domingo, 13 de enero de 2019

60 años de Fiasco, Desaliento y Tiranía



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Seis décadas de revolución cubana y el sentimiento que priva tanto en la isla como fuera de ella es de duelo por un país estancado, pobre y rehén de una clase política envilecida e inepta.

Sorprende la persistencia de un proceso desde hace mucho tiempo desahuciado, de un fiasco sin paliativos cuyas características primordiales son la dictadura, la impericia administrativa, la corrupción rampante y una pavorosa anemia económica.

Sesenta años después, Cuba es un país donde el totalitarismo castrista impone hasta en los pequeños detalles de la vida cotidiana la asfixiante supremacía del Estado y su partido a una sociedad indefensa. Totalitarismo que se fundó en el carisma y las habilidades histriónicas de Fidel Castro, líder megalómano, impostor abanderado de una supuesta utopía socialista la cual terminó por ser un proyecto delirante y grotesco.

Desde sus primeros años el gobierno de Castro fue una decepción. Llegó al poder el demagogo proclamando promesas absurdas y metas quiméricas. La realidad se impuso, como suele hacerlo siempre.

La reforma agraria arruinó la industria agropecuaria cubana, la industria estatizada fue un fracaso colosal y mucho  de los logros sociales en educación y salud se alcanzaron en una sociedad que ya contaba con índices de desarrollo importantes en 1959. Floreció, eso sí la aparato militar, al grado de que Cuba sirvió de alfil soviético en algunos conflictos de la Guerra Fría, y los métodos de control social, los cuales hoy son ominoso producto de exportación, como le consta al no menos afligido pueblo venezolano.

Los éxodos de los años ochenta hicieron patente el fracaso de una revolución ya en ese momento decrépita. En los noventa, con el desplome del mundo comunista y la imposición del Periodo Especial, los cubanos se hundieron en una economía de subsistencia.

Pero el factor suerte también ha beneficiado al castrismo, primero con el absurdo empecinamiento del gobierno de Estados Unidos en continuar a todo trance el con el ineficaz y contraproducente bloqueo y, más tarde, con el ascenso al poder de Chávez, quien oxigenó al moribundo régimen cubano.

Tras el relevo de Fidel florecieron algunas esperanzas de cambio, pero pronto se vieron truncadas con el irremediable continuismo de Raúl. Apenas unas escasas y timoratas reformas económicas y algunos matices endebles de apertura social vieron la luz en estos tiempos. Algunos quedarán consagrados con la entrada en vigor de la nueva Constitución cubana, programada para entrar en vigencia en unas cuantas semanas, pero la esencia de un sistema de gobierno caduco, represor y medroso queda intacto.

Las seis décadas de revolución se celebran de maneras tristes en una isla hoy gobernada formalmente ya no por un Castro, sino por un gris apparatchik, Miguel Díaz-Canel. El desafío del nuevo gobernante es sacar del marasmo a un país en quiebra que pasó muy pronto de las grandilocuencias demagógicas a los escenarios desalentadores de los miles y miles que sobreviven gracias a las remesas de familiares radicados en el extranjero, de las calles oscuras y depauperadas, del desabastecimiento en las tiendas estatales y de una economía rezagada hace años con crecimientos anuales que apenas superan el 1%.

Cuenta Diaz-Canel como respaldos principales con la lealtad de las Fuerzas Armadas y la eficacia del aparato represivo. Corresponderá a la creatividad, capacidad de trabajo y, sobre todo, voluntad de pagar el precio de ser libres de los cubanos la posibilidad de darle a su nación un futuro viable y luminoso.

*Publicado en el diario ContraRéplica 3 de enero de 1019

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