Rais es el título
aplicado en el mundo árabe desde tiempos inmemoriales a líderes, jefes y
caudillos. Ser “El Rais” cobró un nuevo y poderoso significado tras el período
de descolonización tras las Segunda Guerra Mundial, el cual vio ascender al
poder a una generación de dirigentes carismáticos cuyos principales objetivos
fueron consolidar a los nuevos Estados nacionales, separar la religión del
Estado y modernizar sus naciones mediante una especie de “socialismo árabe”.
Los más destacados de
estos dirigentes serían Gamal Abdul Nasser, el iraquí Karim Kassem, el sirio
Hasem El-Atassi, el yemenita Abdala Al-Salal, el tunecino Habib Bourguiba, el
argelino Ahmed Ben Bella y el mauritano Mouktar Ould Daddah. Se sumarían poco
después a esta lista Hafez el Assad en Siria, un tal Saddam Hussein en Iraq y
otro “tal”: el libio Muammar Khadafi.
Nacionalismo laico,
socialismo a la árabe y odio a Israel fueron los códigos que identificaron a
estos Rais, pero también el culto a la personalidad y la férrea dictadura de un
hombre fuerte.
Por múltiples y profundas
razones históricas y culturales los países árabes han sido particularmente
proclives a fomentar la glorificación de sus líderes. Bien conocidas son las
dificultades que el laicismo ha enfrentado en estas sociedades.
Se experimenta en los
países musulmanes una formidable tensión histórica entre religión y política.
Por ello los dirigentes poscoloniales optaron por relevar al canon religioso
con un discurso nacionalista, en ocasiones ferozmente antiimperialista, y con
un arraigado culto a la personalidad.
Pero los regímenes
personalistas árabes fracasaron estrepitosamente en su intento de consolidar
Estados funcionales y economías sustentables. Por eso Los hombres fuertes del
mundo árabe sufrieron una hecatombe en 2011 con la primavera árabe, la cual
barrió con las dictaduras de Túnez, Libia y Egipto, provocó la cruenta guerra
civil siria y puso a temblar a todos los regímenes personalistas de la zona.
Un reverdecer democrático
parecía apoderarse de Oriente Medio, pero al poco tiempo el gozo se fue al
pozo. La cadena de protestas que azuzaron las esperanzas democráticas en esta
zona del mundo se convirtió, al poco tiempo, en un amasijo de conflictos, guerras
civiles crisis, retorno de dictaduras surgimiento de fundamentalismos religiosos
y graves problemas económicos.
El pasado 2 de abril
renunció, tras dos décadas de gobierno, el anciano y enfermo presidente Abdelaziz
Bouteflika. Argelia llega tarde a la famosa primavera árabe. Corrupción y malos
gobiernos han asfixiado al país. Ahora cabe preguntarse sobre su futuro. Muchos
anhelan el arribo de una democracia pluralista, pero otros temen el estallido
de una nueva guerra civil, como la azuzada en esta nación en los años noventa
por los fundamentalistas musulmanes. Sin embargo, el ejército difícilmente
soltará las amarras del gobierno. Se vislumbra en el horizonte argelino el
ascenso de un nuevo Rais.
Pedro
Arturo Aguirre
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