
Los liberales vienen fuertes. El Gulliver que salió de las urnas puede dar pasos de gigante en un continente y en un mundo transformado por la crisis más grave que conoció el planeta desde la Gran Depresión de 1929. La posición liberal prueba lo que he dicho muchas veces: los verdaderos revolucionarios actuales no son los dinosaurios de izquierda ni los conservadores, sino los liberales. Las revoluciones del siglo XXI serán liberales o no serán. En Alemania pugnan por introducir modificaciones profundas en el tradicional modelo de concertación social surgido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, modus vivendi que sin duda garantizó la paz social y la doble reconstrucción que vivió el país en los últimos 60 años: el milagro económico de la posguerra y el alto precio que demandó la reunificación a partir de 1990, pero actualmente ha demostrado su inviabilidad económica. Alemania se ha estancado y sólo propuestas osadas como una reforma a fondo al impuesto sobre los ingresos de la clase media, un redimensionamiento del Estado bienestar, reducciones fiscales a las ganancias de las empresas para hacerlas más competitivas, apoyos sustantivos a las pymes y la desregulación del mercado laboral podrán reactivar a largo plazo su afligida economía. Otra idea liberal, que saca urticaria a los verdes, consiste en prolongar la duración de vida de las centrales nucleares productoras de energía eléctrica a fin de reducir la dependencia del petróleo, combatir el calentamiento global y facilitar un tránsito sin traumatismos hacia las nuevas energías renovables.

La gran nueva estrella de la política alemana es el líder de los Liberales, Guido Westerwelle, un exquisito e inteligente político que colecciona arte moderno, ama el volibol playero y es declarado putonsón. A los 47 años ha demostrado ser un sólido dirigente. Tras algunos fracasos, ayer logró que su partido ganara el 14.5% de los votos. Como manda la tradición, Westerwelle se transformará en vicecanciller de Alemania y ministro de Relaciones Exteriores. Durante los próximos cuatro años se esforzará en aplicar un programa político verdaderamente liberal, el cual defiende desde que se adhirió a su partido a los 19 años y cuyo espíritu muy bien lo refleja su lema de campaña: "Hay que volver a recompensar el trabajo".

Otro resultado para festejarse es la derrota de los conservadores portugueses. Y no es que la administración del socialista José Sócrates sea como para tronar cohetes, pero su adversaria, la señora Manuela (no Palma, ¡Ojalá!) Ferreira Leite, estólida mujer con la imagen inexpresiva y severa de una directora de escuela intransigente y anorgásmica (ver foto) es parte del sector más proclive a la Iglesia Católica, y para males, el menor.













