La pandemia del coronavirus ha contribuido de manera
notable en el deterioro de la democracia a nivel mundial. Si en 2019 fuimos
testigos de intensos movimientos democratizadores en lugares como Hong-Kong,
Iraq, Chile, Ecuador, Colombia y Líbano (entre otros), en 2020 las calles se
vaciaron y permanecieron estrechamente vigiladas por policías y soldados. La
pandemia vino “como anillo al dedo” para algunos gobiernos autoritarios, los
cuales encontraron el pretexto ideal para limitar libertades, controlar la
información, sacar a los ejércitos de los cuarteles, cerrar las fronteras a la migración
y exaltar el nacionalismo. Así sucedió en Egipto, Hungría, Rusia, Turquía Filipinas
y otros casos de países con instituciones públicas débiles o en entredicho.
En América Latina esta situación de deterioro
democrático ha sido particularmente grave. Según el informe anual del Instituto
para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) más de la mitad de las
democracias latinoamericanas aceleraron su declive. En Nicaragua, por ejemplo, el
dictador Daniel Ortega hizo aprobar una serie de reformas legales para anular
las posibilidades electorales de la oposición al permitir procesar penalmente a
quienes el régimen decida calificar como “golpistas” o “traidores a la patria”
por promover protestas sociales. En Venezuela hace unas semanas se consumó un
grotesco fraude en las elecciones para
la Asamblea Nacional, las cuales fueron marcadas por el boicot de los
principales partidos y líderes de la oposición y por una masiva abstención. De
acuerdo a las estadísticas oficiales, apenas un 31 por ciento de los electores
se presentó en las urnas, más de 40 puntos porcentuales por debajo de la participación
registrada en los comicios de 2015, los cuales fueron ganados por la oposición.
IDEA también informa sobre la implementación muchas
veces desproporcionada, arbitraria e incluso innecesaria de medidas de
emergencia por parte de doce gobiernos democráticos (o al menos aún formalmente
democráticos). Ello produjo una restricción de derechos fundamentales, campañas
oficiales de desinformación y serias limitaciones al ejercicio de la libertad
de expresión. También se utilizó al coronavirus como arma política con la
manipulación de datos, la puesta en marcha políticas clientelares y el debilitamiento
de la división de poderes. También dentro del contexto de la pandemia se
recurrió a las fuerzas armadas para reforzar cuarentenas y mantener el orden
público. En algunos países esta medida se tradujo en abusos por parte de la
autoridad.
Como lo escribió Daniel Zovatto, director para América
Latina y el Caribe de IDEA, “En una región marcada por el malestar ciudadano,
la pobreza, la desigualdad y el desempleo, la violencia y la corrupción, nos
encontramos en una coyuntura estratégica: elegir líderes competentes y
responsables con respuestas oportunas, efectivas y democráticas a las demandas
ciudadanas o abrir aun más las puertas al autoritarismo populista”.
Pedro Arturo Aguirre
publicado en la columna Hombres Fuertes
30 dic 2020
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