Desde el
triunfo de la llamada “Feliz Revolución de 1688”, la cual consolidó de forma
definitiva su sistema parlamentario, el Reino Unido no ha sido proclive a caer
en las garras de demagogos .
Los
dirigentes políticos de Albión han sido quizá pérfidos, pero poco propensos a padecer
delirios megalómanos.
Cualquier
exceso en este sentido ha sido castigado en las urnas, como aquella necedad de
Margaret Thatcher de imponer un Poll Tax,
a finales de los años ochenta.
Quizá la
razón de esto reside en el carácter inglés, curtido de una fina ironía, un
legendario pragmatismo, una deliciosa excentricidad y una sabia idea: “la vida
no es para tomarse demasiado en serio”.
Durante el
siglo XX el Reino Unido se mantuvo al margen de los enfrentamientos
ideológicos, los sueños utópicos y los fanatismos devastadores.
Arthur
Koestler definió al británico como un pueblo por naturaleza “sospechoso de toda
causa, desdeñoso de todo sistema, aburrido por las ideologías, escéptico con
las utopías”.
Sin
embargo, al parecer todo esto se ha
acabado. La insensatez del Brexit dio al traste con la leyenda del sentido común
británico.
El
electorado inglés se entregó, sin más, a las falacias, prosopopeyas y falta de
escrúpulos de demagogos impresentables como Nigel Farage y de varios dirigentes
del Partido Conservador famosos por su exceso de egocentrismo, siendo el
principal de ellos el carismático ex alcalde de Londres, Boris Johnson, hoy
gran favorito para suceder a Theresa May como primer ministro.
No es todo
deleznable en la carrera pública y personalidad de Boris. Es un individuo
intelectualmente brillante: escritor de mérito, polémico columnista, dueño de
un magnífico sentido del humor, capaz de citar a Milton, a Shakespeare y a los
trágicos griegos. Es extraña tanta solidez intelectual en los pedestres
dirigentes populistas de por aquí y por allá.
Pero Boris también
es un megalómano excéntrico y bufonesco. Como uno de los principales exponentes
del Brexit realizó una campaña llena de mentiras y nacionalismo chabacano.
También fue mediocre
su desempeño como jefe de la Foreing Office,
caracterizado por sus constantes salidas de tono.
El hombre
sencillamente no es de fiar, incluso en opinión de muchos de sus
correligionarios, y eso podría impedir su llegada a Downing Street.
Porque pese
a ser el gran favorito de las bases, para poder salir electo nuevo líder de los
tories Boris deberá, primero, ser aprobado por un número suficiente de
parlamentarios de su partido.
Con la
demagogia e irresponsabilidad de Boris,
el Reino Unido arriesga una salida sin acuerdo de la Unión Europea, lo cual significaría
una catástrofe económica.
La figura de
un “hombre providencial”, de moda en estos tristes tiempos, también podría imponerse
en el Reino Unido. ¿Se jugará tan arriesgada apuesta una nación otrora flemática?
Pedro Arturo Aguirre
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