viernes, 1 de marzo de 2019

Donald Trump y la Fantasía Voluntarista



                                                 
“La mayor parte de los males del mundo son propiciados
por quienes tienen las mejores intenciones.”
T.S. Elliot

Característica primordial de todo gobernante con instintos mesiánicos es creer en la fuerza de la voluntad personal como el gran motor transformador. El voluntarismo consiste en fabricar una imagen ideal de las cosas e investirla de un aura ética. Se cae así en la ilusión de vivir en un mundo “como creo debe ser” y no enfrentarlo como realmente es, con todas sus complejidades.

Atractivos han sido siempre los esquemas maniqueos y simplistas, sobre todo en épocas turbulentas.

La fantasía voluntarista anhela superar con su ímpetu a la realidad, por tanto odia a la lógica, la racionalidad y las soluciones técnicas. Las revoluciones sociales han de ser, ante todo, “espirituales”.

Mussolini fue uno de los grandes campeones del voluntarismo. Las cosas se pueden “porque sí”. La voluntad lo es todo. El líder representa la fuerza pura del bien. “La razón paraliza, la voluntad moviliza”, era una de las frases favoritas del Duce, quien  alguna ve escribió: “Queremos creer. La fe mueve montañas porque nos da la ilusión de que las montañas se mueven, y la ilusión es la única realidad de esta vida.”

Casos de gobernantes entregados a la fantasía voluntarista han abundado desde entonces. El populismo latinoamericano  ofrece los más vehementes ejemplos de movimientos fundamentados en la eterna ilusión popular de contemplar el arribo de un poder personal y paternalista capaz de resolver todos los problemas a golpe de voluntad.

Forja el voluntarismo la imagen del gobernante como un hombre “infinitamente bueno y sabio”, pero sus resultados han sido, invariablemente fracasos y catástrofes. Recuérdese, solo como algunos ejemplos, los Planes Quinquenales del peronismo, la Zafra de los 10 Millones de Fidel o el autarquismo económico de Franco. Mucho peores fueron la criminal colectivización forzada de Stalin o el pavoroso Gran Salto Adelante de Mao.

Con la nueva generación de “hombres fuertes” resucita el voluntarismo político.
Trump afirmó el día de toma de posesión ser el único capaz de resolver, él solo, todos los problemas de Estados Unidos (I alone can fix it).  Su vesánica idea del muro es buena muestra de arrebatado voluntarismo, y de cómo inevitablemente éste fracasa.
Un presidente cuyo mito de “genial negociador” se derrumba constantemente. Pocos ven en el muro una solución real a la inmigración ilegal o al contrabando de drogas, pero Trump se encapricha, como en tantos otros temas, y solo logra arrinconarse a sí mismo y exhibirse como un gobernante pueril y narcisista.

Vanas son las promesas de los voluntaristas: soluciones simples a problemas complejos, fin a las crisis y desigualdades, con beneficios sociales amplios (equiparables, digamos, a los de Escandinavia), en algunos casos sin inmigrantes y en otros “purificados” por la vía del buen ejemplo.

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