Muchos dictadores tienen la característica de ser tenaces
predicadores y adalides de la moral.
Los regímenes socialistas, por ejemplo, suelen
presentarse bajo el ropaje de una supuesta “superioridad moral”, la cual castiga
las pretensiones del lucro y el egoísmo individualista para dar lugar a la edificación
de un “Hombre Nuevo” exclusivamente motivado por la ética del “bien común”.
Nada de perseguir incentivos materiales o de procurar fines
individuales en un ámbito de libertad, sino buscar la purificación mediante el
sacrificio a la comunidad.
Ello, desde luego, va en contra de la naturaleza
propia de los seres humanos y, como se ha visto en reiteradas ocasiones a lo
largo de los últimos tiempos, tratar de trasmutar bajo coacción a un sujeto en
un ser celestial requiere de tratamientos brutales y siempre ha fracasado de
forma estrepitosa y trágica.
Como único resultado plausible, las tiranías
socialistas solo han logrado derruir a sus países mientras proclaman muy nobles
intenciones.
Por su parte, muchos déspotas de derecha se han
tratado de legitimar mediante la defensa de la religión. Regímenes ominosos
como el de Franco en España, Pavelic en Croacia, Trujillo en Dominicana y
tantos más fueron cercanos aliados de la Iglesia Católica e impusieron sus
limitados criterios morales.
Los fundamentalismos islámicos son aún más violentos en
sus métodos.
Poseer cualidades de predicador ha estado presente en dirigentes
megalómanos obsesionados con su paso a la “Historia”, pero también con la
educación del pueblo y con guiar a la gente en los terrenos no solo políticos,
sino también en los morales y personales.
En ocasiones, estos dictadores han escrito “grandes obras” llenos no solo de sus
“verdades” ideológicas, sino también constituyen manuales de moral y buen
comportamiento ciudadano.
Algunos esperpénticos ejemplos de esto lo dan el Ruhnama
del insólito dictador de Turkmenistán Niyázov, el Libro Verde de Gadafi, la
idea Juche de Kim Il Sung, el póstumo Libro Azul de Chávez, la “comunocracia”
del guineano Ahmed Touré y el libro de citas de Mao.
Estas obras han sido o son eran libros de texto obligatorios en las
escuelas desde la educación elemental hasta la universitaria porque representan
“la forma más simple de entender el mundo”, contienen “la solución a todas las
cosas” y describen la forma de “comportamiento ideal del buen ciudadano”.
El liberalismo toma al ser humano tal como es y
entiende su naturaleza como compleja e irreductible.
Para las ideologías totalitarias y los dictadores
moralinos esta complejidad es inconcebible.
A nombre de su presunta “superioridad moral” y
mediante las estrecheces de su maniqueísmo destruyen el pluralismo, pontifican
y estigmatizan a críticos y adversarios.
Es lo de menos si sus invocaciones mesiánicas no sirvan
para garantizar un gobierno eficaz, lo
importante es instaurar “el imperio del bien” a fuerza de voluntad y buen ejemplo.
Pedro
Arturo Aguirre
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