lunes, 29 de abril de 2013

El Mito Islandés se Derrumba

 
En los últimos años había prevalecido el mito entre los círculos “progres” de todo el mundo de que Islandia se había convertido en una alternativa viable y “revolucionaria” frente a las políticas ortodoxas adoptadas por otros países europeos para luchar contra la crisis económica. El izquierdista gobierno islandés que había sido electo en 2009 se negó a pagar la deuda contraída pos los bancos, se propuso castigar a los responsables de la crisis y convocó a la redacción de una nueva Constitución. De inmediato muchos medios glorificaron estas decisiones, porque supuestamente demostraban que existía otro camino para las naciones en bancarrota en el que éstas fueran capaces de mandar al carajo a sus acreedores, nacionalizar los bancos, arrestar a los políticos y financieros presuntamente responsables de la crisis, convocar a la redacción de una nueva Constitución más democrática, condonar la deuda de los particulares y disfrutar – al poco tiempo- de una economía en crecimiento. Pues bien, todo esta aparente gloria no fue sino una gran mentira.
 
Muy poco de lo que se supone era el modelo islandés era cierto. Nunca hubo la tal revolución islandesa. En realidad, bastaba contrastar un poco las fuentes para descubrir que las cosas eran equívocas: Islandia no abandonó nunca al FMI, sí rescató los bancos, tanto políticos como banqueros fueron exonerados de toda responsabilidad y la negativa a pagar fue combatida por las distintas entidades acreedoras en los tribunales casi siempre éxito. Para colmo, el crecimiento logrado por Islandia de alrededor del 2% está basado en una peligrosa burbuja inmobiliaria y la nueva Constitución “más democrática” es prácticamente idéntica a la anterior salvo por la inclusión de algunas cuantas declaraciones nacionalistas, lo que confirma que tras el desahogo de las grandes manifestaciones verificadas en la isla tras el estallamiento de la crisis nunca hubo un verdadero proceso deliberativo para cambiar de raíz al sistema político.
 
El Estado islandés vio quebrar los bancos tras intentar un rescate en el cual las naciones europeas se negaron a cooperar. Se nacionalizaron temporalmente, como lo hubiera hecho cualquier gobierno en la misma situación. Hubo movimientos de protesta bienintencionados, pero que jamás pasaron de escucharse a sí mismos con una retahíla discursos antisistema. Se renovó parte de la clase política sin que un solo responsable político o financiero fuera a la cárcel. El tiro de gracia a la está farsa de revolución lo dieron los electores islandeses en las elecciones generales para elegir a un nuevo parlamento que se realizaron el sábado pasado (27 de abril) en las que la izquierda fue claramente derrota. Ahora volverán al poder precisamente los mismos partidos que fueron acusados de ser responsables de la crisis.
 
Triste es el drama islandés, ¡Y pensar que hasta hace no mucho la patria del gran Snorri Sturluson era considerada un modelo para seguir y un ejemplo de la moderna prosperidad de los últimos años. Impulsada por la expansión de su industria bancaria, que creció ocho veces por encima del PBI del país gracias a la llegada de capitales externos (atraídos por altos tipos de interés) y una política de compras de empresas sostenida con alto endeudamiento, la economía de Islandia creció en los primeros años del actual siglo a un promedio del 5% anual. Ese crecimiento económico consolidó aún más el bienestar de los islandeses, cuyos índices de calidad de vida eran destacados por organismos y fundaciones internacionales año tras año.
En 2008, año en que estalló la crisis, Islandia fue elegida por la ONU como el mejor lugar del mundo para vivir. También lideraba el llamado European Happy Planet Index, un índice que evalua la felicidad en los países europeos sobre la base de su expectativa de vida (que en Islandia es de 81,5 años, la segunda entre las más altas del mundo), la eficiencia en el cuidado del medio ambiente y la satisfacción de los habitantes por su calidad de vida, además de un índice de alfabetización del 99,9%. Y, como si esto fuese poco, este pequeño país, cuyo ingreso per cápita era a la sazón e casi 51,000 dólares anuales, también era considerado por la revista The Economistcomo el país más pacífico del mundo. Pero los islandeses construyeron su paraíso sobre la base del crédito y cuando éste se terminó y el Banco Central fue incapaz de suplir la falta de liquidez, la isla comenzó a vivir una terrible pesadilla, tan ardua como las eternas noches que vive durante meses este país tan septentrional.
 
Así, con este sombrío escenario de fondo, de Islandia solo nos quedan los versos de Jorge Luis Borges, cosas como "qué no daría por la dicha de estar a tu lado en Islandia bajo el gran día inmóvil y de compartir el ahora como se comparte la música o el sabor de una fruta”.
 

 

viernes, 26 de abril de 2013

Realidades y mitos de la Bundesliga


Tras las goleadas de Bayern Munich y Borussia Dortmund a Barcelona y Real Madrid en las semifinales de la Champions League, la liga alemana de Futbol, conocida como Bundesliga, se puede empezar a poner de moda. Eclipsado durante mucho tiempo campeonatos más populares como la Premier League de Inglaterra o la Primera División española, el torneo alemán -que este año cumple 50 años de existencia- conoce actualmente un asombroso auge, sobre todo en el renglón económico. La Bundesliga fue fundada allá por el año 1963 y hoy es un modelo de negocio en cuanto a su gestión y rentabilidad. La DFL (Liga Alemana de Fútbol) publicó recientemente un informe con algunos detalles de los resultados de la temporada 2011/12: se vendieron 44,293 entradas promedio por partido (un crecimiento de más del 5% respecto del año anterior). Los estadios, seguros y modernos, estuvieron siempre a más del 90% de sus capacidades. Cada club vende abonos anuales, pero reservan buena parte de su aforo para la venta del día del partido (más del 40% de los tickets). El precio de las entradas (22 euros, promedio), está muy por debajo del de España e Inglaterra. Los clubes mayormente funcionan como sociedades mixtas, mezcla de capitales privados y socios. Ninguna empresa puede retener más de la mitad del capital, salvo que haya probado por más de 20 años su responsabilidad en esa institución.

Cada año una auditoría independiente examina el estado financiero de los clubes. La deuda conjunta del fútbol alemán es una risa comparado con la que presentan varios equipos en Inglaterra, España, Portugal o España (por no hablar de América Latina).  Todo esto ha provocado que la germana sea la liga más rentable del mundo, la que más crece y en la que los clubes invierten más recursos para la formación de nuevos jugadores (canteras): más de 40 millones de euros anuales.

Sin embargo, a la liga alemana le sigue faltando el glamour que se ve en otros torneos, esa es la verdad. Una de las razones es, desde luego, la falta de grandes figuras. Para la temporada que está por terminar los clubes han invertido 215 millones en contrataciones, muy por debajo de las cifras que presentan los equipos ingleses, italianos o españoles. Asimismo, aunque la liga es muy rentable y los equipos presentan condiciones financieras sanas, persiste un considerable (y se podría decir que “oprobioso”) dominio del equipo más rico: el Bayern Munich, el cual ha ganado ya 21 títulos de liga y posee, con distancia, la  plantilla más cara. El factor que oscurece a la Bundesliga es esta gran diferencia que prevalece entre el gigante bávaro y sus contendientes, al grado que no falta quienes afirman que si bien la Primera División española es una liga “bipartidista” con el duopolio Barcelona-Real Madrid, en Alemania lo que se tiene es el despotismo de un solo equipo. Cierto que el Borussia Dortmund logró hilvanar dos campeonatos seguidos en 20011 y 2012, pero este equipo acaba de concretarla venta al Munich de sus dos principales estrellas, Robert Lewandowski y Mario Götze, con lo que el futuro no parece ser muy prometedor para los del Ruhr. Así es en la Bundesliga desde hace ya mucho tiempo: jugador que empieza a destacar en los otros equipos, jugador que lo ficha el Bayern. Así no se puede.

Otro problema es la relativa falta de competitividad de los equipos alemanes tanto en Champions como en la Europa League. La verdad es que más allá del Bayern es raro que los germanos destaquen en las competiciones europeas. De hecho, desde 2001 no se corona un once de Alemania en un torneo continental, y las actuaciones de los equipos de la Bundesliga han dejado mucho que desear. ¿Qué pasa con los alemanes más allá del Bayern? Cierto que los “canarios cerveceros” de Dortmund sorprendieron este año al mundo, pero si repasamos sus actuaciones en los campeonatos más recientes veremos una historia no precisamente gloriosa. Y eso que es el equipo que mayor afición tiene en Alemania, el cual semana tras semana llena hasta los topes de aficionados  su estadio, el Signal Iduna Park (antes Westphalen Stadion), el de mayor capacidad en el país.  Y del resto, ni hablar. Equipos históricos como el Borussia Mönchengladbach, el Hamburgo, el Eintracht Frankfurt, el Werder Bremen o el Stuttgart son, todos, desesperantemente irregulares. Otro histórico, el Schalke 04, ha sido un poco más regular últimamente, pero no ha sido capaz de hacerse de un título. Equipos más nuevos” como el Bayer Leverkusen, el Hannover 96 o el Wolfsburgo son demasiado fluctuantes, cuando llegan a hacer algo importante terminan por vender a lo mejor de su plantilla y caen en la mediocridad.
La Bundesliga vive un interesante auge, pero lo cierto es que aún le falta la presencia, glamour y competitividad de otras ligas.

jueves, 25 de abril de 2013

Cristina Kirchner, vocera oficial del Gobierno Venezolano


 
Mal anda la política en Argentina. Cristina Kirchner es su único referente relevante a pesar de que su segundo mandato ha sido malo y va para catastrófico. Para colmo, la buena viuda se ha dedicado en las últimas semanas a fungir como vocera del gobierno venezolano, ¡Vaya triste papelón de la presidenta del país que debería fungir como uno de los líderes incuestionables de América Latina! Pero lejos de ello, Argentina está más aislada que nunca y al interior se agrave una preocupante conflictividad social. Corrupción, autoritarismo, mentiras, inflación galopante, demagogia, encono social, despilfarro, irresponsabilidad financiera, frivolidad, todo eso es el kirchnerismo.  
"Gobernar es definir conflictos y aún atizarlos...", publicó sin pudor alguno el fascistoide diario Página 12 en su editorial cuando sobrevino la inesperada muerte del ex presidente Néstor Kirchner. Aludía este periódico/trinchera al lamentable método de gobierno que escogió el fallecido K y que ha mantenido su señora desde que la pareja llegó al poder: el confrontacionismo a sol y sombra contra quienes consideran sus adversarios. Confrontacionismo sin cuartel es hoy enarbolado por pensadores neopopulistas, por cierto que muy cercanos a los K, y cuya fuente original es el jurista alemán Carl Schmitt, rabiosamente antiliberal cuya tesis de que la política sólo es posible en tanto se logre identificar a “el enemigo público” y que mucho inspiró en Alemania al surgimiento del nazismo.

La democracia liberal considera que atizar conflictos sociales como método de gobierno lleva irremediablemente o a la perenne inestabilidad política o al autoritarismo. El mecanismo del "enemigo identificado" es el que utilizaron los fascistas para afirmase en el poder y pretextar el fin de la democracia. La política no está exenta de confrontación, está en su esencia misma, desde luego, pero la tarea de gobernar de forma constructiva consiste en encauzar estos conflictos y procurar darle salidas pacíficas y los más inclusivas posible, no en buscar eliminar a adversario. Atizar conflictos como forma de gobierno ha llevado y sigue llevando al totalitarismo. Es un sofisma aquella famosa cita de Clausewitz de que "la guerra es la continuación de la política por otros medios". La verdad es que la guerra es la negación de la política.


Es cierto que Nestor Kirchner enarboló un decidido liderazgo en un momento difícil para Argentina, como hasta sus más enconados adversarios reconocen, reconstruyó la autoridad presidencial e inició la regularización de las quebradas finanzas argentinas, pero también él y su esposa han gobernado con un cariz autoritario en permanente conflicto con los otros poderes del Estado, en constante negación de las duras realidades económicas y recurriendo a todo tipo de argucias y recursos muchas veces ilegítimos en su afán por doblegar a críticos y adversarios. No es admisible que un sistema democrático tolere que al adversario ideológico o político se le convierta en encarnizado enemigo en aras de una concepción hegemónica del poder desprestigiada y obsoleta que destierra la exploración de los consensos, la tolerancia a quien piensa diferente y el respeto a la libertad.
Ha sido el alto costo de las materias primas que exporta Argentina el factor que ha permitido a la presidenta financiar sus estrategias clientelares, pero ya está tronando el cochinito.  Muchos analistas argentinos diagnostican que Cristina está atrapada en sus propias mentiras y en “referencias del mundo cuasi autistas” y no se entiende muy bien si lo hace porque no sabe, porque no quiere o porque ya no puede dimensionar los hechos, sobre todo aquellos que le explotan en la cara y van a contramano de sus deseos. Pero el drama es que la oposición al kirchnerismo sigue dividido y casi tan desorientado como la presidenta. En estos días se sabrá si los opositores por lo menos son capaces de frenar la iniciativa de reforma al Poder Judicial, intento de sojuzgar la impartición de justicia con el nombramiento y cese de jueces a dedo y con la instauración de nuevas Cámaras de Casación que la harán más lenta. También está pendiente si esta ineficaz oposición podrá imponerse en las elecciones legislativas de octubre. Hasta la fecha no han podido ponerse de acuerdo en el establecimiento de una alianza antioficialista, y ello a pesar de que los “cacerolazos” y las protestas callejeras crecen día a día. Lo que se juega es impedir una mayoría legislativa que abra la puerta a una reforma constitucional que permita la posibilidad de reelección de Cristina. De malo, a más malo y pésimo andan los argentinos con su clase política. ¿Les suena conocido?

jueves, 18 de abril de 2013

Los Políticos y sus Gaffes

 
Los gaffes cometidos por Nicolás Maduro durante su breve y desastrosa campaña electoral nos remiten un tema que hemos tratado en otras oportunidades: la importancia de los errores, pifias, lapsus y otros tipos de daño autoinflingido por una boca demasiado lenguaraz o por la franca incultura, estulticia o soberbia de un candidato. En realidad, si repasamos someramente la historia nos podemos dar cuenta que la mayor parte de las veces los gaffes no han sido determinantes como para terminar con las posibilidades electorales de un candidato por sí mismos. ¿Cuántos gaffes no le han perdonado los electores italianos al bellaco de Silvio Berlusconi, por ejemplo? Acá en México, para no ir más lejos, el gaffe de peña Nieto respecto a aquellos famosos títulos de tres libros que el actual presidente mexicano no pudo nombrar poca mella le hizo, aunque quizá no pueda decirse lo mismo de quien fue su adversaria, la panista Josefina Vázquez Mota, que a fuerza de dilates se ganó el mote de “Gaffefina”. Ha habido también políticos que como Fox, Reagan o Chávez que parecen completamente inmunes al daño que puedan producir comentarios estúpidos o fuera de lugar, y hay casos en los que hasta leves deslices han aniquilado las aspiraciones de torpes aspirantes a estadista.
¿Cuándo un gaffe puede ser letal? Este asunto ha sido seguido con particular interés en Estados Unidos. Tenemos como ejemplo implacable de esto el célebre comentario de Mitt Romney en la pasada contienda electoral en la que describió al 47% de los electores (¡nada más!) como auténticos parásitos, lo mismo que el chocante comentario de candidato republicano al senado Todd Akin, que declaró su creencia de que hay "violaciones legítimas”.

Muchos analistas gringos coinciden en decir que los gaffes llegan a ser tóxicos cuando son tan graves o significativos que dominan el ciclo de las noticias por un período prolongado, o cuando reafirman o aún inician una valoración negativa del candidato por parte de los electores. En 2000, por ejemplo, los estadounidenses empezaron a ver a Al Gore como menos honesto gracias a su comentario sobre la supuesta invención del internet. En 2004, los republicanos tuvieron éxito en retratar a John Kerry como una "veleta" (Flip-Flopper) en gran parte a su gaffe en el que dijo que "He votado por esta iniciativa a favor y después en contra. Todo parece indicar que el 47 por ciento de Romney trascendió  porque reafirmó el estigma de elitista y de tener escaso contacto con las masas que los demócratas le endilgaron al aspirante republicano.
 
En realidad casi en cada ciclo electoral norteamericano un candidato hace un comentario estúpido, pero de la larga lista de gafes podríamos decir que los genuinamente letales han sido los siguientes:
·       En la campaña electoral de 1972, un estallido emocional en una mañana fría y nevada puso fin a la campaña presidencial de Edwin Muskie, aspirante demócrata, senador por Maine y una de las figuras más destacadas de la política norteamericana. Era el favorito cuando un periódico de New Hampshire publicó unos editoriales injuriosos acusando a la mujer de Muskie de consumo excesivo alcohol. Muskie celebró una conferencia de prensa improvisada en las escaleras frente a las oficinas del periódico y ofreció una refutación emocional a los ataques. Demasiado emocional. Al parecer lloró. Los ayudantes de Muskie dijeron que no habían sido lágrimas sino "nieve derretida". Fuera lo que fuese, Muskie perdió y el senador George McGovern ganó el derecho a enfrentar el presidente Richard Nixon en las elecciones de ese año.
 
·       John McCain cometió el error de decir, en medio del colapso financiero, que "los fundamentos de nuestra economía son fuertes." Pero la verdadera debacle sobrevino cuando nombró a Sarah Palin compañera de fórmula. La señora es una fábrica de gaffes.
 
·       Howard Dean era el favorito para ganar en las primarias demócratas de 1984, pero tras un decepcionante tercer lugar en los caucus de Iowa, este ex gobernador de Vermont dejó salir un bonito grito guajiro (Jiiiiiaajajaiiii) que fue la delicia de los cómicos nocturnos durante semanas. Su ventaja en las encuestas se esfumó y Kerry fue el candidato demócrata.
 
·       En la campaña para elegir al senador del estado de Virginia en 2006, el candidato republicano George Allen se aventó la puntada de llamar "macaca" a un joven afroamericano en un acto proselitista. "Este hombre de aquí con la camiseta amarilla" dijo Allen, "Macaca, o como se llame". "Está con mi oponente. Vamos a darle la bienvenida a Macaca". Ese otoño, Allen perdió ante el demócrata Jim Webb por menos de 10,000 votos.
·       Gene McCarthy describió en las primarias demócratas de 1968 a los partidarios de Robert Kennedy como "menos inteligentes y menos educadas den Estados Unidos." Cuando RFK fue asesinado, semanas después, tras su victoria en las primarias de California, sus "menos inteligentes" y "menos educados" los votantes dieron su apoyo al eventual candidato demócrata Hubert Humphrey.
·       Gerald Ford y Mike Dukakis, bien ilustran la regla de que en una confrontación de este tipo la segunda regla es no dejar que tu oponente te propine un golpe de knock-out, y la primera es que no te des ese golpe a ti mismo. Ford declaró aquello de "no hay dominación soviética en Polonia ni la habrá en una administración Ford"; Dukakis respondió tibiamente a una pregunta sobre el castigo que el exigiría para alguien que perpetrara una hipotética violación y asesinato de su esposa.
Así que si alguno de ustedes anda en campaña electoral o pretende estarlo pronto, ¡Mucho cuidado con la lengua!

miércoles, 17 de abril de 2013

Nicolas Maduro: el Principio del Fin

Una de entre las muchas miserias que exhiben las dictaduras y los regímenes demasiado personalizados es que los caudillos que los dirigen tienden a resolver muy mal su sucesión. Lo dictadores son por lo general seres desconfiados y envidiosos que detestan ser eclipsados por sus subordinados y, por lo tanto, gustan de purgar a sus lacayos cuando consideran que pueden empezar a ser “peligrosos”. El resultado de estos recelos y envidias es que los sucesores suelen ser mediocres. Es una historia tan vieja como la humanidad la estamos viendo hoy en Venezuela, donde Chávez dejó a su sicofante más incondicional, su yes man más devoto, de hecho a un ex guardaespaldas como heredero. Las catastróficas consecuencias de este error no se han hecho esperar. Nicolás Maduro presentó como sus principales credenciales en sus aspiraciones sucesorias una total fidelidad al comandante, además el apoyo del régimen cubano, pero no mucho más. Es un hombre que adolece de una nula formación política e intelectual y de una muy limitada experiencia administrativa. Logró, después de una tan vertiginosa como desastrosa campaña, una victoria pírrica que amenaza con marcar el principio del fin del chavismo.
Prácticamente todos los sátrapas necesitan rodearse de mediocres y aduladores, pero esto es demasiado. Es increíble constatar como Maduro ha despilfarrado el capital político amasado por Hugo Chávez en catorce años de populismo. Las elecciones se ganaron por una diferencia escandalosamente estrecha, para sorpresa de tirios y troyanos. Le alcanzó al papanatas de Maduro tanto el llamado “voto de condolencia” por la muerte de líder fallecido como el alud de irregularidades que siempre se verifican en los comicios venezolanos desde que Chávez llegó al poder y que han dado lugar a condiciones muy desiguales en la competencia entre el partido en el poder y la oposición. Pero los trucos y el duelo aguantaron a duras penas. Maduro hilvano durante las semanas de campaña una pavorosa cadena de errores, día tras día, con metódica porfía. Los más de quince puntos de ventaja que, según las encuestas, tenía el candidato oficialista tras la muerte del comandante fueron desapareciendo con cada metedura de pata. De hecho, si no hubiera sido por el esfuerzo titánico de movilización a última hora desplegado por el Partido Socialista Único de Venezuela quizá estaríamos hablando hoy de una inusitada e histórica victoria de Capriles, y aun así hay dudas.
La absurda historia de la providencial aparición del "pajarito chiquitico" pasará como uno de los grandes gaffes de campaña en la historia electoral contemporánea, pero no fue el único dislate. El ex chofer de colectivo equivocó el nombre cuatro ciudades venezolanas, lanzó maldiciones ancestrales a todos los que no le votaran, rebautizó a una empresa estatal, pronunció en varias ocasiones calificativos homofóbicos, contó chistes de pésimo y/o muy simplón gusto, inventó ridículas conspiraciones, repitió más de 6,000 veces la palabra Chávez, silbó e intento cantar con catastróficos resultados, echó la culpa a las series de televisión yanquis de la violencia y la prostitución del país y se puso un sombrero de palma coronado con un grotesco pajarito de plástico. En efecto, el problema esencial de este patético personaje es que quiere imitar a como dé lugar a su maestro, pero careciendo por completo del carisma de aquel. Chávez tenía una vocación natural para hacerle al payaso (recuérdese, por ejemplo, la gracia con la que contó la anécdota de cómo le ganó la diarrea durante una gira). Grotesco era, sin duda, el comandante, pero tenía eso que muchos llaman “vis cómica”. ¡Lástima para Venezuela que no siguió una carrera como showman! A Maduro los chistes y el estilo bufonesco del patrón le quedan funestos.
Empieza el ex guardaespaldas de Chávez su mandato presidencial con su de por si cuestionable imagen muy debilitada, y con un mar de amenazas por encarar. El desafío hercúleo será enfrentarse a la hecatombe económica que ya ha estallado en el país: desabastecimiento, escasez, inflación, dólar paralelo disparado, cortes constantes en la energía eléctrica, violencia. La herencia maldita del irresponsable populismo de Chávez conspirará desde el primer día contra su estancia en el poder. ¿Se atreverá a subir el precio de la gasolina y a recortar el desbocado gasto público? ¿Despedirá empleados públicos? ¿Terminará con los regalos en forma de petróleo y dólares a los países amigos? ¿Seguirá enemistando al Estado venezolano con los empresarios nacionales y la inversión extranjera? ¿Será capaz de sostener el control de cambios y de precios? Y, sobre todo, ¿Podrá auxiliado con la asesoría de su pajarito mantener la cohesión del chavismo? Todas las decisiones que se verá obligado a tomar implican riegos, graves riesgos, mientras que el fantasma del comandante (que no el pajarito), idealizada por las masas populares, gravitará desde el primer día sobre todas y cada una de sus decisiones. Sus errores como gobernante muy difícilmente le serán perdonados como los fueron sus pifias en campaña. ¡Ay de los megalómanos que no saben preparar a un sucesor más o menos presentable! Los dictadores mediocres siempre eligen a gente todavía peor que ellos como herederos. Claramente ha sido el caso de Hugo Chávez. Lo malo de esta lógica megalomaniaca y envidiosa es que la decadencia del régimen queda asegurada.

lunes, 15 de abril de 2013

Maggie la Pragmática



Nunca fui fan de Margaret Thatcher, pero creo que en muchos juicios que se vierten sobre ella ahora que se murió se comenten muchas injusticias y quizá la peor de estas es poner a la señora como una especie  “Stalin de derecha”, dueña de una “estructura discursiva  paralela al armazón bolchevique” y que lo suyo “era el cambio tajante, la terquedad y la sordera”, conceptos todos estos expresados por Jesús Silva Herzog Márquez, especie de padrino intelectual del Oso Bruno y, a mi juicio el mejor analista político de este país. No niego que Thatcher fue en esencia una política de firmes convicciones poco dada a negociar si las circunstancias le permitían darse ese lujo, y gozar en el Parlamento de Westminster de una mayorías absolutas casi sin precedentes en la historia del Reino Unido por más de una década, ¡vaya que le dio margen de maniobra para emprender cambios trascendentales sin hacer demasiadas concesiones! ¿Se lo reprochamos por “stalinista”? Ella misma se vanagloriaba de ser una “política de convicciones”. Pero de ahí a que fuera una especie de “Kim Il sung conservador” hay un largo, largo trecho.

Thatcher supo ser pragmática en momentos muy álgidos de su carrera política. Cierto, podrá argumentarse, que esa absurda obcecación suya en implantar el Poll Tax (cosa que le costó el puesto) ejemplifica bien aquello de terca sorda, tajante y otras características de estolidez con la que muchos equiparan a esta señora. Pero sí revisamos, sin apasionamientos ni clichés, la forma en la que Thatcher gobernó nos daremos cuenta que decir que ella solo concebía los cambios de forma “tajante” no corresponde a la realidad. Por ejemplo las reformas al Welfare fueron un redimensionamiento, no un desmantelamiento. Thatcher misma reconoció la importancia del Servicio Nacional de Salud cuando escribió en sus memorias. "Yo creía que el NHS es un servicio del que realmente puede estar orgulloso. Se entrega una alta calidad de atención - sobre todo cuando se trata de enfermedades graves - ya un costo unitario razonablemente modesto, al menos en comparación con algunos sistemas basados en seguros". ¡Qué lejos está Thatcher con esta aseveración de, digamos, las posturas de la derecha republicana en Estados Unidos, para la que cualquier programa público es sinónimo de socialismo! Y no solo esto, la política de privatizaciones thatcheriana fue gradual y cuidadosa, no una política a destajo. Léase una somera descripción de proceso en A short-history-of-privatisation in the UK escrita por Richard Seymour, para nada un admirador de Thatcher. De hecho, y como es bien sabido, los mismísimos laboristas mantuvieron las características generales de las privatizaciones. ¿Es esto “leninismo de derecha”?

En materia social Thatcher (a quienes los progres de todo el mundo ven al mismísimo demonio sobre la tierra) difícilmente responde a la imagen de una recalcitrante ultraderechista.  Cuando era una parlamentaria tory votó a favor de la rebaja de la edad de consentimiento para mantener relaciones homosexuales. Aún más sorprendente para quienes ven todo en blanco y negro, la Dama de Hierro votó a favor de la despenalización del aborto en casos de discapacidad mental o física del feto, o de incapacidad de la madre para sacar adelante a la criatura. En estas cuestiones confesó, célebremente, estar "poderosamente influida" por sus propias experiencias y por el sufrimiento ajeno.

Por último tenemos el renglón internacional donde podemos encontrar pruebas fehacientes de que Thatcher sabía ser pragmática. Si de verdad la primera ministra hubiese sido incapaz de “transigir con las  circunstancias”, no se hubiesen firmado acuerdos tan trascendentales (y que implicaron importantes concesiones por parte de la “sorda” Thatcher) tales como el firmado en 1984 que establecieron los términos para la devolución de Hong Kong, el Acta Única Europea de 1986 y los amplios acuerdos que permitieron la reunificación alemana. ¿Les parece poco? Pues créanme que no lo fue.

Así que vuelvo a lo mismo, queridos amigos: si vamos a detestar a Thatcher hagámoslo alegremente, pero con conocimiento de causa, buenas razones y no endilgándole a su haber cuentas que no le corresponden (de por si tiene muchas).

martes, 9 de abril de 2013

Thatcher y un Puñado de Fallidas Bombas


 
Caprichosa que es la historia: gracias a que seis bombas no estallaron  el Reino Unido ganó la guerra de las Malvinas, triunfo que permitió la arrolladora reelección de Thatcher en las elecciones generales de 1983 y la consolidación del “Thatcherismo” como el término político que describió el espíritu de una época (Zeitgeist) marcada por la desregulación, las privatizaciones de la redefinición (que no desmantelamiento) de las funciones del Estado en la economía. Incluso sus propios críticos no discuten que Thatcher fue una de las figuras políticas más dominantes del siglo XX. La historia británica reciente está dividida en el tiempo antes y el después de su mandato. Pero de haber salido derrotadas la fuerzas británicas en la contienda del Atlántico Sur, la Dama de Hierro se hubiese visto obligada a dimitir y nadie hablaría de “Thatcerismo” en ningún lado.
La derrota inglesa estuvo muy cerca de concretarse. El año pasado, en ocasión de cumplirse el 30 aniversario de la guerra de Malvinas, un documental elaborado con documentos desclasificados aseguró que Argentina casi gana y si no lo hizo fue por una combinación de malas decisiones estratégicas, una artillería deficiente y sobre todo, una pavorosa mala suerte.

En efecto, según esta investigación seis buques británicos fueron blanco de bombas argentinas que no detonaron y que de haber estallado habrían sentenciado la derrota del Reino Unido. Pero no estallaron y sabemos el resto de la historia. Thatcher quien para Reagan fue "el mejor hombre de Inglaterra." y para Mitterrand una mujer que tenía "los ojos de Calígula y la boca de Marilyn Monroe" sobrevivió en el poder para cumplir un largo mandato de once años en que cambió a su país y al mundo. Las reformas thacheristas se acreditan con el establecimiento de la moderna Gran Bretaña. Cuando fue elegido primera ministra en mayo de 1979, el país estaba sufriendo sin esperanza de dudas y una economía anémica. A la sazón los siempre ácidos británicos contaban aquel chiste de que su país era “la primera nación en vías de subdesarrollo”. Las épicas luchas de la primera ministra contra los sindicatos y la privatización del sector de servicios sellaron la caída del obsoleto andamiaje industrial británico y originó un impulso de modernización. El Reino Unido se convirtió en una economía de servicios, y el desarrollo económico ochentero sentó las bases para la recuperación de Londres como el mayor centro financiero de Europa.

Hoy, pese a que le sobran detractores, Thatcher se ha ganado un indudable y creciente respeto por el político. Todos sus sucesores - ya sean conservadores como Major  y Cameron, o laboristas Trabajo como Blair y Brown – siguieron la senda “neoliberal” marcada por la señora. El periodista Andrew Marr lo resumió en 2007 en su History of Modern Britain cuando dijo: "Todos somos hijos de Thatcher".

En lo personal nunca he sido fan de Thatcher, pero si admiro en ella su resolución y capacidad de liderazgo, tan notablemente ausentes en los ratoniles líderes europeos actuales del tipo de Merkel, Cameron, Berlusconi o Rajoy. Tampoco entendí como fue que esta supuesta enemiga del Estado omnímodo perdió el poder por su demencial insistencia en cobrar el famoso “Poll Tax”. ¡Una presunta admiradora de Hayek, Friedman y Von Mieses pierde el poder por querer establecer a rajatabla un impuesto injusto y desmedido! Y es que son muchos los mitos en torno a la Dama de Hierro. Ni desmanteló el Estado Bienestar, ni era genuinamente antiestatista (en el auténtico aspecto “libertario” de la palabra), ni fue una antieuropeísta radical,  ni fue una conservadora extrema en los temas de las libertades individuales. Poco se ha dicho, por ejemplo, que la terrible Thatcher defendió la causa de los homosexuales como nadie, fue pro choice en temas del aborto y defendía la necesidad de imponer límites al derecho de adquirir armas. Por eso, amigos progres, por mi detesten a Thatcher todo lo que quieran, pero que sea con conocimiento de causa y no propalando los mitos y clichés que se dicen de ella.

domingo, 7 de abril de 2013

El Ocaso de Japón


Shintaro Ishihara es un famoso escritor, ex alcalde de Tokio y polémico político nacionalista japonés que escribió a finales de los ochenta un controvertido libro que se llamó The Japan That Can Say No: Why Japan Will Be First Among Equals (El Japón que puede decir No: Porque Japón Es Primero entre Iguales), en el que urgía a Japón a abandonar la postura de sumisión que había mantenido respecto a Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, reconocer que al ser el líder mundial indiscutible en el desarrollo de tecnología tenía la balanza del poder en sus manos y asumir las responsabilidades mundiales que correspondían a una gran superpotencia, incluidas las militares. Ishihara deploraba las limitaciones constitucionales que limitaban al poderío bélico japonés y exigía el rearme del país. En esos mismos tiempos algunos otros comentaristas más entusiastas aún que el propio Ishihara hablaron del inminente advenimiento de una Pax Nipónica, que sustituiría a la Pax Americana y que el mundo debería acostumbrarse a que su destino sería ser dividido en tres grandes zonas de influencia: la japonesa, la americana y la germana. Los motivos que impulsaban tan optimistas conclusiones eran el imparable auge de la economía –que a la sazón había sobrepasado a todo el mundo menos a Estados Unidos-, su aparentemente indiscutible primacía en el mundo financiero y su liderazgo en el desarrollo de tecnologías de punta.

Pero pronto se diluyó el espejismo japonés, primero con una crisis política que evidenció un muy deficiente sistema político plagado de corrupción, lucha entre clanes políticos, proceso de toma de decisiones centralizado, excesivo aparato burocrático, etc.; y más tarde con la aparición de una crónica crisis económica. En efecto, si en los años 80 la economía japonesa crecía al 4 por ciento anual, mucho más rápido que el 3 por ciento de los Estados Unidos, en los años 90 el crecimiento promedio de Japón fue menos de la mitad del 3.4 por ciento de Estados Unidos y la situación en la pasada década no mejoró en absoluto.

Hay tres explicaciones para el pobre desempeño económico de Japón. Una es que el país todavía sufre por el colapso de una burbuja financiera ocurrido a fines de la década del 80. La acentuada declinación de los mercados accionario e inmobiliario a finales de ese período dejó muchas bancarrotas financieras y un sistema bancario débil, agobiado por malos préstamos. El gobierno japonés ha sido más bien ineficaz en arreglar ese desorden y retrasó por casi una década la recapitalización de los bancos. La segunda explicación es que la estructura económica del país asiático se volvió rígida porque los intereses creados, sobre todo en los sectores de construcción y servicios, están obstaculizando cambios estructurales urgentes. Y esto abre paso a la tercera explicación: la parálisis política de un sistema al parecer irreformable que contribuye de forma dinámica a la derrota del cambio estructural.

El escenario económico actual de Japón presenta una bolsa de valores demasiado volátil, la caída brusca del precio de la tierra, la disminución del consumo y de las inversiones, quiebras de bancos y empresas, bajos salarios por las bajas utilidades, la continuada apreciación del yen con respecto al dólar (que trae como consecuencia una disminución de las exportaciones japonesas), la deuda pública más grande del mundo (representa el 150% de su Producto Interno Bruto), estancamiento industrial y el traslado de numerosas fábricas a otras naciones asiáticas.

Tampoco es muy brillante el panorama social japonés. Los suicidios y la criminalidad están creciendo alarmantemente, así como el desempleo (hasta hace poco un fenómeno inusitado en Japón). Se habla mucho de una crisis del sistema educativo y del aumento de la corrupción en muchas esferas. También preocupa el constante envejecimiento de la población frente a un bajo índice de natalidad, el incremento de la inseguridad laboral y, sobre todo, la obsolescencia de la ineficaz clase política.

Por último, el renglón político sigue siendo un fiasco. Los japoneses afirman, no sin razón, que su país en una potencia económica del primer mundo donde funciona un sistema político del tercer mundo. En efecto, a pesar de que en este país ha funcionado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial una democracia representativa intachable desde el punto de vista de las amplias libertades ciudadanas que permite y de la limpieza electoral con la que funciona, lo cierto es que la recurrencia de los escándalos de corrupción, la penetrante injerencia de los intereses empresariales y financieros en política y el antidemocrático predominio del aparato burocrático sobre los órganos de representación ciudadana han tergiversado los procedimientos democráticos y permitido que una gris clase política lleve a la deriva a un gran país que en los años ochenta apuntaba para ser la gran potencia mundial del siglo XXI.

Los problemas de Japón se agravaron en 2011 con la triple tragedia terremoto-tsunami-crisis nuclear se ha hecho evidente como nunca antes la mediocridad y falta de liderazgo de los gobernantes nipones. Japón enfrentó mal al  mayor desafío desde la Segunda Guerra. El gobierno japonés se desempeñó de una manera lamentable al exhibir desconcierto e impericia y desplegar una ineficaz y oscura política de comunicación que recibió reproches de todo el mundo. Nunca contó Japón en estas horas aciagas de una voz firme y dueña de plena credibilidad capaz de tranquilizar a los ciudadanos, encabezar las labores de rescate y orientar de forma persuasiva a la población. Lo único quedó claro es que se mantienen la viejas rivalidades entre burócratas y políticos muy entre diversos ministerios que tienden a funcionar como feudos individuales de sus titulares.

Claro, no todo es tan negro para Japón, un pueblo admirable que ha sabido levantarse de peores situaciones en el pasado. Pero sin lugar a dudas en el futuro inmediato el sol naciente tendrá que profundizar los cambios que le permitan a su política ser más eficaz y transparente y a su economía mantenerse como una de las más productivas y competitivas del orbe. Y si bien es cierto que nunca se debe descartar del todo a Japón, también lo es que el sueño de Ishihara y los ultranacionalistas de ver a su país convertirse en una gran superpotencia mundial compitiendo con Estados Unidos por el dominio mundial ha pasado a ser sólo una anécdota. 

viernes, 5 de abril de 2013

Suecia y sus modelos


 
En Suecia hay de modelos a modelos. Unas son como Victoria Silvstedt o Ellin Grindemyr, preciosidades que son eternas porque las suecas serán hermosas siempre, pero el otro modelo, el de la socialdemocracia sueca, es del que debemos despedirnos porque ya está muerto.
 
La realidad es obstinada e irreductible y las utopías en este azaroso mundo siempre son proyectos irrealizables. En Suecia la socialdemocracia quiso el Estado sueco actuar como una “divina providencia” que cuidara de todos los ciudadanos y cubriera de todas sus necesidades. El paraíso comenzó con lo que los suecos llamaban folkhemmet, es decir “el Estado como hogar del pueblo”, pero la terminó convirtiéndose en una pesadilla insostenible y se derrumbó completamente. Para poder vivir del Estado, los suecos tenían que pagar en impuestos casi tanto dinero como el que ganaban. El obeso andamiaje estatal era una especie de queso gruyere, con enormes agujeros de subsidios, planes asistenciales, gastos sociales, ayudas regionales y empresas estatales, los cuales que no pudieron sostenerse con una producción declinante.
 
El apogeo del Estado de bienestar se alcanzó a partir de 1969 cuando llegó al poder Olof Palme. En sus tiempos la carga tributaria rompió la barrera del 25 % del PBI, pasó al 35 % y siguió subiendo de exorbitante forma. Ere todo un frenesí del gasto público, mientras las inversiones se evaporaban. Aunque siempre existió en Suecia un sector privado innovador y competitivo, las cargas fiscales acabaron por derrumbar a la industria. El crecimiento terminó igualándose al ritmo del envejecimiento de la población, con lo cual ningún sueco pudo albergar ilusiones de mejora en sus condiciones de vida. Suecia perdió su pujanza económica. La vida se redujo al reclamo pedigüeño para que el gobierno subsidie a cada grupo. Los obreros carecían de creatividad, los ingenieros y emprendedores -que habían convertido a Suecia en una potencial industrial y marítima- se encontraron aplastados por abrumadoras regulaciones. El Estado sueco engullía tajadas cada vez más grandes de la economía productiva y despilfarraba el dinero en un insostenible sistema de ayudas, privilegios y subsidios.
 
Pero por cada persona y media que producía bienes reales, había otro individuo que vivía a su costa con un cargo dentro del Estado realizando tareas inútiles. Con la economía etancada, Suecia se transformó en una inmensa factoría de servicios de bienestar que sólo brindaba promesas que nunca se cumplían. El incentivo para trabajar desapareció rápidamente. Como todos querían vivir del Estado, la carga tributaria en 1989 llegó al record mundial del 56.2 % del PIB.
 
Las sacudidas económicas internacionales obligaron a los socialdemócratas suecos a poner los pies en la tierra. Cuando se produjo una brusca caída de la recaudación impositiva, el ogro filantrópico no pudo financiarse más. Centenares de miles de empleados públicos fueron despedidos. Tradicionalmente, los socialdemócratas solían endeudarse para poder saldar las cuentas, pero el tiro de gracia llegó en 1993 cuando el Banco de Suecia se vio obligado a elevar la tasa de interés al 500 % anual. La socialdemocracia tuvo que asumir las consecuencias del naufragio económico. Lo primero fue un duro proceso de reducción del gasto público a través de la eliminación de los subsidios y beneficios sociales. El recorte de empleados públicos fue muy drástico. En sólo 5 años tuvieron que despedir 157 mil empleados. Las medidas incluyeron el cambio de la contabilidad pública para conocer el costo de todos los servicios y su comparación con países capitalistas. Simultáneamente se estableció un tipo de cambio libre y se eliminaron las restricciones al comercio exterior, derogando regulaciones e impuestos aduaneros.
 
En 2006 terminó el dominio político de la socialdemocracia, ejercido durante 70 años. En las elecciones triunfó el nuevo Moderata samlingspartiet (Partido de los Moderados) una alianza de centro-derecha integrada por conservadores, liberales, democristianos y centristas. Su líder Fredrik Reinfeldt inició una nueva etapa denominada “La revolución de la libertad de elección”. A partir de entonces incluso el propio partido socialdemócrata se vio obligado a cambiar de objetivos y lanzó programas que abjuraban del intervencionismo estatal impulsando las nuevas ideas del “Poder directo de la gente sobre su vida diaria”. Así se fue desarmando intelectualmente el Estado de bienestar para iniciar una nueva era de sensatez económica, moderación política, respeto al derecho de propiedad y a la iniciativa privada. El Estado siguió siendo influyente, pero acotado. Las funciones económicas en lugar de ser dirigidas y ejecutadas por funcionarios y empleados públicos fueron delegadas a la sociedad, cuidando siempre de respetar las condiciones de equidad y justicia pero bajo gestión privada y no de políticos. El Estado de bienestar basado en la utopía, fue enterrado para siempre. Se lo reemplazó por el Estado facilitador cuya función consiste en fomentar y traspasar las funciones sociales a una Sociedad de Bienestar, que se administra a sí misma, que ofrece diversidad de ofertas, que garantiza la libertad de elección tanto en servicios escolares, deportivos, salud, convenios laborales, cultura, protección de la infancia y sistemas jubilatorios para la vejez.
 
Los nuevos gobiernos suecos lograron redimensionar el Estado Bienestar (sin renunciar por completo a él) sanear las finanzas y rescatar la capacidad competitiva del país, al grado de que se habla de un nuevo modelo sueco a seguir por la hoy tan atribulada Europa.