domingo, 28 de julio de 2019

Oposiciones Débiles y Fragmentadas




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Ayer en Israel las urnas arrojaron un reñido resultado, pero muy probablemente Benjamín Netanyahu sea capaz de permanecer en el poder. La semana pasada el partido de Erdogán sufrió severas derrotas ante la oposición en las principales ciudades turcas. En Hungría, crecen las protestas contra Orbán. En Rusia, la popularidad de Putin mengua. Y de la tragedia venezolana en el largo ocaso del chavismo ya ni hablemos.

Todos estos casos son emblemáticos de como el poder de los hombres fuertes empieza a erosionarse solo después de pasar antes muchos, muchos años. Y ni siquiera crisis aparentemente irresolubles pueden llegar a ser definitivas si no hay una oposición capaz de aprovecharlas bien.

Los liderazgos populistas y nacionalistas actuales se aseguran al llegar a los gobierno de implementar los más rápido posible medidas diseñadas a favorecer el ejercicio concentrado del poder, pero para ello suelen ser favorecidos por un ambiente previo donde jamás llegó a consolidarse una democracia eficaz con sistemas de partidos fuertes y representativos.

Democracias meramente formales se corrompieron y fracasaron en resolver los problemas reales y cotidianos de la gente. En la mayoría de los casos, los países donde hoy se experimenta un resurgimiento del autoritarismo fueron democracias efímeras con partidos políticos transformados en maquinarias electorales más pragmáticas y bien organizadas como estructuras, pero poco identificadas con puntales filosóficos básicos y cada vez más alejados de los electores a quienes debían representar.

Sistemas de partidos, en general, de baja calidad, conformados por organizaciones sin proyecto y ni audacia, restringidos únicamente a la tarea de renovar élites y elencos, lo cual propició una pérdida de credibilidad en las instituciones y una devaluación generalizada de la política.

Por eso los autoritarios hoy proliferan y se conservan largo en el poder merced a oposiciones desprestigiadas. Hoy, fuera del gobierno, se les complica reconstituirse en mayoría o en un contrapeso eficiente porque, en realidad, nunca lo fueron.

Con el binomio líder dominante/oposición fragmentada y débil la competencia democrática se elimina y perjudica la alternancia al punto de impedirla. Se construye entonces el mito: en países con debilidad partidaria, la presidencia dominante es la única garantía de gobernabilidad.

Reducidos a la impotencia, los partidos de oposición tienen pocas y tristes opciones para enfrentar con eficacia al hombre fuerte. Incapaces de hacerlo por sí mismos, por lo general terminan formando disímbolas e infructíferas coaliciones, cuando no, de plano, son cooptados por el poder. Otra opción es encontrarse en el camino con alguna figura carismática, en loor a una mayor personalización.

Pero el problema es más profundo. Para superar de forma genuina la actual ola populista, los liberales tienen la difícil tarea de erigir democracias no solo como un andamios institucionales, sino también como sistemas capaces de impulsar transformación social y redistribución de oportunidades.
Pedro Arturo Aguirre

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