La insatisfacción de los ciudadanos con los
partidos políticos se generaliza en todo el mundo y éstos, perdida la brújula,
encaran el ingente reto de reinventarse.
La viabilidad misma de la denominada
“democracia representativa” está en entredicho.
El problema de la representación no es tan
fácil de resolver. Las controversias sobre el tema llegan a ser interminables y
las respuestas, esquivas.
El vertiginoso desarrollo de las sociedades
contemporáneas dificulta las labores tradicionales partidistas: estructurar un
pensamiento político colectivo, establecer cauces de diálogo, canalizar demandas ciudadanas y facilitar la
participación política.
Muchos nuevos electores y grupos sociales no
se sienten necesariamente identificados con los partidos tradicionales, por eso
prefieren opciones de la llamada “antipolítica”, optan por “el canto de las
sirenas” del personalismo autoritario o, simplemente, se abstienen.
Uno de los aspectos fundamentales de la
modernización de los partidos se refiere a la selección de candidatos y de
dirigentes, proceso muchas veces ajeno a principios democráticos al atender
necesidades prácticas frente al reto de la competencia en las urnas
También vulnera gravemente la credibilidad de
los partidos el financiamiento, el cual ha generado innumerables casos de
corrupción e influencia excesiva de los grupos de poder.
No menor es el problema del personalismo, así
como el carácter cada vez más comercial de las campañas electorales. Este
problema encierra una paradoja: la gente culpa a la “partidocracia” de
propiciar estructuras cerradas y burocracias atrincheradas, cuando muchas veces
los partidos son rehenes del carisma de un líder y de la influencia apabullante
de los medios.
Los partidos deben volver a su origen,
reencontrarse con la sociedad y habitar el espacio público. Para ello mucho
puede ayudar trabajar a fondo en la democratización interna de los partidos.
Ello implica respetar escrupulosamente las
reglas de organización internas, asegurar la participación de los militantes y
adherentes en la vida del partido, descentralizar y desburocratizar la toma de
decisiones y propiciar métodos para la rendición de cuentas de la dirigencia
sobre cómo se administran y de dónde se obtienen los recursos.
Y sobre todo, afinar los canales de
comunicación con los ciudadanos.
Las nuevas tecnologías mucho pueden ayudar al
facilitar una mayor y más ágil comunicación. Las plataformas de internet son
muy útiles para fortalecer los vínculos de los ciudadanos con los partidos.
Este recurso debe usarse con prudencia. El
caso del italiano Cinco Estrellas ejemplifica lo contraproducente de los
excesos cuando un partido no posee rasgos identitarios e ideológicos básicos. No
basta con solo ser un “partido digital”.
El dilema de la representatividad no se
superará con simplemente aprobar algunas reformas electorales. Será cuando los
partidos superen el anquilosamiento y la burocratización, abran puertas y
ventanas y se conciban como un vehículo de representación, no como un fin en sí
mismo.
Pedro Arturo Aguirre
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