El rebrote de populismo autoritario que ha padecido América Latina en los últimos años parece estar llegando a su fin. Primero fue la derrota de Chávez en el referéndum en que se pretendió reformar la Constitución venezolana para imponer la reelección indefinida, y ahora ha sido el apabullante triunfo del Sí en el referéndum autonómico de la región de Santa Cruz, la más ica del país. Morales no podrá tapar el sol con un dedo, la inconmensurable mayoría de los cruceños que votaron por el Sí lo hicieron también para expresar su rechazo al desquiciado gobierno de Evo, al mismo tiempo que ratificaban la importancia de las regiones en un país como Bolivia, cuyas diferencias abarcan, según sus propios ciudadanos, la calidad multicultural, plurilingüe e intercultural que el gobierno de Evo Morales se ha esforzado por desconocer.
La reivindicación autonomista cruceña y de otras regiones, al contrario de lo que afirma el gobierno, apunta a una reforma estructural del Estado, la más importante de la historia de la Bolivia moderna: pasar de un Estado centralista a un Estado unitario con autonomías. Este voto es un castigo al gobierno, que no ha sabido recoger las demandas del departamento de Santa Cruz. Es mucho más un voto político que un voto por la aplicación del estatuto. Puso en evidencia la creciente impopularidad del gobierno y fortaleció el reclamo autonómico no sólo de Santa Cruz, sino de todas las regiones opositoras, y que podría ser el comienzo del nacimiento de un Estado federal. El referéndum de ayer no era para determinar si la región quería o no la autonomía. Eso ya se había votado en 2006 y el sí había ganado por más del 70 por ciento de los votos. Lo que se votó ayer fue, formalmente, el estatuto que define el tipo de autonomía de la región.
Pero en el fondo lo que hicieron los cruceños fue enviarle un claro mensaje al gobierno: el reclamo autonómico cuenta con una amplia y determinada base social en Santa Cruz. En cuanto a la aplicación del estatuto que se acaba de aprobar, ése es otro cantar. Su aprobación tiene un carácter más que nada simbólico y su implementación será progresiva y mediante nuevas negociaciones. Principalmente, porque más allá de los anhelos autonómicos de este departamento, no deja de estar inscripto dentro del Estado boliviano, y el gobierno no dejó de repetir que considera "ilegal" la consulta popular. El asunto será ahora cómo se va a tratar la crisis desde el gobierno y desde la oposición regional. Pero eso no comenzará hoy. Habrá que esperar que las otras regiones opositoras -Beni, Pando y Tarija- realicen sus respectivos referéndums autonómicos, previstos para el mes que viene. Hasta que concluya la serie de consultas populares, se espera una feroz guerra mediática y discursiva entre el gobierno y las regiones rebeldes. Probablemente la situación avance a partir de fines de junio, cuando una esperable victoria del Sí en las otras consultas populares dé a los prefectos el impulso que buscan para sentarse a negociar, fortalecidos, con el gobierno. Después de eso, las opciones no son demasiadas: o se inicia un diálogo o se agrava la crisis.
En cualquier caso, y como lo apuntan los principales analistas bolivianos, difícilmente Bolivia pueda volver atrás, a un Estado centralista. Después del referéndum de ayer, el rumbo quedó trazado. Pero más importante aún, con este voto se demuestra la quiebra del proyecto político hegemónico neopopulista en Bolivia, el cual depende del ejercicio de un centralismo omnímodo.
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