

Los contrastes no pueden ser más abismales respecto a otro quien fue gran luchador por la independencia y en contra del racismo colonial: Robert Mugabe, héroe de la liberación de Zimbabwe (Antes Rhodesia) quien, como Mandela, pasó un largo período preso, pero a diferencia del gran sudafricano Mugabe jamás perdonó a los blancos. Al llegar al poder, en el muy lejano año de 1980, se dedicó a perseguirlos, a arrebatarles tierras y empresas y a expulsarlos del país en la mayor medida posible. Hace algunos meses Mugabe reprochó públicamente a Mandela haber sido “demasiado blando” con los blancos durante su gobierno. Pero no solo los blancos padecieron de las arbitrariedades de este dictador despiadado, frío y calculador que poco después de lograda la independencia  ordenó la masacre de 20,000 civiles en la ciudad de Matabeleland que apoyaban a su principal rival político, Joshua Nkomo. Durante todas las décadas en las que ha durado Mugabe en el poder han muerto bajo extrañas circunstancias decenas de opositores al régimen. En el año 2000 comenzó a fraguarse un movimiento opositor de gran calado dirigido por Morgan Tsvangirai que no tardó en amenazar la hegemonía de Mugabe. Como respuesta, el gobierno desató una oprobiosa “operación limpieza” que supuso la destrucción de los hogares y el sustento de aproximadamente 700,000 habitantes. Tanta represión, aunada a una corrupción generalizada, un vergonzoso desgobierno y un culto a la personalidad al “Padre de la Patria” provocó que la economía se derrumbara y la popularidad del presidente cayese en picada. Actualmente Mugabe sobrevive en el poder solamente gracias al aumento de la violencia, la represión y los fraudes electorales. Eso sí, como todo buen demagogo populista Mugabe culpa de las desgracias del país a Gran Bretaña, los Estados Unidos, los agricultores blancos y las sanciones occidentales.

Mugabe subió desde los inicios humildes para llevar a su país a la independencia. Fue aclamado, por un tiempo, como uno de los líderes más progresistas de África poscolonial. Es cierto que al principio de su gobierno  promovió educación, salud y agricultura. Muchos opinan que si hubiera dimitido después de una década en el poder podría haber ganado un puesto de honor en la historia, incluso a pesar de las masacres Matabeleland. Pero lejos de eso se aferró al poder y se cree dueño del país entero (Zimbabwe es mío, ha declarado en diversas ocasiones). Hoy tiene cada vez menos amigos y aliados está cada vez más paranoico y ha perdido el contacto con la realidad.

Mandela trabajo por la reconstrucción de la economía nacional y la reconciliación del país. Despreció como pocos personajes en la historia lo han hecho (rara avis) los seductores, fatales y arteros artificios del poder. Mugabe  pasará a engrosar la larga lista de la familia de los tiranos que cayeron en la tentación de endiosarse. El legado de Mandela será inmortal, el de Mugabe se hundirá en el fango.




 

miércoles, 26 de junio de 2013

Dilma y Erdogan: las notables diferencias.





¡Vaya que ha sido abismal la diferencia en las formas en las que la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan han respondido a los respectivos movimientos de protesta que aquejan en la actualidad a los países que gobiernan! Mientras el gobernante turco recuerda en su hubrys que él ha ganado tres elecciones generales consecutivas y lanza a sus partidarios a enfrentarse a los manifestantes, a los que denuncia como “terroristas”, y pretende legislar para imponer mayores controles a las redes sociales, la mandataria brasileña ha valorado las manifestaciones como la prueba de la energía democrática de su país, ha llamado "a escuchar estas voces que van más allá de los mecanismos tradicionales, partidos políticos y medios de comunicación" y ha emplazado a una realizar un plebiscito para convocar a una asamblea constituyente que realice una reforma política de fondo para incrementar la participación popular en los procesos de toma de decisiones y ampliar los horizontes de ciudadanía, así como establecer mecanismos más efectivos para el combate de la corrupción.

En Brasil las convulsiones comenzaron a principios de mes por un aumento en la tarifa del autobús y el tren subterráneo en San Pablo, Río de Janeiro, Coritiba y otras ciudades. Las protestas pronto se ampliaron a otros temas, descubriendo la frustración generalizada en varios sectores de la vida económica y social, incluyendo los elevados impuestos, deficientes servicios públicos y el enorme gasto gubernamental programado para cumplir los compromisos faraónicos adquiridos por Lula da Silva como la Copa Mundial del 2014 y las olimpiadas del 2016.Las protestas se extendieron por todo el país de forma tan inusitada como espectacular.

En Turquía las manifestaciones comenzaron el 28 de mayo mediante un plantón pacífico protagonizado por activistas ambientalistas y verdes que querían evitar la tala de árboles para urbanizar un parque cercano a la Plaza Taksim de Estambul. La represión policial tres días después desató protestas en todo el país. La respuesta policial, al contrario a lo que sucedió en Brasil, fue brjutal. Una violenta intervención de la fuerza pública en la Plaza Taksimno hizo sino extender las protestas por todo el país. La ONU y los activistas de los derechos humanos mostraron su alarma por las informaciones recibidas en el sentido de que las balas de goma y los aerosoles con pimienta fueron dirigidos directamente a los manifestantes y a muy corta distancia. La fuerza pública usó además cañones de agua.

Erdogan, criticó a los manifestantes con un lenguaje belicoso que molestó a los líderes europeos y, al parecer, ha vuelto a retrasar la entrada del país en la Unión Europea. Es un hecho que el prestigio internacional del país ha quedado muy maltrecho. Las protestas han sido dirigidas en gran parte contra Erdogan, un político ciertamente exitoso pero cuya soberbia lo ha llevado a intentar incrementar su poder mediante cambios constitucionales y la erosión de las libertades y valores seculares.

En Brasil, como en otras democracias emergentes, ha estallado el descontento de una sociedad que ha accedido a mayores cotas de bienestar, que está más informada y mejor educada y que justo por eso tolera cada vez peor la desigualdad y los abusos de poder. Demandan servicios públicos acordes con la presión impositiva que soportan. Están hartos de pagar altos impuestos y de padecer, a cambio, pésimos servicios en salud, educación y transporte. La presidente los ha escuchado y se ha comprometido públicamente a atender sus demandas.

Más allá de la buena o mala voluntad de los gobiernos el gran problema de todos estos movimientos espontáneos de protesta es el desgaste que inevitablemente padece una militancia sin liderazgos ni organización, por ello terminan con la angustia de ver cómo sus triunfos terminan en nuevas frustraciones justo por no poder articular sus demandas. El desgaste sobreviene al no encontrar formas de construir agendas de acciones concretas y en la imposibilidad de mantener un ritmo constante de protestas diarias. La falta de organización tiene su precio, y esto lo saben de España a Grecia, de Túnez a Egipto, de Portugal a Wall Street.
La diferencia, hasta el momento, ha residido en que los gobernantes genuinamente demócratas tienen la comprensión fundamental de que la minoría que no votó por ellos en las urnas son tan ciudadanos de su país que los que sí los apoyaron y por ello tienen derecho a ser escuchados. Saben que el trabajo de un líder es actuar y decidir en beneficio de los intereses nacionales y no sólo a favor de seguidores. Los manifestantes turcos se lanzaron a las calles porque creían que el arrogante Sr. Erdogan no era hostil a sus intereses, pero éste fue sordo a sus quejas y optó por satanizar a los disidentes como “terroristas” y “agentes extranjeros” y reprimirlos con gas lacrimógeno y cañones de agua. El contraste con Brasil, donde Dilma Rousseff ha insistido en que los manifestantes tienen todo el derecho a protestar y se ha comprometido a atender sus demandas. Dos mundos radicalmente distintos, no cabe duda.

viernes, 21 de junio de 2013

Brasil y sus Ansias de Novillero

 
El milagro brasileño se desinfla de inusitada forma. Pocos pensaban hasta hace muy poco que Brasil, ni más ni menos la gran potencia emergente latinoamericana que crecía económicamente a pasos agigantados, vencía a la pobreza y cobraba una importancia internacional cada vez mayor iba a ser protagonista de multitudinarias manifestaciones de protesta dignas de ver, más bien, en naciones quebradas como España o Grecia. La razón es que el modelo brasileño no ha sabido corregir algunas graves fallas estructurales de las que padece desde hace tiempo. El “gigante amazónico" (como dicen los cursis) comenzó un impresionante ascenso con la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, uno de los pocos políticos-intelectuales exitosos que ha visto la historia. Con Cardoso se venció a una crónica hiperinflación que caracterizaba desde hacía décadas a la inestable economía brasileña, se superó el problema de la deuda (Brasil era el país más endeudado del mundo) y se corrigió un anacrónico e ineficiente estatismo económico. Las bases para la construcción de un Brasil que cumpliera las famosas expectativas de Stefan Zweig (Brasil: Nación del Futuro) fueron establecidas con las normas de la estabilidad y la reforma económica liberal.
 
El éxito brasileño se fortaleció bajo la primera presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva, cuyo gobierno aplicó eficaces políticas sociales que ayudaron a salir de la pobreza a 30 millones de brasileños. Sin embargo desde el segundo mandato de Lula (2007-10) y desde que su sucesora,  Dilma Rousseff, ocupa la presidencia la fórmula que permitió el rápido desarrollo de Brasil ha sido abandonada poco a poco. Cardoso fue siempre muy riguroso en cumplir metas de inflación establecidas por un Banco Central que opera con independencia de facto, en tener cuentas públicas transparentes, en respetar una rigurosa disciplina fiscal y en estimular actitudes abiertas frente al comercio exterior y la inversión privada. Pero la recesión mundial que el mundo padece desde 2008 provocó que Lula y Rousseff olvidaran los rigores de una economía liberal presuntamente “decadente” y volvieran a la irresponsabilidad de un Estado excesivamente interventor. Desde entonces se han soltado recursos a diestra y siniestra de forma irresponsable, sin planeación estratégica y fomentando la corrupción. Cuando sobrevino el natural sobrecalentamiento económico volvió al estancamiento (la economía creció un magro 0.9% el año pasado) y  la presidenta Dilma llevó al Banco Central a reducir las tasas de interés. El inevitable resultado: inflación, reducción del crecimiento económico y  caos fiscal. Desde 2011 el crecimiento ha sido menor y la inflación más alta que en la mayoría de los países latinoamericanos. La inflación sube a un ritmo mayor que el PIB.

Desde luego, Brasil tiene grandes fortalezas que le ayudarán a salir de problemas, pero el escenario es difícil y al corto plazo las cosas no aparecen muy halagüeñas. El consumo interno ha perdido fuelle, la balanza comercial ha entrado en déficit y el encarecimiento del dinero está provocando una caída en el real. A todo esto hay que sumar que tanto Lula como Dilma han descuidado la inversión en infraestructuras. Otra de las causas del movimiento de protesta actual (además del encarecimiento de la vida) es el elevado costo de los trasportes, así como su pésima calidad sin olvidar, desde luego, la afrenta social que representa una corrupción galopante.

Brasil es miembro del club de los BRICS que quiere poner muy en claro a las potencias tradicionales que hay nuevos jugadores a nivel mundial que deben ser tomados en cuenta. También exige pertenecer al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente con derecho a veto, y van a ser sede, consecutivamente, del mundial de futbol y de las olimpiadas. Muy impresionante para un país que apenas en los años ochenta estaba en un callejón sin salida, pero quizá demasiado prematuro para una sociedad que todavía tiene muchas tareas internas pendientes por resolver. Ansias de novillero, le dicen.

miércoles, 12 de junio de 2013

La Francia Profunda...mente Reaccionaria

 
Francia ha sorprendido al mundo y de manera muy desagradable ¿Cómo es posible que en el país cuna del enciclopedismo y de los derechos humanos y que tiene una República tan ostensible y orgullosamente laica  se verifiquen reacciones tan violentas contra legalización del matrimonio homosexual? Uno pensaría que esta intolerancia era más propicia de darse en países tradicionalmente más conservadores, pero no ha sido así. Incluso en México las reacciones de nuestros conservadores han sido más mesuradas respecto a este tema. Muchos hablan de que el factor principal en la virulencia de las protestas francesas contra el matrimonio gay se deben más bien a un cierto oportunismo de parte de sectores de la derecha que buscan aprovechar la profunda impopularidad del incompetente presidente Hollande para armar un movimiento “desestabilizador”. Algo, quizá, hay de cierto en esto, pero no podemos cerrar los ojos a que esta iracundia obedece principalmente a la existencia de una derecha social militante y rabiosa que tiene raíces muy profundas.
Efectivamente, desde el advenimiento de la III República francesa en 1870 (incluso antes) la extrema derecha ha tenido una presencia social y política muy significativa en Francia. En el siglo XIX fueron el boulangismo, las ligas patrióticas y la acción antijudía. En la pasada centuria fueron el corporativismo y los movimientos de reacción ultramontana y antimodernizadora capitaneados por las bajas clases medias y que tuvieron protagonismo fascistoide antes de la Segunda Guerra Mundial, fueron muy activos durante Vichy y se transformaron en la posguerra, primero, en la forma del poujadismo y más tarde con el Frente Nacional de Le Pen. Siempre, eso sí, estuvieron conjugados los temas clásicos de la extrema derecha francesa: el racismo, el integrismo religioso, el anticapitalismo, el culto a los valores morales tradicionales y un nacionalismo a ultranza.
En la Francia actual, azotada por la crisis económica, un índice de desempleo del 11 % y acelerado proceso de deterioro urbano la mecha que ha sacado del closet las fobias de la extrema derecha ha sido el pretexto de la homofobia. Se han verificado ya dos manifestaciones con más de 400, mil personas. Han muerto activistas de izquierda y se han apaleado a fotógrafos. Grupo neofascistas han ocupado la sede del Partido Socialista y agredido física y verbalmente a parejas, locales, asociaciones gay. Pero quizá lo más inaudito es que quienes aparecen como principales cabecillas de estos movimientos son mujeres: Virginie Tellenne apodada Frigide Barjot (La Frígida Chiflada, en español) que ha llamado al “derramamiento de sangre”; Christine Boutin, que ha asegurado “Ees la gente que rechaza los valores del 68 y de los liberal-libertarios”; y  Beatrice Bourges, quien afirma que la teoría de género es un atentado contra la humanidad que “destruirá la civilización”.
Estas son, en resumen, las noticias que en pleno siglo XXI nos da la nación donde naciera el gran Voltaire.

martes, 4 de junio de 2013

Protestas Turcas


 
Arde Turquía. Estambul, Ankara y decenas de ciudades turcas protagonizan las protestas antigubernamentales más violentas desde que llegó al poder hace más de una década Recep Tayyip Erdogan. Se trata de un movimiento popular sin precedente, completamente espontáneo, fruto de la frustración y la decepción de los sectores laicos de la sociedad que han perdido influencia sobre la vida pública del país ante el dominio electoral del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), organización islamista “moderada” que ganó las elecciones generales con una gran mayoría en 2002. Turquía, a la sazón, estaba exhausta tras enfrentar una profunda crisis financiera y por la corrupción e inestabilidad política generada por las constantes intervenciones de los militares en la vida pública.

En realidad nadie puede decir que el gobierno de Erdogan haya sido un fracaso: multiplicó por tres el ingreso por habitante gracias a un crecimiento que superó el 8% en 2010 y 2011, generalizó el acceso a la educación y la salud, convirtió a Turquía en una potencia económica emergente y relegó al ejército a los cuarteles. En su momento resultó una enorme ironía histórica que en Turquía los reformadores de otra época pasaran a ser los conservadores, y viceversa. Erdogan promovió una reforma constitucional que anuló el papel de “vigilante de la buena marcha del Estado” a las fuerzas armadas, lo que le otorgaba al ejército el derecho a intervenir al régimen político. Este estatus de guardián fue objeto de grandes abusos por parte de los militares. Una reforma se hizo urgente para fortalecer la democracia y acercar más a Turquía a la legislación europea. Los cambios aprobados durante el gobierno de Erdogan eliminaron la situación de excepcionalidad que gozaba el ejército, no solo retirándole la función de "policía”, sino también abriendo la posibilidad (hasta ahora inédita) de que los militares respondan por sus actos arbitrarios ante la justicia civil

Pero Erdogan y su partido también hicieron ingresar la religión en el espacio público ante la inquietud de los defensores de la república laica. El velo islámico fue autorizado en algunas universidades, se aprobó una ley que prohíbe la venta de alcohol cerca de las mezquitas, se reprime con cada vez mayor fuerza la libertad de expresión, se multiplican las detenciones ejercidas por la policía contra disidentes bajo pretexto de la lucha contra el terrorismo y se multiplican los intentos por limitar el derecho al aborto y convertir al adulterio en un delito punible por la ley.

La lista de arbitrariedades es larga. Tanto que hoy el país ha estallado en protestas multitudinarias hasta hace poco inconcebibles. Los manifestantes expresan su hartazgo ante un poder que pretende imponerles una forma de vida orientada por el islam. Salen a la calle para combatir a un poder cada vez más autoritario, el cual está amparado por sus constantes éxitos electorales. En Turquía la oposición política partidista ha mostrado su incompetencia. El partido de Erdogan ganó las elecciones generales de 2007 y 2011, con 47 y 50% de los votos, respectivamente. La realidad es que los partidos laicos se han enredado demasiado con un discurso estatizante y obsoleto en lo económico (en México se llama “nacionalismo revolucionario”) y ello les ha restado votos al grado de casi perder toda esperanza de vencer a Erdogan en las urnas, lo que ha ensoberbecido al primer ministro quien, de hecho, comenzó a gobernar en el mismo estilo autocrático que él, como opositor, había criticado amargamente a sus predecesores.

El poder casi absoluto de Erdogan lo ha hecho perder contacto con la realidad del país, de ahí la desproporcionada violencia con la que el gobierno ha reprimido las manifestaciones. El premier llegó a amenazar con lanzar al cincuenta por ciento de los turcos que votaron por él a tomar las calles en su defensa, cosa que muchos interpretaron como una amenaza de guerra civil. Peor aún, acuso al Twitter de ser "la mayor amenaza para la sociedad”, muy en el estilo de algunos de los sátrapas árabes que fueron derrocados recientemente por la vorágine de la “primavera árabe”.

Lo cierto es que el miope gobernante turco no quiere ver es que las protestas  están atrayendo a todos los sectores de la sociedad. A ellas asisten estudiantes, intelectuales, familias con niños, mujeres con y sin velo, oficinistas, desempleados, profesionistas. No hay en las manifestaciones ni banderas ni consignas partidistas. Kemalistas y comunistas han demostrado de lado a lado con los liberales y secularistas. Los une a todos una genuina preocupación de ver a su país dominado por la cerrazón religiosa.

La dimensión de las protestas amenaza el futuro político del ambiciosa Erdogan, quién obligado por las normas de su propio partido a renunciar a la jefatura de gobierno en 2015, no esconde ahora su ambición de aspirar el próximo año al cargo de presidente. Pero ahora su antes casi intachable imagen se ha manchado irreversiblemente.

Grave es para Turquía que un gobierno exitoso tome este derrotero de represión y violencia, y muy peligroso es para el mundo árabe perder la luz de un faro. En efecto, muchos demócratas veían en el partido islamista moderado de Erdogan la oportunidad de constituir un buen ejemplo para la instauración de regímenes democráticos en naciones con mayoría islámica. Hoy la prepotencia de Erdogan está cancelando esta posibilidad.

 

lunes, 3 de junio de 2013

Los Reaccionarios del 15-M



Hace unos días se cumplieron dos años del inicio del movimiento llamado “15-M” o de los “indignados”, protesta multitudinaria protagonizada por miles de jóvenes convocados mediante las redes sociales que salieron a la calle para mostrar su enfado contra la crítica situación económica que prevalece en España. Al surgir dicho movimiento no faltaron los optimistas que esperaban una gran revolución. La desilusión no tardó en llegar. Hoy el movimiento se diluye a pasos agigantados, a pesar de que la situación económica no ha mejorado un ápice desde entonces.

En realidad estos muchachos indignados (como sucede con los progres de otras latitudes, entre ellas México) en el fondo son unos reaccionarios. Baste revisar algunas de las propuestas concretas que medio han llegado a prefigurar los indignados en España para lograr el tan ansiado “cambio” global ¿Cuál es el eje de estas propuestas dizque "ciudadanas"?: más Estado, más Estado y más Estado. Los indignados que miran al pasado: nacionalizaciones,  Estado interventor, déficit fiscales, etc. ¿Dónde están las "novedades revolucionarias"? ¿En pedir el fin del sistema D'Hont? ¿En solicitar, sin más, el cierre inmediato de las centrales nucleares sin sopesar las consecuencias económicas que esto acarrearía, sobre todo para los pobres, al subir el precio de los combustibles de manera escandalosa, y eso por no hablar del calentamiento global?  ¿En vaga declaraciones pacifistas y anticorrupción? ¿Cuál es la novedad, cuál la diferencia de estos chicos con las propuestas de la española Izquierda Unida, por ejemplo?

Claro, podemos considerar "revolucionarios" a estos chavos, pero desde una perspectiva más filosófica. Pensemos que la historia se repite a si misma constantemente, que el progreso humano es una quimera, que los hombres están condenados a tropezar con las mismas piedras por siempre pese a todos los ilusorios "avances" de la tecnología y si por revolución entendemos un giro entero de la absurda rueca de la historia, pues entonces sí, los de la Plaza del Sol son revolucionarios, y también Chávez, faltaba más. Una vuelta más de Sísifo. El eterno retorno de lo idéntico que nos enseñó Nietzsche.

No es que se menosprecie la importancia de que un sector del insatisfecho e indignado electorado se manifieste por las plazas de España, de Portugal o de Grecia. ni que deje de ser interesante el fenómeno mediático de "unidos por el internet", ni que todas las propuestas del movimiento sean deleznables (por ejemplo, España ciertamente necesita una reforma electoral que deje de sobre representar a los grandes partidos nacionales y a los nacionalistas y le dé entrada a nuevas expresiones políticas de tamaño medio), pero lo que es irrisorio es que se pretenda decirnos que la democracia empieza justo ahora y gracias a este presuntamente impoluto despertar ciudadano. Estatizar no es revolucionario, sino precisamente lo contrario. El socialismo del Siglo XXI chavista, el “proyecto de Nación” del Peje y las expresiones populistas latinoamericanas de novedosas no tienen nada. Apelan a la muy vieja y muy fracasada fórmula de articular un Estado obeso, controlador, despilfarrador, corrupto e irresponsable.

Se vale estar indignados, y se vale exigir que España y otros países mejoren su sistema de representación, que sin duda tienen deficiencias. Pero este país, como el resto de Europa, tiene altas tasas de desempleo y bajos índices de crecimiento económico porque han padecido Estados bienestar demasiado onerosos. Que ahora se propongan nacionalizaciones y gastos públicos exorbitantes no harían sino precisamente exacerbar los problemas que tienen en el paro y en la indignación a estos jóvenes. Por eso afirmo que, en el fondo, los indignados son unos reaccionarios.