La cruda realidad está poniendo en su lugar a aquellos ingenuos que pensaban que la presidencia de Barack Obama iba a iniciar una feliz época de "reconciliación" y "buenos sentimientos" (good feelings era). Primero fue el rechazo en el congreso al titánico plan de estímulo del presidente, el cual va flagrantemente en contra de la filosofía económica tradicional de los republicanos aunque, para ser justos, nada atentó más en contra de las propuestas de responsabiulidad fiscal y gobierno limitado que el oneficiente gobierno republicano de Bush Jr. Hoy ya nadie habla de colaboración bipartidista en Washinsgton. La segunda ruptura asoma ya la cabeza. La cumbre del G-20, prevista para el 2 de abril puede poner fin brutalmente a la luna de miel entre Europa y el presidente norteamericano, Barack Obama, que tienen concepciones diferentes sobre la forma de reactivar la economía mundial y definir un estricto régimen de regulación para reordenar el sistema financiero surgido de los acuerdos de Bretton Woods de 1944.
Desde que Obama se instaló en la Casa Blanca, Europa abandonó el reflejo instintivo de desconfianza que había adoptado en los últimos años del gobierno de George W. Bush y pareció darle un crédito ilimitado de confianza a un hombre que se presentaba como heredero espiritual de Franklin D. Roosevelt y John F. Kennedy, y que prometía reducir las distancias políticas e ideológicas entre ambas orillas del Atlántico. Las perspectivas de coincidencia entre Europa y Estados Unidos, sin embargo, se alejaron considerablemente en los últimas días, después de una serie de desacuerdos que arrojan malos presagios sobre la reunión que se celebrará en el Centro ExCel del nuevo barrio financiero de Docklands de Londres. Estados Unidos, en síntesis, reclama a los países europeos un mayor esfuerzo financiero para reactivar la maquinaria económica paralizada. Por su parte, la UE sostiene que la cumbre debe poner el esfuerzo esencial en restablecer la salud del sistema financiero, mejorar el papel de las instituciones internacionales y reforzar la regulación.
La polémica estalló el lunes pasado cuando Larry Summers, consejero económico de Obama, sugirió que Europa debía realizar un esfuerzo comparable al de Estados Unidos. Por su parte, el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, fue aún más lejos, anteayer, al reclamar "acciones importantes y sostenidas que coincidan con la duración previsible de la crisis", es decir, 2010. Sólo en ese momento, Estados Unidos podrá desbloquear la mayor parte del paquete de 787,000 millones de dólares votado por el Congreso para sostener la reactivación de la economía.
Geithner aconsejó al G-20, sin nombrar directamente a Europa, que aumentara el gasto público todo el tiempo que resulte necesario para reabsorber la crisis. Los países de la UE, en cambio, privilegian la ayuda a la inversión. Obama, por su parte, resaltó la importancia de que los "esfuerzos de estímulo de todos los países sean lo suficientemente sólidos como para enfrentar la declinación de la demanda".
Visiblemente irritados por los comentarios, los europeos reaccionaron con vehemencia. El ministro francés de la Reactivación, Patrick Devedjian, aconsejó a Estados Unidos "un poco más de modestia cuando pretenden dar lecciones", teniendo en cuenta "la enorme responsabilidad que tuvieron en esta recesión que está sufriendo todo el mundo". La ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, fue más precisa en la defensa de la estrategia europea: "Es preferible adoptar planes de reactivación dirigidos a un objetivo y que se aplican en forma inmediata que lanzar programas [como hace Estados Unidos] que atañen al 95% de la población, pero cuyo efecto multiplicador sobre la actividad resulta neutralizado por la dispersión".
Después de una reunión de gabinete franco-alemana celebrada ayer en Berlín, la canciller Angela Merkel y el presidente Nicolas Sarkozy reiteraron que no desean nuevos planes de reactivación y anticiparon que sostendrán "las mismas posiciones" en la cumbre del G-20 en Londres.
El primer ministro británico, Gordon Brown, coincide parcialmente con Estados Unidos en actuar con prudencia en materia de regulación. Esa posición se explica por el peso que tiene la industria financiera en las economías de ambos países.
El presidente de la Comisión Europa, José Manuel Durão Barroso, sintetizó ayer los términos del debate al final de una conferencia de ministros de Finanzas de la UE. "El esfuerzo que Europa está haciendo en términos de red social frente a la crisis es muy superior al que están haciendo nuestros amigos norteamericanos", señaló. Barroso también rechazó las incitaciones norteamericanas en favor de nuevos planes de reactivación. Al mismo tiempo, sin nombrar específicamente a Estados Unidos, apeló al G-20 a realizar mayores esfuerzos para reformar el sistema financiero mundial. La UE argumenta que el sistema seguirá siendo inestable y opaco si no se adoptan estrictas medidas para encuadrar las operaciones de los fondos de cobertura y erradicar los paraísos fiscales. Barroso cree que la crisis actual ofrece una oportunidad para reformar a fondo el sistema: "Si no actuamos ahora, ¿cuándo lo haremos?", insistió.
Los sherpas , esos altos funcionarios encargados de preparar las cumbres, tienen todavía casi tres semanas para eliminar los obstáculos y proponer medidas concretas para que la conferencia de Londres pueda lanzar el proceso de refundación del sistema financiero.
Lo cierto es que un fracaso de la cumbre es un lujo que el mundo no puede permitirse. Una frustración desataría una ola de desconfianza, susceptible de provocar un nuevo derrumbe de los mercadosy un colapso financiero mundial desastroso, quizá.