Los ex comunistas alemanes demostraron con la pasada elección presidencial lo rencorosos que son y lo irreformados que están. Los herederos del partido único que gobernó con mano de hierro a la ex RDA sobreviven políticamente en la Alemania unificada asociados a disidentes de la socialdemocracia en una cosa que se llama Die Linke y que ha cobrado relativa fuerza gracias a su discurso poipulista y a los temores que genera en una parte del electorado germano la necesidad que tiene la economía alemana de reofrmar al excesivamente generoso Estado bienestar germano. Pues bien, por culpa de estos excomunistas y sus populistas aliados se desperdició una estupenda oportunidad para que Alemania contara en la presidencia con un independiente de izquierdas. Le negaron su voto en la Asamblea Electoral a Joachim Gauck, propuesto por la oposición socialdemócrata y verde, quien se distinguó como abogado defensor de los derechos humanos en la época de régimen comunista. Le abrieron así las puertas al gris ex gobernador del estado de la Baja Sajonia, un político democristano tradicional llamado Christian Wulff, quien fue popuesto por la coalición que dirige la canciller Angela Merkel, y que había fallado estrepitosamente en las dos primeras votaciones a causa de las manifiestas disidencias en las filas de los partidos en el gobierno, que contaban teóricamente con una mayoría de 21 votos para imponer a Wulff desde la primera vuelta. Pero un total de 44 representantes de los partidos de la coalición de Merkel de cristianodemócratas , socialcristianos bávaros y liberales negaron su respaldo a Wulff en la primera votación, 29 en la segunda y 19 en la tercera, pese a que esas formaciones contaban desde el comienzo con una teórica mayoría de 21 votos para imponer a su candidato desde el principio.
Estas disidencias son una prueba patente de la crisis interna que padece la coalición alemana, sumida en polémicas sobre el programa de gobierno en aspectos que van de las finanzas a la reforma sanitaria, desde su formación tras las elecciones legislativas del pasado septiembre y, por lo tanto, patentizan la debilidad creciente del gobierno de la canciller, quien se vio obligada a hacer un llamamiento a la unidad advirtiendo sobre las catastróficas consecuencias para la coalición de gobierno de un fracaso de Wulff. La tercera vuelta de la elección presidencial fue un duelo entre Wulff y Gauck, tras la retirada de los candidatos por parte del partido de La Izquierda, que presentaba a la periodista Lukretia Jochimsen, y el ultraderechista Partido Nacionaldemócrata Alemán, que concurría con el cantautor neonazi Frank Rennikke. Socialdemócratas y verdes hicieron, con vistas a la tercera votación, un llamamiento a Die Linke y para que dieran su voto a Gauck quien, por cierto, contaba según todas las encuestas con mayor respaldo popular. De haberse sumado los excomunistas a la candidatura de Gauck, éste hubise salido elector, pero pesaron más los odios de estos autoritarios, que no le perdonaron a este distinguido jurista su npñasado como defensoir de los ciudadanos frnte a las arbitrariedades de la dictadura comunista.
Die Linke demostró de manera fehaciente que no está capacitada para gobernar o cogobernar a un país con la pujanza democrática y la fortaleza institucional que tiene Alemania.