La pandemia del COVID-19 representa un reto para todos los habitantes del planeta. Sin embargo, los gobiernos protagonizan una carrera nacionalista por la vacuna ajena a los valores de solidaridad, multilateralismo y colaboración internacional. El tema se ha convertido en una nueva fuente de rivalidad geopolítica entre China, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos, entre otros. De nada valieron los exhortos a la cooperación por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), al contrario, incluso se han reportado ataques cibernéticos entre las naciones en competencia con el propósito de tratar de ganar ventajas. Asimismo, los demagogos han pretendido hacer de la vacuna un timbre de prestigio personal. “Nadie debe mentirles: esta es la vacuna de Donald Trump, no se dejen engañar por quienes pretendan decirles que es la vacuna de Joe Biden. ¡Es la vacuna de Donald Trump!” advirtió en alguna ocasión, enfático y pueril como siempre, el nefando presidente norteamericano.
En particular, China y
Rusia son las potencias más interesadas en ver crecer su influencia
internacional con la explotación de sus respectivas vacunas. China despliega
una a ofensiva diplomática con su vacuna Sinovac destinada a países en vías de
desarrollo de Asia y de África, justo donde el régimen de Beijing desarrolla su
Nueva Ruta de la Seda. Evidentemente, no solo se trata solo de altruismo, sino
de la ampliación de intereses comerciales y estratégicos, sobre todo en áreas y
zonas geográficas donde Beijing mantiene disputas territoriales, como en el mar
del sur de China. Asimismo, Xi Jinping pretende eliminar la imagen de su
gobierno como responsable de la pandemia.
Notable en este sentido
es lo sucedido en Argentina. Este país tiene comprometidas 51 millones de dosis
con varias de las farmacéuticas internacionales, pero por razones de índole
geopolítico e ideológico por ahora la única vacuna disponible es la rusa
Sputnik V. Se ha iniciado una campaña masiva de vacunación, pero sin haber
despejado todas las dudas sanitarias. Bien conocida es la cercanía de la
vicepresidenta Kirchner con el gobierno de Putin, razón por la cual se le dio
fast track al asunto y se omitieron muchas disposiciones preventivas. Las dudas
sobre la vacuna crecieron días antes de iniciarse la campaña. El presidente Alberto
Fernández prefirió ser cauto y rompió su promesa de ser el primero en vacunarse.
Quizá hizo bien, la semana pasada el Ministerio de Salud comunicó 317
reacciones adversas posteriores a la aplicación. Cosas similares se empiezan a
ver en el resto de los regímenes populistas a lo largo de todo el mundo, los
cuales tienen la intención de
fortalecerse mediante el uso ideologizado, arbitrario y clientelar de las
campañas de vacunación a riesgo de erosionar la confianza del público y de
poner a miles de vidas en peligro.
Pedro Arturo Aguirre
Hombres Fuertes
6/ene/21
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