domingo, 28 de julio de 2019

No Hay Populismo sin “Pueblo”







 Imagen relacionada

Con algunas variantes en los estilos y realidades locales Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa -los tres principales exponentes, hasta ahora, de la ola neopopulista latinoamericana- fueron electos en primera instancia para cambiar el statu quo y garantizar equidad social. 

Los tres lo pretendieron hacerlo mediante la relación directa y paternalista líder-pueblo, sin mediaciones organizativas o institucionales, donde los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del caudillo y creen en el intercambio clientelar como infalible fórmula para mejorar su situación.

También les fue común utilizar una retórica de ruptura y enemistad con un enemigo externo (el imperialismo)  e interno (la oligarquía criolla), y un discurso digno de la etapa de guerra fría el cual se antojaría obsoleto ante las realidades del siglo XXI, pero cuyo éxito consiste en la capacidad de verse reflejados como “redentores”. 

Estos líderes han trastocado los valores de la democracia. Triunfaron claramente en las urnas y recurren como gobernantes a las elecciones como un instrumento legitimador, pero han propiciado incontables acometidas contra las instituciones con un ejercicio arbitrario del poder, la personalización de la política y numerosas reformas legales y constitucionales tendientes a concentrar en sus manos el proceso de toma de decisiones.

Sobre todo, han demostrado ser adversarios jurados del pluralismo. 

En su lógica el caudillo está por encima de las reglas, del Estado de Derecho y de las instituciones, las cuales son primero utilizadas para después ser despreciadas.

Se trata de “alcanzar la hegemonía”, de acuerdo a los escritos del autor argentino Ernesto Laclau, principal doctrinario del neopopulismo, y también a la obra de quien fue su padre ideológico, el fundador del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci.

La voluntad del Caudillo se  convierte en ley porque al ser él la genuina encarnación del Pueblo nadie ni nada hay mejor para distinguir lo justo de lo injusto, lo bueno de lo malo.  La desarticulación de las instituciones liberales y de la división de poderes se efectúa en aras del “proyecto de Nación”.

Pero no hay populismo sin “pueblo”, sin electores convencidos por la propaganda simplificadora y el discurso maniqueo diseñado para conectar con los sentimientos y las pasiones.

No hay populismo sin una masa ávida de proyectar sus frustraciones en un caudillo, de identificar autoridad con “mano dura”, de equiparar proyecto con revancha, desarrollo con asistencialismo y patriotismo con militancia.

Los líderes populistas latinoamericanos nos obligan a formularnos preguntas:

 ¿Realmente tenemos vocación por la legalidad y la democracia, o nuestras inclinaciones van por un gobierno vertical y suponen un íntimo fervor por el autoritarismo?

¿Somos racionales o preferimos la comodidad de creer en los prodigios del liderazgo carismático?

¿Somos ciudadanos plenos, cuidadosos de nuestras libertades y  responsabilidades, o tras la apariencia de “ciudadanía” ocultamos rezagos de viejas servidumbres?
Pedro Arturo Aguirre

No hay comentarios: