Vivimos el
regreso de las facilonas retóricas nacionalistas de quienes odian todo lo
cosmopolita, viven de adular “las nobles y sencillas virtudes del pueblo” y
proponen una supuesta “regeneración”, la cual no es sino una nueva forma de
aldeanismo.
Uno de los
pilares en el enfoque de esta generación de líderes de clara vocación
autoritaria y discurso patriotero es la constante exaltación de un “pasado
mítico” donde las cosas eran supuestamente mejores y la nación era “grande y
poderosa”, o al menos “más justa y feliz”.
Los hombres
fuertes de hoy tienen una obsesión por la historia, Dicen encontrar en ella las
“raíces”, lo más “auténtico”, lo más “puro”, la genuina identidad nacional arrebatada
por las élites.
Pero la
“Historia” (con mayúscula) de los demagogos es en realidad una fábula narrada en
versiones simples y maniqueas.
La historia
se convierte así en una especie de mitología ideada para sustentar la idea del “Pueblo”
como una “totalidad”, encarnación del bien y la virtud, la nación con sus
rasgos eternos y definitivos. Fuera de él se incuba el mal, la enfermedad que
ataca al sano organismo comunitario.
Obviamente,
estas restringidas versiones de la historia son excluyentes y no solo ante lo
extranjero o lo cosmopolita, sino también con los elementos internos que no la
comparten. Son impermeables al pluralismo.
Así tenemos
la baladí promesa de Trump de “volver a hacer a América Grande” a base de la
construcción de un muro, rearme nuclear y aislacionismo. Constante apelación
nostálgica, irrealizable y peligrosa tanto para el orden interno como para el
internacional.
Vladimir Putin
emociona a sus votantes con la recuperación de la gloria imperial perdida
e incluso no duda en capitalizar
la memoria del periodo comunista como una etapa de “plenitud nacional,
liderazgo incontestable y unidad ante el enemigo”.
El
presidente turco Erdogan reivindica constantemente la grandeza del Imperio Otomano
y presenta a la Turquía gobernada por él como su "natural continuación".
Con ello el autócrata pretende encarnar la autoestima recuperada del pueblo.
Para los dirigentes
del Frente Nacional, Francia ocupa un lugar “singular en Europa y en el Mundo”,
porque es “un pueblo resultado de la fusión, única en sí, de las virtudes
romanas, germánicas y celtas”.
El líder
húngaro Orban esgrime la defensa de las herencias europeas y cristianas de su
país en su lucha contra una pretendida invasión islámica.
Bien
conocidas son las manipulaciones y tergiversaciones
grotescas de la figura histórica de Simón Bolívar de Hugo Chávez, así como los asertos
maniqueos del indianismo de Evo Morales y Rafael Correa. Retórica de nacionalista de rescate de la “grandeza histórica”
están presentes también en Duterte, Netanyahu, Modi y otros casos de líderes
dispuestos a “hacer historia” con el retorno a un pasado “magnífico”, pero ilusorio.
Pedro Arturo Aguirre
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