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sábado, 1 de diciembre de 2007

El Bufón del Rey Lear


Tras mi efímero paso por el PRD dejé por un buen tiempo de militar en partidos. El PRI siempre me repugnó y el PAN, pos, ¡Era la derecha!  Y yo, lector de la colección completa de Los Agachados de Rius, no podía acabar en la derecha. “Ya llegará el día, ese amanecer, en que surja una opción verdaderamente socialdemócrata”, pontificaba con mis amigos, “Socialismo, pero con libertad”. Y mientras llegaba la aurora rosa me dediqué a un sinnúmero de cosas, sobre todo a viajar, leer, escribir mis primeros libros de divulgación (esos que tanto desprecian los pseudointelectuales) y a trabajar un tiempo con Woldenberg, cuando éste se desempeñaba en el IFE como Consejero Ciudadano.

Pero el "gusanito" de la política seguía acosándome. Mi reincorporación a la vida partidista se dio de manera completamente inesperada, involuntaria e indeseable, ¡En el PRI!

Corría el año de 1995. Trabajaba yo con Woldenberg y su brillante equipo de colaboradores algo descontento porque no me alcanzaba el sueldo para cubrir mis obligaciones de responsable padre de familia. Además de ser un magnífico observador de la realidad nacional, Pepe Woldenberg es una gran persona, estupendo jefe y amigo, pero  percibía a Ricardo Becerra y Lencho Córdova algo “celosillos”. ¡Ese espíritu de clan que tienen los nexianos! Por eso, cuando Alfredo del Mazo legó a la dirección general del Infonavit no dude en irle a pedir chamba. Alfredo es viejo amigo de mis padres y me tenía aprecio, al grado que aceptó gustoso nombrarme como su “asesor político”. Así le di las gracias a Pepe y lo deje trabajar en paz con sus hijos putativos, esto dicho con todo cariño a Ricardo y Lorenzo, quienes son objeto de todo mi aprecio y admiración.

Estar cerca de todo un político tradicional a la "priísta" fue una aleccionadora experiencia. No me iba mal. Estaba yo fuera del estamento burocrático de la institución, me pagaban bien y el trato que me prodigó Alfredo siempre fue impecable. Mi labor era escribir discursos para la giras del director general a los estados y dar mis "agudos" puntos de vista sobre política nacional e internacional. No estaba yo destinado a ser el speech writer, pero un día Del Mazo estaba desesperado porque no le gustaban los textos de sus otros asesores y me mandó llamar. “A ver que nos sugiere, Pedro”, me dijo. Garabatee unas tonterías que terminaba con algo así como “la sociedad mexicana lo que demanda hoy es legalidad y democracia. Entendamos su anhelo. No la defraudemos”. Pues esta vacilada le encantó. “Ya ven, el señor tiene ideas frescas”, y desde entonces no me soltó.

Hasta me explicaron cual era “la regla de oro” de los colaboradores de Del Mazo: "Felicidades, Pedro, pero no te confíes. El licenciado es como el sol, si estás demasiado lejos te congelas, si te acercas demasiado te quemas, hay que guardar una sabia distancia”. ¡Válgame!

Amo la tragedia del Rey Lear, sobre todo el papel del bufón, único personaje que es capaz de decirle sus verdades a su majestad porque, bueno, es el bufón. En eso justamente me convertí al integrarme al círculo de Del Mazo. En las reuniones de análisis daba mi opinión sincera con un torno burlesco y sarcástico. Bueno, en realidad me limitaba a repetir las opiniones de la gente, los puntos de vista de la calle, aquellas críticas cada vez más severas dirigidas al gobierno y el PRI en la álgida época del Fobaproa, omitidas ante el licenciado por sicofantes y funcionarios menores para no molestarlo ni caer de su gracia. Nadie le llevaba la contraria al licenciado. Se acataban sus órdenes sin chistar y toleraban con estoicismo sus fuertes regañizas cuando no andaba de humor. Yo me reía.

Todo iba de lo mejor, pero llegó el momento fatídico. En 1997 se elegiría por primera vez mediante las urnas al jefe del gobierno de nuestra atribulada ciudad capital. El PRI comenzó a barajear el nombre de mi jefe como posible candidato. El licenciado nos reunió y nos preguntó “¿qué opinan ustedes sobre mi posible candidatura?”. Todos se apresuraron a dar complejas razones políticas, morales, históricas y estratégicas de porque Del Mazo debía aceptar tan ingente desafío. “Esto podría abrirle las puertas de la presidencia”, se atrevió a augurar uno de ellos”. “Y usted qué opina, Pedro”, me pregunta de repente. Todos pusieron cara de ¡A ver que dice el payasito! Y el payasito dijo “Piénsenlo bien, Licenciado, la verdad es que el PRI es sumamente impopular en el DF, Espinoza ha sido un pésimo regente y la gente no olvida aún el error de diciembre”. Y añadí con un poquitín de sorna "A ver si no lo llevan al baile, licenciado". En fin, cosas que a la sazón todo el mundo sabía, menos, al parecer, los politicazos priístas. Pues bien, a los 15 días ¡Candidato Habemus! y adiós al Infonavit. El Licenciado me pidió trabajar con él en la campaña con todo y mis "ideas frescas” y,  pos no me podía negar, yo no soy malagradecido.

Hasta credencial del PRI me dieron. ¡Chingao, bajo que cae uno!

Opté por de reír, qué más da, si para morir he nacido.  Como es bien conocido, la campaña fue un desastre de principio a fin. Yo me dedique a decir chistes y recorrer cantinas con mis cuates Bubu y Fito, que en aquel entonces todavía era divertidos. Fito conocía todas las cantinas del DF, hasta alguien sugirió ponerle el mote de "el Cantinas", cosa que el interfecto odió. De esa forma llegábamos a la oficina “jalaos” y a contar chistes bobos, que para ello me pinto solo. “Licenciado una buena noticia y una, digamos, no tan buena”, le dije un día a Del Mazo, “la buena es que en una encuesta usted tuvo 40% de intención de voto contra el 30% de Cuauhtémoc. La no tan buena es que la hicieron exclusivamente en este edificio con los empleados en su campaña”, y así, por el estilo.

Es obvio que me alejé de la campaña. Detesto el estilo priísita, la lambisconería, la disciplina a ultranza, el discursito hueco. Un día el coordinador de la campaña, un tal Gerardo "el socabón" Ruiz Esparza, me advirtió: “Pedro, te has alejado de la campaña y la gente se da cuenta. Tienes que involucrarte más. Piensa en el futuro”. Respondí “Gerardo, precisamente porque pienso en el futuro me alejo. Y si no, explícame una cosa, ¿para qué quiero yo ocupar un camarote de lujo cuando el barco se llama "Titanic"?

En fin. Siempre le dije la verdad a Don Alfredo las pocas veces que lo vi durante la campaña, "Señor su campaña es un desastre por que la hacen con la óptica priísta tradicional y la sociedad quiere otra cosa”, “señor va a perder las elecciones”, “señor usted perdió el debate porque equivocó la estrategia. Quiso ser Diego Fernández y usted no tiene ese perfil”, “Señor, no confíe en las cifras corporativas del PRI, el voto corporativo ya no existe”. En fin, nada del otro mundo, sólo lo que absolutamente toda la gente sabía que iba a pasar, menos los colaboradores de Del Mazo. Ese es el PRI.

Todas mis críticas a la campaña las publiqué en un artículo publicado en Etcétera un mes después de la elección bajo el nombre de “Manual de Qué No Hacer en una Campaña Electoral”, hasta lo citó Carlos Monsivais en alguno de sus textos (¿Eso es bueno?).

Alfredo del Mazo jamás se enojó conmigo por mis críticas y toleró de buen grado mi sangrón, bobo y, de repente, inoportuno sentido del humor. Tras la debacle electoral del 97 mantuvimos por años una magnífica relación, a veces profesional, la mayor parte del tiempo personal. Mucho lo aprecio y le agradezco. 

miércoles, 31 de octubre de 2007

Porfirio Muñoz Ledo: Falstaff en el Blanquita


Mi absurda carrera política comenzó en 1987 bajo “inmejorables auspicios”, según las creencias que tenía yo en aquellos ayeres de muchachito tonto y socialdemócrata que estudiaba en la UNAM: al lado de Porfirio Muñoz Ledo, un hombre al que admiraba desde que en los años setentas había leído el capítulo de Los Agachados donde Rius lo presentaba como el aspirante a suceder a Luis Echeverría más cercano a “la izquierda encuadrada dentro del PRI”. Ese año, Porfirio había regresado de Nueva York tras el “incidente” que lo obligó a renunciar a la representación de México ante la ONU y comenzaba a formar la Corriente Democrática al lado de otros “progresistas”. Ustedes saben el resto de la historia.

Porfirio Muñoz Ledo es la medida que evidencia la atroz mediocridad de nuestra clase política. Y no es porque él sea el arquetipo de quienes hacen política en México. Todo lo contrario. Porfirio fue atípico, uno de los políticos más ilustrados, sagaces e inteligentes que ha tenido este país. Un hombre medianamente culto (o, sí se quiere, más informado de lo que pasa en el mundo que la media de nuestros gobernantes) dueño de una gran agilidad mental y de un rico, aunque incompleto, sentido del humor. Objetivamente hablando, este personaje no tenía ninguna de estas virtudes en grandes cantidades, pero sí en las suficientes como para opacar a la inmensa mayoría de sus pedestres colegas. Por eso es la medida, porque sí con sus medianías parece un titán al lado del resto, ¿De qué tamaño será el resto?

Porfirio ha tenido grandes virtudes. Hacía burla del excesivo formalismo y solemnidad que padecemos en México a todos los niveles. Nadie puede refutar su condición de rebelde cuasi heroico, ni sus aportaciones (muchas, como en el caso de Cuauhtémoc, involuntarias) a la democratización del país. Criticaba lúcidamente el analfabetismo de nuestros dirigentes, jugaba unas bromas deliciosas y muchos apodos por él concebidos pasarán a la historia. Pero nada más. Porfirio no es más que ocurrencias, agilidad mental, información por encima del promedio y un aceptable sentido del humor además, claro está, de una vanidad tan absurda como colosal (O absurda justamente por colosal). Dicha sea la verdad, en cualquier país medianamente civilizado no tendría mucha oportunidad de destacar como lo ha hecho aquí. Le falta consistencia intelectual, profundidad de pensamiento y capacidad de propuesta. Padece de lagunas culturales y formativas pavorosas, mismas que trata de subsanar a base de su ingenio. Es un hombre terriblemente fútil.

Podría suponerse que de vivir como ciudadano en alguna democracia avanzada, Porfirio aspiraría a ser uno de los “excéntricos” del parlamento. Pero cuando uno ve a los “excéntricos” que ha habido, por ejemplo, en Gran Bretaña, uno se da cuenta que no daría el ancho ni para eso. No hablemos de “excéntricos” como Disraeli, Churchill o Pitt el Joven, tres estadistas colosales a quienes consideraron extravagantes en sus respectivas épocas. Pensaría, más bien, en alguien como Enoch Powell, un parlamentario británico famoso por las desmesuras que decía, al grado que por ello no avanzó demasiado en su carrera política. Pero Powell era un erudito experto, entre otras cosas, en cultura clásica, filosofía vitalista, literatura medieval, historia militar y un larguísimo etcétera, amén de que legó una impresionante obra escrita. A su lado, Pofis es un gnomo.

La gran objeción que le pongo a Porfirio es su superficialidad. Se dedica a decir desmesuras y frivolidades, tan absurdas e incoherentes hasta para un país tan superficial y aldeano como es México, que ya toleró a un Vicente Fox como presidente. Se le empieza a considerar un payaso. Obviamente, es un payaso de cierta calidad que actúa en un medio donde sus colegas parecen cómicos vulgares. Por eso Porfirio me da la impresión de ser un Falstaff actuando en el teatro blanquita al lao de cómicos albureros y soeces.

Pero incluso es un arlequín imperfecto. Otro gravísimo defecto de Porfirio es su incapacidad de burlarse de sí mismo, consecuencia de su egocentrismo excesivo. El Embajador Muñoz Ledo no admite la mas mínima burla a su augusta persona, lo cual, evidentemente, habla de su monumental complejo de inferioridad. Por eso afirmo que el tipo tiene un sentido del humor incompleto. Asimismo, llama la atención su notable mitomanía. Sí, es cierto que Porfirio ha sido lo suficientemente hábil como para sacar tajada de su mitomanía (tengo una tercia de amigos por ahí que también han sabido hacerlo), pero la mitomanía es una bestia peligrosa que suele acabar por devorarse a sus amos.

Es bueno ser vacilador, pero si no se renuncia a la profundidad intelectual. Porfirio lee muy poco y se limita a escribir sus anodinos artículos de El Universal. Sus presuntas aportaciones a la reforma del Estado, la banderita con la que su irrisorio ego trata de sobrevivir en el podrido medio político mexicano, no son sino la reiteración de algunas ideas (elección a dos vueltas, reelección legislativa, correctivos parlamentarios en sistema presidencial) postuladas sin que él ni ninguno de los “genios” que ha tenido alrededor se haya tomado la molestia de, en verdad, analizar a fondo su eventual viabilidad en México. Por mucho tiempo la “Reforma del Estado”, que él con su acostumbraba grandilocuencia tanto pondera, sólo sirvió para algunas photo opportunities y para mantener su nombre más o menos vigente en los periódicos, asunto que siempre lo ha obsesionado. ¿Por qué hay tan pocas notas mías, mano?, es la eterna pregunta que hace a sus colaboradores después de revisar los resúmenes de prensa. Es cierto que la Comisión de la que él forma parte actualmente mucho influyó en la confección de la reciente reforma electoral, pero dichos avances se lograron pese, y no gracias, a él, como bien lo saben quienes están involucrados en este tema.

A final de cuentas, Porfirio es lo que son la mayoría de los políticos y aquí y en todos lados: un hombre intelectual y espiritualmente muy pobre que ni siquiera ha sabido retirarse con dignidad. Por paradójico que parezca, su trágico-cómica postulación presidencial por parte del PARM en el 2000 demostró que su vanidad le ha hecho una gran traición a su autoestima, al hacerle perder el sentido del ridículo. Su presencia en el acto de festejo en el Zócalo tras el fracaso del desafuero de López Obrador, donde fue abucheado hasta la fatiga por las lúgubres bases perredistas, aniquiló la poca respetabilidad que le quedaba. Fue su absoluto acabose. Desde entonces sólo queda un bufón que nada más da para la risa y el escarnio. Tanta vanagloria acabó destruyendo su personalidad, como les sucede, tarde o temprano, a todos los narcisos
Decía yo que conocí a Porfirio hace 20 años. Muy pronto me desilusioné de él. Le reconozco sus meritos como rebelde y dicharachero, pero su mezquindad como persona mucho me hablo de lo poco que cabía esperar de los políticos. Mis experiencias posteriores al lado de hombres todavía más mediocres y obtusos no hicieron sino confirmar mis sospechas. Entendí algo: a los políticos, para sobrevivirlos, o se les adula y se entra en el juego de su egomanía, o se renuncia a tomarlos en serio, camino por el que opté con resultados que iré describiendo a lo largo de estas entregas semanales.

Próximo Capítulo: El PRD