A una semana de inaugurarse los polémicos juegos olímpicos de Pekín, vale la pena reflexionar sobre el papel de China en el siglo XXI. Para algunos el surgimiento de China es la gran culpable de las crisis actuales. El surgimiento de los chinos como consumidores ha provocado el encarecimiento mundial de los alimentos y del petróleo, También a los chinos se les culpa de acelerar el calentamuiento global y se sospecha de sus intenciones como competidores globales de Estados Uidos. Pero ésta potencia también tiene graves carencias estructurales, algunas de la cuales quedaron en evidencia tras el terremoto de Sichuán, Este artículo de Guy Sorman puede dilucidar algunas cuestiones sobre el futuro del país más poblado el mundo:
Los líderes comunistas chinos quisieran que el resto del mundo creyera que China es un caso único, desde el punto de vista histórico y económico. ¿Debemos basar nuestra comprensión de ese país en algunas reglas universales de la evolución humana? ¿O deberíamos compartir una interpretación sinocéntrica de todo cuanto ocurre en esa civilización supuestamente distinta?
A mi juicio, China es, por supuesto, diferente, como cualquier otra nación, pero sigue un ciclo muy conocido que ya se dio en Occidente. Por lo tanto, hoy en día, Alexis de Tocqueville podría resultar más apropiado que Confucio para comprender la posición de China.
A mi juicio, China es, por supuesto, diferente, como cualquier otra nación, pero sigue un ciclo muy conocido que ya se dio en Occidente. Por lo tanto, hoy en día, Alexis de Tocqueville podría resultar más apropiado que Confucio para comprender la posición de China.
En su libro El Antiguo Régimen y la Revolución ?posterior a La democracia en América?, Tocqueville explica cómo los franceses se tornaron más hostiles a su monarquía, a medida que gozaron de mayor prosperidad y libertad. Describe correctamente esta paradoja como un ciclo de expectativas crecientes.
Cuando los franceses vivían en la pobreza, la opresión y la desesperanza, solían callar y aguantar, salvo algunas rebeliones locales esporádicas, y apoyaban al rey. Hacia fines del siglo XVIII, con la mayor prosperidad y un régimen más tolerante, se alborotaron.
Cuando el pueblo empieza a saborear la libertad, ya no tolera más restricciones. Este bien podría ser el caso de la China actual.
Como es sabido, el Partido Comunista Chino sostiene que la nueva riqueza relativa de China es obra de su monopolio político y de su despotismo ilustrado. También es cierto que hoy los chinos son más libres de lo que lo fueron durante el régimen de Mao Tse-tung. Hay miles de disidentes encarcelados, pero esto no se puede comparar con el laogai (el gulag chino de entonces).
En la actualidad, los chinos pueden expresar sus opiniones personales y hasta criticar al partido, en tanto y en cuanto no funden una organización opositora. Los observadores extranjeros que conocen el país desde hace largo tiempo a menudo llegan a la conclusión de que los chinos viven mejor que nunca.
Por consiguiente, deberían prevalecer el monopolio comunista y la estabilidad. De ser así, ¿cómo se explican las rebeliones colectivas en Tíbet, en Sichuan tras el sismo y en Guizou luego del asesinato de una muchacha?
Tocqueville nos ayuda a entender mejor el nexo entre estos hechos aislados: los chinos se sienten cada vez más frustrados porque nunca disfrutaron de tanto bie-
nestar. En vez de estar agradecidos al partido, preferirán librarse de él. Pero nadie sabe cómo reemplazarlo.
Esto también se asemeja a la situación de Francia en vísperas de la Revolución. Al principio, los filósofos y los nuevos líderes políticos franceses creyeron en la posibilidad de perfeccionar la monarquía. Aprobaron una constitución y proclamaron el imperio de la ley. Pero la monarquía se desmoronó porque el despotismo no se puede pulir tan fácilmente.
Lo mismo le ocurre al Partido Comunista Chino. Muy probablemente, le resulta imposible evolucionar lo bastante rápido como para satisfacer las expectativas crecientes del pueblo. Los regímenes autoritarios no se ablandan: resisten o colapsan.
Para Tocqueville, la Revolución Francesa, que siguió al colapso inevitable del Antiguo Régimen, no fue una necesidad histórica, sino un accidente lamentable y sangriento. A su entender, el verdadero destino de las naciones era la democracia, concebida no sólo como un régimen político, sino también como una civilización igualitaria.
Hoy, esta teoría nos parecerá demasiado determinista, digamos, a lo Fukuyama. Sin embargo, el tiempo le dio la razón a Tocqueville. En su época, la democracia existía únicamente en los Estados Unidos. Ahora, en mayor o menor medida, está en todas partes, salvo en China, que es la principal excepción.
¿China escapará a la ley de las expectativas crecientes y el destino democrático?
La diferencia fundamental entre China y otros países ?desde la Francia del Antiguo Régimen hasta la actual Corea del Sur? no radica en la cultura china, sino en el sistema comunista.
En China no hay burguesía. Una verdadera burguesía es económicamente independiente del poder político. En China, la mayor parte de la clase media pertenece al partido o depende de él. La propiedad privada casi no existe. La mayoría de los llamados ?empresarios privados? dependen de sus conexiones con el partido y del guanxi (red de relaciones para beneficio mutuo).
Al tener intereses creados con el partido y su monopolio, esta pseudoclase media no anhela la democracia. Tocqueville no podía imaginar este nuevo tipo de sociedad.
Entonces, ¿deberíamos apelar a Marx? Tocqueville creía en la supremacía de las ideas; Marx, en el poder determinante de la propiedad y en la economía. Marx podría describir, mejor que Tocqueville, un nuevo tipo de lucha de clases entre los chinos que apoyan al partido ?en su mayoría, pertenecientes a una clase media urbana relativamente acomodada? y los campesinos pobres.
Por un lado, tenemos, pues, a Tocqueville y las expectativas crecientes; por el otro, a Marx y la lucha de clases. En ambos casos, el resultado para China es imprevisible. Y no parece probable que sea la estabilidad o una evolución armoniosa.