El presidente de Sudáfrica Thabo Mbeki, sucesor del legendario, Nelson Mandela, ha resultado ser un verdadero fiasco. Este presunto intelectual ha sido un presidente autoritario e ineficaz bajo cuyo triste mandato han crecido los problemas económicos y sociales del país que prometía ser el faro del atribulado continente africano. Particularmente grave fue la desidia con la que se ha enfrentado al flagelo del Sida, criticada de manera enérgica por el propio Mandela. Los últimos días el señor Mbeki ha demostrado, una vez más, su incontestable ineficacia como presidente de un país que aspira a ser líder continental, primero al enfrentar de una manera raquítica al ominoso régimen de Zimbabwe –comandado por un senil y vesánico Robert Mugabe, que ha llevado a la ruina a su pobre país- y más tarde reaccionando de manera parca y tardía ante la ola xenofóbica que se ha desatado en Sudáfrica contra inmigrantes africanos.
¡Claro que la discriminación y violencia contra los inmigrantes no es propiedad exclusiva de Sudáfrica! Ocurre en prácticamente todos los países que reciben oleadas masivas de mano de obra extranjera. Comentábamos en este blog hace poco sobre los maltratos a los gitanos en Nápoles. Sin embargo, llama la atención que un país que hizo de la lucha contra la discriminación su buque insignia exprese con tanta furia -extranjeros quemados vivos, linchamientos públicos- su intolerancia. La violencia ha sido un signo particular en Sudáfrica, un país con 47 millones de habitantes. Se estima que anualmente hay cerca de 18,000 asesinatos y se denuncian unas 55,000 violaciones. En este contexto de violencia siempre latente, el desigual crecimiento económico de Sudáfrica ayudó a generar esta ola de violencia xenófoba. Con un desempleo que extraoficialmente se ubica entre el 30 y el 40 por ciento, una crisis energética crónica y un costo de vida exorbitante, el llamado "milagro económico" sudafricano está pasando absolutamente inadvertido para los sudafricanos pobres, que responsabilizaron a los inmigrantes de todos sus males. Los africanos de los países limítrofes, principalmente de Zimbabwe, Mozambique y Malawi, comenzaron a llegar a Sudáfrica a mediados de la década del 90, atraídos por su crecimiento y expulsados de sus países de origen por crisis económicas o políticas. También hay otros, venidos de Somalia, de Nigeria, de la India y de Paquistán, quienes en el pasado habían sido blanco de agresiones, pero siempre aisladas y nunca durante tanto tiempo y con semejante brutalidad.
Ahora el fiasco Mbeki enfrenta una dura batalla para mantenerse políticamente relevante en su último año en el cargo, luego de su fracaso en contener un estallido de violencia que ha dejado decenas de trabajadores extranjeros muertos en Sudáfrica. El presidente ya había visto disminuir su poder y prestigio desde que en el 2007 perdió el liderazgo del gobernante Congreso Nacional Africano a manos del pintoresco Jacob Zuma, acusado de corrupción y de violador, y estaba ya bajo fuego por no lograr detener una paralizante escasez de energía cuando este mes comenzaron los disturbios.
Al menos 50 personas murieron, algunos fueron quemados vivos, y más de 25,000 huyeron a centros de refugiados. Pero Mbeki estuvo prácticamente invisible al aumentar la violencia xenófoba, hablando a la nación recién el domingo por la noche, dos semanas después del inicio del baño de sangre.
Con el inútil del Mbeki convertido en un “pato cojo” y con Zuma como el favorito para reemplazarlo (a menos de que sea condenado debido a un caso de corrupción por el que irá a los tribunales más tarde este año) el futuro de Sudáfrica se presenta muy incierto
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