viernes, 18 de diciembre de 2009
Tres preguntas, tres, Sres. politólogos.
Estimados amigos, es muy sencillo, son tres preguntas, tres muy concretitas, que les invito cordialmente a contestarme. No es necesario salirse por peteneras. A ver si alguien me hace el favor de ilustrarme:
1.- Hay una crisis de representación en el mundo (indudable, abundan las encuestas y estudios de especialistas que lo confirman y que ustedes conocen). Los Parlamentos están en crisis de credibilidad (indudable, por las mismas razones). Su impopularidad es creciente y preocupante. La gente vota cada vez menos. Sucede incluso (más bien, sobre todo) en Estados Unidos, donde la popularidad de Congreso es de 17%, pese a que es el paraíso del reeleccionismo y de los partidos laxos. YO NO DIGO QUE SEA CULPA DE LA REELECCIÓN (no salirse por peteneras), mi pregunta es ¿Por qué la reelección no ha coadyuvado a mitigar esta crisis de representatividad, sí es tan buena como algunos de ustedes afirman? ¿Queda claro?
2.- ¿De verdad es cierto que en los países reeleccionistas los diputados atienden más a las "agendas ciudadanas" (el término es extensivamente utilizado por algunos de ustedes) que a las directrices partidistas o a los intereses corporativos? Y esto de intereses corporativos no tiene nada que ver con transparencia. Se afirma que la reelección provoca que los legisladores estén más atentos a las "agendas ciudadanas" y lo que se observa es mayor lobbysmo, transparente, no lo dudo, pero que no se puede llamar precisamente "agenda ciudadana". Por cierto, ¿Qué es eso de agenda ciudadana? ¿Quién la dicta? ¿Quién la postula? ¿No es pura demagogia? ¿Y no es demagogia afirmar que los diputados deben atender las necesidades localistas cuando van a una cámara nacional a abordar temas nacionales?
3.- ¿Qué elementos concretos pueden aportar sobre la llamada "profesionalización" de los legisladores en naciones donde hay reelección? ¿Es cierto que siempre es una minoría, notable por lo reducido de su número, la que aborda con seriedad el trabajo legislativo y que lo normal en cualquier Parlamento es el prevalecimiento de backbenchers (en México le dicen El Bronx legislativo) perezosos? ¿Es cierto que se apela cada vez con mayor recurrencia a despechos especializados para elaborar las leyes? ¿O eso de la profesionalización se reduce a tener coordinadores parlamentarios diestros para la grilla y hábiles para la negociación?
¿Cómo nos puede Ilustrar Geraldina de lo que sucede en Alemania, o Giorgio Romero de lo que pasa en España, o Dworak de como se las gastan en Estados Unidos o en el Reino Unido, o, en fin, un largo etc., sobre ESTOS TRES TEMAS EN CONCRETO?
Ah, y todo esto NADA TIENE QUE VER con presidencialismo ni parlamentarismo, aclaro.
martes, 15 de diciembre de 2009
Los mitos del reeleccionismo legislativo
La discusión en torno a la posibilidad de establecer la reelección legislativa en México pierde de vista en un hecho sustancial: en todo el mundo existe un grave y creciente problema de representatividad que consiste en que los ciudadanos se sienten poco o mal representados por sus diputados y senadores , y este fenómeno ocurre a nivel mundial sin que la dichosa reelección legislativa haya coadyuvado a detenerlo. ¿Saben algo los panegiristas de la reelección legislativa en México las razones de la indiscutible y creciente crisis de representatividad mundial? ¿Se preguntan ellos las razones de por qué este problema prevalece en países donde los ciudadanos pueden reelegir a sus representantes?
Una de las más entusiastas defensoras de la reelección legislativa -quien también, paradójicamente, es una de las campeonas del anulismo electoral (¡!!¡¡¡???¿¿¿)-, la señora Denise Dresser, publicó un artículo donde pretende desmontar lo que ella llama “mitos urbanos de la no reelección”. La mayoría de sus “mitos urbanos antireeleccionistas” me parecen una vacilada, y más bien lo que termina por hacer esta furibunda campeona de las causas ciudadanas es defender al reeleccionismo esgrimiendo dos verdaderos mitos que sencillamente no se ven confirmados en la experiencia legislativa de las naciones donde se reeligen a los diputados, y son: 1.- que la reelección obliga a los representantes a acatar más a lo que dicen los ciudadanos que a lo que dictan los partidos y 2.- la reelección provoca la profesionalización de los legisladores.
Me parece que, como siempre sucede en México, quienes están involucrados en la discusión del tema desprecian experiencia internacional o sobrevaloran la muy sui generis experiencia norteamericana. Por eso me atrevo a preguntarle a Dresser y a otros defensores de la reelección legislativa (Fernando Dworak, uno de los más serios, autor, además de estupendas sinfonías y de música de cámara exquisita) qué nos pueden decir de estos temas de acuerdo la experiencia internacional que, seguramente, tan bien conocen y tanto han estudiado
Pregunto:
1.- ¿Por qué la reelección legislativa no ha servido para reducir la crisis de representatividad y el desmedido descrédito de los parlamento a nivel mundial? Existe, ustedes lo saben. Por eso también hay cándidos analistas en democracias tan avanzadas como Francia, Alemania, naciones escandinavas, etc.
2.- Ustedes saben perfectamente bien que en los parlamentos nacionales se discuten temas de alcance nacional e internacional que poco tienen que ver con los temas a nivel local. Los partidos, pese a todos sus defectos, tienen la función precisamente de presentar alternativas, propuestas e ideas de carácter integral que atienden las necesidades del gran conglomerado nacional. El llamado “compromiso con el pueblo que los eligió” tiene, por lo tanto, muy poco que ver con los renglones locales. Su deber, repito, su deber, es suscribir visones globales y de largo plazo y, hasta la feche, donde mejor se suscriben estos postulados generales son en los idearios políticos de un partido. Los diputados y senadores en Parlamentos nacionales abordan problemas sociales, económicos y políticos que incumben a la población de un país en su totalidad, por lo que la visión parcial de un distrito en particular no basta para desarrollar un buen trabajo. Por eso, ¿No están sobrevalorando la presunta relación representados/representantes cuando de lo que se trata es de abordar temas que rebasan las necesidades de un distrito determinado? En países con reelección legislativa en distritos uninominales donde funcionan sistemas de partidos verticales, como Reino Unido o Alemania, ¿De verdad los diputados escuchan más a su distrito que a su partido en el momento de votar leyes de carácter nacional?
3.- Ustedes dicen que la reelección comprometería a los representantes más con las “agendas ciudadanas que con los partidos” pero la verdad es que en los sistemas de partidos llamados verticales (España, Reino Unido, Alemania y un largo etcétera) los partidos siempre tienen forma de disciplinar a los diputados rebeldes. Peores cosas pasan en Estados Unidos, donde los partidos son laxos y horizontales y no existe la disciplina rígida de voto en los parlamentos. Ahí la excesiva dependencia de los representantes ante los intereses locales ha redundado en la prevalencia de visiones parciales y localistas que muchas veces han sido perjudiciales tanto para el desarrollo de las políticas de alcance nacional como para la posición internacional de la que, casualmente, es la principal potencia mundial. ¿De verdad en las naciones con sistemas de partidos tradicionales los diputados han encontrado más incentivos para, eventualmente, revelarse a las instancias partidistas en nombre de sus ciudadanos representados? Tengo entendido que estas rebeldías son las excepciones (y no siempre por las mejores razones, por cierto)
Más grave todavía: los miembros del Congreso estadounidense dependen para costear sus cada vez más onerosas campañas de los intereses corporativos que las pagan, y es por lo tanto a estos intereses corporativos a quienes responden y a ninguna “agenda ciudadana”. ¡Qué nos permite pensar que en México los diputados que puedan reelegirse exclusivamente gracias al apoyo de intereses corporativos (sindicatos, empresas tipo televisa o Telmex, banqueros y un largo etc.) atenderán más a los ciudadanos de a pie que a quienes tienen la capacidad de sufragar sus campañas? No amigos, algo me dice que será todo lo contrario. Con menos disciplina de partido, las televisas, las Elbas Estheres y los Slim de este mundo (del narco, ni hablar) tendrán mucha mayor capacidad s para controlar (comprar) a los diputallios. ¿De verdad no lo ven?
4.- Otro mito de los reelecionistas es la dichosa “profesionalización”. Ustedes, que han de conocer muy bien como funcionan los parlamentos de otras democracias, aclárenos: ¿Es verdad que siempre es una minoría muy reducida de diputados la que elabora, discute y propone las leyes? ¿Son contados los representantes que intervienen, exponen y plantean? Abundan los estudias que confirman la mayoría de los representantes, los llamados backbenchers, se limita a levantar el dedito a la hora de aprobar o rechazar alguna iniciativa. ¡Y hay muchísimos casos de representantes que se pasan décadas sin hacer otra cosa que levantar el dedo! Entonces ¿Cuál profesionalización? ¿De qué manera concreta, de acuerdo a la experiencia del mundo real, se comprueba que a más años de un diputado ocupando su escaño es mayor su capacidad como Legislador?
No amigos, la reelección legislativa no es mala, de hecho puede ser útil, pero hagan el favor de dejar de vendérnosla como su fuera la gran panacea.
¿Son necesarias dos vueltas?
Dentro del paquete de reformas políticas que acaba de presentar Calderón se incluye la posibilidad de instituir la elección presidencial a dos vueltas. No debe sorprendernos. A final de cuentas, la mayoría de los regímenes presidenciales y semi presidenciales utilizan en la actualidad este mecanismo para la designación del jefe de Estado. Es por ello importante que los actores políticos realicen un análisis exhaustivo sobre las virtudes y defectos del sistema de dos vueltas para la elección presidencial, sobre todo a la luz de la experiencia internacional, que es bastante elocuente al respecto. Asimismo, vale la pena reflexionar acerca de la conveniencia de adoptar las dos vueltas no sólo a nivel presidencial, sino también para la conformación de los órganos legislativos.
La idea fundamental de la elección a dos vueltas reside en evitar que un presidente llegue al poder con un porcentaje minoritario o relativamente reducido de la votación, lo cual, para muchos analistas, lo deslegitimaría frente al electorado. Según esta lógica, cuando un candidato llega a ganar una elección presidencial con, digamos, un 35 o 40% del a votación esto querrá decir que un porcentaje mayoritario habría votado por alguno de los adversarios y, por lo tanto, indirectamente están en contra de que el ganador gobierne al país. La celebración de una segunda vuelta con los candidatos mejor ubicados daría la seguridad de que el elegido tendría la su favor a mayoría absoluta de los votos y, por lo tanto, mayor legitimidad.
El primer país importante en adoptar la elección presidencial a dos vueltas fue Alemania durante el período de entreguerras. Los redactores de la Constitución de Weimar diseñaron un sistema político que funcionaría en un esquema multipartidista con la presencia de un presidente directamente electo por el pueblo, que serviría, teóricamente, de contrapeso efectivo ante un parlamento (Reichstag) demasiado fragmentado. Como ninguno de los partidos que prevalecieron en la Alemania weimeriana tenía la fuerza suficiente como para conseguir por si mismo un porcentaje demasiado grande de la votación en una primera vuelta, se diseño la realización de una segunda ronda con los dos candidatos mejor ubicados en la preliminar para garantizar que el jefe de Estado llegaría con un máximo de apoyo popular. Sin embargo, el presidente de la República, el general Von Hindenburg, jamás sirvió como una “balanza efectiva” frente al atomizado y anárquico Reichstag, en virtud, entre otras poderosas razones, a que no se identificaba prácticamente con ninguno de los partidos que lo habían postulado en la segunda vuelta como el “mal menor” y, de hecho, ni siquiera era afecto a la República misma.
Décadas más tarde, al establecerse en Francia la V República, se instaura el sistema de dos vueltas para elección presidencial y también para la conformación de la Asamblea Nacional. Como sucedió en la República de Weimar, la segunda vuelta empieza a funcionar en Francia en un escenario multipartidista exacerbado. A partir de entonces, las dos vueltas funcionan con gran éxito: han coadyuvado a simplificar el sistema de partidos y a propiciar en Francia un muy largo período de estabilidad que ha prevalecido incluso en las épocas de “cohabitación”. Vale decir, sin embargo, que el caso francés es único y de cierta manera irrepetible, a pesar de lo que digan algunos adoradores de los mecanismos de V República. Recuérdese que el éxito del sistema en mucho dependió de la presencia al principio de un “hombre fuete”, el general De Gaulle, y no se pierda de viste la enorme madurez que presenta el sistema de partidos francés.
También es importante destacar que el sistema a dos vueltas contribuyó a la simplificación del sistema de partidos francés no tanto por estar vigente para la elección presidencial, sino por que es el método para la integración del parlamento. Al ser electos los diputados en distritos uninominales a dos rondas, los partidos tienen un poderoso incentivo para la formación de coaliciones eficientes y duraderas. Asimismo, no debemos olvidar que el régimen semipresidencial francés implica la presencia de un primer ministro responsable ante el parlamento, lo cual obliga a los partidos a mantener sus coaliciones después de las elecciones.
Siguiendo el ejemplo francés, la segunda vuelta ha sido instituida por el resto de las naciones semipresidenciales europeas (excepto Finlandia) y por la mayor parte de los estados latinoamericanos. Actualmente, México, República Dominicana, Panamá, Paraguay, Venezuela, Honduras y Nicaragua son las naciones latinoamericanas donde aún se resuelve la elección del presidente con mayoría relativa en una sola jornada, mientras que en Brasil, Colombia, Ecuador El Salvador, Guatemala, Haití, Perú y Uruguay se requiere de una segunda vuelta en caso de que ningún candidato alcance la mayoría absoluta. En Argentina, un candidato se declara vencedor si gana por lo menos el 45 por ciento de los votos en la primera vuelta, y en Costa Rica basta con que rebase el 40 por ciento, de lo contrario, en ambos casos se procede a una segunda ronda. Por último, Bolivia presenta un caso único en el subcontinente, aquí es el Congreso quien decide el nombre del ganador cuando ningún candidato consiga mayoría absoluta en las urnas.
Los defensores del sistema de mayoría relativa aseguran que las dos vueltas en América Latina, lejos de ayudar a consolidar un sistema de partidos fuerte, contribuye a la fragmentación política. El problema fundamental de nuestros países reside consiste en que al no adoptarse las dos vueltas para conformación de la parlamento (ningún país latinoamericano lo hace) y al tampoco funcionar con sistemas semipresidenciales, con un primer ministro responsable ante el parlamento, se pierden los incentivos para mantener coaliciones permanentes, es por ello que la alianzas suelen ser efímeras y construidas al calor del oportunismo electoral. Coaliciones armadas únicamente alrededor de una coyuntura específica y cimentadas tan sólo por el carisma de un candidato popular están condenadas a desaparecer al mudar las fortunas políticas y la popularidad del jefe de Estado.
Se afirma, además, que la mayoría relativa permite a los electores elegir una opción política coherente sobre alternativas claras de gobierno, lo cual permite, a la larga, la consolidación del sistema de partidos. En base a la realización de un exhaustivo estudio empírico, los politólogos Matthew Shugart y John Carey llegaron a la conclusión de que las elecciones de mayoría relativa, contra lo que pudiera pensarse “tienden a inducir la formación de dos bloques en la elección presidencial, mientras que los comicios a dos vueltas, por lo general, son considerablemente más fragmentadas.…Irónicamente, mediante la mayoría relativa es más probable obtener a un ganador por una mayoría electoral genuina que con el método de dos vueltas El candidato que eventualmente emerge ganador de una segunda vuelta por lo general queda muy lejos de obtener una mayoría clara en la primera ronda y, de hecho, casi siempre queda cerca de obtener sólo un tercio de los votos o menos” .
Obtener una cifra relativamente baja de votación en la primera ronda hace a los candidatos que califican a la segunda demasiado dependientes del apoyo de los partidos medianos y pequeños que fueron eliminados. Asimismo, otro problema que emerge con las dos vueltas es que se agudiza el problema de la personalización de la política, al darse, como de hecho se da, mucha más importancia a la persona del candidato que a los programas y propuestas de gobierno. Si bien es cierto este fenómeno esta presente en casi todos los regímenes políticos actuales, por su naturaleza es lógico que en las dos vueltas se acentúa aún más la importancia del candidato sobre los programas.
La experiencia latinoamericana con las dos vueltas a partir de la democratización de los años ochentas y noventa da claros ejemplos de la inestabilidad que puede generar la elección de un presidente que ha ganado únicamente en base a su carisma pero que no cuenta con una base partidista sólida. Los casos de Collor de Mello en Brasil, Fujimori en Perú, Bucaram en Ecuador, Aristide en Haití y Serrano Elías en Guatemala son pruebas más que convincentes de que las dos vueltas de ninguna manera constituyen un remedio infalible contra la inestabilidad. Por el contrario, las naciones que conservan la mayoría relativa han logrado mantener, en mayor o menor grado, una estabilidad política aceptable, incluso en los casos en los que el presidente no cuenta con mayoría en las cámaras legislativas. Hasta la fecha, todos los casos graves de enfrentamiento entre los Poderes en países de América Latina suscitados a raíz de la última democratización, se han dado en naciones con elección presidencial a dos vueltas.
Desde luego, esto no quiere decir que todas las naciones que utilizan la segunda vuelta están condenadas a experimentar enfrentamientos graves entre los Poderes y que los países con mayoría relativa sean irremediablemente estables. Brasil es un buen ejemplo de una nación multipartidista con elección presidencial a dos vueltas donde el sistema político funciona bien, aunque esto mucho debe al talento político que ha demostrado el presidente. Lo importante es entender que no hay nada escrito en cuanto a la eficacia de las fórmulas electorales, y que sostener empecinadamente que el sistema de dos vueltas son mejores per se es producto de un prejuicio.
En el caso particular de México, pienso que el sistema de partidos no está maduro aún para plantearse la instauración del sistema de dos vueltas, ni para la elección presidencial, ni para la conformación del Congreso de la Unión. Piénsese que, por lo menos hasta el momento, vivimos un régimen tripartidista protagonizado por tres grandes formaciones nacionales sumamente disímbolas ideológicamente entre sí. Imaginar una segunda vuelta en el actual escenario mexicano nos lleva a pensar en un presidente electo necesariamente con el apoyo de dos de los tres actores principales, el cual obtendría un triunfo pírrico muy probablemente condenado a enfrentar una grave situación de inestabilidad una vez que la alianza que lo llevó al poder quiebre ante los primeros intentos de llevar a cabo un programa común de gobierno.
Trabajar por un sistema presidencial estable pasa primero por diseñar mecanismos constitucionales que hagan más viable la relación entre Ejecutivo y Legislativo, más que en insistir en el experimento de las dos vueltas. En el proceso de reforma del Estado que esta por comenzar debemos evitar caer en extrapolaciones y en imitaciones insensatas. Hay que anteponer la necesidad que tenemos de garantizar la gobernabilidad democrática mediante en el establecimiento de un sistema de partidos fuerte y representativo y en la construcción de una clase política capaz y responsable.
La idea fundamental de la elección a dos vueltas reside en evitar que un presidente llegue al poder con un porcentaje minoritario o relativamente reducido de la votación, lo cual, para muchos analistas, lo deslegitimaría frente al electorado. Según esta lógica, cuando un candidato llega a ganar una elección presidencial con, digamos, un 35 o 40% del a votación esto querrá decir que un porcentaje mayoritario habría votado por alguno de los adversarios y, por lo tanto, indirectamente están en contra de que el ganador gobierne al país. La celebración de una segunda vuelta con los candidatos mejor ubicados daría la seguridad de que el elegido tendría la su favor a mayoría absoluta de los votos y, por lo tanto, mayor legitimidad.
El primer país importante en adoptar la elección presidencial a dos vueltas fue Alemania durante el período de entreguerras. Los redactores de la Constitución de Weimar diseñaron un sistema político que funcionaría en un esquema multipartidista con la presencia de un presidente directamente electo por el pueblo, que serviría, teóricamente, de contrapeso efectivo ante un parlamento (Reichstag) demasiado fragmentado. Como ninguno de los partidos que prevalecieron en la Alemania weimeriana tenía la fuerza suficiente como para conseguir por si mismo un porcentaje demasiado grande de la votación en una primera vuelta, se diseño la realización de una segunda ronda con los dos candidatos mejor ubicados en la preliminar para garantizar que el jefe de Estado llegaría con un máximo de apoyo popular. Sin embargo, el presidente de la República, el general Von Hindenburg, jamás sirvió como una “balanza efectiva” frente al atomizado y anárquico Reichstag, en virtud, entre otras poderosas razones, a que no se identificaba prácticamente con ninguno de los partidos que lo habían postulado en la segunda vuelta como el “mal menor” y, de hecho, ni siquiera era afecto a la República misma.
Décadas más tarde, al establecerse en Francia la V República, se instaura el sistema de dos vueltas para elección presidencial y también para la conformación de la Asamblea Nacional. Como sucedió en la República de Weimar, la segunda vuelta empieza a funcionar en Francia en un escenario multipartidista exacerbado. A partir de entonces, las dos vueltas funcionan con gran éxito: han coadyuvado a simplificar el sistema de partidos y a propiciar en Francia un muy largo período de estabilidad que ha prevalecido incluso en las épocas de “cohabitación”. Vale decir, sin embargo, que el caso francés es único y de cierta manera irrepetible, a pesar de lo que digan algunos adoradores de los mecanismos de V República. Recuérdese que el éxito del sistema en mucho dependió de la presencia al principio de un “hombre fuete”, el general De Gaulle, y no se pierda de viste la enorme madurez que presenta el sistema de partidos francés.
También es importante destacar que el sistema a dos vueltas contribuyó a la simplificación del sistema de partidos francés no tanto por estar vigente para la elección presidencial, sino por que es el método para la integración del parlamento. Al ser electos los diputados en distritos uninominales a dos rondas, los partidos tienen un poderoso incentivo para la formación de coaliciones eficientes y duraderas. Asimismo, no debemos olvidar que el régimen semipresidencial francés implica la presencia de un primer ministro responsable ante el parlamento, lo cual obliga a los partidos a mantener sus coaliciones después de las elecciones.
Siguiendo el ejemplo francés, la segunda vuelta ha sido instituida por el resto de las naciones semipresidenciales europeas (excepto Finlandia) y por la mayor parte de los estados latinoamericanos. Actualmente, México, República Dominicana, Panamá, Paraguay, Venezuela, Honduras y Nicaragua son las naciones latinoamericanas donde aún se resuelve la elección del presidente con mayoría relativa en una sola jornada, mientras que en Brasil, Colombia, Ecuador El Salvador, Guatemala, Haití, Perú y Uruguay se requiere de una segunda vuelta en caso de que ningún candidato alcance la mayoría absoluta. En Argentina, un candidato se declara vencedor si gana por lo menos el 45 por ciento de los votos en la primera vuelta, y en Costa Rica basta con que rebase el 40 por ciento, de lo contrario, en ambos casos se procede a una segunda ronda. Por último, Bolivia presenta un caso único en el subcontinente, aquí es el Congreso quien decide el nombre del ganador cuando ningún candidato consiga mayoría absoluta en las urnas.
Los defensores del sistema de mayoría relativa aseguran que las dos vueltas en América Latina, lejos de ayudar a consolidar un sistema de partidos fuerte, contribuye a la fragmentación política. El problema fundamental de nuestros países reside consiste en que al no adoptarse las dos vueltas para conformación de la parlamento (ningún país latinoamericano lo hace) y al tampoco funcionar con sistemas semipresidenciales, con un primer ministro responsable ante el parlamento, se pierden los incentivos para mantener coaliciones permanentes, es por ello que la alianzas suelen ser efímeras y construidas al calor del oportunismo electoral. Coaliciones armadas únicamente alrededor de una coyuntura específica y cimentadas tan sólo por el carisma de un candidato popular están condenadas a desaparecer al mudar las fortunas políticas y la popularidad del jefe de Estado.
Se afirma, además, que la mayoría relativa permite a los electores elegir una opción política coherente sobre alternativas claras de gobierno, lo cual permite, a la larga, la consolidación del sistema de partidos. En base a la realización de un exhaustivo estudio empírico, los politólogos Matthew Shugart y John Carey llegaron a la conclusión de que las elecciones de mayoría relativa, contra lo que pudiera pensarse “tienden a inducir la formación de dos bloques en la elección presidencial, mientras que los comicios a dos vueltas, por lo general, son considerablemente más fragmentadas.…Irónicamente, mediante la mayoría relativa es más probable obtener a un ganador por una mayoría electoral genuina que con el método de dos vueltas El candidato que eventualmente emerge ganador de una segunda vuelta por lo general queda muy lejos de obtener una mayoría clara en la primera ronda y, de hecho, casi siempre queda cerca de obtener sólo un tercio de los votos o menos” .
Obtener una cifra relativamente baja de votación en la primera ronda hace a los candidatos que califican a la segunda demasiado dependientes del apoyo de los partidos medianos y pequeños que fueron eliminados. Asimismo, otro problema que emerge con las dos vueltas es que se agudiza el problema de la personalización de la política, al darse, como de hecho se da, mucha más importancia a la persona del candidato que a los programas y propuestas de gobierno. Si bien es cierto este fenómeno esta presente en casi todos los regímenes políticos actuales, por su naturaleza es lógico que en las dos vueltas se acentúa aún más la importancia del candidato sobre los programas.
La experiencia latinoamericana con las dos vueltas a partir de la democratización de los años ochentas y noventa da claros ejemplos de la inestabilidad que puede generar la elección de un presidente que ha ganado únicamente en base a su carisma pero que no cuenta con una base partidista sólida. Los casos de Collor de Mello en Brasil, Fujimori en Perú, Bucaram en Ecuador, Aristide en Haití y Serrano Elías en Guatemala son pruebas más que convincentes de que las dos vueltas de ninguna manera constituyen un remedio infalible contra la inestabilidad. Por el contrario, las naciones que conservan la mayoría relativa han logrado mantener, en mayor o menor grado, una estabilidad política aceptable, incluso en los casos en los que el presidente no cuenta con mayoría en las cámaras legislativas. Hasta la fecha, todos los casos graves de enfrentamiento entre los Poderes en países de América Latina suscitados a raíz de la última democratización, se han dado en naciones con elección presidencial a dos vueltas.
Desde luego, esto no quiere decir que todas las naciones que utilizan la segunda vuelta están condenadas a experimentar enfrentamientos graves entre los Poderes y que los países con mayoría relativa sean irremediablemente estables. Brasil es un buen ejemplo de una nación multipartidista con elección presidencial a dos vueltas donde el sistema político funciona bien, aunque esto mucho debe al talento político que ha demostrado el presidente. Lo importante es entender que no hay nada escrito en cuanto a la eficacia de las fórmulas electorales, y que sostener empecinadamente que el sistema de dos vueltas son mejores per se es producto de un prejuicio.
En el caso particular de México, pienso que el sistema de partidos no está maduro aún para plantearse la instauración del sistema de dos vueltas, ni para la elección presidencial, ni para la conformación del Congreso de la Unión. Piénsese que, por lo menos hasta el momento, vivimos un régimen tripartidista protagonizado por tres grandes formaciones nacionales sumamente disímbolas ideológicamente entre sí. Imaginar una segunda vuelta en el actual escenario mexicano nos lleva a pensar en un presidente electo necesariamente con el apoyo de dos de los tres actores principales, el cual obtendría un triunfo pírrico muy probablemente condenado a enfrentar una grave situación de inestabilidad una vez que la alianza que lo llevó al poder quiebre ante los primeros intentos de llevar a cabo un programa común de gobierno.
Trabajar por un sistema presidencial estable pasa primero por diseñar mecanismos constitucionales que hagan más viable la relación entre Ejecutivo y Legislativo, más que en insistir en el experimento de las dos vueltas. En el proceso de reforma del Estado que esta por comenzar debemos evitar caer en extrapolaciones y en imitaciones insensatas. Hay que anteponer la necesidad que tenemos de garantizar la gobernabilidad democrática mediante en el establecimiento de un sistema de partidos fuerte y representativo y en la construcción de una clase política capaz y responsable.
viernes, 11 de diciembre de 2009
El Peje, ¿Menos malo que Fecal?
Este Oso desprecia profundamente a Andrés Manuel López Obrador por inculto, autoritario, mesiánico, demagogo, irresponsable, berrinchudo, populista y varias razones más. Sin embargo, empieza a sospechar que, pese a todo, quizá (sólo quizá) hubiese sido un presidente menos malo que el acomplejado enanito que nos cargamos desde hace tres años. Calderón es un sujeto de una insuperable inseguridad personal. Todos los comentaristas políticos respetables de este país, e incluso algunos que no lo son han señalado la preocupante afición de este sujeto a rodearse exclusivamente de sus amiguitos y de los güeritos quetanto le gustan, pero al menos había seguido la sana práctica de nombrar a una figura con credenciales impecables al nombrar al secretario de Hacienda, y aunque Carstens ha dejado mucho que desear con su mediocre manejo de la crisis, debemos al menos reconocerle que tiene una estatura académica e intelectual mucho mayor que la del corderito que nombro el mediocrazo de Calderón para sucederlo. ¡Y todavía nos faltan 3 años de Felipe Calderón!
Es aquí cuando uno añora la eficacia del sistema de parlamentario, donde basta con un voto de censura para echar del poder a un gobernante inepto. Aquí no hay pa’ donde hacerse: tres años más de es te acomplejado ineficiente y borrachín como jefe del país, timón roto e inservible de un barco a la deriva (¡hasta le da por plagiar al Jolopo!).
Mucho me temo que debo rendirme a las evidencias y sumarme a la petición de los hooligans Porfirio y Noroña para que se le haga juicio político a este señor y se le declare mental, moral y psicológicamente incapacitado para continuar al frente de lo que queda de este infortunado país. ¡Caray! Y pensar que cuando yo era un adolescente quería ser presidente! Ahora que soy viejo, cuando veo a pendejazos como Calderón, Fox, el Legítimo o el copetudo del Edomex ascender a tales instancias me digo a mi mismo: “Pos en qué diablos estaba pensando ese chamaco baboso cuando quería ser presidente? No cabe duda que cada día tiene más razón Goethe con eso de que el poder es el complemento de lo mediocres.
El valiente y certero discurso de Obama
Obama ha tenido sus altibajos desde que llegó a la presidencia, pero antier en la ceremonia del Nobel dijo uno de sus mejores discursos, que en mucho podría borrar la mala impresión que dio cuando, días antes, anunció en West Point el incremento de tropas en Afganistán con una pieza oratoria débil e inconvincente. Obama fue directo, desterró cualquier tipo de fácil hipocresía al que podría haber dado lugar el momento y reafirmó la convicción que todo buen estadista debe tener al cumplir con sus responsabilidades de mando y que se resume en el adagio latino Si vis pacem para bellum
Obama, defendió la muchas veces ineludible necesidad de ir a la guerra en ciertas ocasiones, y dijo algunas valiosas verdades: "Enfrento el mundo como es y no puedo permanecer sin hacer nada frente a las amenazas al pueblo estadounidense. Un movimiento no violento no podría haber frenado a los ejércitos de Hitler. Las negociaciones no pueden convencer a los líderes de Al-Qaeda a deponer sus armas. Decir que la fuerza a veces es necesaria no es cinismo: es un reconocimiento de la historia y de las imperfecciones del hombre y los límites de la razón", Y claro que este discurso estuvo lejos de ser cínico, como afirman algunos simplones. Fueron las palabras sinceras de un hombre que sabe poner los puntos sobre las íes y evitó caer en triunfalismos, hipocresías y exhibicionismos (ah, y no menos importante: en cursilerías).
"La creencia de que la paz es deseable, rara vez es suficiente para lograrla". Implacable verdad, y otra más "A veces la guerra es necesaria, y en cierta medida la guerra es una expresión de los sentimientos humanos", apuntó Obama, para añadir que en ciertas circunstancias, "los instrumentos de la guerra tienen un papel que desempeñar en la preservación de la paz". Y aclaró: "La guerra en sí misma nunca es gloriosa y nunca debemos presumir de ella como tal". E incluso encaró a la otra gran polémica en torno al galardón: que se le hubiera concedido cuando apenas lleva 11 meses en el cargo y sus logros concretos aún son limitados. "Sería negligente si no reconociera la considerable controversia que su generosa decisión ha generado. En parte, esto es porque estoy al comienzo, no al final, de mis labores en el escenario mundial", reconoció que sus logros "son escasos" en comparación con otros galardonados anteriores, como Martin Luther King o Nelson Mandela, e indicó que recibía el premio con "profunda gratitud y una gran humildad". Y aunque elogió el camino de no violencia seguido por los dos mencionados, acotó: "Como jefe de Estado he prometido proteger y defender mi nación, no puedo dejarme guiar sólo por sus ejemplos"
Pues bien, me pareció estupendo el discurso, pero le faltó algo: un justo reproche a algunos de sus más torpes antcesores a la hora de abusar del instrumento de la guerra, aquellos que con el pretexto de iniciar guerras "preventivas" o inician conflictos injustos, cruentos y duraderos, acre lección que ha padecido Estados Unidos varias veces en la historia, la última con la inicua decisión de Bush Jr de invadir Irak a base de mentiras.
Obama, defendió la muchas veces ineludible necesidad de ir a la guerra en ciertas ocasiones, y dijo algunas valiosas verdades: "Enfrento el mundo como es y no puedo permanecer sin hacer nada frente a las amenazas al pueblo estadounidense. Un movimiento no violento no podría haber frenado a los ejércitos de Hitler. Las negociaciones no pueden convencer a los líderes de Al-Qaeda a deponer sus armas. Decir que la fuerza a veces es necesaria no es cinismo: es un reconocimiento de la historia y de las imperfecciones del hombre y los límites de la razón", Y claro que este discurso estuvo lejos de ser cínico, como afirman algunos simplones. Fueron las palabras sinceras de un hombre que sabe poner los puntos sobre las íes y evitó caer en triunfalismos, hipocresías y exhibicionismos (ah, y no menos importante: en cursilerías).
"La creencia de que la paz es deseable, rara vez es suficiente para lograrla". Implacable verdad, y otra más "A veces la guerra es necesaria, y en cierta medida la guerra es una expresión de los sentimientos humanos", apuntó Obama, para añadir que en ciertas circunstancias, "los instrumentos de la guerra tienen un papel que desempeñar en la preservación de la paz". Y aclaró: "La guerra en sí misma nunca es gloriosa y nunca debemos presumir de ella como tal". E incluso encaró a la otra gran polémica en torno al galardón: que se le hubiera concedido cuando apenas lleva 11 meses en el cargo y sus logros concretos aún son limitados. "Sería negligente si no reconociera la considerable controversia que su generosa decisión ha generado. En parte, esto es porque estoy al comienzo, no al final, de mis labores en el escenario mundial", reconoció que sus logros "son escasos" en comparación con otros galardonados anteriores, como Martin Luther King o Nelson Mandela, e indicó que recibía el premio con "profunda gratitud y una gran humildad". Y aunque elogió el camino de no violencia seguido por los dos mencionados, acotó: "Como jefe de Estado he prometido proteger y defender mi nación, no puedo dejarme guiar sólo por sus ejemplos"
Pues bien, me pareció estupendo el discurso, pero le faltó algo: un justo reproche a algunos de sus más torpes antcesores a la hora de abusar del instrumento de la guerra, aquellos que con el pretexto de iniciar guerras "preventivas" o inician conflictos injustos, cruentos y duraderos, acre lección que ha padecido Estados Unidos varias veces en la historia, la última con la inicua decisión de Bush Jr de invadir Irak a base de mentiras.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Es hora de proscribir a la Iglesia católica
Pocas cosas me repatean más que la hipocresía de la Iglesia católica, que con tanto fervor persigue a las mujeres que se ven obligadas a abortar, pero solapa de buen grado los abusos de los curas y tolera la violencia contra las mujeres, entre otras de las muchas vilezas que podemos reprocharle. La última felonía de esta gran asociación delictuosa promotora de mentiras fue develada por un informe oficial del gobierno de la pía Irlanda sobre decenas de sacerdotes que han abusado de centenares de niños durante años con la complicidad de la jerarquía eclesiástica, la cual encubrió cuidadosamente estos hechos con la complicidad de la policía. Alrededor de 450 niños fueron víctimas de abusos sexuales practicados por una cincuentena de sucios sacerdotes entre 1975 y 2004. Y los autores de estas sevicias fueron protegidos por los cuatro arzobispos que se han sucedido en la diócesis de Dublín en esta larga etapa. ¡Cuán repugnante! Y eso no es todo, el informe es publicado seis meses después de otra investigación, que reveló decenas de abusos desde los años 1930 hasta los años 1990 en las instituciones para niños dirigidas por la perversa Iglesia católica. El informe narra cosas tan repugnantes como la de aquel padrecito que sometía a una niña pequeña para insertarle brutalmente un objeto en su vagina, y luego en su ano. El objeto, por supuesto, era su crucifijo. Se trata del curita de la localidad de Glendalough (y responsable de la escuela primaria), y se mantuvo al frente de estas responsabilidades más de tres años después de que los padres de la niña se quejasen del repugnante delito ante el arzobispo de Dublín, Desmond Connell. Esto en años 1990. Y así abundan anécdotas por el estilo en todo el informe.
Gran escándalo en Eire, pero sólo por el momento. Como tantas veces, el Vaticano tratará de enterrar y solapar el asunto. Hipócritas cretinos. ¡Qué razón tiene Fernando Vallejo cuando exige la proscripción de esta aborrecible institución!
Gran escándalo en Eire, pero sólo por el momento. Como tantas veces, el Vaticano tratará de enterrar y solapar el asunto. Hipócritas cretinos. ¡Qué razón tiene Fernando Vallejo cuando exige la proscripción de esta aborrecible institución!
sábado, 5 de diciembre de 2009
Sorteo tramposo
jueves, 3 de diciembre de 2009
Evo y su indiginismo radical rumbo a la reelección
Evo Morales va que vuela para conseguir su reelección como presidente de Bolivia en las elecciones del próximo domingo. Su populismo y su indigenismo radical siguen cotizándose alto en un país tan vilipendiado como, sin duda, lo ha sido Bolivia. Los pueblos indígenas de América han sido marginados, olvidados y maltratados durante siglos, y es indiscutible que muchas de sus reivindicaciones son perfectamente justas y legítimas, pero los intentos "justicieros" del populista Evo de reparar las consecuencias de los famosos 500 años de de iniquidades sufridas por los pueblos originarios dejan abiertas muchas interrogantes, las cuales saltan a la vista con hacer una lectura a la nueva Constitución boliviana aprobada por Evo este año. Es de dudarse la viabilidad, prudencia y equidad de esta política pretendidamente reivindicatoria. Por ejemplo, el artículo 1 de esta nueva Constitución define a Bolivia un "Estado unitario social de derecho plurinacional comunitario". El artículo 5 establece que los idiomas oficiales son el castellano más otras treinta y seis lenguas indígenas, algunas de las cuales representan a un número muy pequeño de ciudadanos. Los artículos 1 y 178 establecen el principio de "pluralismo jurídico", que abre la puerta a que "la jurisdicción ordinaria y la jurisdicción indígena-originario-campesina gozarán de igual jerarquía" (artículo 179), y pone el derecho consuetudinario indígena en un pie de igualdad con el derecho positivo del Estado boliviano, con el agravante de que no hay uno sino múltiples derechos consuetudinarios de los pueblos originarios bolivianos, códigos ancestrales no escritos de los cuales se desprenden algunas penas violatorias de derechos humanos, como el linchamiento e incluso la crucifixión. Este problema lo hemos tenido en México con la rebelión zapatista y da lugar a la pregunta: ¿Hasta dónde es válido respetar los usos y costumbres indígenas que, por ejemplo, denigran la condición de la mujer, o los que dan lugar a la legitimización del linchamiento? ¿Recuerdan aquella célebre declaración del Peje cuando, ante un linchamiento, mencionó que ante las costumbres de los pueblo "más valía no meterse"?
En Bolivia, de acuerdo con el informe de 2008 de la Human Rights Foundation, durante el último lustro se registraron una cincuentena de linchamientos, cuyos perpetradores invocaron leyes antiguas. Entre ellos está el caso del alcalde de Ayo Ayo, Benjamín Altamirano, que en 2004 fue golpeado, apedreado, colgado y quemado vivo por acusaciones de corrupción nunca comprobadas. Y aunque el artículo 15 prohibe la tortura y los tratos degradantes, y agrega que no existe la pena de muerte, en los hechos los linchamientos no se reprimen. Asimismo, los latigazos, forma tradicional de castigo en gran cantidad de comunidades indígenas, tampoco son objeto de limitaciones o repimendas oficiales.
¡Cuidado! El romanticismno jurídico que entraña estos intentos de reparación a los pueblos indígenas pueden acarrear una catástrofe humana sin precedentes en nuestro subcontinente. No hay que irse con la finta.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Dios es puto
El presidente emérito de una cosa que se llama "Consejo Pontificio para los Operadores Sanitarios del Vaticano (tendrá que ver algo con los escusados de la Santa Sede, supongo)" declaró que los homosexuales jamás entrarán al “Reino de los Cielos” dizque por "actuar contra la dignidad del cuerpo". Déjeme decirle una cosa, Sr. Cardenal: tengo firmes sospechas de que Dios es puto, y si no, explique usted el por qué de toda esa constante apología a lo masculino que encontramos en las tres religiones que llamamos "del libro (judíos, cristianos y musulmanes)". ¿A que viene el desprecio tan abierto y esa filosofía tal hostil hacia la mujer y lo femenino? Además, claro está, qué de ser cierto lo que dice el cardenal se estaría condenando por lo menos al 90% de los curas católicos al infierno, a más, inclusive, suponiendo que "su eminencia" considere a la pederastía como un acto contra la dignidad del cuerpo, aunque con estos chicos nunca se sabe. Mucho cuidado, cardenal, que el pez por la boca muere, no vaya a estar regándola y ande quedando mal con el mero Jefe.
viernes, 27 de noviembre de 2009
México y el desprecio a las instituciones
México tiene un sistema de gobierno podrido porque carece de instituciones sólidas y dueñas de plena credibilidad, y la clase política no se preocupa en lo más mínimo por fortalecerlas, antes al contrario, las hace objeto de disputa y mercadeo para solaz de partidos y grupos de poder. La construcción y consolidación de las instituciones en una democracia implica limitaciones en los comportamientos de los factores de poder. Las instituciones son productos históricos y surgen de la necesidad de crear órdenes en los que las personas puedan interactuar y reducir el costo de sus intercambios. Las instituciones permiten estructurar y coordinar las opciones de los factores de poder y del resto de los actores sociales. Uno de los códigos informales, pero esenciales, sobre los cuales descansan las instituciones democráticas requiere que los actores se autolimiten para preservar las reglas y vigorizar la legitimidad del sistema en su conjunto. Y aunque la principal regla dentro de un sistema democrático es el gobierno de la mayoría, ésta no es la única, coexiste con otras, tales como los derechos de las minorías. Hay criterios que podríamos llamar “contramayoritarias” diseñados a preservar los derechos de las minorías ante avances de mayorías circunstanciales.
Todas las reglas en una verdadera democracia deben estar por encima de las urnas, justo para evitar que se conviertan en vil botín político. De esta forma, mientras que las mayorías se modifican de acuerdo con las preferencias expresadas por los ciudadanos en cada elección, el conjunto de derechos se preserva fuera del debate coyuntural que las anima. Por eso nunca es justificable que una mayoría electoral vulnere derechos básicos, como lo son las garantías individuales, ni convierta una institución encargada arbitrar por encima de los acores políticos y sociales en mercado de negociaciones políticas entre los partidos. Hoy, bajo el gobierno panista, somos testigos de cómo una instancia que en los años noventa se había distinguido por haber recuperado independencia y legitimidad como es la Suprema Corte de Justicia de la Nación es ahora objeto de las disputas y negociaciones de toma y daca entre los partidos. Calderón, lejos de entender que debe autolimitarse para designar los nuevos ministros en la Corte Suprema, ha decidió impulsar el nombramiento de personas afines a la ideología conservadora de su partido, cuyas acreditaciones profesionales son cuestionables. Incluso en algún caso promueve el nombramiento de un viejo conocido suyo, un maestro (¿Hermano Lelo?), extendiendo a tan trascendental instancia, y de forma particularmente nociva para el país, su deleznable costumbre de nombrar amiguitos cercanos y personajes de sus círculos íntimos en puestos de alta responsabilidad pública. El asunto se agrava cuando vemos al principal partido de la oposición (¿?¡, el inefable PRI, aceptar este tipo de nombramientos a cambio de privilegios y ventajas en otros ámbitos políticos e institucionales.
Todas las reglas en una verdadera democracia deben estar por encima de las urnas, justo para evitar que se conviertan en vil botín político. De esta forma, mientras que las mayorías se modifican de acuerdo con las preferencias expresadas por los ciudadanos en cada elección, el conjunto de derechos se preserva fuera del debate coyuntural que las anima. Por eso nunca es justificable que una mayoría electoral vulnere derechos básicos, como lo son las garantías individuales, ni convierta una institución encargada arbitrar por encima de los acores políticos y sociales en mercado de negociaciones políticas entre los partidos. Hoy, bajo el gobierno panista, somos testigos de cómo una instancia que en los años noventa se había distinguido por haber recuperado independencia y legitimidad como es la Suprema Corte de Justicia de la Nación es ahora objeto de las disputas y negociaciones de toma y daca entre los partidos. Calderón, lejos de entender que debe autolimitarse para designar los nuevos ministros en la Corte Suprema, ha decidió impulsar el nombramiento de personas afines a la ideología conservadora de su partido, cuyas acreditaciones profesionales son cuestionables. Incluso en algún caso promueve el nombramiento de un viejo conocido suyo, un maestro (¿Hermano Lelo?), extendiendo a tan trascendental instancia, y de forma particularmente nociva para el país, su deleznable costumbre de nombrar amiguitos cercanos y personajes de sus círculos íntimos en puestos de alta responsabilidad pública. El asunto se agrava cuando vemos al principal partido de la oposición (¿?¡, el inefable PRI, aceptar este tipo de nombramientos a cambio de privilegios y ventajas en otros ámbitos políticos e institucionales.
La democracia requiere mayorías, pero también requiere reglas, sobre todo requiere reglas, entendidas éstas como instituciones que, entre otras cosas sean capaces de establecer prácticas y garantías contramayoritarias, y la principal "agencia" encargada de aplicarlas no debe estar sujeta al humor de las mayorías circunstanciales. Esta "agencia" es el Poder Judicial, y es por eso debe impugnarse con todo rigor las pretensiones de los partidos hoy mayoritarios a negociar en base de intereses particulares cortoplacistas el nombramiento de los ministros. El problema viene cuando uno se asoma al páramo intelectual e ideológico ese que es la izquierda mexicana con la esperanza de encontrar un firme y eficaz contrapeso contra estas pretensiones de alienar a las instituciones del país y vemos al Duce de Macuspana mandar al diablo a las instituciones, al PRD cada vez más desgajado por sus riñas internas y a los distinguidos hooligans que integran la bancada del PT, ¿Dónde están el Peje, Muñoz Ledo, Ñoroña y el resto de la (auténtica) fauna ahora que, por ejemplo, las legislaturas locales están limitando la libertad de decidir sobre sus derechos reproductivos de las mujeres? ¿Qué iniciativas han tomado para frenar el secuestro de la Suprema Corte por parte de la derecha más retrógrada? No, amigos míos, la deplorable izquierda mexicana no sirve para nada.
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