domingo, 28 de julio de 2019

Autoritarismo y “Renacer Religioso”




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Elemento fundamental en el ascenso y consolidación de los actuales caudillos iliberales es su capacidad de conectar con los sentimientos de la llamada “nación profunda” al explotar factores romántico-irracionales como el nacionalismo, la historia mítica y las identidades comunes.

Obviamente, dentro de esta lógica no se excluye a la manipulación  de las creencias religiosas.

Los demagogos son  expertos en apelar a la irracionalidad para explicar de forma simplista realidades excesivamente  complejas, señalar la “insolidaridad” de las soluciones técnicas, acusar la “insensibilidad” de las políticas modernizadoras y desacreditar una creación esencialmente racionalista como es la democracia contemporánea.

Lo más importante en esta estrategia es extirpar en la mayor medida posible a los procedimientos racional-deliberativos del sistema de gobierno.

La permanente alusión a valores religiosos como fuente de inspiración política pretende fortalecer la legitimidad del líder al identificarlo con las creencias tradicionales y construir una  “ilusión de la cercanía” entre el caudillo y el pueblo.

Congraciarse con los electores recurriendo a los sentimientos, prejuicios, odios y temores es una añeja fórmula para los políticos evasores del análisis objetivo de gestión, infructuosos en cuanto a resultados concretos de gobierno y alérgicos a la molesta rendición de cuentas.

Por eso los hombres fuertes de hoy son hombres de religión.

Intensa y poco sorpresiva es la devoción del primer ministro de la India, Narendra Modi, y el presidente turco Recep Erdogan, cuyos partidos son abiertamente religiosos.

Muy cercano a la Iglesia católica lo ha sido siempre el anodino mandamás polaco, Jaroslaw Kaczynski, quien hace pocos días hizo nombrar a Jesucristo “Rey Eterno de Polonia”.

Bien conocida fue la influencia del voto evangélico en el triunfo electoral en Brasil de Jair Bolsonaro.

Más sorprendente fue la conversión del líder húngaro Viktor Orban, quien empezó su vida política como liberal y ahora  se describe a sí mismo como un baluarte del cristianismo.

Inverosímil adalid cristiano es el gran pecador Donald Trump, quien ha promovido como nadie la influencia en el gobierno de la derecha evangélica.

Vladimir Putin pasó de ateo agente de la comunista KGB a, como presidente, piadoso aliado y sostén de la iglesia ortodoxa rusa. 

Pero lo más sorprendente de este resurgir místico en la política mundial es oír a los populistas latinoamericanos pretendidamente “de izquierda” constantemente exaltar y hacer suyos valores religiosos.

Ha sido el caso de Chávez, Maduro, Correa, Morales, Ortega y un creciente y abrumador etcétera.

O, quizá, no debería sorprendernos tanto. En el populismo están presentes ingredientes religiosos como la intolerancia, el dogmatismo y la elevación mística de un líder providencial.

Eso sí, ausentes por completo están en estos caudillos ideas características de la izquierda como fomentar la formación de conciencias individuales autónomas con tendencia crítica, y adoptar enfoques racionales, pluralistas y tolerantes ante los retos sociales.
Pedro Arturo Aguirre

El imposible regreso a un “pasado mítico”


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Vivimos el regreso de las facilonas retóricas nacionalistas de quienes odian todo lo cosmopolita, viven de adular “las nobles y sencillas virtudes del pueblo” y proponen una supuesta “regeneración”, la cual no es sino una nueva forma de aldeanismo.

Uno de los pilares en el enfoque de esta generación de líderes de clara vocación autoritaria y discurso patriotero es la constante exaltación de un “pasado mítico” donde las cosas eran supuestamente mejores y la nación era “grande y poderosa”, o al menos “más justa y feliz”.

Los hombres fuertes de hoy tienen una obsesión por la historia, Dicen encontrar en ella las “raíces”, lo más “auténtico”, lo más “puro”, la genuina identidad nacional arrebatada por las élites.

Pero la “Historia” (con mayúscula) de los demagogos es en realidad una fábula narrada en versiones simples y maniqueas.

La historia se convierte así en una especie de mitología ideada para sustentar la idea del “Pueblo” como una “totalidad”, encarnación del bien y la virtud, la nación con sus rasgos eternos y definitivos. Fuera de él se incuba el mal, la enfermedad que ataca al sano organismo comunitario.

Obviamente, estas restringidas versiones de la historia son excluyentes y no solo ante lo extranjero o lo cosmopolita, sino también con los elementos internos que no la comparten. Son impermeables al pluralismo.

Así tenemos la baladí promesa de Trump de “volver a hacer a América Grande” a base de la construcción de un muro, rearme nuclear y aislacionismo. Constante apelación nostálgica, irrealizable y peligrosa tanto para el orden interno como para el internacional.

Vladimir Putin emociona a sus votantes con la recuperación de la gloria imperial perdida e incluso no duda en capitalizar la memoria del periodo comunista como una etapa de “plenitud nacional, liderazgo incontestable y unidad ante el enemigo”.

El presidente turco Erdogan reivindica constantemente la grandeza del Imperio Otomano y presenta a la Turquía gobernada por él como su "natural continuación". Con ello el autócrata pretende encarnar la autoestima recuperada del pueblo.

Para los dirigentes del Frente Nacional, Francia ocupa un lugar “singular en Europa y en el Mundo”, porque es “un pueblo resultado de la fusión, única en sí, de las virtudes romanas, germánicas y celtas”.

El líder húngaro Orban esgrime la defensa de las herencias europeas y cristianas de su país en su lucha contra una pretendida invasión islámica.

Bien conocidas son las manipulaciones  y tergiversaciones grotescas de la figura histórica de Simón Bolívar de Hugo Chávez, así como los asertos maniqueos del indianismo de Evo Morales y Rafael Correa. Retórica de  nacionalista de rescate de la “grandeza histórica” están presentes también en Duterte, Netanyahu, Modi y otros casos de líderes dispuestos a “hacer historia” con el retorno a un pasado “magnífico”, pero ilusorio.
Pedro Arturo Aguirre

La Eficaz Chabacanería de Matteo Salvini




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Desde tiempos inmemoriales Italia ha sido tierra fértil de grandes demagogos: Cola di Rienzi, Mussolini, Berlusconi, Grillo y ahora Matteo Salvini, el xenófobo y oportunista ministro del interior y hombre fuerte del actual gobierno populista italiano, quien a sus 45 años sueña con convertirse pronto en primer ministro del país.



En 2013, Salvini fue elegido secretario general de la entonces “Liga Norte” después de la caída en desgraciada de su fundador, Umberto Bossi, otro estentóreo charlatán. El nuevo líder dejó de lado el separatismo original de este partido, conocido ahora únicamente como “La Liga”, y reforzó sus rasgos populistas, euroescépticos y xenófobos.



En 2008 Salvini entró por primera vez al Parlamento italiano. Ahí se explayó en modos bruscos y políticamente incorrectos. Hoy es el político más popular de Italia y mucho se lo debe su magistral manejo de las redes sociales.

Es el dirigente europeo más seguido en el ciberespacio y lo ha logrado utilizando un lenguaje sencillo para gente sencilla. En sus tweets se leen contantemente refranes, lugares comunes y trivialidades de todo tipo, cosas como: “¡Querer es poder!”, “Primero, ¡los italianos!”, “Sepan que los necesitaré”,  “¡Yo toco otra música!”, “Coman rico”, “No cedo ni un milímetro”, “Del dicho al hecho…”, “¡Qué divertido!”, “¡Estoy orgulloso de ustedes!”, “¿Les gusta esta camiseta?”, “El que la hace, la paga”, “Leo todos sus comentarios”, “Fue un evento no solo político, sino de Comunidad”, “¡Los quiero!”, “Díganme con sinceridad ¿qué tal he estado?”. Un  lenguaje directo y ramplón lejos de las rimbombancias y complicaciones de los políticos tradicionales.

El año pasado Salvini triunfó en las urnas aliado con el variopinto y errático Movimiento Cinco Estrellas. Afirmó en campaña su vocación por “recuperar el espíritu europeo, traicionado por quienes guían la UE”, y estableció las nuevas reglas del juego: “Se trata de una confrontación del pueblo con las élites, no entre izquierda y derecha”.

Ya como ministro del Interior endureció drásticamente la política migratoria del país. Los seiscientos mil inmigrantes que han llegado a Italia en los últimos cuatro años han creado el escenario ideal para su mensaje racista y xenófobo. ¡Y vaya si le funciona! Según sondeos recientes, la Liga tiene el respaldo de casi un tercio de los electores.

Pero los resultados son magros en el plano de otras decisiones concretas. La economía es muy débil, Italia sigue siendo el país que crece menos en Europa y ha entrado oficialmente en recesión técnica.  En duda flotan promesas de campaña tales como disminuir impuestos y crear un “rédito de ciudadanía” de 780 euros mensuales destinados a los más pobres y a los jubilados, entre otras. La economía amenaza con dominar el panorama y ahogar los afanes populistas de Salvini en el proceloso mar de las realidades financieras.

 Pedro Arturo Aguirre


Las Apuestas Geopolíticas de Vladimir Putin



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Vladimir Putin representa un caso singular de liderazgo autoritario. El personaje es frío y poco carismático. No es el ardiente populista triunfante en las urnas con discurso antisistema. Su ascenso, meteórico, se dio tras bambalinas.

Para subsanar sus carencias, el líder ruso construyó una autoridad basada en la imagen de un tipo duro y sin rodeos.

Durante sus primeros dos mandatos puso orden en un país a la deriva con la ayuda de los elevados precios del petróleo, principal producto de exportación nacional.

Pero tras su vuelta formal a la presidencia en 2012, Putin enfrentó crisis económica y creciente descontento. Fue entonces cuando jugo de manera definitiva a la carta del nacionalismo.

Comenzó un amplio programa de rearme y modernización de las fuerzas armadas. Enarboló como bandera la preponderancia de Rusia en el mundo y la restauración histórica de sus antigua influencia y tradicionales fronteras. Intervino en Georgia, Crimea y las regiones con mayoría rusa en el este de Ucrania.

También empezó a apostar fuerte en el escenario mundial, siendo Siria y Venezuela sus aventuras más destacadas.

Hoy Venezuela arde y Rusia amenaza, pero ¿De verdad, sería capaz de llegar a la guerra?

Mucho se juega Putin ahí, y no solo es una cuestión de cuantiosas inversiones, Venezuela es un valioso aliado en una región clave y también es un destacado miembro del club de naciones con “hombres fuertes” en el gobierno. Un dictador derrocado por su pueblo sería un mal ejemplo desde la perspectiva putinesca,

Porque Putin se empeña en  promover su modelo de gobierno, ese amasijo de nacionalismo mesiánico, velado (o no tanto) autoritarismo, ofuscado antiliberalismo y repudio del multilateralismo. Por eso es admirado por populistas a izquierda y derecha. Como se sabe, ha sido escandalosa la intrusión de Rusia en numerosos procesos electorales, así como la difusión de fake news mediante sus canales de comunicación globales.

Frente a las incertidumbres en Occidente, Putin y su creciente número de émulos pretenden el retorno a un “orden” internacional fundado en naciones con soberanías irrestrictas y gobiernos iliberales.

Este modelo en el caso de Rusia, potencia nuclear, es demencial sobre todo porque reposa en la voluntad de un solo hombre. Ni durante la Guerra Fría había tanto peligro. Los sucesores de Stalin tomaban en cuenta el contrapeso del Politburó y poseían una idea de coexistencia con el adversario. Putin es un megalómano dueño de un poder absoluto y dominado por delirios de grandeza. La historia enseña adonde pueden desembocar este tipo de gobernantes.
Muchos analistas consideran a la renqueante economía rusa como un firme obstáculo para las descabelladas ambiciones globales de Putin. “Gigante con pies de barro” le llaman a Rusia. Pero estos líderes suelen ser más peligrosos precisamente cuando se ven acorralados.  
Pedro Arturo Aguirre

viernes, 1 de marzo de 2019

Donald Trump y la Fantasía Voluntarista



                                                 
“La mayor parte de los males del mundo son propiciados
por quienes tienen las mejores intenciones.”
T.S. Elliot

Característica primordial de todo gobernante con instintos mesiánicos es creer en la fuerza de la voluntad personal como el gran motor transformador. El voluntarismo consiste en fabricar una imagen ideal de las cosas e investirla de un aura ética. Se cae así en la ilusión de vivir en un mundo “como creo debe ser” y no enfrentarlo como realmente es, con todas sus complejidades.

Atractivos han sido siempre los esquemas maniqueos y simplistas, sobre todo en épocas turbulentas.

La fantasía voluntarista anhela superar con su ímpetu a la realidad, por tanto odia a la lógica, la racionalidad y las soluciones técnicas. Las revoluciones sociales han de ser, ante todo, “espirituales”.

Mussolini fue uno de los grandes campeones del voluntarismo. Las cosas se pueden “porque sí”. La voluntad lo es todo. El líder representa la fuerza pura del bien. “La razón paraliza, la voluntad moviliza”, era una de las frases favoritas del Duce, quien  alguna ve escribió: “Queremos creer. La fe mueve montañas porque nos da la ilusión de que las montañas se mueven, y la ilusión es la única realidad de esta vida.”

Casos de gobernantes entregados a la fantasía voluntarista han abundado desde entonces. El populismo latinoamericano  ofrece los más vehementes ejemplos de movimientos fundamentados en la eterna ilusión popular de contemplar el arribo de un poder personal y paternalista capaz de resolver todos los problemas a golpe de voluntad.

Forja el voluntarismo la imagen del gobernante como un hombre “infinitamente bueno y sabio”, pero sus resultados han sido, invariablemente fracasos y catástrofes. Recuérdese, solo como algunos ejemplos, los Planes Quinquenales del peronismo, la Zafra de los 10 Millones de Fidel o el autarquismo económico de Franco. Mucho peores fueron la criminal colectivización forzada de Stalin o el pavoroso Gran Salto Adelante de Mao.

Con la nueva generación de “hombres fuertes” resucita el voluntarismo político.
Trump afirmó el día de toma de posesión ser el único capaz de resolver, él solo, todos los problemas de Estados Unidos (I alone can fix it).  Su vesánica idea del muro es buena muestra de arrebatado voluntarismo, y de cómo inevitablemente éste fracasa.
Un presidente cuyo mito de “genial negociador” se derrumba constantemente. Pocos ven en el muro una solución real a la inmigración ilegal o al contrabando de drogas, pero Trump se encapricha, como en tantos otros temas, y solo logra arrinconarse a sí mismo y exhibirse como un gobernante pueril y narcisista.

Vanas son las promesas de los voluntaristas: soluciones simples a problemas complejos, fin a las crisis y desigualdades, con beneficios sociales amplios (equiparables, digamos, a los de Escandinavia), en algunos casos sin inmigrantes y en otros “purificados” por la vía del buen ejemplo.

El Drama Venezolano…y sus Lecciones



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Difícil, muy difícil resulta explicar la dilatada permanencia en el poder del desastroso régimen chavista, causante de una catástrofe casi de proporciones bíblicas.
Venezuela ha perdido desde el arribo de Maduro a la presidencia más la mitad de su PIB, la inflación rebasó el año pasado el dos millones por ciento, la producción petrolera es la mitad de la registrada en 2013, las reservas monetarias han desaparecido,  los índices de criminalidad son monstruosos, la escasez es pavorosa y el éxodo de la población podría alcanzar las cinco millones de personas en los próximos meses (ya van tres millones) según cálculos de la ONU.
La perdurabilidad de este régimen a todas luces infame se debe, en buena medida, a la siniestra eficacia del aparato represivo, el cual cuenta con la cooperación estratégica de la dictadura cubana, pero no podemos quedarnos solo con esa explicación.
Las torpezas e insuficiencias de la oposición han sido determinantes. El ascenso del chavismo al poder fue posible gracias al desgaste de un sistema de partidos corrompido e ineficaz. No se percibe aun en la mayor parte de la oposición venezolana un ejercicio honesto de autocrítica sobre este fenómeno.
La defectuosa democracia venezolana derivó en una sociedad polarizada, corrupción rampante, mala distribución del ingreso y creciente distancia entre gobernados y gobernantes. Lo mismo sucedió en la mayoría de las democracias hoy a la deriva. Reconocerlo es el primer paso para la restauración de democracias más genuinas y vigorosas.
Asimismo, desconcierta la irracional división de la oposición venezolana, atrapada en absurdas diferencias personalistas y estratégicas. El régimen de Maduro es muy impopular, no hay duda, pero la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no está mucho mejor.
La mayoría de la población transita entre el repudio a Maduro y la desconfianza ante la MUD, cuyos dirigentes han sido demasiado erráticos. Prueba de ello fue su incapacidad de capitalizar el gran triunfo conseguido en los comicios legislativos de 2015.
La oposición a los regímenes autoritarios como el venezolano no puede ser meramente electoral y exclusivamente contestataria. En Venezuela, quienes pretenden reconstruir un sistema democrático plausible deben emprender la difícil labor de establecer formas de comunicación permanente con toda la población (incluidos los sectores chavistas) y saber plantear alternativas viables para resolver los problemas de escasez, crisis económica e inseguridad.
El nuevo mandato de Nicolás Maduro empezó con un repudio internacional generalizado. Podría ser, esperemos, el principio del fin, pero de poco servirá si la oposición venezolana no afina estrategias ni emprende una reconstrucción democrática basada en la autocrítica.
Un principio del fin con lecciones útiles para los demócratas en países con “hombres fuertes” en el gobierno: poseer capacidad de autocrítica, no limitar la oposición a lo meramente electoral, no caer en el juego de las polarizaciones y construir alternativas sociales plausibles.

domingo, 13 de enero de 2019

Populismos de Izquierda y Derecha



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Empieza 2019 y con el año se suma en Brasil Jair Bolsonaro a la creciente lista de “hombres fuertes”.  

Muchos analistas ideologizados opinan que poner en el mismo saco a gobernantes de “derecha” como Bolsonaro, Erdogan, Duterte, Orban o Trump con los populistas latinoamericanos considerados “de izquierda” es una insensatez.

Consideran a los gobernantes de izquierda -autoritarios o no- invariablemente proclives a procurar una mejor redistribución de la riqueza, promover beneficios sociales, ser laicos, respetuosos con las minorías  y defensores del medio ambiente; mientras la derecha perpetuamente beneficia económicamente a las oligarquías y es religiosa, intolerante y poco interesada en el medio ambiente.

Sin embargo, la historia reciente desmiente esta dicotomía. Ni el populismo de izquierda es siempre laico, tolerante con las minorías y defensora del medio ambiente, ni el derecha renuncia a desarrollar políticas asistencialistas, que son eso -y no otra cosa- los programas de supuesta “distribución del ingreso” diseñados, en realidad, para la creación de clientelas electorales.

Las estrategias y políticas de los autoritarios actuales de izquierda y derecha son gemelas. Invariablemente hacen sentir al electorado como una perpetua víctima de las elites y de las clases políticas tradicionales.

Fomentan intensamente un voluntarismo irracional al renunciar a entender de manera objetiva las complicaciones de la vida, con todas sus enrevesadas contradicciones, para facilitar  el encumbramiento de promesas simplistas. El carisma, el maniqueísmo y el victimismo sustituyen así la incómoda necesidad de pensar. 

El caudillo de izquierda o derecha siempre dice: “Ha llegado la salvación, soy yo”. Es el mesías, el esperado, quien no puede llevar a cabo su misión redentora dentro de los lentos y controlados cauces de la institucionalidad democrática.
Caracteriza a los hombres fuertes de izquierda y derecha la promesa de volver a un “mítico pasado”, a una época perdida cuando, supuestamente, todo era mejor y más feliz.

También los asemeja su desinterés por la defensa global de los derechos humanos.
El populismo no es "ni de izquierda ni de derecha", es una doctrina sustentada por el lenguaje del agravio, centrada en identificar al enemigo, anti institucional, mesiánica e hipernacionalista. Impera siempre el discurso del odio, el rechazo frontal al “enemigo identificado”.

No entiende la política como un diálogo, sino como una lucha entre “leales” y “traidores”.

A final de cuentas terminan los populistas por renunciar al progreso social para favorecer a nuevos grupos dominantes y en apelar, sin escrúpulo ideológico alguno, a cualquier tipo de recurso para mantener el poder.

América Latina da de ello testimonio fehaciente. En años recientes hemos visto en el subcontinente casos inauditos de populistas de “izquierda” enfrentados con comunidades indígenas, supresores de derechos humanos y laborales, descuidados del Medio Ambiente, corruptos hasta la médula y recurrentes constantes de expresiones y actitudes religiosas e incluso chamanistas. 

*Publicado en el diario ContraRéplica el 9 de enero de 2019

60 años de Fiasco, Desaliento y Tiranía



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Seis décadas de revolución cubana y el sentimiento que priva tanto en la isla como fuera de ella es de duelo por un país estancado, pobre y rehén de una clase política envilecida e inepta.

Sorprende la persistencia de un proceso desde hace mucho tiempo desahuciado, de un fiasco sin paliativos cuyas características primordiales son la dictadura, la impericia administrativa, la corrupción rampante y una pavorosa anemia económica.

Sesenta años después, Cuba es un país donde el totalitarismo castrista impone hasta en los pequeños detalles de la vida cotidiana la asfixiante supremacía del Estado y su partido a una sociedad indefensa. Totalitarismo que se fundó en el carisma y las habilidades histriónicas de Fidel Castro, líder megalómano, impostor abanderado de una supuesta utopía socialista la cual terminó por ser un proyecto delirante y grotesco.

Desde sus primeros años el gobierno de Castro fue una decepción. Llegó al poder el demagogo proclamando promesas absurdas y metas quiméricas. La realidad se impuso, como suele hacerlo siempre.

La reforma agraria arruinó la industria agropecuaria cubana, la industria estatizada fue un fracaso colosal y mucho  de los logros sociales en educación y salud se alcanzaron en una sociedad que ya contaba con índices de desarrollo importantes en 1959. Floreció, eso sí la aparato militar, al grado de que Cuba sirvió de alfil soviético en algunos conflictos de la Guerra Fría, y los métodos de control social, los cuales hoy son ominoso producto de exportación, como le consta al no menos afligido pueblo venezolano.

Los éxodos de los años ochenta hicieron patente el fracaso de una revolución ya en ese momento decrépita. En los noventa, con el desplome del mundo comunista y la imposición del Periodo Especial, los cubanos se hundieron en una economía de subsistencia.

Pero el factor suerte también ha beneficiado al castrismo, primero con el absurdo empecinamiento del gobierno de Estados Unidos en continuar a todo trance el con el ineficaz y contraproducente bloqueo y, más tarde, con el ascenso al poder de Chávez, quien oxigenó al moribundo régimen cubano.

Tras el relevo de Fidel florecieron algunas esperanzas de cambio, pero pronto se vieron truncadas con el irremediable continuismo de Raúl. Apenas unas escasas y timoratas reformas económicas y algunos matices endebles de apertura social vieron la luz en estos tiempos. Algunos quedarán consagrados con la entrada en vigor de la nueva Constitución cubana, programada para entrar en vigencia en unas cuantas semanas, pero la esencia de un sistema de gobierno caduco, represor y medroso queda intacto.

Las seis décadas de revolución se celebran de maneras tristes en una isla hoy gobernada formalmente ya no por un Castro, sino por un gris apparatchik, Miguel Díaz-Canel. El desafío del nuevo gobernante es sacar del marasmo a un país en quiebra que pasó muy pronto de las grandilocuencias demagógicas a los escenarios desalentadores de los miles y miles que sobreviven gracias a las remesas de familiares radicados en el extranjero, de las calles oscuras y depauperadas, del desabastecimiento en las tiendas estatales y de una economía rezagada hace años con crecimientos anuales que apenas superan el 1%.

Cuenta Diaz-Canel como respaldos principales con la lealtad de las Fuerzas Armadas y la eficacia del aparato represivo. Corresponderá a la creatividad, capacidad de trabajo y, sobre todo, voluntad de pagar el precio de ser libres de los cubanos la posibilidad de darle a su nación un futuro viable y luminoso.

*Publicado en el diario ContraRéplica 3 de enero de 1019

Los Nuevos Cultos a la Personalidad



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Con los hombres fuertes vuelve también el culto a la personalidad, aunque con características acordes al discurso antielitista hoy en boga. Ya no se erigen estatuas del líder por doquier, ni se le glorifica a la manera de Mao, Stalin, Hitler o Kim il Sung. Los tiranos de antaño se endiosaban, los hombres fuertes de hoy (respetuosos, aún, de los rituales electorales) procuran fusionarse con “Juan Pueblo”.

Los hombres fuertes ofrecen liderar un “renacimiento nacional” en sus respectivos países a través de la fuerza de su voluntad y de amar y comprender al pueblo como nadie porque ellos también son pueblo, de hecho aspiran a ser El Pueblo.

Putin proyecta una imagen viril de torso desnudo, pero dueño de un sentido del humor digno del mujik más soez, el cual es descrito por los lisonjeros como “lenguaje elocuente, cargado de giros idiomáticos populares y comparaciones agudas”.

Los aduladores del presidente turco Erdogan lo proclaman “nuevo padre de la patria”, pero uno salido del pueblo, sencillo y cercano a las tradiciones musulmanas.

En Hungría, jerarcas de la iglesia cristiana describe a Orban como  “un ciudadano convertido en líder enviado para crear un país de honestidad, decencia y destino”.

Trump representa al tipo listo, exitoso y carismático, pero cercano al pueblo, y eso le da una connotación a  su culto a la personalidad como legitimador de todos sus dislates. Incluso, su torcida forma de ser es exonerada por fundamentalistas de la derecha cristiana, quienes advierten “el plan genial de Dios de usar a un pecador estándar en la salvación de Estados Unidos”.   

Hugo Chávez procuró en vida ser producto del pueblo y su perfecto representante, aunque su culto se convirtió en adoración cuasi religiosa tras su muerte.

En Bolivia, el “Museo de la Revolución Democrática y Cultural” está dedicado a exaltar el humilde origen indígena de Evo Morales, y su modesta infancia es ilustrada en el bonito libro para niños “Las Aventuras de Evito”.
De maneras sigilosas, pero constantes, todo culto a la personalidad pasa de ser un sentimiento espontáneo a una política oficial legitimadora de regímenes autoritarios.

Las nuevas tecnologías y modernos conceptos mercadotécnicos se suman a las viejas prácticas de aduladores y sicofantes para servir a los propósitos de los gobernantes megalómanos.

Vivimos una época de culto al líder quien, en el fondo, “es como uno”:  hombres del pueblo hechos a sí mismos, personas sencillas para fascinar a la gente sencilla pero, de alguna manera, señalados por la providencia. Seduce el desparpajo de los nuevos hombres fuertes, sus incorrecciones políticas, su chabacanería. 

Así sucede con Putin, Orban, Erdogan, Chávez, Evo -entre otros- y así será con los que, tristemente, se acumulen a la lista a lo largo de nuestro atribulado mundo en el futuro cercano.


*Publicado en el diario ContraRéplica 26 de diciembre de 2018

Hombres Fuertes


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En todo el mundo decae la democracia representativa y tenemos a hombres fuertes en el gobierno de cada vez más naciones. A partir de finales de los años noventa resurgió con ímpetu el populismo latinoamericano con personajes como Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa. Al comenzar el nuevo siglo aparecieron personajes como Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orban y Rodrigo Duterte. Todos fueron electos democráticamente en las urnas, pero han concentrado durante sus gobiernos un poder excesivo. 

Se ha inaugurado una etapa de incertidumbre global con un cambio de paradigma donde gobernantes con vocación personalista y talante autoritario se valen de los métodos de las democracias tradicionales y de los medios masivos de comunicación para llegar al poder y sostenerse indefinidamente en él. Si hasta el inicio del actual siglo liberalismo y democracia se habían sostenido como un binomio indisoluble, ahora vemos como se disgregan.

Tras la ola democratizadora que se experimentó tras la caída del muro de Berlín muchos pensaban que las dictaduras, los cultos a la personalidad y los “hombres fuertes” eran cosa del pasado. Pero contra los pronósticos de los más optimistas, el personalismo ha vuelto en iracunda vorágine. Casi siempre lo ha hecho con la pretensión de corregir graves desequilibrios sociales. Ante las transformaciones del mundo globalizado los ingresos y las perspectivas de futuro de la gente común se han estancado, si no es que reducido. 

La indignación cunde contra las elites y los “establishments”, pero también contra las instituciones de representación política.
Los hombres fuertes despiertan grandes ilusiones. Tienen en común la idea de que las cosas pueden cambiar a base de pura voluntad, por ello desprecian a las instituciones y no tardan en socavarlas. Convencidos de su capacidad única para canalizar las opiniones de la gente común, abuzan de las fobias nacionalistas, de la manipulación informativa y de la estrategia maniquea de culpar de todo mal a la oposición, a los inmigrantes, a los enemigos internos y externos y a todo tipo de apócrifos villanos.
El discurso de odio al que constantemente apelan los hombres fuertes se traduce en el aumento de la inestabilidad global y eso da lugar a una época cada vez más turbulenta. Son encantadores de serpientes, hábiles pescadores en ríos revueltos, pero también aprendices de brujo. 

Todo esto sucede, lamentablemente, con el acuerdo tácito de segmentos sociales que a lo largo del  planeta prefieren ver a dictadores en ciernes en el gobierno como una supuesta mejor opción frente al miedo, la desigualdad y la inseguridad. 

Cada vez más naciones se entregan al frenesí de líderes inspirados por visiones de un supuesto “destino supremo”, pero los problemas complejos de las sociedades modernas requieren para su solución mucho más que adalides providenciales.

*Publicado en el diario ContraRéplica, 12 de diciembre de 2018