Una cruel paradoja aqueja al presidente peruano Alan García: a pesar de que la economía peruana crece a ritmos record, el mandatario padece un terrible nivel de impopularidad. Concretamente, la economía creció un extraordinario 11.9 por ciento en el último mes, marzo, pero la aprobación presidencial se ubica en un paupérrimo 26 por ciento y ha venido descendiendo de manera constante desde enero. ¿A que se debe esta incongruencia? Para muchos analistas, a que fue elegido por un mensaje de centroizquierda y ahora gobierna con un estilo de centroderecha. Sus votantes se sienten defraudados porque no es el gobierno que escogieron. Recuérdese que el presidente Alan García tuvo 25% en la primera vuelta, esa fue su votación base. Y salió como el mal menor, no con un electorado propio, por lo que su margen de maniobra era reducido desde el principio. Ahora tiene mayor simpatía entre los sectores conservadores que votaron por Lourdes Flores en las presidenciales. El respaldo por sus logros económicos es alto en los llamados sectores A y B, y baja en el C y D. Pero en primera vuelta su voto fue más de un nivel C. Lima, donde ganó Lourdes, hoy es la mejor plaza de García, pero buena parte de su electorado lo ha abandonado. Es decir ha habido una transferencia del sustento político de García lo que siempre implica un desgaste importante. También existe un tema estructural, de fondo: la distancia entre la pobreza y la bonanza económica. Las cifras de una economía boyante no las siente un ciudadano marginal.. En el país sólo están progresando quienes están más insertados en la economía, la gente más educada. Actualmente los puestos técnicos, calificados están mejor remunerados, pero aún son una minoría. El grueso de la población sigue estando al margen de la economía formal. El grueso de la población está mal capacitada y no tiene seguro, vacaciones, pago de horas extras. Aunque hay una mejora de su capacidad económica, está fuera del sistema. El hecho contundente es que la pobreza no se ha reducido en la misma proporción en que la economía mejora Está un poco mejor que antes, pero no se siente mejor. Tiene algo más de efectivo y puede comprar un poco más de alimentos, pero siempre está con una vivienda precaria, sin luz, sin agua, vive al día y no tiene ningún beneficio social. La migración se mantiene, cada día mil personas dejan el país, según informó hace poco el diario El Comercio.
El problema de García es común en América Latina: el crecimiento económico poco significa si no se traduce en mejoras a la economía de los ciudadanos de “a pie”. Esta segunda administración de García ha tenido logros importantes que darán frutos al mediano y largo plazo, pero no solo se trata de dejar un país en crecimiento y con mayor infraestructura, sino dejar un país que haya reducido la pobreza, generado mayores oportunidades y modernizado en algo los muy precarios servicios públicos. Esta carencia es la principal responsable de que las tendencias populistas y voluntaristas acusen a los que tildan como “gobiernos neoliberales” de estar lejos de la población y cerca de “los intereses foráneos”. En el día a día la población espera ver el lado humano, emocional de los objetivos macroeconómicos y eso no es fácil. Más sencillo es arengar con un discurso demagógico que explote los resentimientos muchas veces justificados de los sectores marginados. Ahí es donde está cojeando los esquemas de liberalización, hay que reconocerlo. Eso provoca una desconexión emocional con el ciudadano, aunque el gobierno sea muy eficiente. A García la gente no lo siente entendiendo los problemas cotidianos de la población. Lo ve lejos, como un político capaz de todo con tal de ganar y conservar el poder. Alan es el político por antonomasia, y la gente tiene mala imagen de ellos. No solo cuenta su desastroso pasado, sino que fue elegido con un discurso y gobierna con otro. Algunos lo ven bien, aplauden que haya sabido corregir su visión del mundo. Pero muchos otros no. Tiene que hacer un esfuerzo grande por explicar el porqué del cambio y eso implica un costo en la credibilidad.
Las reformas a las economías de naciones como el Perú sirven de poco si no atacan de raíz las brutales divisiones sociales y regionales que padecemos en América Latina. Para vencer al discurso populista, un gobernante auténticamente reformista debe acompañar la liberalización de la economía con políticas sociales ambiciosas que generen igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Políticas sociales que, eso sí, se alejen del asistencialismo y del clientelismo político tan peculiares del estatismo tradicional, demasiado arraigado aún en la mentalidad latinoamericana peruana.
Evidentemente, la actual administración de García es infinitamente superior desde cualquier punto de vista con su gobierno populista de 1985-90, pero eso no basta. Donde puede y debe recuperar iniciativa es en la lucha contra la pobreza. Podría encabezar el esfuerzo y, alrededor de este tema empaquetar la construcción de infraestructuras, un tema que generaría gran cantidad de empleos. Otro tema clave es el de la lucha contra la corrupción, cáncer del país, en el que la gente siente que García no ha avanzado nada e incluso que el fenómeno se ha profundizado. Recuérdese que para ser popular, lo principal son los hechos
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