Elemento
fundamental en el ascenso y consolidación de los actuales caudillos iliberales es
su capacidad de conectar con los sentimientos de la llamada “nación profunda” al
explotar factores romántico-irracionales como el nacionalismo, la historia mítica
y las identidades comunes.
Obviamente,
dentro de esta lógica no se excluye a la manipulación de las creencias religiosas.
Los
demagogos son expertos en apelar a la
irracionalidad para explicar de forma simplista realidades excesivamente complejas, señalar la “insolidaridad” de las
soluciones técnicas, acusar la “insensibilidad” de las políticas modernizadoras
y desacreditar una creación esencialmente racionalista como es la democracia
contemporánea.
Lo más
importante en esta estrategia es extirpar en la mayor medida posible a los
procedimientos racional-deliberativos del sistema de gobierno.
La permanente
alusión a valores religiosos como fuente de inspiración política pretende
fortalecer la legitimidad del líder al identificarlo con las creencias
tradicionales y construir una “ilusión
de la cercanía” entre el caudillo y el pueblo.
Congraciarse
con los electores recurriendo a los sentimientos, prejuicios, odios y temores
es una añeja fórmula para los políticos evasores del análisis objetivo de
gestión, infructuosos en cuanto a resultados concretos de gobierno y alérgicos
a la molesta rendición de cuentas.
Por eso los
hombres fuertes de hoy son hombres de religión.
Intensa y
poco sorpresiva es la devoción del primer ministro de la India, Narendra Modi,
y el presidente turco Recep Erdogan, cuyos partidos son abiertamente
religiosos.
Muy cercano
a la Iglesia católica lo ha sido siempre el anodino mandamás polaco, Jaroslaw
Kaczynski, quien hace pocos días hizo nombrar a Jesucristo “Rey Eterno de
Polonia”.
Bien
conocida fue la influencia del voto evangélico en el triunfo electoral en Brasil
de Jair Bolsonaro.
Más
sorprendente fue la conversión del líder húngaro Viktor Orban, quien empezó su
vida política como liberal y ahora se
describe a sí mismo como un baluarte del cristianismo.
Inverosímil adalid
cristiano es el gran pecador Donald Trump, quien ha promovido como nadie la
influencia en el gobierno de la derecha evangélica.
Vladimir
Putin pasó de ateo agente de la comunista KGB a, como presidente, piadoso
aliado y sostén de la iglesia ortodoxa rusa.
Pero lo más sorprendente
de este resurgir místico en la política mundial es oír a los populistas
latinoamericanos pretendidamente “de izquierda” constantemente exaltar y hacer
suyos valores religiosos.
Ha sido el
caso de Chávez, Maduro, Correa, Morales, Ortega y un creciente y abrumador
etcétera.
O, quizá, no
debería sorprendernos tanto. En el populismo están presentes ingredientes
religiosos como la intolerancia, el dogmatismo y la elevación mística de un
líder providencial.
Eso sí, ausentes
por completo están en estos caudillos ideas características de la izquierda
como fomentar la formación de conciencias individuales autónomas con tendencia
crítica, y adoptar enfoques racionales, pluralistas y tolerantes ante los retos
sociales.
Pedro Arturo Aguirre
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