jueves, 8 de mayo de 2008

México y su Padre: El Reflejo de un Campeón


Un excepcional literato mexicano fundó hace poco en Facebook un club de seguidores de Hernán Cortes. Pocos días después de crearlo y de invitarnos a participar en él, esta distinguida personalidad se retiró de él arteramente, como dijo Jorge Hernández Tinajero, “sin decir siquiera pío”. Quizá nos jugó una broma o rindió su conciencia a las estrecheces de la corrección política, pero lo cierto es que la iniciativa me parece extraordinaria. Ha llegado la hora de que en México reconozcamos la grandeza del Conquistador y lo reconozcamos como lo que en verdad es: Padre de nuestra Nación

Cortés fue un individuo extraordinario: rebelde, valiente como nadie, sagaz al extremo, estupendo estratega, hombre instruido y de letras lleno de imaginación y audacia que supo conquistar un imperio territorialmente más grande que el de Alejandro Magno, hazaña que mudo el curso de la historia.Cortés se preciaba de su conocimiento del latín, los romances y la historia, lo que le permitió expresarse con soltura y atildado estilo en sus varios escritos y de modo particular en sus Cartas de Relación. Poco menos de una veintena de años tenía cuando se embarcó con rumbo a Santo Domingo para desempeñarse como escribano en la Villa de Azúa. Acompañó a Diego Velázquez de Cuéllar en 1511 en la conquista de Cuba. Fue luego secretario del mismo y más tarde alcalde de Baracoa. A pesar de que tuvo dificultades con Diego Velázquez, al casarse en 1514 con Catalina Juárez Marcaida, logró que él fuera su padrino. Esta relación, así como el reconocimiento de las capacidades de nuestro Padre, propiciaron que, después de las dos expediciones a la tierra firme de lo que hoy es México (las capitaneadas por Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva), confiara el gobernador Velázquez a Cortés la organización de una tercera expedición.


El gran interés que puso Cortés en la preparación de lo tocante a la Armada que iba a capitanear, despertó en Diego Velázquez sospecha de traición. Sin embargo, no pudo impedir que el 18 de febrero de 1519 zarpara llevando 11 navíos, más de 500 soldados, cerca de 100 marineros, 16 caballos, 14 cañones, 32 ballestas y 13 escopetas. Llegó el Fundador tras una célebre escala en el actual Yucatán a la región conocida como Chalchicueyecan (“el lugar de la diosa de la falda de jade”), en donde el Viernes Santo de 1519 hizo la fundación de la Villa Rica de la Veracruz. Fue entonces que el Conquistador decidido a romper toda relación de obediencia con Diego Velázquez, acto inmortal que debería ser recordado con orgullos por todos los mexicanos de manera cotidiana. Fue cuando este Campeón mandó quemar las naves para eliminar cualquier tentación de huida o acobardamiento. Sólo los titanes saben quemar las naves, cruzar los Rubicones o atravesar los Alpes a lomo de elefantes. “César o Nada”, e inició la ardua conquista del fabuloso Imperio Azteca.

Fue una guerra cruel y amarga. Claro, como el militar de su tiempo que era, Cortés perpetró masacres y excesos, como lo hicieron por siglos sus rivales aztecas con los subyugados pueblos vecinos. Pero pese a su cruento signo este fue nuestro genuino origen; sanguinario, sí, pero también singularmente heroico. Auténtica primera fundación, la segunda y definitiva será cuando sepamos vernos en la proeza del vencedor más que en la sangre del vencido.

De la feroz guerra de conquista, los historiadores militares más connotados no dudan en destacar como una de las batallas decisivas de la historia mundial el triunfo de nuestro héroe en la batalla de Otumba, el 7 de junio de 1520, cuando en notable inferioridad numérica y con la moral derruida por su precipitada y confusa huida de Tenochtitlán, el ejército español confiaba en regresar a Tlaxcala para reponer fuerzas. Sorprendidos, nuestro Héroe salió triunfante merced a su sin igual coraje y perspicacia guerrera en una lid en la que la derrota española hubiese significado la ruina de la aventura de Hernán Cortés.

Tras derrotar al Imperio Azteca, el Fundador se dedico a completar las conquistas de los territorios mexicanos y centroamericanos a base de concretar proezas poco reconocidas por nuestra tan centralista como maniquea historia oficial. Incansable, envió luego dos naves con rumbo al Perú para auxiliar a Francisco Pizarro, quien se encontraba sitiado en Lima. En 1537, dio principio a una ruta de comercio marítimo, desde el puerto de Huatulco hasta Panamá y el Perú. En 1539, despachó su cuarta expedición a la mar océano del Sur. Encomendó esta empresa al capitán Francisco de Ulloa, que penetró hasta la desembocadura del río Colorado y, regresando hasta el extremo sur de la península, remontó por el Pacífico hasta más allá de la isla de Cedros. Como muestra la cartografía universal que se producía entonces, gracias a las expediciones del Conquistador comenzó a conocerse mejor el perfil geográfico de los litorales del Pacífico Norte.

¡¡Loor a nuestro padre Fundador!! ¿Por qué negamos obcecadamente al triunfador quien nos creó como raza? Origen es destino, mientras no sepamos reconocernos en el espejo de este campeón seremos un pueblo vencido. Vivimos en una tierra cercada por prejuicios que debemos derrumbar. Indispensable es empezar con el principio. Restaurar a Hernán Cortés en el sitio que merece será el principio de nuestra redención. ¡Reconocer a nuestro Padre Invicto! Sentir en nuestras venas la sangre de su gloria y, parafraseando al Bardo, clamar:

¡Mexicanos, aquí hubo un César! ¿Cuándo habrá otro que concluya con su trunca labor civilizatoria?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo, al igual que a casi todos por este rumbo, nos educó la SEP. Y al igual que muchos de los que visitamos este tipo de blogs, nos ha costado muchos años deshacer cosas que dábamos por ciertas.

Si bien gracias a algunas lecturas, mi concepto de Cortés no era el mismo que el de los libros de texto gratuito y demás literatura oficial nos han dicho, no había llegado hasta el punto de entender a Cortés como lo has descrito en este post.

El hallazgo me anima a informarme más al respecto.

Saludos Don Pedro.

Pereque dijo...

Es lo que siempre he dicho: los mexicanos somos más españoles que aztecas (aztecas los chilangos, y no todos: México es una nación "azteca" nada más porque la capital tiene un pasado azteca. Si la capital hubiera estado en Michoacán, en Yucatán o en Durango, otro sería el rótulo injustificado) porque fue la Malvada, Intolerante, Esclavista y Sanguinaria España Malvada la que integró a los muchos pueblos de Mesoamérica en la entidad política y cultural medianamente coherente que somos ahora.

Sí, hubo sangre, peste y fuego, hubo dolor, esclavitud y violencia, pero no veo en eso motivos ni de vergüenza ni de orgullo. Ninguno de nosotros estuvo en la matanza de Cholula, la expedición de Nuño Beltrán o el auto de fe de Maní; ninguno de nosotros fue recibido por Moctezuma; ninguno de nosotros eligió nacer aquí y criarse en esta cultura. Lo mejor que podemos hacer es ver nuestra historia con frialdad, e intentar entender cómo esa historia moldeó nuestro presente y qué podemos aprender para el futuro.

¡Saludos!