domingo, 28 de julio de 2019

Nunca sin el Rais




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Rais es el título aplicado en el mundo árabe desde tiempos inmemoriales a líderes, jefes y caudillos. Ser “El Rais” cobró un nuevo y poderoso significado tras el período de descolonización tras las Segunda Guerra Mundial, el cual vio ascender al poder a una generación de dirigentes carismáticos cuyos principales objetivos fueron consolidar a los nuevos Estados nacionales, separar la religión del Estado y modernizar sus naciones mediante una especie de “socialismo árabe”.

Los más destacados de estos dirigentes serían Gamal Abdul Nasser, el iraquí Karim Kassem, el sirio Hasem El-Atassi, el yemenita Abdala Al-Salal, el tunecino Habib Bourguiba, el argelino Ahmed Ben Bella y el mauritano Mouktar Ould Daddah. Se sumarían poco después a esta lista Hafez el Assad en Siria, un tal Saddam Hussein en Iraq y otro “tal”: el libio Muammar Khadafi.

Nacionalismo laico, socialismo a la árabe y odio a Israel fueron los códigos que identificaron a estos Rais, pero también el culto a la personalidad y la férrea dictadura de un hombre fuerte.

Por múltiples y profundas razones históricas y culturales los países árabes han sido particularmente proclives a fomentar la glorificación de sus líderes. Bien conocidas son las dificultades que el laicismo ha enfrentado en estas sociedades.

Se experimenta en los países musulmanes una formidable tensión histórica entre religión y política. Por ello los dirigentes poscoloniales optaron por relevar al canon religioso con un discurso nacionalista, en ocasiones ferozmente antiimperialista, y con un arraigado culto a la personalidad.

Pero los regímenes personalistas árabes fracasaron estrepitosamente en su intento de consolidar Estados funcionales y economías sustentables. Por eso Los hombres fuertes del mundo árabe sufrieron una hecatombe en 2011 con la primavera árabe, la cual barrió con las dictaduras de Túnez, Libia y Egipto, provocó la cruenta guerra civil siria y puso a temblar a todos los regímenes personalistas de la zona.

Un reverdecer democrático parecía apoderarse de Oriente Medio, pero al poco tiempo el gozo se fue al pozo. La cadena de protestas que azuzaron las esperanzas democráticas en esta zona del mundo se convirtió, al poco tiempo, en un amasijo de conflictos, guerras civiles crisis, retorno de dictaduras surgimiento de fundamentalismos religiosos y graves problemas económicos.      

El pasado 2 de abril renunció, tras dos décadas de gobierno, el anciano y enfermo presidente Abdelaziz Bouteflika. Argelia llega tarde a la famosa primavera árabe. Corrupción y malos gobiernos han asfixiado al país. Ahora cabe preguntarse sobre su futuro. Muchos anhelan el arribo de una democracia pluralista, pero otros temen el estallido de una nueva guerra civil, como la azuzada en esta nación en los años noventa por los fundamentalistas musulmanes. Sin embargo, el ejército difícilmente soltará las amarras del gobierno. Se vislumbra en el horizonte argelino el ascenso de un nuevo Rais.
Pedro Arturo Aguirre

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