domingo, 4 de mayo de 2008

Gordon Bown: La Tragedia de los Buenos Segundones

Cruel ha sido el destino con el pobre de Gordon Brown, como cruel ha sido tradicionalmente con dos aquellos que son buenos colaboradores de los grandes jefes, pero que por no conformarse con su natural condición de “segundos violines” pasan a la primera línea únicamente para hacer el ridículo En el pasado le sucedió, por ejemplo, a Sir Anthony Eden, quien relevó a Winston Churchill como primer ministro de Gran Bretaña únicamente para tener que dimitir poco después del fiasco que represento la intervención anglo francesa en Suez; le pasó a Ludwig Erhard, el arquitecto del milagro económico alemán tras la segunda guerra mundial que sustituyó a Konrad Adenauer como canciller federal para verse obligado a dimitir un par de años más tarde en medio de una (¡o paradoja!) recesión económica, y así hay muchos ejemplos. Tras transcurrir una década como un eficaz y alabado Chancellor of the Exchequer, Gordon Brown recibió de su archirrival Blair la jefatura de gobierno británico para que hoy, casi un año después de haber tocado el cielo con las manos, sea justamente su gestión económica (otra rara paradoja) lo que lo ha convertido en el político más despreciado por los británicos, quienes votaron en masa contra los laboristas en las elecciones municipales del jueves 1 de mayo llevándose, de paso, entre ancas al pobre Ken Livingston, el pintoresco alcalde de Londres que revolucionó la ciudad y le consiguió la sede de los Juegos Olímpicos para el año 2012. Antes que nada, debemos decir que la gente votó con el bolsillo. En Gran Bretaña, como en el resto del mundo, los años de crédito fácil y de inversión en propiedades que gravitaban siempre hacia el alza como si respondieran a una inquebrantable ley de la física han llegado a su fin. El legado es un endeudamiento masivo y muchas entidades financieras dejadas de rodillas, incluido el banco Northern Rock que sólo se libró de la bancarrota por medio de un rescate que no fue otra cosa que una nacionalización. Los británicos están furiosos con el gobierno que hace exactamente 11 años llegó al poder con la promesa de enterrar los ciclos de boom and bust. De así el contundente "voto castigo que le propinaron a los laboristas en las urnas, en las que la pérdida de la alcaldía de Londres no hizo más que ahondar la puñalada. Es obvio que todo el mundo ve en esta hecatombe un augurio de lo que ocurrirá en las próximas elecciones generales, que podrían ser convocadas hasta 2010, aunque una derrota en las municipales, por muy abultada que sea, no significa en automático un revés inevitable en las generales. En las municipales de 2004, por ejemplo, el oficialismo laborista sufrió una humillante derrota, pero en las elecciones generales un año más tarde Tony Blair vio su mandato confirmado con amplia mayoría. Pero no sólo ha sido la mala gestión económica, Brown es un hombre poco carismático al que todo el mundo reprocha haber abandonado su naturaleza gris y su eterno bajo perfil para tratar de parecerse a su extrovertido y carismático antecesor. No Flash, Just Gordon, fue el efímero lema con el que sus asesores de campaña pretendía aprovechar con humor el “carisma del anticarisma” browniano. Pero he aquí que algún alevoso complejo traicionó a Brown y lo hizo soltarse el chongo. Trató de jugar al superestrella y lo único que suscitó fue caer antipático de superlativa forma. Los electores británicos olvidaron al ministro laborioso y efectivo descubrieron a un político demasiado dubitativo y, lo peor, manipulador y mentiroso. Claro, todos los políticos mienten y manipulan, el problema es cuando no lo saben disimular. Sí a un político se le nota lo falsario y manipulador que es, pues en ese momento deja de ser político. Ya no sirve para la profesión. Brown hizo un oportunista y chapucero viaje a Irak durante el congreso del Partido Conservador y más tarde amagó con adelantar las elecciones generales para después arrepentirse. Ello, aunado a algunas aberraciones que han tenido que ver con cuestiones fiscales -pretendía subir impuestos a los más pobres- han aniquilado la credibilidad de Brown.


Por su parte, tras más de una década fuera del poder, los conservadores dan claros indicios de recuperación. Encuestas recientes señalan que, por primera vez desde la caída del premier conservador John Major, un 22% de los británicos consideran a los tories más capaces que a los laboristas cuando se trata de manejar la economía en un período de turbulencia. Aunque para muchos este sigue siendo un margen pequeño A los tories todavía les hace falta convencer a la mayoría del público de que no convertirán una mala situación en una todavía peor." El líder conservador, David Cameron, lo sabe muy bien y es por eso que interpreta el triunfo de su partido en Londres como un arma de doble filo. La capital británica ofrece un excelente escaparate a los conservadores para tentar con sus políticas a un electorado en busca de ilusión. El problema es el bufonesco y desparpajado nuevo alcalde, Boris Johnson, a quien no le otorgan mucha confianza. Sí comete una seguidilla de errores camino a los Juegos Olímpicos de 2012, Cameron será la primera víctima política. De allí que el líder conservador haya decidido nombrar a un gabinete de expertos con vistas a "asesorar" al nuevo alcalde. Las malas lenguas ya aseguran que serán ellos, y no el locuaz Boris, quienes tomarán las riendas del gobierno capitalino. Brown, en tanto, prometió cumplir con su trabajo de "escuchar y liderar". Pero el brote de humildad puede que le haya llegado demasiado tarde. Brown parece tener un irremediable halo de perdedor. En las filas laboristas ya se habla de buscarle un reemplazo. El jefe del bloque parlamentario laborista, Tony Lloyd, calificó la elección de "referéndum" sobre la eficacia del gobierno. "Los electores fueron elocuentes. Nos dieron una muy clara señal de que hacen falta cambios drásticos"ó. Pero tan enorme es el pánico desatado en las filas laboristas por la reciente masacre electoral que hasta el escenario de un "Brownisidio" produce escalofríos. Algunos temen que la puja interna les haga perder aún más el respeto del público. Otros creen que la situación es tan mala que no hay quien se anime a disputarle el puesto al primer ministro. Una vez más, Brown parece destinado a permanecer en la cima, no por mérito propio o por la elección de sus compatriotas, sino por la falta de ímpetu de sus adversarios. A Brown le espera un largo calvario en el que podría pasar a la historia como un primer ministro “mete la pata” despreciado por los británicos hasta el último día de su mandato. Ya los satiristas dicen que es el Charlie Brown de la política británica. Moraleja: hay que saber resignarse a ser buenos segundones.

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